Por Gayle Greene, 20 de enero de 2012
Asia Pacific Journal
Una de las maravillas que no deja de sorprendernos es la capacidad de la Industria Nuclear para renacer de sus ruinas a finales del siglo pasado, después de derrumbarse bajo su ineficiencia, sus costes y los grandes accidentes. El de Chernobyl liberó varios cientos de veces la radiactividad de las bombas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki juntas, contaminando más del 40% de Europa y de todo el hemisferio norte (1). Pero llegó el lobby nuclear para dar nueva vida a esta Industria, limpiando la cara de esta fuente de energía que ha contaminado medio planeta. La “nueva mirada hacia lo nuclear” – en palabras aparecidas en un artículo de The New Tork Times el 13 de mayo de 2006 (2)-, allanó el camino hacia un renacimiento nuclear, que tampoco el accidente de Fukushima ha acabado con él.
Los medios de comunicación son poderosos defensores de la energía nuclear, lo cual no es ninguna sorpresa. “Los medios llevan a cabo una campaña especializada de promoción, intensiva y eficaz por parte de la Industria Nuclear, desinformando…y extendiendo creencias incluso entre gente por otra parte bastante sensata”, así lo afirma el Informe Mundial de la Energía Nuclear del Worldwatch Institute (3). Lo que es menos conocido es la naturaleza de las pruebas que presenta la Industria Nuclear, una Guerra Fría de la Ciencia, sobre el riesgo de recibir radiación a dosis bajas, lo que está siendo utilizado para mantener en silencio lo que está ocurriendo en Fukushima y levantando un muro sobre las pruebas que justifican el poner fin a esta Industria.
A continuación algunas de las joyas aparecidas en algunos medios de comunicación:
-
Las cantidades ínfimas de radiación producida por la nube radiactiva que se extiende por Estados no supone ningún peligro para la salud, según aseguraba el Departamento de Energía ( William Broad, “La radiación en Estados Unidos es inofensiva, según las autoridades”, New York Times, 22 de marzo de 2011).
-
“El riesgo de padecer cáncer es muy bajo, inferior a lo que la gente piensa”, explica Evan Douple, director de la Fundación de Investigación de los Efectos de la Radiación (RERF), que ha estudiado a los sobrevivientes de la bomba atómica y consideró que “a dosis muy bajas, el riesgo es muy bajo” (Denise Grady, “La radiación está en todas partes, pero ¿cómo evaluar el daño?” New York Times, 5 de abril de 2011).
-
En un programa de la NPR (National Public Radio) emitido pocos días después del accidente de Fukushima Daiichi, se citaba al mismo Evan Douple, diciendo que los niveles de radiación alrededor de la planta “ eran tranquilizadores. A estos niveles no creo que ningún estudio fuese capaz de encontrar efectos sobre la salud, incluso en el futuro”. (Primeros datos sobre radiación y temores sobre efectos en la salud”, Richard Knox y Andrew Prince, 18 de marzo de 2011). El programa de la NPR, como decía Grady, subrayaba que la Fundación de Investigación de los Efectos de la Radiación (RERF) tiene seis décadas de experiencia, por lo que algo sabrá sobre el tema.
-
El periodista británico George Monbiot, un ecologista que se volvió defensor de la Energía Nuclear, se refiere a los datos de la RERF como de “consenso científico”, citando de nuevo que las bajas dosis de radiación tienen un bajo riesgo de producir cáncer. (4)
Todo el mundo sabe que la radiación a altas dosis es perjudicial, pero los estudios realizados sobre Hiroshima nos deben tranquilizar, ya que el riesgo disminuye a medida que disminuye la dosis, hasta volverse insignificante. Esta es una creencia que necesita extender la Industria Nuclear, porque los reactores nucleares liberan radiación no sólo cuando se produce un accidente, sino que es la rutina diaria durante las operaciones y el tratamiento de los residuos nucleares. Si las bajas dosis de radiación no son despreciables, los trabajadores de la esta Industria no están exentos de riesgo, al igual que las personas que viven en las cercanías de los reactores nucleares – y la vida misma de este planeta. Los residuos producidos por los reactores no se diluye y dispersa, no desaparece, como los defensores de la Industria Nuclear nos quieren hacer creer, sino que son arrastrados por el viento, por las mareas, se filtra en el subsuelo y contamina las aguas subterráneas, se abre paso en la cadena alimentaria y llega hasta nosotros, sumándose a los múltiples factores que producen cáncer y defectos de nacimiento. Su legado es más duradero en el tiempo que cualquier civilización que haya existido, por ejemplo el plutonio, que con una vida media de 24.000 años nos viene a decir que es para siempre.
¿Qué es lo que investiga esta Fundación sobre los efectos de la radiación y qué es lo que tiene que decir la Ciencia sobre “estas afirmaciones tranquilizadoras”?
***
La Atomic Bomb Casualty Commission (ABCC), como fue denominada en un principio, comenzó sus estudios de los sobrevivientes cinco años después del lanzamiento de las bombas atómicas (Su nombre fue cambiado por el de Fundación de Investigación de los Efectos de la Radiación (RERF) a mediados de los años 70…). Japón ha sido bombardeada dos veces con armas nucleares, primero como enemiga de los Aliados y en 2011 al sufrir un accidente nuclear con los reactores de General Electric enviados desde Estados Unidos, siendo por tanto la población más estudiada sobre los efectos de la radiación, ya que los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki irradió a un número elevado de personas. “Pero los norteamericanos son maravillosos”, se dice que exclamó el experto en radiación Tsuzuki Maso, de Japón, que lamentó el tener únicamente conejos para seguir trabajando: “Habría hecho falta seguir investigando en humanos“ (5)
La ABCC estudió, pero no trató los efectos de la radiación, y muchos de los sobrevivientes no estuvieron dispuestos a identificarse, ya que estos no deseaban exponer sus problemas de salud a investigadores estadounidenses, expuestos a la estigma social y a numerosos trámites burocráticos. Pero a pesar de eso, muchos vinieron voluntariamente y se realizó un gran estudio, el estudio más amplio realizado sobre los efectos en la salud de la radiación nuclear. Ningún otro estudio médico ha podido disponer de tantos recursos, de equipos científicos y otros equipos de tecnología avanzada, financiados por la Comisión de la Energía Atómica (Consejo de Energía Nuclear). Ya que se trata del estudio epidemiológico más amplio, mayor será su fiabilidadad estadística, lo que propició que se considerasen estos datos como el patrón oro del riesgo de la radiación.
Examen de la ABCC de las víctimas de Hiroshima
Los médicos japoneses y los científicos que observaron las escenas contaron historias de horror de personas que pareciendo ilesos de repente comenzaban a sangrar por los oídos, la nariz y la garganta, se les caía el pelo a puñados, les aparecieron puntos azulados en la piel, se les contrajeron los músculos, dejando los miembros deformados. Cuando trataron de publicar sus observaciones, se les ordenó primero pasar estos informes a las autoridades estadounidenses. A los largo de los años de ocupación (1945-1952), las observaciones de los médicos japoneses fueron censuradas sobre los asuntos nucleares. A finales de 1945, los cirujanos del ejército estadounidense publicaron una declaración en la que se decía que todas las personas que se esperaba iban a morir por los efectos de la radiación producida por la bomba ya habían muerto y que ningún efecto adicional debido a la radiación se esperaba con posterioridad (6). Cuando la radio de Tokio anunció que hasta la gente que entró con posterioridad a las ciudades después de los bombardeos, moría por causas misteriosas y se desacreditaron armas tan ilegales e inhumanas, rechazando estas acusaciones los norteamericanos como propaganda japonesa (7).
La cuestión del envenenamiento por radiación era algo particularmente sensible, ya que implicaba la utilización de armas prohibidas, como los gases tóxicos. La Bomba Atómica no es un “arma inhumana”, declaró el general Leslie Groves que había dirigido el programa Manhattan (8). Los primeros científicos occidentales a los que se les permitió la entrada en las dos ciudades devastadas lo hicieron con escolta militar. El periodista australiano Wilfred Burchett, que logró entrar en Hiroshima, publicó un artículo en un periódico británico, describiendo que la gente moría “misteriosamente y de manera horrible por algo desconocido, que sólo podía describir como la plaga atómica… muriendo a razón de 100 personas diariamente”. El general MacArthur le ordenó abandonar Japón y la película que había rodado desapareció misteriosamente (9).
“No hay radiactividad en las ruinas de Hiroshima” proclamaba u titular del New York Times el 13 de septiembre de 1945”.
Otro titular decía: “Una nueva revisión excluye peligros en Nagasaki”, o este otro: “La radiactividad después de la bomba atómica es sólo 1000 veces superior a la registrada en la esfera de un reloj luminoso”, el 7 de octubre de 1945 (10). Existen poderosos incentivos políticos para minimizar el riesgo de radiación. El fiscal del Ministerio de Asuntos Exteriores, William H. Taft, afirmó: “Se obtiene una impresión equivocada de que un bajo nivel de radiación es peligroso.. afectando al personal de Ministerio de Defensa que trabaja en armas nucleares y programas de propulsión nucleares… afectando a la industria nuclear civil… y podría levantar dudas en cuanto al uso de sustancias radiactivas en el diagnóstico y tratamiento médico” (11). Un folleto publicado por la Comisión de Energía Atómica en 1953 insistía en que “la exposición a bajos niveles de radiación puede recibirse indefinidamente en el tiempo sin que se detecte ningún cambio corporal detectable” (12). El Consejo de Europa de Energía Nuclear pagaba los sueldos de los científicos de la ABCC y los supervisaba “de forma estrecha y algunos consideraron que demasiado estrechamente”, según escribe Susan Lindee en Suffering Made Real (El sufrimiento se hace verdadero), que documenta las presiones políticas que sufrió la ciencia de la Energía Atómica (13). (Otras fuentes son: Roff’s Hotspots, de Sue Rabbit; The Atomic Bomb Suppressed, de Monica Braw; Hiroshima in America, de Robert Lifton y Greg Mitchell).
El New York Times se unió al Gobierno en la censura de la información sobre los efectos de la radiación en los sobrevivientes y minimizó u omitió este tema en sus artículos, como Beverly Ann Deepe Keever demuestra en The New York Times y la bomba (14). Keever, un veterano periodista, escribió que “desde el nacimiento de la época de la bomba atómica,… Times ayudó a extender las informaciones para que fuese aceptada la fuerza más destructiva jamás creada”, ayudando al “encubrimiento de esta guerra fría”, suavizando las informaciones y negando efectos sobre la salud y las consecuencias ambientales de la bomba atómica.
Los científicos de la Atomic Bomb Casualty Commission calcularon que hacia 1950, cuando la comisión comenzó sus investigaciones, el índice de mortalidad de todas las causas, excepto el cáncer, habían vuelto a la normalidad, y las muertes por cáncer eran demasiado pocas como para causar alarma (15)