Una acreditada reputación: Hayes, Syngenta y la Atrazina (IV)

Después de que Tyrone Hayes dijese que un producto químico era nocivo, su fabricante arremetió contra él

Por Rachel Aviv, febrero de 2014

The New Yorker

Parte 1, Parte 2 , Parte 3

Hayes dedicó los últimos quince años a estudiar la atrazina, un herbicida muy utilizado, fabricado por Syngenta “La Industria ha aprendido que el debate científico es mucho más sencillo y eficaz que el debate político. Un campo tras otro, las conclusiones que podrían ayudar en la aprobación de normas de regulación siempre están en constante disputa. Los datos que se obtienen de los estudios en animales no se consideran relevantes, los datos en personas no son representativos, y no se puede confiar en los datos de exposición ”, escribió David Michaels.
Hayes dedicó los últimos quince años a estudiar la atrazina, un herbicida muy utilizado, fabricado por Syngenta
“La Industria ha aprendido que el debate científico es mucho más sencillo y eficaz que el debate político. Un campo tras otro, las conclusiones que podrían ayudar en la aprobación de normas de regulación siempre están en constante disputa. Los datos que se obtienen de los estudios en animales no se consideran relevantes, los datos en personas no son representativos, y no se puede confiar en los datos de exposición ”, escribió David Michaels.

 En junio de 2003, Hayes se pagó él mismo el viaje a Washington para presentar allí su trabajo ante una audiencia de la EPA sobre la atrazina. La Agencia había evaluado 17 estudios. Doce de esos estudios habían sido financiados por Syngenta, y todos menos dos confirmaban que la atrazina no tenía efectos en el desarrollo sexual de las ranas. El resto de los experimentos, el de Hayes y el de investigadores de dos Universidades, indicaban lo contrario. En una presentación en PowerPoint, Hayes dio a conocer un correo electrónico de carácter privado que envió a uno de los científicos del panel EcoRisk, profesor de la Escuela Tecnológica de Texas, en el que decía: “Estoy de acuerdo con usted en que la cuestión más importante para todos los involucrados es el hecho de tener que reconocer ( y no es una cuestión menor) que los laboratorios independientes han demostrado el efecto de la atrazina en la diferenciación de las gónadas en las ranas. Esto es algo que no se puede negar”.

La EPA encontró que los 17 estudios sobre la atrazina, incluyendo el de Hayes, tenían defectos metodológicos – contaminación de los grupos de control, variabilidad en los parámetros de valoración, cría animal inadecuada – y solicitaba que Syngenta financiase un experimento a mayor escala para obtener unos resultados más definitivos. Darcy Kelly, miembro del grupo de asesoramiento de la EPA y profesora de Biología de la Universidad de Columbia, dijo en ese momento: “No creo que la EPA tomase una decisión correcta”. Los estudios realizados por los científicos de Syngenta tenían defectos que “ponían en duda su capacidad para llevar a cabo los experimentos. No pudieron replicar los efectos, que era tan fácil como dejarse caer de un tronco”. Piensa que los experimentos de Hayes eran mucho más sólidos, aunque no estaba convencida de las explicaciones de Hayes sobre el mecanismo biológico que causaba las deformidades.

La EPA aprobó el uso de la atrazina en octubre de ese año, el mismo mes en el que la Comisión Europea optó por retirarlo del mercado. La Unión Europea, en términos generales, aplica un enfoque preventivo en los riesgos ambientales, eligiendo la moderación en un contexto de incertidumbre. En Estados Unidos, las persistentes dudas científicas justifican los retrasos en las decisiones sobre las normas de regulación. Desde mediados de los años 1960, la EPA sólo ha publicado normas que restringen el uso de 5 productos químicos industriales de los más de 80.000 que se comercializan actualmente. La Industria tiene un peso más importante en el proceso de regulación estadounidense – pueden demandar a las Agencias de Regulación si observan errores en el registro científico – y los análisis del balance costes/beneficios forman parte integral de las decisiones: se asigna un valor monetario a cada enfermedad, a los daños producidos, al acortamiento de la vida, todo ello pesa en contra de las restricciones en la comercialización de un producto químico. Lisa Heinzerling, que formaba parte del Consejo sobre políticas climáticas de la EPA en 2009 y administradora asociada a la Oficina de Políticas en 2009 y 2010, dijo que los modelos de análisis de los costes/beneficios parecen “algo objetivo y neutral, una manera de liberarse del caos de la política”. Sin embargo, a pesar de los complejos algoritmos utilizados “se ocultan una enorme cantidad de riesgos”. Añadió que la influencia de la Oficina de Administración y Presupuesto que supervisa las decisiones importantes sobre regulación, se ha hecho mayor en los últimos años. “De poco sirven los estudios científicos si finalmente deciden los análisis de coste/beneficio… todo esto tiene un efecto tremendo y desmoralizador en la cultura de la EPA”.

En el año 2003, un comité de desarrollo de Syngenta, en Basilea, aprobó una estrategia para mantener la atrazina en el mercado, “al menos hasta el año 2010”. Una presentación preparada por el Gerente de Syngenta explicaba que “necesitamos seguir comercializando la atrazina para asegurarnos nuestra posición en el mercado del maíz. Sin la atrazina no podemos defender y ampliar nuestro negocio en Estados Unidos”. Sherry Ford, Gerente de comunicaciones, escribió en su cuaderno de notas que la Empresa “no debe desprenderse de la atrazina hasta que sepamos algo más del herbicida Paraquat, que también es motivo de controversia, debido a que algunos estudios muestran que podría estar asociado con la enfermedad de Parkinson. También hizo notar que la atrazina “impedía que se pusiese la atención en otros productos”.

Syngenta empezó a mantener reuniones semanales sobre la atrazina después de la primera demanda presentada en 2004. En las reuniones estuvieron presentes toxicólogos, abogados de la Empresa, personal de comunicaciones y el Jefe de los asuntos relacionados con las normas de regulación. Para amortiguar la publicidad negativa de la demanda, el grupo discutió la forma en que podrían invalidar las investigaciones de Hayes. Sherry Ford recoge anotaciones tan curiosas como “lleva el abrigo puesto” o “¿Es el camino correcto?”. “Si Tyrone Hayes quisiera obtener resultados positivos y tuviese lo necesario, él lo habría mostrado cuando se le preguntó”. Observó que Hayes se estaba “relacionando cada vez más estrechamente con grupos de defensa del medio ambiente” y que habría que buscar la forma “de que mostrase su verdadera rostro”.

En 2005, Sherry Ford hizo una relación de métodos para desacreditarlo, como que “sus investigaciones sean auditadas por terceras partes”, “solicitar a las revistas la retractación de sus artículos”, “tendiéndole una trampa para obligarle a demandarnos”, “investigar su financiación”. “investigar a su esposa”. Las iniciales de los diferentes empleados aparecen en los márgenes, presumiblemente debido a que se les había asignado una tarea u otra. Otra serie de ideas, discutidas en varias reuniones, fue la de llevar a cabo “refutaciones sistemáticas después de todas las apariciones de Tyrone Hayes (TH)”. Uno de los consultores de comunicaciones de la Empresa dijo en un correo electrónico que quería el calendario de reuniones de Hayes, de modo que Syngenta podría “acudir a las presentaciones mostrando los errores frente a la Hoja de la Verdad”, proporcionando evidencias de que sus mensajes eran patrañas (Syngenta dice que muchas de las cosas recogidas en los documentos hechos públicos hacen referencia a ideas que nunca se llevaron a cabo).

Para redirigir la atención sobre los beneficios financieros de la atrazina, la Empresa pagó a Don Coursey, economista titular de la Harris School of Public Policy, de la Universidad de Chicago, la cantidad de 500 dólares a la hora para que estudiase cómo podría afectar a la Economía la prohibición del herbicida. En 2006, Syngenta suministro a Coursey datos y un conjunto de estudios, y corrigió su artículo, que fue presentado como un Documento de Trabajo de la Escuela de Harris (efectivamente, reveló que Syngenta le había financiado). Después de presentar un proyecto, Coursey fue advertido mediante un correo electrónico de que tenía esforzarse más en su estudio para poder articular una “una contundente declaración que se derivase de las conclusiones de su análisis”. Coursey publicó más tarde nuevos datos en un encuentro en el National Press Club, en Washington, y dijo a la audiencia que había una “cuestión muy básica: la prohibición de la atrazina a nivel nacional tendría un efecto devastador, devastador sobre la economía del maíz de Estados Unidos”.

Hayes pasó a ocupar el puesto de profesor titular en 2003, un logro que le produjo una leve depresión. Se había pasado los 10 años anteriores haciendo valer sus logros académicos, y había alcanzado cada uno de ellos. Ahora se sentía sin rumbo. Su esposa dijo que podía ver en su vida “la vida corriente de un científico de éxito”. No estaba motivado por la idea de “escribir artículos y libros, en los que sólo veía un comercio entre unos y otros”.

Empezó a dar más conferencias al año, no sólo para el público sino también para científicos, institutos de política, departamentos de historia, clínicas de salud de la mujer, preparadores de alimentos, agricultores y escuelas secundarias. Casi nunca declinó una invitación, a pesar de la distancia. Decía a su audiencia que estaba desafiando las instrucciones de su asesor, quien le había dicho: “Deje que la Ciencia hable por sí misma”. Tenía un don para contar historias sensacionales, eligiendo frases como “escena del crimen” y “castración química”, y parecía deleitarse en detalles sobre los conflictos de interés de Syngenta, presentando teorías como si estuviera relatando chismorreos a sus amigos (Syngenta escribió una carta a Hayes y su decano, señalando inexactitudes: “A medida que descubrimos nuevos errores en sus presentaciones, esperamos volver a ponernos en contacto con usted otra vez”).

En sus conferencias, Hayes notó que uno o dos hombres presentes en la audiencia vestían más elegantemente que el resto de científicos. Hacían preguntas que parecían expresamente preparadas para avergonzarle: ¿Por qué nadie puede replicar sus investigaciones? ¿Por qué no comparte sus datos? Un ex estudiante, Ali Stuart, dijo que “en todas partes había un tipo haciendo preguntas a Tyrone para burlarse de él. Le llamábamos el Hombre del Hacha”.

Hayes pensaba que estos científicos trabajaban para Syngenta, y una vez se acercó a uno de ellos en un torpe desafío. Escribió gran cantidad de correos electrónicos, informándoles de las conferencias que pensaba dar y ofreciéndoles consejos sobre cómo desacreditarle. “Usted no puede acercarse a su presa pensando como un depredador. Tiene que convertirse en su presa”. Describió un reciente viaje suyo a Carolina del Sur diciendo que “mi amigo de la infancia me informó de quién había muerto, quién se encontraba en una difícil situación, quién estaba en la cárcel”. Escribió: “He aprendido a hablar como usted (mejor que usted… como usted admite), escribir como usted (una vez más, mejor que usted)… y sin embargo no conoce a nadie como yo… aún tiene que pasar un día en mi mundo”. Después de que en un correo electrónico un grupo de presión lo caracterizase como “negro y bastante elocuente”, comenzó a firmar sus correos electrónicos: “Tyrone B. Hayes, Doctor, ABM, un negro muy elocuente”.

Syngenta empezó a preocuparse por correos electrónicos de Hayes y encargo aun contratista externo que le hiciese un perfil psicológico. En sus notas, Sherry Ford lo describió como “bipolar/ maníaco depresivo” y “paranoide esquizofrénico y narcisista”. Roger Liu, estudiante de Hayes, dijo que pensaba que Hayes escribió aquellos correos para aliviar su ansiedad. Hayes mostraba a menudo los correos electrónicos a sus estudiantes, en los que apreciaban un sentido del humor rebelde. Liu dijo: “Tyrone tenía a todos esos fans en su laboratorio, animándole. Yo era de los que desde atrás decía: “No le incitéis. No hagáis que salga la bestia””.

Syngenta intensificó su campaña de relaciones públicas en 2009, cuando empezó a mostrar su preocupación por los ecologistas, que defendían una nueva Ciencia y habían desarrollado una nueva línea de ataque. Ese año, en un artículo publicado en Acta Paediatrica, una revisión de los registros nacionales de treinta millones de nacimientos, encontró que los niños concebidos entre abril y junio, cuando son mayores las concentraciones de atrazina (mezclada con otros pesticidas) en el agua, eran más propensos a padecer defectos genitales de nacimiento. El autor del artículo, Paul Winchester, profesor de Pediatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Indiana, recibió una citación de Syngenta, que le pidió les entregara todos los correos electrónicos que había escrito sobre la atrazina en la última década. Los medios de comunicación de la Empresa hablaron de un estudio como “la llamada de la Ciencia” que no pudo encontrar la “prueba de la carcajada”. Winchester dijo: “Por supuesto que no vamos a discutir que no he demostrado esa cuestión. Los epidemiólogos no tratan de demostrar las cuestiones, sino la de buscar los problemas”.

Unos meses después de aparecer el estudio de Winchester, The Times publicó una investigación que sugería que los niveles de atrazina superaban con frecuencia el umbral máximo permitido legalmente en el agua potable. El artículo hacía referencia a estudios anteriores publicados en Environmental Health Perspectives y la Revista de Cirugía Pediátrica, encontrándose que las madres que vivían cerca de fuentes de agua que contienen atrazina eran más propensas a tener bebés con bajo peso o tenían algún defecto intestinal u otros órganos.

El día de la publicación del artículo, Syngenta planeó dar cuenta de 1) todas las inexactitudes y 2) las declaraciones falsas. Ya habría alguien que refutaría tales afirmaciones. Elizabeth Whelan, Presidenta del Consejo Americano de Ciencia y Salud, que solicitó 100.000 dólares a Syngenta, apareció en MSNBC declarando que el artículo de The Times no estaba basado en evidencias científicas: “Soy una profesional de la salud. Me ha molestado mucho que The New York Times haya publicado en la primera página de su edición del domingo un artículo que habla de falsos riesgos”.

El equipo de relaciones públicas de Syngenta escribió editoriales sobre los beneficios de la atrazina y sobre la endeble Ciencia de sus críticos, y luego los envió a su aliados, que aceptaron firmarlos y aparecieron en el Washington Times, el Rochester Post-Bulletin, el Des Moines Register, y el St. Cloud Times. Como alguno de esos artículos sonaba demasiado agresivo, un consultor de Syngenta advirtió que “algunos de los términos utilizados en esos artículos sugieren su procedencia, algo que se debiera de evitar a toda costa”.

Después de que apareciese el artículo en The Times, Syngenta contrató a una consultora de comunicación, el White House Writers Group, que ha representado a más de sesenta Empresas de Fortune 500. En un correo electrónico enviado a Syngenta, Josh Gilder, un Director de la Empresa y un ex redactor de los discursos de Ronald Reagan, escribió: “ Tenemos que emprender nuestra propia batalla”. Advertía que prohibir la atrazina sería destruir la economía de las zonas rurales; por otro lado, trató de crear “un estado de cosas tal que la nueva dirección política de la EPA se sintiese cada vez más aislada”. Esta Empresa celebró “cenas con influyentes personas de Washington” y trató con miembros del Congreso para impugnar el fundamento científico en la próxima revisión de la EPA sobre la atrazina. En una nota en la que se describe la estrategia, el grupo de escritores de la Casa Blanca, escribió que: “Respecto a la Ciencia…. Hay que decir que los principales actores de Washington no entienden de Ciencia”.

Parte 5

—————————

Procedencia del artículo:

http://www.newyorker.com/magazine/2014/02/10/a-valuable-reputation

———————————–