Un libro de Patricio Eleisegui, primera investigación periodística sobre los efectos de los transgénicos y los productos químicos utilizados en la agricultura
«Lo que hace el libro es trazar una suerte de mapeo y análisis del ADN del modelo de producción que incluye la siembra directa, la semilla transgénica y los productos químicos utilizados en la agricultura»
Información enviada por Meche Mendez
El testimonio
Me llamo Fabián Tomasi, tengo 47 años, y soy de Basavilbaso, provincia de Entre Ríos. Tengo una hija de 18 años, Nadia. En el 2006 empecé a trabajar en una empresa de acá, Basavilbaso, que se llama Molina & Cia. SRL., y se dedica a fumigar. Entré a trabajar como apoyo terrestre, o sea que era el encargado de cargar los aviones fumigadores y de llevar la gente del campo hasta los productos que se echaban, que estaban al costado de una pista improvisada en el medio de los lotes.
Una vez ahí, destapaba los bidones y el piloto dividía la cantidad de producto que iba a echar por vuelo. Esto último no estaba basado en una cuestión de medida exacta, sino que el criterio pasaba por la efectividad del producto.
El dueño decía “Echa todo, que no sobre nada, porque con lo que me costó… más vale que sea efectivo”. Con lo erróneo de pensar que echando más se logra más efectividad.
En Molina & Cia. SRL trabajé en dos etapas. En la primera, estaba el dueño de la empresa, que fallece de cáncer a raíz del trabajo que hacíamos. La familia desmiente esto. En la segunda etapa, el que toma el mando es el hijo, que ahí me pide que dé una mano y paso a trabajar como programador de vuelo.
En ese momento venían aviones de Córdoba; de todos lados. Yo organizaba el trabajo sin tener ya tanto contacto con los productos, aunque igual me tocaba convivir con las pilas de veneno en la oficina.
Me tocó enfermarme en la segunda etapa. Como soy diabético, mi sistema inmunológico está de por sí deprimido, y haberle puesto encima la cantidad de productos químicos con los que tuve contacto en esos años me trajo las consecuencias con las que cargo ahora.
En mi trabajo hacían uso de todos los productos que están prohibidos por lo tóxicos que son. Endosulfan, por ejemplo. También gran cantidad de 2,4-D. Se tiraba principalmente en el arroz, porque en esa época la empresa fumigaba sobre arroceras. Muchos de estos productos se traían de contrabando de Uruguay. El mercado negro de plaguicidas es muy importante.
Se echaban también muchos fungicidas para los hongos del campo, que son productos tremendamente tóxicos. Cuando llegó la soja a Entre Ríos, ahí apareció el glifosato. Nunca nos protegimos con nada y mucho menos cuando se empezó a usar el glifosato, ya que viene con una franja en el envase que dice que es levemente tóxico.
Con la soja empezamos a echar camiones y camiones de glifosato. Igual es un error cargar contra un solo producto, porque los insecticidas también son potentes y efectivos a la hora de causar malformaciones y cáncer.
En ese caso, se fumigaba con endosulfan, cipermetrina y gramoxone, que es una sustancia derivada del gamexane y se echa en los cultivos la noche anterior a la cosecha y a la mañana siguiente las plantas amanecen secas pero con la humedad exacta para poder hacer ese trabajo.
El cultivo que recibe gramoxone, que es extremadamente tóxico y por eso viene con una franja roja, llevará dentro de la semilla que se cosecha, almacenado, el veneno que recibió la planta. Eso queda en el arroz, por ejemplo, y en todo lo que uno come.
Hoy no hay cultivo que se salve de estos productos químicos. ¿Por qué? Porque el modelo de producción es ése. Te obligan a comprar la semilla para que luego vayas y compres los químicos que producen los mismos que te dieron esa semilla. Pero nadie sabe los resultados de la modificación genética que le están haciendo a los cultivos para aguantar los químicos.
Mientras tanto, los del campo, la provincia, el Gobierno nacional, ganan millones.
Con la llegada de la soja empezamos a usar mucho glifosato e insecticidas como el clorpirifos. También el endosulfan, que está prohibido en el mundo pero acá el SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) hasta hace poco permitía que se siga usando porque hay mucho stock en el país. Se lo aplica sobre todo para eliminar la chinche que ataca la soja.
Por mi trabajo, ahora tengo problemas en la parte motriz y el aparato digestivo. Empecé a tener problemas de salud a los seis meses de estar trabajando en Molina & Cia. SRL. Al principio sufrí problemas en la punta de los dedos. Se me empezaron a lastimar.
Eso derivó en una neuropatía que el doctor Roberto Lescano, de Basavilbaso, empezó a tratar como si fuera diabetes.
Un día, el doctor Lescano me dice que me saque la remera que llevaba puesta, que había algo raro. Ahí nota que me estaba secando. Tengo el cuerpo seco de la cintura para arriba. Casi no tengo ningún músculo, sólo piel y huesos. Cuando empecé a trabajar pesaba 80 kilos. En este primer semestre de 2013, peso 58. Lescano me deriva a Puiggari, también en Entre Ríos, donde me hace atender con un doctor holandés, Bernhardt. Ahí ese otro doctor, un toxicólogo, dice que lo mío es precisamente una intoxicación por agroquímicos.
También dice que se agravó mi diabetes. En Puiggari me detectan disminución de la capacidad pulmonar. Mucho tiempo después, cuando logré jubilarme por incapacidad en el PAMI, los veinte médicos que me revisaron para ese trámite me decretaron polineuropatía tóxica y enfermedad del zapatero, entre otros problemas.
Hoy subsisto porque pude jubilarme por incapacidad. En Molina & Cia. SRL trabajé en negro y sin ninguna protección. Me jubilé gracias a mis trabajos anteriores.
La enfermedad del zapatero se llama así porque el fabricante de calzado, al igual que el despachante de una estación de servicio, aspira los solventes de los productos químicos todo el tiempo. Eso produce problemas en el sistema nervioso periférico. Ese es uno de los tantos problemas que tengo. No puedo coordinar los músculos, dejas de caminar y pierdes el equilibrio.
De mis compañeros de trabajo en la empresa de fumigaciones, uno hoy tiene el mismo problema que yo para tragar. Y otro quedó estéril. En el 2007 ya no podía caminar por las lastimaduras en mis pies y sólo podía dormir sentado en una silla. Tiempo después, el médico Jorge Kaczewer, que es como un Dios para mí, me regaló un tratamiento extremadamente caro que consistió en la aplicación de procaína en diferentes partes del cuerpo. Eso me permitió una cierta recuperación. Volví a caminar y se me cerraron las heridas. Tengo una rodilla operada de la que me sacaron más de un litro de líquido blanco. Cuando hicieron la biopsia en el hospital público de Basavilbaso, los resultados se perdieron y nunca supe qué fue eso.
Me dijeron que nunca me voy a recuperar del todo. Y la primera vez que me revisaron completamente me dieron 6 meses de vida. La medicina no sabe a lo que se enfrenta.
En Basavilbaso y la zona hay muchísimos casos como el mío. Acá murió un nene de cuatro años, Jeremías, por un cáncer en el estómago. Esto fue hace muy pocos meses.
El nene estuvo en el hospital Posadas de Buenos Aires. Cuando vieron cómo estaba el nene, al padre le preguntaron si vivía cerca de una planta atómica o de una fábrica de químicos por el grado de contaminación que presentaba el chico. El padre respondió que era encargado de campo, y que al lado de la casa en la que vivía tenía un depósito de agroquímicos.
Ese nene murió con cuatro años, en pañales, con morfina y retorciéndose del dolor por el cáncer en el estómago.
Acá hay muchas malformaciones, nenes que nacen con labio leporino. A dos casas de la mía vive una ingeniera agrónoma que secó el pasto de su casa con glifosato puro. Al glifosato lo usan para fumigar las vías del tren, los terrenos baldíos. Todo. Están haciendo de la agricultura un campo de concentración.
Molina & Cia. SRL sigue funcionando, aunque se fue de Basavilbaso por todo esto. La empresa se compró un campo entre Basavilbaso y la ciudad de Gilbert. Hoy hacen soja y todo lo que se les cruce. Fumigan, fertilizan, todo con equipos terrestres y aéreos.
Una de las dueñas, María Elena Spiazzi, viuda de Molina (fallecida días antes de ser impreso este libro), es la presidenta del ALCEC (Asociación de Lucha contra el Cáncer) de Undinarrain, un pueblo a 40 kilómetros de Basavilbaso. O sea que por un lado te mata y por el otro trata de curarte.
Hoy, con respecto a mi tratamiento, bueno, abandoné todo. Por una cuestión económica y de decisión. Abandoné todo el 3 de agosto de 2012. Ahora me duele otra vez todo el cuerpo y sufro una regresión muscular. Incluso, me volvieron los calambres en las piernas. A mí me tienen como un hito en todo esto porque los problemas y las enfermedades directamente se me notan.
Ahora estoy esperando, esperando que se termine todo.
Es una decisión que tomé. Mi hija ya está muy bien preparada. Tengo miles de problemas físicos, pero me siento mentalmente lógico y claro. Ya no tengo más fuerzas.
No le veo sentido a seguir peleando para vivir. “Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; tienen el deber de preservarlo. El daño ambiental generará prioritariamente la obligación de recomponer según establezca la ley. Las autoridades proveerán a la protección de este derecho, a la utilización racional de los recursos naturales, a la preservación del patrimonio natural y cultural y de la diversidad biológica, y a la información y educación ambientales. Corresponde a la Nación dictar las normas que contengan los presupuestos mínimos de protección, y las Provincias, las necesarias para complementarlas, sin que aquellas alteren las jurisdicciones locales. Se prohíbe el ingreso al territorio Nacional de residuos actual o potencialmente peligrosos y de los radioactivos.”
Constitución de la República Argentina. Artículo 41.
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Esto que acaba de iniciarse está hecho de nombres. De historias. Que bajo la pluma de este autor, la presión del tiempo –que corre, fatal, para muchos de los protagonistas de estas páginas–, y el peso de las circunstancias, tratarán de hacerse una sola.
Un relato común. Quien aquí escribe comienza esta investigación con dudas previsibles. Fluctuaciones lógicas de quien intentará llevar a cabo la difícil tarea de reflejar, desde los ángulos más incómodos, los aspectos de una problemática que afecta a millones de personas.
Con la intriga de no saber si, incluso, los mismos nombres que abarrotarán las páginas que siguen permitirán cumplir con una tarea que surgió así, espontánea, a la sombra de injusticias que cada vez se aceptan con mayor naturalidad.
Porque esta es una historia en la que muchos mueren Y aquellos que matan siguen, en su inmensa mayoría, gozando de todas las libertades conocidas para continuar una tarea avalada por quienes deben velar por la seguridad de todos.
Porque sobre esta práctica no sólo descansa un beneficio de unos pocos: paradójicamente, depende la supervivencia económica de todo un país. Las historias de este libro reflejan las contrariedades de un modelo que desde la retórica, desde el aspecto discursivo, se muestra contrario a lo que concreta en la práctica. Y renuevan la idea de que, a la hora de garantizar el rédito económico, poco importan las consecuencias negativas.
Aunque afecten a tantos.
Esta investigación se basa en nombres como Fabián Tomasi, Sofía Gatica, Estela Lemes, Jeremías Chauque, o Ailén Peralta. También de otras identidades: Monsanto, Syngenta, Bayer, Nidera, BASF, Du- Pont, Atanor y Dow, por citar algunas.
Está hecha de declaraciones como la concretada por la presidenta de la nación Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, el 10 de diciembre de 2011 en lo que fue su discurso de reasunción: “No soy la Presidenta de las corporaciones”.
El trabajo que aquí exhibe sus primeros párrafos aborda un mal que ya afecta a más de 12 millones de argentinos distribuidos en 14 provincias.
Como quedará expuesto en páginas sucesivas, este escrito no dará lugar a las medias tintas. Sí habilitará espacios para expresiones malditas como cáncer de pulmón, malformación congénita, aborto espontáneo, diabetes, atrofia, intoxicación, alergia, leucemia.
Todo en derredor de un negocio que le asegurará a la Argentina, sólo durante 2013, ganancias superiores a los 34.000 millones de dólares. Y que en el último decenio aportó al proyecto político del kirchnerismo fondos por más de 170.000 millones de dólares.
Este autor tiene una identidad que no piensa ocultar. Mi nombre es Patricio Eleisegui. Soy periodista. Soy escritor.
La investigación que aquí se presenta habla de los que sufren hoy. De los que murieron, en su mayoría anónimos y acallados. Y de los que, de seguro, morirán mientras se escriben estas líneas. Esta historia tiene más de un punto de partida. El final, no lo sabemos…
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Entrevista con Patricio Eleisegui
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Envenenados: un abomba química nos extermina en silencio
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