Cómo los movimientos de protesta pueden enfrentarse a un sistema capitalista

¿Qué podemos hacer después?

 Por Slavoj Žižek, 24 de abril de 2012

Common Dreams

 

¿Qué podemos hacer después de iniciarse movimientos de protesta como el Occupy Wall Street, y estos se dieran también en Oriente Media, Grecia, España, el Reino Unido, y ahora se están reforzando y extendiendo por todo el mundo?

En San Francisco, donde se hicieron eco del movimiento Occupy Wall Street, el pasado 16 de octubre de 2011, un hombre se dirigió a la multitud invitando a la gente a participar, como si se tratara de un acontecimiento al estilo hippy de los años 1960:

Nos preguntan que cuál es nuestro programa. No tenemos ningún programa. Estamos aquí para pasar un buen rato”.

Estas declaraciones muestran uno de los grandes peligros a los que se enfrentan los manifestantes: el peligro de que se enamoren de sí mismos ahora que se acerca el buen tiempo a los lugares de ocupación”. Unos carnavales baratos – la verdadera prueba de su valía es lo que permanece el día de después, cómo cambia nuestra vida cotidiana. Los manifestantes debieran enamorarse del trabajo duro y paciente: es el comienzo, no el fin. Su mensaje básico es: se han roto los tabúes, no vivimos en el mejor de los mundos posibles, y debe permitírsenos, incluso estamos obligados, a pensar en las alternativas.

En una especie de tríada hegeliana, la izquierda occidental ha cerrado el círculo: después de abandonar el llamado “esencialismo de la lucha de clases” por la pluralidad del antirracismo, el feminismo, etc, ahora resurge claramente cuál es el auténtico problema.

Las dos primeras cosas que se debieran prohibir, por tanto, son la crítica de la corrupción y la crítica del capitalismo financiero. En primer lugar, no debemos culpar a la gente y sus actitudes: el problema no es la corrupción o la codicia, el problema es el sistema que nos empuja a ser corruptos. La solución no es Main Street ni Wall Street, sino que se debe cambiar un sistema en el que Main Street no puede funcionar sin Wall Street. Figuras públicas del Papa, en decadencia, nos bombardea con mandamientos para luchar contra la cultura de la codicia y la consumación – este espectáculo repugnante de moralización barata es una operación ideológica, si es que alguna vez allí hubo una compulsión ( que se amplía) inscrita en el propio sistema que se traduce en un pecado personal, en una tendencia psicológica privada, o como dijo uno de los teólogos del Papa:

La crisis actual no es una crisis del capitalismo, sino una crisis de la moralidad”.

Recordemos el famoso chiste de Ninotchka de Ernst Lubish: el protagonista entra en una cafetería y pide un café sin crema; el camarero le responde: “Lo siento, nos hemos quedado sin crema, sólo tenemos leche. ¿Le puedo traer un café sin leche?”.

¿No fue un truco similar el empleado en la disolución de los regímenes de la Europa comunista Oriental en 1990? Las personas que protestaron querían libertad y una democracia no corrupta y sin explotación, y lo que consiguieron fue libertad y democracia sin solidaridad ni justicia. Del mismo modo, un teólogo católico muy cercano al Papa hizo especial hincapié en que los manifestantes deberían dirigirse contra la injusticia moral, la codicia, el consumismo, etc, sin el capitalismo. La circulación autopropulsada del capital permanece más que ningunas otras verdades de nuestras vidas; una bestia, por definición, no puede ser controlada.

Se debe evitar la tentación del narcisismo de las causas perdidas, quedándonos pavisosos admirando la belleza sublime de los levantamientos condenados al fracaso. ¿Qué nuevo orden debiera sustituir al viejo cuando el sublime entusiasmo de la insurrección haya terminado? Este es un punto crucial que muestra la debilidad de las protestas: expresan la rabia contenida, pero no son capaces de transformarse en un programa mínimo que avance hacia un cambio socio-político. Muestran el espíritu de la revolución sin revolución.

Como reacción a las protestas de París de 1968, Lacan dijo:

A lo que aspiramos como revolucionarios es a tener un amo. Lo tendrán”.

Parece que el comentario de Lacan encontró su hueco (no solamente) entre los indignados de España. En la medida en que la protesta se mantiene a un nivel de provocación histérica del amo, sin ningún programa que  sustituya el viejo orden por uno nuevo, en la práctica funciona como el llamamiento a un nuevo amo, aunque se niegue.

Hemos visto a este nuevo amo en Grecia y en Italia, y algo parecido ocurrirá en España probablemente. Como si irónicamente, respondiendo a la falta de programa de los manifestantes, la tendencia fuera ahora sustituir a los políticos en el Gobierno por un Gobierno “neutral” de tecnócratas despolitizados ( en su mayoría banqueros, como ocurre en Grecia e Italia). Se dejan a un lado los colores políticos, poniendo en su lugar a grisáceos expertos. Esta tendencia se desliza hacia un estado de emergencia permanente y a la suspensión de la Democracia política.

Así que debemos ver en el desarrollo de los acontecimientos también un desafío: no es suficiente rechazar la imposición de un grupos de expertos despolitizados como la forma más despiadada de las ideologías, sino que también hay que empezar a pensar seriamente en lo que puede sustituir a la organización económica predominante, imaginando y experimentando formas alternativas de organización, para así crear los gérmenes de algo nuevo. El comunismo no debe solamente o principalmente ser un carnaval de protesta masiva cuando el sistema se paralice, el comunismo también es, sobre todo, una nueva forma de organización, de disciplina y de trabajo duro.

Los manifestantes no deben tener cuidado solamente con los enemigos, sino también con los falsos amigos que dicen apoyar, pero que trabajan para disolver las protestas. De la misma manera que se toma un café sin cafeína, cerveza sin alcohol, helados sin grasas, se trata de hacer protestas que sólo tengan gestos morales inofensivos. En el boxeo, amarrar significa tener el cuerpo del oponente sujeto con uno o con ambos brazos con el fin de impedir o que tenga dificultades en golpear. La reacción de Bill Clinton a las protestas de Wall Street muestra un claro ejemplo de afianzamiento político: Clinton cree que las protestas son “ una muestra de equilibrio… algo positivo”, pero está preocupado por la inconsistencia de la causa. Clinton sugirió a los manifestantes que apoyen el plan del Presidente Obama para la creación de puestos de trabajo, cuando dijo que iba a crear “dos millones de empleos en el próximo año y medio”. A lo que habría que resistirse en esta etapa es precisamente a traducir la energía de la protesta en una serie de demandas pragmáticas. Las protestas crearon un vacío, un vacío en el campo de la ideología hegemónica, y el tiempo que se necesita para llenar ese vacío de forma adecuada, ya que un vacío es una situación indeseada, debe ser aprovechado para crear una nueva verdad. Los manifestantes parecían sentirse bien reciclando las latas de Coca-Cola, o dando por caridad un par de dólares, o comprando un cappuccino en un Starbucks, que emplea el 1% de sus ingresos en ayudas al Tercer Mundo.

La globalización económica es lenta pero inexorable, y está socavando la legitimidad de las Democracias Occidentales. Debido a su carácter internacional, los grandes procesos económicos no pueden ser controlados por mecanismos democráticos, que están, por definición, limitados a los Estados-nación. De esta manera, la gente experimenta cada vez más formas democráticas que son incapaces de atender a sus intereses vitales.

Aquí, la intuición clave de Marx sigue siendo tan pertinente hoy como lo fue entonces: la cuestión de la libertad no debe ser ubicada principalmente en la esfera política. La verdadera libertad reside en la red «apolítica» de relaciones sociales, desde el mercado a la familia, donde el cambio necesario para realizar mejoras no es una reforma política, sino un cambio en las relaciones sociales de producción. No votamos en referencia a quién posee qué, o sobre las relaciones entre los trabajadores de una fábrica, etc – todo esto se deja a los procesos que están fuera de la esfera de lo político. Es ilusorio esperar que uno pueda cambiar las cosas por extensión de la democracia en este ámbito, por ejemplo, mediante la organización de bancos “democráticos” bajo el control de las personas. Este tipo de procedimientos “democráticos” (que, por supuesto, pueden tener un papel positivo), sin importar cuán radical sea nuestro anticapitalismo, son parte de un aparato del Estado-burgués que está diseñado para garantizar el funcionamiento sin perturbaciones de la reproducción capitalista.

El surgimiento de un movimiento internacional de protesta sin un programa coherente no es un accidente: refleja una crisis más profunda, sin una solución obvia. La situación es como la del psicoanálisis, donde el paciente sabe la respuesta (los síntomas son tales respuestas), pero no sabe a qué son respuesta, de modo que el analista debe formular las preguntas. Sólo a través de un trabajo paciente va surgiendo el programa.

Una vieja broma de la extinta República Democrática Alemana habla de un trabajador alemán que consigue un trabajo en Siberia. Consciente de que todos sus correos van a ser leídos por los censores, dice a sus amigos:

Vamos a establecer un código: si una carta que recibáis de mí está escrita con tinta azul, lo que digo es cierto; si está escrita con tinta roja, es falso”.

Después de un mes, los amigos reciben la primera carta escrita con tinta azul:

Todo es maravilloso: las tiendas están repletas, la comida es abundante, los apartamentos son grandes y bien calentados, las salas de cine exhiben películas del oeste, hay muchas chicas guapas…,, lo único que no hay es tinta roja”.

¿Esta es nuestra situación de ahora? Tenemos todas las libertades que uno desea, lo único que falta es la “tinta roja”: nos sentimos libres, porque nos falta el lenguaje para expresar nuestra falta de libertad. Lo que produce esta deficiencia de medios se puede observar en los términos que usamos en el actual conflicto: “guerra contra el terror, democracia y libertad, derechos humanos, etc, todos ellos términos falsos, lo que desconcierta nuestra percepción de la situación y nos impide pensar.

La tarea de hoy es dar a los manifestantes tinta roja.

  • Este artículo se basa en observaciones que Slavoj Žižek hará en un acto a celebrar en la Biblioteca Pública de Nueva York el 25 de abril, antes de la publicación de El año que soñamos peligrosamente (2012).

  •  Slavoj Žižek es el director internacional del Instituto Birkbeck de Humanidades

http://www.commondreams.org/view/2012/04/24-6