Ser científico en tiempos de Ciencia Ficción

Por Soledad Barruti

El Dr. Horacio Lucero durante una conferencia en el Hospital Garrahan
El Dr. Horacio Lucero durante una conferencia en el Hospital Garrahan

«Existe la ciencia básica que tiene que avanzar para poder llegar a una ciencia aplicada. Pero hay grupos que trabajan durante años, con subsidios muy grandes, y se mantienen en un solo tema, que sólo les importa a ellos, durante todas sus vidas. Se trata de temas que no incomodan a nadie, que difícilmente vayan a cambiar algo..Yo no podría utilizar mi tiempo y mi sueldo en este momento en el que están pasando tantas cosas para emprender una investigación así. Yo creo que el investigador tiene que tener un rol social (…)

…si el día de mañana sale a la luz la verdad, lo que fue el ocultamiento, los intereses que estuvieron en conflicto cuando se decía que lo que estaba en conflicto era la verdad, mis hijos me van a preguntar yo qué hice, si me callé o no, y yo voy a poder mirarlos de frente y responderles que di lo mejor que podía, toda mi carrera, mis horas, mi voluntad»

Horacio Lucero es bioquímico pero en sus charlas se presenta además como un hombre en la línea de Stéphane Hessel: indignado en resistencia. En tiempos de estruendos mediáticos sus movimientos y sonidos son los de un ninja que tiene que avanzar sin ser visto en un pasillo híperiluminado. Su campo de batalla es un laboratorio, su materia de investigación son la citogenética y la biología molecular a través de las cuales analiza la genotoxicidad de las personas que viven en áreas rurales de su provincia, Chaco. Se trata de zonas aisladas y empobrecidas del norte del país hacia las que ha expandido la frontera agropecuaria llevando la infalible fórmula de soja transgénica y toneladas de agroquímicos hasta las puertas de las casas. Barrios que concentran un número insólito de enfermos de cáncer, malformaciones y parejas jóvenes con abortos a repetición. Investigador del área de Biología Molecular del Instituto de Medicina Regional de la Universidad Nacional del Nordeste desde el año 2000, con 60 trabajos publicados en revistas nacionales e internacionales, no le gusta demasiado salir de su trinchera. Pero unos días atrás aceptó venir a Buenos Aires, al hospital Prof. Dr. Juan P. Garrahan, invitado por un grupo de enfermeras que hace años alzan la voz sobre una situación preocupante: la cantidad de niños gravemente enfermos que reciben cada vez con más frecuencia de las provincias. Luego de impartir una charla para enfermeros, médicos, bioquímicos y periodistas, Lucero acepta un café para hablar sobre ciencia e investigación: qué significa ser científico en la actualidad, cómo se sortea la falta de presupuesto, cuán férreos son los paradigmas por los que se mueven las investigaciones, y cómo logra trabajar en un área minada de conflictos de interés.

¿Por qué te hiciste investigador?

Fue en forma casual. Un investigador es alguien que no naturaliza las cosas, sobre todo las que se ven como corrientes. Entonces empezás a leer, a ver quién se preguntó eso antes que vos. Encontrás pruebas, caminos, entradas para avanzar por tu propia ruta. Yo siempre fui así, también cuando trabajaba en mi laboratorio en forma privada.

Pero en un momento te inclinaste a estudiar el efecto de los agroquímicos en la salud de las personas, ¿cómo fue?

Yo del campo no sabía nada. Pero empecé a recibir casos de malformaciones y a generar antecedentes de esta problemática. Era mediados de los 90, se usaban agroquímicos organofosforados en los cultivos y ocurría lo mismo que ahora: lo que lo aplicaban y lo vendían decían que no provocaban nada si se hacía bien. En ese entonces me ofrecieron un trabajo en un instituto de investigación y yo lo vi como una oportunidad para desarrollar una metodología estandarizada de todo lo que me interesaba. Mi trabajo medular fue con Chagas, pero nunca dejé de investigar el efecto que estaban teniendo los agroquímicos en las poblaciones rurales. Lo que pasa es que también sabía que me iba a traer conflictos.

¿Por qué no dejaste de hacerlo?

Porque es como cuando ves un crimen. Cuando ves matar a alguien no te puedes callar porque si no eres cómplice. Ahora, eso te trae inconvenientes. Si ser testigo en un accidente de tránsito te trae problemas imaginate algo así. Pero yo no podía dejar de ver y a medida que veía no podía dejar de involucrarme. El tema me perseguía aunque no quisiera y fui armando una carpeta de antecedentes porque estaba seguro de que en algún momento el asunto iba a explotar.

¿Compartías tus inquietudes con alguien?

Sí, con diferentes profesionales como médicos o ingenieros del INTA que me ayudaban con datos y después se desvinculaban. Y yo tenía que ser muy cuidadoso para que nadie supiera que me estaban facilitando información.

Entonces cuando el asunto finalmente explotó en los primeros años del 2000 vos con tu investigación estabas solo.

Sí, yo era una de las caras visibles de esta parte del país, de Chaco, cuando empezaron a aparecer los pueblos fumigados.

Y estabas por emprender un camino muy arduo que todavía continúa. Hablemos por favor de eso: de lo que significa para un científico enfrentarse a un problema social de esta magnitud con toda la ansiedad que eso genera, teniendo que respetar los procesos científicos que tienen tiempos bastante lentos de cara a una situación así.

Sí, los tiempos son complejos. El primer caso que a mí me indignó fue de una bebé que había nacido con varias malformaciones en el año 93. Todavía no había transgénicos –que luego generarían que los agroquímicos se aplicaran de manera mucho más masiva- pero ya se veían los daños que generan los venenos sobre la población. A partir de entonces sólo me llegaron más casos. Y yo pensaba: estos son los casos que me llegan a mí, si yo fuera a buscarlos el problema debe ser mucho mayor.

Es algo que todavía ocurre me imagino.

Sí claro. Pensá que estamos hablando de lugares inaccesibles, de viviendas aisladas, de personas que no están en el sistema de salud pública y que entonces, aparte de no recibir atención alguna, no generan estadísticas. Son NN y cuando aparecen, con toda su patología a cuestas y sus antecedentes, se transforman en un problema.

¿Qué hace un científico cuando todavía no puede probar en laboratorio o con estadísticas lo que intuye puede ser una tragedia social?

Debe avisar, debe actuar por el camino burocrático previsto. Yo en el año 2000 fui a la Cámara de Diputados y les presenté mi carpeta. Les dije: esto es una bomba de tiempo. Por supuesto no me prestaron ninguna atención.

Volviendo a la investigación ¿por qué resulta tan complejo delimitar una causa-efecto inapelable?

En primer lugar porque por supuesto no se puede experimentar en humanos, tenés que experimentar en animales con modelos adecuados como los anfibios que tienen el mismo proceso de embriogénesis que nosotros. En segundo lugar porque si vos acotás tu investigación a la población expuesta para que sea inapelable deberías aislar a esa población, procurar que no esté expuesta a ninguna otra sustancia, y luego establecer una relación entre la exposición y el daño. Es algo que puedes hacer experimentalmente: agarrar anfibios y exponer las células al contaminante.

Lo que hizo Andrés Carrasco a mediados de 2000.

Exactamente. Y de ese modo yo sé que esa célula tiene un hábitat donde lo único que no debería estar es ese agente externo, en ese caso el glifosato. Pero en los lugares donde viven las personas ese aislamiento no sucede.

Ahora, eso es muy interesante porque lo mismo se puede trasladar a otras problemáticas. Los estudios que se han hecho hasta ahora sobre el sodio y su relación con la hipertensión, por ejemplo: si bien pareciera que hay un consenso absoluto cuando leés el debate científico se plantea que la imposibilidad de mesurar la ingesta real y la exposición de una población a esa sola sustancia hace imposible establecer una relación causa-efecto con cantidades precisa.

Claro, es un problema en casi todos los ámbitos. En ciencia siempre hay un nivel de incertidumbre y vos tenés que intentar que sea cada vez menor. Tenés que lograr encontrar a la población más indubitadamente expuesta y descartar otros problemas. En el caso de mis estudios, de los agroquímicos, la forma de aislar lo mejor posible a esa población es descartando y estudiando a la vez otros contaminantes como metales pesados o radiaciones. De ese modo ves qué nivel de significación tiene cada contaminante. Si los plaguicidas están aumentados en 10 o 50 veces su valor con respecto a otras sustancias, si se hallan en la sangre de las personas, volcás esos casos a un software y ves si existe relación estadística entre las dos variables.

¿Cuán costoso es hacer todo eso?

Las determinaciones de agroquímicos son relativamente económicas; las de genotoxicidad no son costosas pero son muy laboriosas.

¿De qué se tratan?

Se basan en contar los micronúcleos que se desprenden de las células cuando se duplican. Vos tomás un número de pacientes expuestos e igual número de no expuestos y de cada uno tenés que contar mil células que sean binucleadas y 100 células para aberraciones cromosómicas. El problema es la cantidad de personas que tenés haciendo ese trabajo. En mi laboratorio somos dos. En Río Cuarto (Córdoba) donde el grupo de investigadores es mayor, se presentó en estos días un trabajo fantástico en niños de poblaciones rurales que encontró que los que estaban más cerca de los campos (hasta 500 metros) tuvieron 1,66 veces más micronúcleos que los niños de la población control (los niños de la ciudad de Río Cuarto). Esto es estadísticamente significativo.

El IARC –el instituto de cáncer de la OMS- acaba de elevar el glifosato y otros cuatro plaguicidas a la categoría de cancerígenos tomando  17 trabajos publicados; ¿por qué no se incluyen en la revisión los trabajos argentinos?

No lo sé. De Latinoamérica aparece uno colombiano que cuenta micronúcleos y aberraciones cromosómicas pero en Córdoba hay varios trabajos publicados sobre ese tema. Creo que debe haber intereses que estamos desconociendo. Es raro que tampoco se tomen los excelentes trabajos que hay en México o en Costa Rica.

Los criterios no siempre son imparciales. Eso fue muy claro con el trabajo de Andrés Carrasco (si bien él explicó las malformaciones en embriones, no el camino previo a los estados oncológicos) siempre fue muy criticado porque, viendo la gravedad que implicaban sus hallazgos, anunció públicamente cuáles eran, antes de que su trabajo fuera publicado. No lo perdonaron jamás por eso. Ni siquiera cuando su trabajo finalmente se publicó en una de las revistas más importantes y la ruta metabólica que él mostró es la que se utiliza ahora en los estudios que se están haciendo en Estados Unidos sobre glifosato, relacionando este herbicida con un aumento significativo de enfermedades propias de la dieta occidental.

Algo que no comprendo sobre la discusión científica en torno a algunos plaguicidas es cómo puede fluctuar entre que no producen nada y que producen tantas cosas, y ante ambas posturas mostrar trabajos publicados. ¿Se direccionan ideológicamente los estudios?

Sí, seguro. Además de intereses hay mucha necedad, mucha arrogancia, esnobismo, y eso termina en científicos que pareciera que desconocen los conceptos más básicos de su profesión. Pero fue algo que siempre sucedió. La ciencia no es una profesión donde vayas a encontrar mucha humildad, sobre todo entre los científicos encumbrados. Hay algunos que tienen un tema hace añares y si aparece alguien que se dispone a estudiar lo mismo lo dejan automáticamente desacreditado. Es de locos, pero es así. Hay dueños de temas: es algo rutinario. Por eso es notable cuántos de los descubrimientos más brillantes han sido sistemáticamente desacreditados en primer lugar y luego ovacionados por la elite científica. Ocurrió con Copérnico que formuló la teoría heliocéntrica del sistema solar luego de trabajar durante veinticinco años en el desarrollo de su modelo y fue desacreditado por el establishment científico de la época. Albert Einstein sufrió todavía más. Incluso se llegó a publicar un libro titulado Cien autores en contra de Einstein, cuyo objetivo era evidente. Él se limitó a decir: “¿Por qué cien? Si estuviera equivocado, bastaría con uno solo.” Lo mismo ocurrió con Gregor Mendel, quien sentó las bases de la genética actual, pero en un principio sus resultados fueron ignorados por completo, y tuvieron que transcurrir más de treinta años para que fueran reconocidos y entendidos.

Hay muchísimos ejemplos y todos demuestran que dentro del sistema hay una administración del conocimiento donde muchos terminan excluidos y finalmente a algunos se les terminan por reconocer los logros cuando ya no están.

Da la impresión de que la ciencia avanza a ciegas de su propia historia.

Se cometen los mimos errores. Porque es muy fácil monopolizar las líneas de pensamiento. Y eso es algo que ahora está agudizado por la cantidad de dinero que hay de por medio. Porque mientras se sostienen algunas falacias hay industrias que se están haciendo millonarias.

¿Qué es lo peor a lo que se están exponiendo esos científicos?

A quedar en ridículo. La construcción del conocimiento es dinámica. Y los que actualmente construyen espacios de poder a través de sus conocimientos sin reconocer los eventos científicos que pueden cambiar los paradigmas, quedarán necesariamente expuestos . Cuando Thomas Kuhn definió qué era un paradigma científico dijo: son realizaciones universalmente reconocidas que durante cierto tiempo proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica. El problema de muchos es que no recuerdan la parte de “cierto tiempo”.

A la vez se está planteando una crisis que pone en duda el establishment científico. Fue destacable que Randy Schekman, el último nobel de medicina, llamara a boicotear a las revistas científicas donde dijo no publicaría más, o que se dejara en evidencia la fabricación masiva de datos y hasta casos de fraude que lograron pasar todas los chequeos de pares que se hace en las revistas más encumbradas.

Las revistas científicas son las que de algún modo terminan avalando los trabajos o no cuando deciden publicar. El problema es que hay veces en que los rechazos son muy banales y argumentan por ejemplo que la investigación es muy local, o que el grupo étnico elegido no es representativo porque se trata de un pueblo originario. Cuando justamente eso debería ser lo valioso para la publicación: el acceso a un grupo con características particulares o con cierto aislamiento, que en poco tiempo puede desaparecer. En muchas ocasiones nunca se termina sabiendo el motivo real del rechazo porque su respuesta llega en formatos predeterminados. Pero más allá de eso se necesita publicar para dar a conocer los hallazgos y que sean validados por los pares… De todos modos a mí me desvelan otras cosas como tener que tener dos trabajos más aparte del de investigador para poder vivir y no traicionar mis principios y valores, que tengo como todo trabajador.

Suele decir que no quiere ser parte de la ciencia lúdica ¿a qué se refiere con eso?

Existe la ciencia básica que tiene que avanzar para poder llegar a una ciencia aplicada. Pero hay grupos que trabajan durante años, con subsidios muy grandes, y se mantienen en un solo tema, que sólo les importa a ellos, durante todas sus vidas. Se trata de temas que no incomodan a nadie, que difícilmente vayan a cambiar algo. Yo no podría utilizar mi tiempo y mi sueldo en este momento en el que están pasando tantas cosas para emprender una investigación así. Yo creo que el investigador tiene que tener un rol social. Pero esa es mi postura y sé que no tiene que ser la de todos.

Otra cosa que sucede con los investigadores que trabajan sobre plaguicidas es que enseguida son tomados como activistas.

Esa es una estigmatización muy funcional, generalmente alimentada por las mismas empresas a las que no les conviene cierta investigación. Pero eso pasa siempre que se tocan intereses muy grandes, no sólo con los plaguicidas.

Pero incluso en el imaginario social eso está instalado: que un científico que se ve recorriendo barrios, hablando con las víctimas, colaborando con ellos, es menos serio que un investigador que trabaja sin salir jamás de su laboratorio o financiado por grandes empresas.

No siempre es así. Por ejemplo Raúl Montenegro de la Universidad Nacional de Córdoba, es Premio Nobel Alternativo por su trabajo en defensa de la salud medioambiental, y se ganó un lugar muy prestigioso a nivel internacional.

Pero en líneas generales creo que los medios de comunicación tienen mucho que ver con eso que decís. Con el lugar que le dan a cada uno, la foto que le toman, lo que destacan. Para mí este es un emprendimiento muy solitario, muchas veces ingrato, del que no me puedo retirar después de todo lo vivido, tanto bueno como malo. Porque si el día de mañana sale a la luz la verdad, lo que fue el ocultamiento, los intereses que estuvieron en conflicto cuando se decía que lo que estaba en conflicto era la verdad, mis hijos me van a preguntar yo qué hice, si me callé o no, y yo voy a poder mirarlos de frente y responderles que di lo mejor que podía, toda mi carrera, mis horas, mi voluntad.

¿Cuán prudente te exige ser este camino con respecto a la información que generás o al momento de dar tus opiniones?

Muchísimo. Yo siempre tengo en cuenta que el lugar donde debo defender mis ideas es en el laboratorio. Porque ahí afuera hay un montón de personas esperando a que me equivoque, a que diga algo fuera de lugar para derribar mi trabajo de investigación. Por eso también intento ser muy cuidadoso al momento de atender a un periodista que no conozco. Los tiempos del periodismo no son los de la ciencia, son más apurados, y en el apuro se equivocan. La ciencia es menos impactante, menos estridente y eso no sirve para vender.

¿Qué lleva a pensar que en las zonas rurales la mayoría de los casos de malformaciones o de discapacidad o de cáncer tiene que ver con agroquímicos?

Que se están violando todas las leyes, que a las personas les arrojan veneno inadvertidamente, sin tener en cuenta los límites de aplicación ni las derivas de los productos que contaminan animales, fuentes de agua y personas, y que las escuelas rurales quedaron atrapadas por el crecimiento de la frontera agropecuaria entre los campos y no han dejado de denunciar esos atropellos sin que nadie intervenga. Es como un gran experimento de campo desde hace muchos años y sin consentimiento de las víctimas. Pero claro, luego del primer impulso de decir una víctima más, hay que descartar otros posibles problemas, otras sustancias contaminantes y, para eso, hay que hacer estudios.

La prensa entonces para ustedes es un arma de doble filo: por un lado deja en evidencia lo que está pasando pero por otro precipita resultados, o equivoca conclusiones.

Sí y sin querer en muchos casos juegan muy en contra. Porque además puede ser muy poco rigurosa. A veces se equivocan tanto o son tan amarillistas que yo termino dudando de las intenciones de algunos artículos.

En qué sí coincide con la prensa, no con la amarillista, claro. Con la que tiene un interés genuino en mostrar la verdad.

En darle voz a los que están afectados. Ellos necesitan hablar, ser escuchados. Que alguien se acerque y se disponga a hacer eso es tan valioso. Me resulta una necesidad humana, más allá de la profesión que elegí.

¿Por qué camino continúa su investigación?

Ahora acabamos de suscribir un convenio de colaboración entre el Dr. Raúl Montenegro (Profesor Titular de la Cátedra de Biología Evolutiva Humana de la Facultad de Psicología en la Universidad Nacional de Córdoba y Presidente de la Fundación para la Defensa del Ambiente), el Dr. Jean-Jacques Girardot (investigador de la Universidad de Franche-Comté en Besançon en Francia), la Dra. Delia Aiassa (investigadora del Departamento de Ciencias Naturales de la Facultad de Ciencias Exactas, Físico-Químicas y Naturales de la Universidad Nacional de Río Cuarto, en Córdoba) y nosotros en la Universidad Nacional del Nordeste. El trabajo consiste en un estudio integral ambiental de las zonas afectadas del Chaco para estudiarla en profundidad, y descartar otros posibles contaminantes. ¿Cuánto nos puede tomar eso? Mínimo dos años. Es mucho tiempo. Entonces, con todas las pruebas que ya hay, por principio precautorio mientras se realiza la investigación habría que prohibir o restringir fuertemente las fumigaciones. El Estado no puede seguir estando ausente y las autoridades de salud pública tendrán que salir a fijar posiciones férreas en defensa de los afectados, que somos todos.

Información enviada por Meche Mendez

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