Por Denise Caruso
(Artículo publicado el 1 de julio de 2007 pero que sigue estando plenamente vigente)
El negocio mundial de la Biotecnología mueve cada año 73.500 millones de dólares, pero pronto tendrá que considerar los nuevos descubrimientos que ponen en tela de juicio los principios científicos en los que se sustenta
El mes pasado, un grupo de científicos publicaba los resultados que contradicen la visión tradicional de cómo funcionan los genes. Este exhaustivo esfuerzo ha tenido una duración de 4 años, bajo los auspicios del Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano de Estados Unidos y con la participación de 35 grupos pertenecientes a 80 organizaciones de todo el mundo. Para su sorpresa, los investigadores encontraron que el genoma humano podría no ser una “colección ordenada de genes independientes” y que cada secuencia de ADN tuviese una única función, ni una predisposición a la diabetes o a enfermedades del corazón.
Al contrario, los genes parecen operar dentro de una red compleja, solapándose unos con otros, interactuando entre sí y con otros componentes en formas aún no completamente entendidas. Según el Instituto, estos resultados desafían los conocimientos que teníamos hasta ahora, y harán “repensar nuestras ideas sobré qué son los genes y qué es lo que hacen”.
Los biólogos ya habían observado desde hace años estos efectos de red en otros organismos. Pero en el mundo de la ciencia, los descubrimientos muy a menudo no cuestionan el pensamiento convencional hasta que se relacionan con los seres humanos.
Es probable que estos descubrimientos tengan repercusiones mucho más allá del laboratorio. La presunción de que los genes funcionaban de forma independiente se institucionalizó en 1976, cuando se fundó la primera empresa de Biotecnología. De hecho, es el fundamento económico y normativo sobre el que ha construido toda la Industria de la Biotecnología.
La innovación engendra riesgo, casi por definición. Cuando algo es nuevo, sólo podemos predecir cuales van a ser sus repercusiones. Los descubridores a menudo sólo ven los beneficios que pueden reportar. Pero cuando se trata de descubrimientos que afectan a la alimentación o a los medicamentos, entonces hay que actuar con cuidado. Las nuevas informaciones pueden invalidar antiguos principios, y por lo tanto poner en duda los supuestos beneficios y las pretensiones de seguridad, sobre los que se han desarrollado una serie de productos.
Por ejemplo, los antibióticos se han considerado medicamentos milagrosos que, por primera vez en la historia, reducen en gran medida la probabilidad de que una persona muera por una infección bacteriana. Pero los médicos no sabían que el material genético responsable de conferir resistencia a los antibióticos se transfiere fácilmente de unas especies de bacterias a otras. Una prescripción excesiva de antibióticos ha dado lugar a la aparición de superbacterias, que ahora resulta prácticamente imposibles de matar.
La Industria Biotecnológica se desarrolló sobre la base de un principio que parecía convincente. Conocido como el Dogma Central de la Biología Molecular, dice que cada gen de un ser vivo, desde las bacterias a los seres humanos, lleva la información necesaria para producir una proteína.
Las proteínas son los engranajes o motores que impulsan el funcionamiento de las células y, en última instancia, de los organismos. En los años 1960, los científicos enunciaron el principio de que un gen que produce una determinada proteína en un organismo produciría una proteína similar en otro organismo. La similitud entre la insulina producida por los seres humanos y los cerdos hizo que se utilizase alguna vez la insulina de cerdo para salvar la vida de los diabéticos.
Los científicos que desarrollaron el primer ADN recombinante en 1973, lo hicieron sobre la base de este principio mecanicista: “un gen, una proteína”.
Debido a que se creía que los genes estaban asociados con una función específica, con unas propiedades discretas y límites claros, los científicos suponían que un gen de cualquier organismo podría encajar perfectamente de forma predecible en otro organismo mayor, y que por tanto los productos de estas empresas se podían desarrollar sobre esta base, y se podrían proteger por las leyes de propiedad intelectual.
Esta presunción está ahora en disputa, lo que un biólogo molecular designa como “el gen industrial”.
“El gen industrial es uno que se puede definir como de propiedad de alguien, que se puede rastrear su presencia, que se ha demostrado que es razonablemente seguro, que tiene efectos uniformes, que se puede vender y ser reincorporado”, dijo Jack Heinemann, profesor de Biología Molecular en la Escuela de Ciencias Biológicas de la Universidad de Canterbury de Nueva Zelanda y Director del Centro de Investigación Integrada en Seguridad Biotecnológica.
En Estados Unidos, la Oficina de Patentes y Marcas permite patentar genes sobre la base de este efecto o función uniforme. De hecho, se define un gen en estos términos: una secuencia ordenada de ADN que “codifica un producto funcional específico”.
En el año 2005, un estudio demostró que más de 4000 genes humanos ya habían sido patentados, solamente en Estados Unidos. Esto representa una pequeña parte del número total de patentes de genes de plantas, animales y microorganismos.
En el contexto de los resultados de este grupo de científicos, esta definición plantea ahora algunas preguntas fundamentales sobre la consistencia de esas patentes.
Si los genes son sólo uno de los componentes del funcionamiento del genoma, ¿no supondría motivo de controversia cuando otra persona reclama la patente del mismo gen que forma parte de otro componente crucial de la red? ¿Podrían ser los propietarios de las patentes de genes responsables de los daños colaterales no deseados causados por los efectos de la red de los genes de su propiedad?
Y sin tan importantes son otros componentes que aún no se sabe muy bien cuál es su función, ¿no empañaría el atractivo mercado para los inversores en Biotecnología, cuando se pone en duda que la propiedad intelectual sea inequívoca e indiscutible?
Aunque todavía nadie ha cuestionado la base jurídica de las patentes de genes, la propia Industria Biotecnológica ha reconocido, desde hace tiempo, que la Ciencia va descubriendo ciertos aspectos que generan incertidumbre.
“El genoma es enormemente complejo y lo único que podemos decir al respecto con certeza es que nos queda mucho por aprender”, escribió Barbara A. Caulfield, Vicepresidenta Ejecutiva y Consejera General de la empresa de Biotecnología Affymetrix, en un artículo de 2002 “Por qué odiamos las patentes de genes”, aparecido en Law.com.
Barbara Caulfield también dijo que “estamos aprendiendo que muchas enfermedades no están provocadas por la acción de un solo gen, sino por la interacción de muchos genes”. Señala que ya con anterioridad “los científicos anunciaron que habían descifrado las estructuras genéticas de una de las formas más virulenta de malaria, que podría implicar interacciones de unos 500 genes”.
Pero aún más importante que las implicaciones que estos descubrimientos podrían tener en la Ley de Patentes, aparecen controvertidas cuestiones de seguridad. Si hay evidencias de que el genoma es una red, entonces se desmoronan las bases científicas de todas las evaluaciones de riesgos de los productos biotecnológicos que se comercializan hoy en día y de los productos farmacológicos que se obtienen a partir de cultivos modificados genéticamente.
“La verdadera preocupación que siempre hemos tenido es que los productos biotecnológicos se han comercializado de forma prematura, cuando todavía no se comprende muy bien qué son los genes”, dijo el profesor Heinemann, que escribe y enseña sobre cuestiones de Bioseguridad.
“Debido a que las patentes de los genes y las técnicas de la Ingeniería Genética se definen en términos de que los genes actúan de forma independiente, las Agencias de Regulación no son conscientes de los efectos derivados de que en realidad se trate de una red muy compleja”.
Sin embargo, hasta la fecha, todas las reclamaciones sobre la seguridad de los productos biotecnológicos se han descartado de forma categórica, o incluso ridiculizado por no considerarse científicas. Una mesa redonda del año 2004 sobre seguridad de los alimentos biotecnológicos, patrocinada por Pew Initiative on Food and Biotechnology, proporciona un ejemplo típico:
“Tanto la teoría como la experiencia confirman la extraordinaria previsibilidad y la seguridad de la tecnología de manipulación genética y sus productos derivados”, dijo el Dr. Henry I. Miller, investigador de la Hoover Institution, en representación de las Empresas de Biotecnología. El Dr. Miller fue el Director de la Oficina de Biotecnología de la FDA y presidió la aprobación de los primeros alimentos biotecnológicos en 1992.
Las conclusiones del grupo de científicos ponen en entredicho las validez de esa teoría, y puede que haya llegado el momento de que la Industria Biotecnológica vuelva a examinar las consecuencias del uso y consumo de sus productos, y que comparta sus conocimientos con las Agencias de Regulación y otros científicos.
No es la primera vez que se le pide que lo haga. Un editorial de año 2004 en la revista Nature Genetics solicitaba a los investigadores académicos y de las empresas que diesen a conocer sus descubrimientos de forma que se pueda construir un mejor conocimiento científico.
Según el profesor Heinemann, muchas empresas de Biotecnología ya realizan estudios genéticos detallados de sus productos, para perfilar la expresión de proteínas y otros elementos. Pero no están obligados a dar a conocer la mayor parte de estos datos a las Agencias de Regulación, y por lo tanto no lo hacen. De este forma, mucha información científica queda oculta.
“Algo que estamos discutiendo en Nueva Zelanda sobre la seguridad de los productos biotecnológicos es si las empresas deben estar obligadas o no a presentar sus datos de perfiles genéticos para así identificar los posibles peligros”, dijo el profesor Heinemann. De ser obligatorio el cumplimiento de estos requisitos, las empresas y las Agencias de Regulación no seguirían negando que “los genes forman parte de una red muy compleja”.
El editorial de Nature Genetics, titulado ¿Buenos ciudadanos o buenos negocios?, exponía estos argumentos como una opción de lo que Industria debiera hacer, dada la importancia de los nuevos descubrimientos, los cuales establecen notables diferencias con los conocimientos de que hasta ahora se disponían.
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Denise Caruso es Directora Ejecutiva del Hybrid Vigor Institute, que estudia la resolución de los problemas en colaboración. Puede visitar su página web: http://www.caruso.com/
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Procedencia del artículo:
http://www.nytimes.com/2007/07/01/business/yourmoney/01frame.html?pagewanted=1&_r=2&ref=yourmoney&
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