Por Jason Hirthler, 25 de noviembre de 2016 |
Las noticias falsas no son noticias. Se trata de una estrategia que ya fue utilizada quizás en la antigua Atenas. Platón consideraba a los sofistas, rivales de Sócrates, como unos charlatanes, es decir una primera versión del engaño y del disimulo mediático. Este problema también hizo acto de presencia en la América colonial. Escuche si no lo que dijo Thomas Jefferson al respecto:
“Los mecanismos más eficaces para mantener la paz en una nación son los medios públicos de comunicación… Un Gobierno despótico mantiene siempre a un ejército permanente de periodistas que, sin considerar la verdad o lo que podría ser la verdad, inventan y escriben aquello que pueda servir a su Régimen. Esto es suficiente para la gente que no sabe distinguir lo falso de las noticias ciertas de un periódico”. |
Uno podría añadir también que la información pública es un motor muy eficaz para provocar indignación en una nación, como ya demostró la Comisión Creel de Woodrow Wilson. Pero se han añadido nuevos artefactos en esta sórdida historia de propaganda, creados por nuestra prensa liberal que se autocongratula. Los medios de comunicación dominantes han publicado últimamente un aluvión de información sobre las noticias falsas: Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, se ha comprometido a acabar con las noticias falsas; el Presidente Obama alertó en Alemania sobre los peligros del periodismo ajeno a los hechos y demonizan a personas e instituciones. Se trata, por supuesto de una de las mayores hipocresías del impulsor de una Segunda Guerra Fría.
Sin embargo, esta estrategia supone una amenaza, ya que podría servir fácilmente como pretexto para silenciar a los medios alternativos y combatirlos más activamente en Internet. Este podría ser el resultado de este ciclo electoral: unas serie de medidas estatales para imponer un control del pensamiento en la red. Podría servir muy bien de ejemplo de lo que Naomi Klein denomina “doctrina del shock”: la élites en los momentos de crisis aturden a la población para provocar una serie de cambios ideológicos impulsados bajo el paraguas del populismo. Oportunismo en el momento más adecuado. Como después de un tsunami los magnates de los bienes inmuebles se apropian de las valiosas propiedades de los pescadores frente al mar. Después de un ataque terrorista, se usa la Seguridad como pretexto para avanzar hacia un Estado de emergencia o para aumentar el aparato de vigilancia. Y después del período de aturdimiento electoral, se utiliza el pretexto de las noticias falsas en Internet para censurar la prensa digital diciendo que se trata de una forma de proteger la Democracia.
Dios los cría y ellos se juntan
El asunto de las noticias falsas circula por los medios de comunicación corporativos, y es una señal, independientemente de algún mea culpa en algunos editoriales sobre las erróneas interpretaciones del público estadounidense, de que no han aprendido absolutamente nada, ni nunca han tenido la mínima intención de hacerlo. Ahora The New York Times pide la censura de las “noticias falsas” y su columnista Nicholas Kristof cree que el principal problema con los medios de comunicación es que no mantienen contacto con la clase obrera. Es cierto, pero Kristof dice esto en medio de un anuncio que denuncia las noticias falsas en los medios alternativos, sin que aborde las mentiras desenfrenadas en los medios corporativos. Pero, claro, estas noticias falsas deben pasarse por alto porque sirven para ocultar los delitos de los poderosos intereses de estos medios de comunicación. Como escribió recientemente el periodista Glen Greenwald: “La religión suprema de la prensa estadounidense es la reverencia al poder”.
Al mismo tiempo que esta crítica de los medios de comunicación corporativos sobre las “noticias falsas”, también existe un miedo a la propaganda rusa, que se confunde con noticias falsas, bajo la rúbrica de un Internet peligroso y oscuro. Pero un ejemplo de una tergiversación más descarada es la que ofrece la portada del Washington Post, que da crédito a la teoría de la conspiración por parte de Vladimir Putin como una estrategia de propaganda nefasta que ha logrado “sembrar la desconfianza en la Democracia estadounidense y en sus líderes”. A continuación hace referencia a un par de oscuros Informes de este complot del Kremlin que amenaza a la gente. Uno de los Informes pertenece a un grupo llamado PropOrNot, donde se dice que se trata de investigadores “independientes”, que parecen considerar que cualquier reportaje no hostil a la política exterior de Moscú es propaganda rusa. No ofrece ningún hecho para invalidar el contenido de estos sitios: como no se trata de propaganda proimperialista, a favor de la guerra y pro-Washington, entonces se trata de mentiras. En ese Informe se ofrece un listado de varios sitios web de la izquierda, que no serían otra cosa que agentes soviéticos, tales como truthdig.org, truth-out.org, greanvillepost.com, counterpunch.org, globalresearch.ca y muchos otros. Por supuesto, el artículo del Washington Post da una visión muy favorable del periodismo, del que dice que es de interés público.
PropOrNot define la propaganda como:
“Una forma sistemática de persuasión que intenta influir en las emociones, las actitudes, las opiniones y las acciones de determinado grupo de gente con fines políticos, ideológicos y religiosos, a través de la transmisión controlada de mensajes falsos, selectivamente omitidos y unilaterales (que pueden ser o no actuales) a través de los canales de los medios de masas o directamente”.
Esta definición absurdamente inclusiva acusa a cada corriente del país y cualquier medio alternativo de izquierdas o derechas que posea unos valores de antemano. En otras palabras, la opinión misma se convierte en vil propaganda. Entonces, ¿quién debe informar u opinar sobre las noticias? ¿Se puede confiar en alguien para presentar hechos objetivos sin que se produzca un sesgo en determinada dirección? ¿Y quién decidirá? ¿No se trata en realidad de un ataque directo a la libertad de prensa, a la libertad de expresión?
Otro gesto de gran hipocresía es el del Parlamento Europeo que codificó la propaganda occidental en una resolución que denuncia la desinformación y la propaganda hostil y señala que la propaganda rusa socava la noción misma de información objetiva y la ética del periodismo. Alguien debiera decir a la UE que quien socava la ética del periodismo son aquellos que difunden propaganda en masa a través de grupos occidentales, tales como Robert Creel, Walter Lippmann y Edward Bernays. La UE también debiera recordar que debe su existencia a la propaganda masiva a favor de la UE, que disipó los temores públicos de que las naciones perdieran su soberanía bajo el paraguas de la UE, que es precisamente lo que sucedió. Del mismo modo, la propaganda rusa sería cualquier información que se niegue a adoptar un punta de vista anti-ruso, o critique las política imperial de Washington.
Pero hay mucha gente que no cae en la trampa de esas artimañas. ¿Recuerda el ejército permanente de periodistas de Jefferson? Ron Paul se tomó la molestia de hacer una lista. Sin duda, cualquier lista seria de medios que publican noticias falsas tendría que comenzar con los siguientes medios de comunicación, entre otros muchos:
The New York Times
The Washington Post
Fox News
CNN
MSNBC
Pero cuando hablamos de noticias falsas no estamos hablando de medios panfletarios de supermercado que afirman que Michelle Obama ha sido secuestrada por extraterrestres, o sobre el plan de Obama de convertir Estados Unidos en un gran califato islámico. Es mucho más sutil que todo eso. El periodista Jay Tabar escribe:
“Aunque los medios de comunicación convencionales informan, no resulta comprensible esa información, dejando fuera lo que es esencial para un conocimiento que permitiría a los lectores formar su propio juicio, en lugar de consumir las distorsiones corporativas y la propaganda estatal”.
Otro efecto adverso de este pernicioso concepto no es sólo que puede fomentar la censura de los sitios alternativos de noticias, sino que puede implicar, aunque sea por extensión, que sólo los medios corporativos son los que ofrecen noticias reales. Resulta difícil mantener este argumento después de décadas de dirigismo corporativo y la absoluta falta de escrúpulos para demonizar a los enemigos. La idea es empujar a las Empresas de los medios digitales y redes sociales, tales como Twiter, Google y Facebook, hacia una autocensura. Cualquiera que haya trabajado alguna vez en una Corporación sabe que no existe el discurso libre dentro del Santuario corporativo, al menos sin repercusiones graves por desafiar las líneas del partido. Lo cual nos lleva a otro asunto que todavía colea después de los años pasados: la era McCarthy.
Difamando a los medios estatales
En la era del Gobierno de las Corporaciones, la idea de que los medios de propiedad estatal son más peligrosos o partidistas que los medios de propiedad Corporativa no debiera ser motivo de la mínima atención. Pero esta miserable afirmación sigue circulando, y la última vez en boca del portavoz del Departamento de Estado, John Kirby, ante las preguntas de un periodista de RT sobre sus acusaciones contra Rusia. En primer lugar, se negó a dar pruebas para respaldar sus afirmaciones de que los rusos atacan los hospitales sirios. Luego, como periodista estadounidense, se alzó para defender su derecho a plantear dicha cuestión, pero Kirby saca de repente a colación los medios nacionales para desacreditar a RT.
¿Cuál es exactamente, señor Kirby, la diferencia entre los medios de propiedad estatal y los de propiedad corporativa? ¿Por qué se desprecia a los primeros y a los segundos se los trata como si fueran un faro de pureza periodística? A pesar de mi repugnancia por la ineficacia de los Gobiernos contra la corrupción, hay que admitir que los medios corporativos son los falsificadores más eficientes y persuasivos de la realidad. Décadas de hostilidad y falsedades han dado a las Corporaciones una ventaja comparativa en el negocio de la manipulación. La propaganda estatal sigue siendo algo más torpe en este sentido.
Resulta aún más absurda cuando se piensa en la miríada de órganos de propaganda del Estado estadounidense, que dicen ser ONG, entre ellas la Fundación Nacional para la Democracia y sus excrecencias capilares, como el Instituto Republicano Internacional (IRI) y el Instituto Nacional de la Democracia (NDI). Pero estas organizaciones, nominalmente no partidistas, están infestadas por ideólogos del Congreso y están financiadas por el Departamento de Estado. La verdad es que cualquier medio corporativo, o del Estado, o medio alternativo, desde el Washington Post a RT, desde Black Agenda Report a Counterpounch, debieran escudriñarse para comprobar la veracidad de sus contenidos. El intento de Kirby de lanzar sospechas sobre los medios estatales puede ser un hecho aislado, pero usó esta estrategia para desviar la atención antes su falta de pruebas.
Sesgo en las confirmaciones y adicción a las falsedades
Como consecuencia de los ritos funerarios y las lágrimas derramadas después de las elecciones, se ha producido un raquítico aumento en el número de suscripciones al Establishment de las publicaciones liberales. The Atlantic, The New York Times, The Nation y Mother Jones, han recibido, de una a otra costa, numerosas voces clamando una respuesta. El pensamiento de estas gentes de las Corporaciones que se dirigen hacia espacios ideológicos seguros, resulta hasta divertido, hasta que usted piensa en lo que realmente está sucediendo. Estos medios canalizan a sus aterrorizados acólitos hacia los pliegues de la Democracia, habiendo de por medio cuatro años de una demente desregulación republicana para apuntalar el cadáver momificado del Partido Demócrata. Los votantes nunca aprenderán mientras se aferren al megáfono de los medios corporativos. A menos que la burguesía (empresarios liberales) no se liberen de su dosis de MSM IV, las campañas como las de Jill Stein no alcanzarán el umbral de 5%, el cambio radical seguirá en el limbo, sólo un ruido de fondo detrás del estruendo de las reformas simbólicas proclamadas por los demócratas del futuro.
Un círculo vicioso
Afortunadamente, sólo el 32% de la gente de este país tiene una fuerte confianza en los medios de comunicación. Algo parecido parece que está sucediendo con las gentes de otros países [en España, según un estudio realizado por el Instituto Reuter para el Estudio del Periodismo, y publicado en junio de este año, el nivel de confianza de los españoles en los medios de comunicación sólo alcanzaría el 34%]. Sin embargo, si los monolitos corporativos lograsen arrinconar a los medios alternativos, entonces los Demócratas lograrían hacerse de nuevo con el poder. Hay un grieta que se ha abierto en el complejo de los medios de comunicación, donde una corriente, que si bien es dominante, está desacreditada, sumida en su propia ignorancia y en su autocontemplación, y que dice querer hacer otro tipo de periodismo, una promesa que nadie se cree. La línea de falla puede abrirse por la izquierda o por la derecha. Pero se dispone de poco tiempo. Las fuerzas que están detrás de los medios corporativos ya están utilizando el pretexto de las noticias falsas para poner palos en las ruedas de los medios disidentes. ¿Qué nuevas medidas se adoptarán para frenar aún más la libertad de expresión e imponer formas de control del pensamiento? Los llamados medios liberales quien construir un muro, no entre México y los Estados Unidos, sino entre los votantes y la verdad, y lo que es más importante, la libertad de búsqueda de la verdad.
Se supone que el Cuarto Estado debe rendir cuentas. Como lo expuso Joseph Pulitzer: “consolar al afligido y afligir al acomodado”. Lo irónico es que los medios de comunicación dominantes han abdicado de su propósito original, y ahora ofrecen consuelo al acomodado y ocultan la condición abyecta de los afligidos. La disidencia es el hilo de Ariadna de la Democracia. Si perdemos este hilo, nos encontraremos perdidos en un laberinto de desinformación, que la corriente dominante presente arramblar, pero sin herramientas para ofrecer alternativas de un pensamiento más libre.
Jason Hirtler es escritor, un veterano que lleva trabajando 15 años en la Industria de la Comunicación. Ha escrito en diferentes medios de comunicación. Vive y trabaja en la ciudad de Nueva York. Puede ponerse en contacto con él en: jasonhirthler (a) gmail.com
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