Reino Unido: motivos para una rebelión

por Stephen Harper, 13 de agosto de 2011

Durante la última semana los políticos y los medios de comunicación del Reino Unido han realizado las condenas rutinarias: “violencia sin sentido”, “vandalismo”… (un término este cuya etimología y connotaciones hacia los negros está en consonancia en la cultura hip-hop con la tendencia generalizada a considerar estos sucesos como sucesos raciales), de los disturbios de Londres y otras ciudades británicas. Pero hay un doble rasero para medir: son estos, los mismos políticos y medios de comunicación, los que apoyan el terrorismo de Estado en el exterior y una terrible violencia social, causada por el Estado hacia la clase trabajadora. En efecto, como nos recuerda Nina Power, los disturbios sólo pueden ser entendidos en el contexto de una creciente desigualdad social, las elevadas tasas de desempleo, la opresión y el asesinato policial, la reducción brutal de los ingresos y los recortes en los salarios. La clase dominante es, en realidad, una clase de saqueadores. Sin embargo, el Estado burgués insiste en que su violencia es aceptable y necesaria, para poner las cosas en su sitio, mientras que la de los pobres y la clase obrera es inaceptable (en palabras de la rancia Ministra del Interior Theresa May).

Por supuesto, es cierto que algunos han demostrado en los recientes sucesos violentos un comportamiento socialmente irresponsable. ¿Pero cómo podía ser de otra manera dada la atomización de la clase obrera en las últimas décadas? Quemar casas es un hecho no justificable, ya que pone en peligro vidas humanas y dota al Estado de un pretexto para reforzar su aparato represivo. Pero otros sucesos son más complejos, por ejemplo, los saqueos. Los saqueos se bosquejan, de forma imperfecta, en el principio comunista de valor de uso, y resulta absurdo negar una televisión o ropa a las personas que las necesitan. Pero también el saqueo es un reflejo del precepto burgués de “la fuerza es el derecho”, glorificando la codicia individualista y el fetichismo de la mercancía. En este sentido, el saqueo no proporciona un modelo de resistencia al sistema capitalista.

Es triste, pero no sorprendente, que el mayor impacto negativo de estos disturbios se hagan sentir en la comunidades de la clase obrera (compárense con los disturbios de Watts, los disturbios de Los Ángeles en 1992 o los disturbios en Francia en 2005, y así sucesivamente). Esto ha provocado una respuesta de los elementos nacionalistas, que ahora han salido a las calles para inyectar el veneno del patriotismo y el racimo en el cuerpo social, fracturando aún más a la clase trabajadora (todo con el pretexto de “proteger a la sociedad”). Hay un público muy amplio para esta basura ideológica. Un hombre de mediana edad se dirigió a mí mientras observamos un edificio en llamas y dijo simplemente: “demasiados emigrantes”. Que tales pensamientos cancerosos se expresen a un extraño tan a la ligera, muestra cuán profundamente los nocivos gases de la ideología capitalista han penetrado en muchas personas de la clase trabajadora.

Estos sucesos no son simplemente una respuesta al neoliberalismo, que está de moda denunciar en los sectores de la izquierda (si pudiéramos desalojar del poder a los repugnantes conservadores e instalar un sistema más justo frente al sistema de explotación, entonces todo iría mucho mejor). Pero más bien representa la agonía de un sistema capitalista moribundo. Siendo difícil ingnorar los signos de descomposición social, hay que tener claro, como postuló Rosa Luxemburgo, que sólo hay dos posibilidades: socialismo o barbarie. Los aspectos antisociales de estos disturbios, y la respuesta dada por los grupos vigilantes de extrema derecha, nos dan idea que la segunda posibilidad sería una guerra de todos contra todos, impulsada por el racismo y el nacionalismo, yendo hacia lo que Marx y Engels, en uno de sus momentos más sombríos, denominaron “ruina común de las clases beligerantes”.

Al mismo tiempo, los disturbios demuestran que hay un límite a la opresión que el Estado ejerce y la miseria que se está dispuesto a soportar antes rebelarse contra la misma, sin embargo, de manera contradictoria, en contra de un orden social inhumano. En esta ocasión, se puede hablar de un pequeño número de personas que no tienen “nada que perder” con los saqueos y los incendios… Los medios de comunicación y los políticos presentan los hechos como una batalla entre “ellos y nosotros”, entre los ciudadanos decentes británicos y los gamberros sin sentido – ocultándose el hecho de que bajo el capitalismo todos salimos perdiendo. Como los salarios siguen cayendo, no se produce movilidad social, las pensiones se desvanecen y y el planeta desfallece, estando más claro que nunca que la clase trabajadora ( y podría también decirse de la mayor parte de la clase dominante) no tienen nada que ganar con el actual sistema de reparto de beneficios.

Sólo la lucha de clases, es decir, la organización a gran escala contra el actual caos social – el sistema capitalista- ofrece una perspectiva viable para el futuro de la humanidad. Como se decía en un reciente artículo de International Communist Tendency sobre los disturbios:

No son por los comunistas por los que se condenan los disturbios. Son estos un signo de la crisis del capitalismo y su decadencia. (…) Mientras el capitalismo sigue en su espiral de hacer a los ricos más ricos y a los pobres cada vez más excluidos, se van a producir más explosiones violentas como ésta. Ha comenzado el camino hacia un movimiento verdaderamente liberador de la clase obrera, presentando una alternativa ante la barbarie capitalista.

El Dr. Stephen Harper es profesor titular de Ciencias de la Comunicación en la Escuela de Artes Creativas, Cine y Medios de Comunicación de la Universidad de Portsmouth.

http://dissidentvoice.org/2011/08/driving-people-into-rebellion/#more-35944