La Royal Society del Reino Unido o cómo los riesgos para la salud de los transgénicos han sido tergiversados de manera sistemática

Por Steven Druker, 14 de agosto de 2017

independentsciencenews.org

Durante más de 20 años son numerosos los científicos e instituciones científicas que han afirmado que los alimentos modificados genéticamente son seguros. Y debido a la autoridad que se percibe en sus declaraciones, la mayoría de los responsables políticos y de los medios de comunicación les han creído. Pero cuando revisamos detenidamente las afirmaciones de estos científicos, se ha evidente que mucho de lo que dicen es falso, ya sea deliberadamente o por negligencia. Y cuando estos hechos son considerados de manera razonable, sus argumentos se desploman (1).

En mayo de 2016, la Royal Society del Reino Unido publicó un claro ejemplo de una publicación supuestamente científica, pero en realidad poco precisa, sobre los alimentos transgénicos. Se titula “Cultivos transgénicos: preguntas y respuestas”, donde se afirma que se ofrecen respuestas “imparciales” y “fiables” a las preguntas más urgentes de las personas. Sin embargo, un análisis del mismo revela que no sólo muestra un fuerte sesgo a favor de los transgénicos, sino que varias de sus afirmaciones son manifiestamente falsas. A continuación examinanos estas falsedades, revelándose en qué medida en este documento, y otros publicados por la Royal Society sobre alimentos modificados genéticamente, entran en conflicto con la verdad.

Este análisis tiene importantes implicaciones, porque si la institución científica más antigua y respetada del mundo no puede argumentar, sin distorsionar los hechos, sobre la inocuidad de los alimentos transgénicos, eso viene a decirnos que tal tergiversación es necesaria para apoyar sus argumentos.

Ocultando la naturaleza antinatural de proceso de transgénesis e ignorando sus preocupantes consecuencias

El sesgo del documento ya se hace evidente desde el principio, y los autores no dan una respuesta directa a la pregunta inicial: “¿Qué es la modificación genética de los cultivos y cómo se hace?”. En su lugar, dan una respuesta confusa, ya que omite las características más antinaturales y perturbadoras, mientras que oculta lo antinatural del proceso al que hacen referencia.

No considerando la aleatoriedad y las alteraciones provocadas por el proceso de inserción [de genes]. En una de las principales deformaciones, los autores evitan mencionar que los biotecnólogos han estado insertando ADN extraño en el genoma de las plantas de manera arbitraria, y que las inserciones no sólo interrumpen la región del ADN en la que se encajan, sino que causan perturbaciones en toda la cadena del ADN, un fenómeno bien conocido por algunos científicos como «codificación del genoma» (4).

Ocultando la necesidad de inducir artificialmente la expresión génica. Los autores se muestran igualmente evasivos en cuanto a explicar cómo funcionan los genes extraños insertados en la planta, y no revelan un hecho crucial: que la inserción de un nuevo gen no dota a la planta del nuevo rasgo deseado. Esto se debe a que es imprescindible traducir la información codificada dentro del gen para producir una proteína u otra molécula, y en casi todos los casos, eso no sucederá sin una alteración artificial del material genético insertado.

Este es el porqué

La condición predefinida de la mayoría de los genes es estar inactivos y bloqueados para que no se expresen, lo cual conserva la energía del organismo y evita que se produzcan proteínas cuando y donde no son necesarias (5). Un gen pasa de su modo predeterminado inactivo a su modo activo a través de la actuación de un elemento regulador llamado promotor, un segmento de ADN unido al gen que sirve como interruptor de encendido/apagado. Este interruptor responde finamente a las señales bioquímicas específicas para que el gen se exprese en armonía con las necesidades del organismo. Consecuentemente, cuando un gen se extrae de una especie y se transfiere a un gen no relacionado, el promotor raramente (siempre que lo haga) recibirá señales a las que sea sensible, y el gen permanecerá inactivo. Por lo tanto, antes de hacer tales transferencias, los biotecnólogos deben eliminar al promotor nativo y reemplazarlo por uno que funcione de manera confiable en el medio extraño. Además, para obtener los resultados deseados, el promotor debe en la mayoría de los casos no sólo inducir al gen a expresarse, sino también aumentar su expresión (y consecuentemente la producción de proteínas) a un nivel muy elevado.

En prácticamente todos los cultivos transgénicos del mercado, el potente promotor que se ha utilizado para lograr resultados tan inusuales proviene de un virus vegetal. No sólo impulsa los genes insertados para producir proteínas a un nivel anormalmente elevado, sino que además impulsa la producción de forma continua, independientemente de las necesidades del organismo y fuera del intrincado sistema regulador a través del cual se controlan sus otros genes. Esto puede crear serios problemas al inducir desequilibrios metabólicos o alterar complejos circuitos de retroalimentación bioquímica.

Por lo tanto, dado el papel crucial desempeñado por los promotores virales, y una forma de empleo que no es natural, es razonable esperar que cualquier descripción supuestamente equilibrada del proceso de transgénesis los mencione – y lamentar que la Sociedad no lo haga. Se trata de la ocultación de la desestabilización del proceso que transforma las células modificadas en plantas completas.

Los autores de la Royal Society tampoco pueden explicar cómo una célula aislada de una planta a la que se han incorporado nuevos genes se convierte posteriormente en una nueva planta. Dicen que esto es posible «porque las células vegetales individuales tienen una impresionante capacidad para generar plantas enteras», pero no revelan que esta capacidad sólo se puede lograr a través de un proceso claramente artificial, en contraste con las semillas naturales, que crecen y se convierten espontáneamente en plantas. Ese proceso artificial se llama cultivo de tejidos, y aunque los autores mencionan que se emplea, no dicen nada más sobre él, lo que oculta el hecho de que a través de sus procedimientos, la célula se ve «forzada a someterse a cambios anormales en el desarrollo» (6) Los autores también ocultan el hecho de que además de ser antinatural, el cultivo de tejidos es perturbador y provoca lo que se conoce como un «shock genómico» que causa numerosas mutaciones en todo el ADN de la planta.(7)

De este modo, el sistemático olvido por parte de los autores de estos fenómenos preocupantes hace que su descripción del proceso de modificación genética se vea significativamente distorsionada, lo que, como se verá, conduce también a la distorsión de otras partes clave de su presentación.

Negado las diferencias significativas entre los cultivos transgénicos y los que se cultivan convencionalmente. Debido a que los autores reconocen sólo las diferencias más obvias entre la transgénesis y el cultivo convencional, ignoran las menos conocidas pero más importantes, y de este modo se atreven a afirmar que la transgénesis ya no conlleva «efectos imprevistos», pero esto es totalmente falso, y los expertos que han tenido en cuenta las diferencias clave han llegado a la conclusión opuesta (8). Por ejemplo, un importante informe de la Royal Society of Canada concluyó que la modificación genética es mucho más probable que induzca efectos imprevistos, y un informe de la Academia Nacional de Ciencias de EE. UU. también ha reconocido esta mayor probabilidad (9).

Tergiversación de la realidad. Los autores intentan apoyar su falsa afirmación (1) de que «todos los» genomas vegetales «reciben con frecuencia» inserciones de nuevo ADN a través de infecciones virales y bacterianas y a través de la actividad de «genes saltarines [transposones]», (2) que estas inserciones son «similares» a las realizadas a través de la transgénesis y (3) que el cultivo convencional es por lo tanto igual de probable que tenga consecuencias imprevistas.

Estas afirmaciones son falsas.

Mientras que los genes que se insertan en las células vegetales a través de la tecnología de modificación genética se integran en todo el genoma de la planta resultante, los genes de virus y bacterias raramente entran en los genomas vegetales. Aunque los virus infectan con frecuencia a las células vegetales, rara vez insertan sus genes en el ADN de los gametos (las células sexuales), un paso necesario para transferirse a la progenie de la planta y establecerse en el genoma. Consecuentemente, las pocas secuencias virales de ADN que están presentes en los genomas de las plantas han estado allí durante mucho tiempo, y durante ese tiempo, los mecanismos de defensa de las plantas los han desactivado.

Además, los científicos sólo conocen dos especies bacterianas que pueden insertar sus genes en el ADN de las plantas, y esos genes casi nunca se incorporan a un genoma entero (10). Sólo hay tres especies vegetales en las que se han observado estas integraciones, y sólo una de ellas es un cultivo alimenticio (patata dulce). Además, los genes bacterianos de las patatas no tienen ningún efecto perceptible, se transcriben a niveles bajos y es posible que no produzcan proteínas o produzcan muy pocas (11).

En contraste, los nuevos genes que se incorporan al genoma de una planta a través de la transgénesis no sólo producen proteínas, sino que las producen en gran cantidad, lo que podría causar desequilibrios peligrosos. Como se ha señalado anteriormente, esta hiperproducción es impulsada por un potente promotor viral. Mientras que ninguno de los genes activos dentro de los cultivos convencionales está asociado con ese promotor, se encuentra adherido a uno o más genes activos dentro del genoma de prácticamente todos los cultivos transgénicos comercializados (12).

Así que no sólo son excepcionalmente raras las inserciones de ADN bacteriano y viral en los genomas de las plantas, y no sólo son diferentes de las inserciones efectuadas por transgénesis, sino que es sólo a través del proceso de modificación genética que el nuevo ADN viral ha entrado de forma generalizada en los genomas de las plantas, y esta intervención ha generado nuevos riesgos.

Los datos concretos sobre los «genes saltarines» son igualmente contradictorios según las afirmaciones de los autores. En realidad, esos segmentos del ADN, técnicamente denominados «transposones», rara vez se movilizan en ausencia de estrés, por lo que la mayoría de sus posiciones actuales se han mantenido estables desde la antigüedad (13). De hecho, una planta transgénica es mucho más propensa a que se produzcan nuevas perturbaciones inducidas por la transposición que su matriz, porque el proceso de transgénesis tiende a activar los transposones y hacerlos saltar (14). Por el contrario, la reproducción a base de polen rara vez hace que los transposones se muevan (15).

Llegando a una conclusión evidentemente falsa. Por lo tanto, no sólo los autores de la guía de la Royal Society no reconocen las abundantes pruebas que demuestran los efectos perjudiciales del proceso de modificación genética, sino que también distorsionan significativamente las importantes realidades biológicas que se discuten. Sólo de esta manera pueden concluir que la modificación genética no tiene más probabilidades de acarrear consecuencias imprevistas que el cultivo convencional (16).

En evidente contraste, el grupo de expertos que elaboró el informe de la Royal Society of Canada, que tuvo en cuenta los hechos que los autores de la guía [de la Royal Society del Reino Unido] ignoraron o distorsionaron, llegó a la conclusión de que, si bien el cultivo a base de polen rara vez conlleva resultados preocupantes no deseados, la «predicción por defecto» para los cultivos modificados genéticamente debería ser que entraña efectos involuntarios difíciles de predecir, difíciles de detectar y que podrían ser perjudiciales para la salud humana (17).

Lo que nos lleva a la pregunta de si los cultivos transgénicos son seguros, otra cuestión que los autores de la guía han abordado muy mal.

Declarar que los alimentos transgénicos son seguros es desacreditar el método científico

De todas las preguntas que la guía aborda, ésta es la más crucial. Y responde con un rotundo «Sí».

Pero esta corta respuesta está, simplemente, injustificada.

Por un lado, la declaración inequívoca de que todos los cultivos transgénicos son inocuos frente a la afirmación de la Organización Mundial de la Salud de que «no es posible hacer declaraciones generales sobre la inocuidad de todos los alimentos transgénicos«. Como señaló la OMS, porque «los distintos organismos transgénicos incluyen genes diferentes insertados de diferentes maneras», es necesario evaluarlos «caso por caso».

Descartando injustificadamente todas las investigaciones que han descubierto posibles daños. Entonces, ¿cómo intentan los autores apoyar su afirmación de que han tenido en cuenta todos los estudios? Declaran:»Todas las pruebas fidedignas presentadas hasta la fecha muestran que los alimentos transgénicos disponibles en la actualidad son al menos tan inocuos para el consumo como los alimentos no transgénicos«. Y afirman que «no se han encontrado evidencias de efectos negativos relacionados con el consumo de ningún cultivo transgénico aprobado«.

Pero sí ha habido tales evidencias, y muchos estudios publicados en revistas revisadas por pares han detectado efectos perjudiciales para los animales que consumieron un cultivo transgénico. Por ejemplo, una revisión sistemática de los estudios toxicológicos sobre alimentos transgénicos publicados en 2009 concluyó que los resultados de «la mayoría» de ellos indican que los productos «pueden causar efectos hepáticos, pancreáticos, renales, y reproductivos y alterar los parámetros hematológicos, bioquímicos e inmunológicos cuya importancia se desconoce«. Otra revisión que abarcó los estudios adicionales publicados hasta agosto de 2010 también proporcionó motivos para la cautela. Concluyó que existía un «equilibrio» entre los grupos de investigación «que sugería» que los cultivos transgénicos son tan seguros como sus homólogos no transgénicos y «aquellos que aún plantean serias preocupaciones» (19).

Entre 2008 y 2014 se han publicado ocho de estas revisiones en revistas estándar y, en su conjunto, no ofrecen ninguna base para proclamar inequívocamente su seguridad. Como observó Sheldon Krimsky, profesor de la Universidad de Tufts, en un examen exhaustivo que también se publicó en una revista especializada:»No se pueden leer estas revisiones sistemáticas y concluir que la ciencia sobre los efectos de los transgénicos en la salud ha sido resuelta por la comunidad científica» (20). Sin embargo, los autores de la guía pretender hacernos creer que ya se ha resuelto de forma concluyente, y que la seguridad de estos alimentos es total.

Recurriendo a subterfugios. Pero para ello, recurren a artimañas. Afirman que sólo «unos pocos» estudios han señalado que un alimento modificado genéticamente provocó daños cuando en realidad son muchos. Luego, brevemente, rechazan todos estos estudios por no ser fiables. Y para justificar este rechazo generalizado, argumentan que cada uno de los estudios ha sido «cuestionado» en cuanto a su análisis estadístico y metodología.

Pero, basándose en ese criterio, la mayoría de los estudios en que se sustenta su afirmación de que los alimentos transgénicos son seguros tampoco serían fiables, porque también han sido cuestionados. Además, aunque estas últimas críticas han sido razonadas y justas, la mayoría de los autores de la Royal Society no han actuado del mismo modo (21).

Tratando de manera falaz la investigación de Séralini. La injusticia se manifiesta de forma sorprendente en los ataques a un estudio a largo plazo que obtuvo resultados preocupantes. En él, un equipo de investigadores universitarios liderado por Gilles-Eric Séralini demostró que un cultivo transgénico aprobado por las Agencias de Regulación y basado en un anterior estudio toxicológico de alimentación a medio plazo ( 90 días), causó un daño significativo al hígado y a los riñones de las ratas cuando se sometió a pruebas a largo plazo (de dos años de duración) (22).

Esos resultados arrojan dudas sobre la totalidad de la Industria de los alimentos transgénicos, ya que ninguna Agencia de Regulación requiere pruebas de más de 90 días, y varios cultivos transgénicos han entrado al mercado sin ningún tipo de prueba toxicológica.

Así que cuando el estudio fue publicado en una respetada revista en 2012, los defensores de los cultivos transgénicos lo denunciaron con dureza y exigieron su retractación. Pero como era un estudio toxicológico sólido, no pudieron atacarlo en ese terreno. Así que enfocaron su ataque al aumento en el índice de desarrollo tumoral en las ratas alimentadas con transgénicos, y argumentaron que se habían utilizado muy pocos animales para cumplir con los estándares de un estudio de carcinogenicidad.

Sin embargo, no tuvieron en cuenta varios hechos cruciales:

(1) La investigación no fue diseñada para cumplir las normas de un estudio de carcinogenicidad.

(2) Cumplió con los estándares para un estudio toxicológico.

(3) Los preocupantes resultados toxicológicos se pueden considerar fiables.

(4) Se supone que los tumores deben notificarse cuando se detectan durante un estudio toxicológico.

Sin embargo, a pesar de la debilidad de sus afirmaciones, continuaron presionando a la revista hasta que, más de un año después de su publicación – y tras la incorporación de un ex empleado de Monsanto al consejo editorial – el estudio finalmente se retiró. Pero no sólo el redactor jefe reconoció la idoneidad de los hallazgos toxicológicos, sino que la única razón por la que propuso rechazar los hallazgos relacionados con el tumor fue que eran «no concluyentes», lo cual no es una razón válida para la retractación. Además, de acuerdo con las directrices estándar, incluso si hubiera habido buenas razones para retractarse de esa parte del estudio, no debería haber sido retirada conjuntamente con el resto.

El artículo de Séralini, ilegítimamente retirado, es el único estudio que los autores de la guía citan para apoyar su afirmación de que todos los estudios que informan de daños son poco fiables. Y aunque subrayan su retractación, no mencionan ninguno de los hechos antedichos, dando la falsa impresión de que ninguno de sus hallazgos son creíbles. Peor aún, tampoco mencionan otro hecho clave: que el estudio fue posteriormente reeditado en otra revista científica. Debido a que eso ocurrió casi un año antes de que su guía fuera publicada, tal omisión es imperdonable – y francamente decepcionante.

Afirmando falsamente que ningún estudio ha puesto en duda el método de modificación genética en sí mismo

Además de rechazar injustamente los estudios que informaban de problemas, los autores ni siquiera los describen de manera justa. Por ejemplo, afirman que ninguno de ellos ha indicado que el «método de modificación en sí mismo» haya causado algún daño y que todos los problemas se han atribuido al gen específico introducido o a prácticas agrícolas particulares.

Esta afirmación es falsa y por doble motivo.

Primero, en casi todos los casos, los investigadores no pudieron determinar qué factor o factores específicos causaron el daño, por lo que no atribuyeron la culpa a un gen o herbicida en particular, y el proceso de modificación genética siempre se ha considerado como posible sospechoso. Además, el único estudio sobre un cultivo transgénico tolerante a herbicidas diseñado para evaluar por separado las funciones del herbicida y de la planta determinó que ambos causaban daños, y que la planta era dañina incluso sin contener residuos de herbicidas (23). Y debido a que la fuente exacta del daño inducido por la planta no pudo determinarse, es posible que alguna característica del proceso de modificación genética haya sido la culpable.

Segundo, al menos un estudio importante relacionó específicamente el proceso de modificación genética con el daño. Y la Royal Society es consciente de ese estudio porque lideró el sórdido intento de desacreditarlo.

Tergiversación y calumnias de la importante investigación de Pusztai

Ese estudio se llevó a cabo en el Instituto Rowett bajo la dirección de una reconocida autoridad en ensayos de seguridad alimentaria, Arpad Pusztai. Reveló que las patatas transgénicas que producen una rara proteína que es segura para el consumo de los mamíferos, sin embargo tuvo un impacto negativo en las ratas que las consumieron, en comparación con las ratas que comieron las contrapartes no transgénicas, a pesar de que estas últimas estaban saturadas con las mismas proteínas extrañas que la de las patatas modificadas. En consecuencia, los investigadores concluyeron que algún aspecto del proceso de modificación genética en sí mismo era responsable del resultado (24).

Debido a que esta investigación involucraba al proceso de modificación genética – e implicaba riesgos inherentes en la producción de cualquier alimento transgénico – los defensores de la tecnología lo atacaron ardientemente, con la Royal Society a la vanguardia. Incluso antes de su publicación, diecinueve de los becarios de la Sociedad lo desacreditaron en una carta abierta sin haber visto todos los datos; y la Sociedad llevó a cabo una revisión sesgada e injustificadamente crítica a pesar de que la investigación aún no se había publicado y los revisores tampoco habían visto todos los datos. Tan irregular e injusto fue el análisis de la Sociedad que el editor de la prestigiosa revista The Lancet reprendió a la organización por su «asombrosa impertinencia» y su «temerario» abandono del principio del procedimiento debido (25). Posteriormente, la Sociedad ejerció una «intensa presión» sobre The Lancet para disuadirla de publicar la investigación (26), e incluso después de que esa revista la publicara, la Sociedad continuó injustamente calumniándola (27).

Por lo tanto, al no haber sido capaz de refutar honestamente la investigación, y al no haber bloqueado su publicación en una revista de primer nivel, la Sociedad ahora tergiversa flagrantemente sus conclusiones, afirmando falsamente que los daños no tienen ninguna relación con la seguridad del propio proceso de modificación genética. Y para agravar la injusticia, afirma que el mero hecho de haber atacado el estudio hace que pierda credibilidad, ignorando al mismo tiempo el hecho de que el ataque fue manifiestamente injusto (28).

Informes de otras organizaciones científicas también malinterpretan los hechos

Lamentablemente, la Royal Society no es la única institución científica que malinterpreta las evidencias para defender los alimentos transgénicos. Han sido significativamente distorsionadas en cada informe que afirma que su seguridad ha sido comprobada.

Además, al igual que los de la Royal Society, el resto de informes son especialmente injustos al tratar los estudios de Pusztai y Séralini, presumiblemente porque al presentarlos de manera justa arrojarían considerables dudas sobre la inocuidad de los alimentos modificados genéticamente. Tal maltrato se ejemplifica en el informe de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos publicado en 2016 (29). Aunque se suponía que los autores debían evaluar la seguridad de los cultivos transgénicos considerando las pruebas acumuladas desde 1996, ni siquiera mencionaron la investigación de Pusztai, a pesar de que se publicó en una importante revista en 1999. Y aunque discutieron el estudio de Séralini, ignoraron por completo los resultados toxicológicos válidos (y preocupantes). En lugar de ello, se centraron únicamente en los datos relacionados con el tumor – y enfatizaron que esos datos fueron considerados «no concluyentes» por el editor de la revista que se retractó del estudio. Afirmaron que la incertidumbre refuta la afirmación de que se necesitan estudios a largo plazo para evaluar adecuadamente la inocuidad de los alimentos modificados genéticamente, aunque los datos toxicológicos que ignoraron demuestran claramente la importancia de ello.

Las falsedades están respaldando a las empresas de alimentos transgénicos, pero socavan el conocimiento científico

El análisis anterior ha demostrado claramente que, a pesar de su aura de autoridad, la publicación de 2016 de la Royal Society ignora sustancialmente los principios de la ciencia y tergiversa sistemáticamente los hechos. También está claro que si ese documento, y documentos similares que afirman demostrar la inocuidad de los alimentos transgénicos, se hubieran sustentado en las evidencias científicas y retratado adecuadamente los hechos, este gran empeño en producir y promover esos alimentos no podría haber salido adelante.

Además, es evidente que existe una necesidad urgente de reforma por parte de la Royal Society y del resto de instituciones científicas que afirman la inocuidad de los alimentos transgénicos. Como ha señalado el eminente biólogo Philip Regal, lo que está en juego no es sólo la seguridad de nuestros alimentos y el futuro de la agricultura, sino el futuro de la ciencia misma. Es inquietante que las opiniones de la mayoría de los científicos sobre los alimentos transgénicos hayan sido moldeadas por la información errónea – y que un grupo relativamente pequeño que promueve ardientemente estos productos haya engañado a una multitud de otras personas para que también los apoyen. En uno de los incidentes más sorprendentes, sólo unos pocos científicos indujeron a más de 120 galardonados con el Premio Nobel a firmar una carta en la que se ensalzaba la inocuidad de los alimentos transgénicos y se censuraba a las personas que planteaban preocupaciones, aunque la mayoría de las afirmaciones de la carta son manifiestamente falsas (30).

Hay una necesidad urgente porque la autoridad de la ciencia está siendo desafiada persistentemente respecto al cambio climático y otros asuntos importantes, y cuando las instituciones científicas influyentes manchan su integridad en un área, debilita la relevancia de la ciencia en general.

Por lo tanto, es imperativo que los científicos que han estado promoviendo los alimentos transgénicos vuelvan a evaluar sus prioridades, se vuelvan a dedicar a los estándares desarrollados para mantener y restaurar la comunicación honesta de los hechos. Nuestra alimentación será más segura, la agricultura más sana y la ciencia también.

Notas a pie de página:

[1] Altered Genes, Twisted Truth thoroughly backs this statement up; and it demonstrates that various publications purporting to establish the safety of GM foods issued by the Royal Society, the U.S. National Academy of Sciences, the American Association for the Advancement of Science, the American Medical Association, and similar organizations rely on multiple misrepresentations. John Ikerd, Professor Emeritus of Agricultural and Applied Economics at the University of Missouri, has stated that the evidence with which the book documents this systematic twisting of the truth is “comprehensive and irrefutable.”

[2] “GM Plants: Questions and Answers,” The Royal Society (May 2016).

[3] The Royal Society’s guide employs the terms ‘genetic modification’ and ‘GM process’ to exclusively refer to the methods that have been used to create almost all the genetically engineered crops currently on the market, and those methods are the focus of its discussion. It does not deal with newer techniques, such as those referred to as ‘genome editing.’ Accordingly, this article discusses the GM process on which the guide is focused.

[4] Wilson, AK, Latham, JR and Steinbrecher,RA “Genome Scrambling -Myth or Reality? Transformation-Induced Mutations in Transgenic Crop Plants.” Technical Report (October 2004).  See also, Latham, JR. Wilson, AK., and Steinbrecher, RA, “The Mutational Consequences of Plant TransformationJournal of Biomedicine and Biotechnology (2006) Vol. 2006, Article ID 25376.

[5] A small percentage of an organism’s genes are always in an expressive mode because it’s essential that their products be constantly available.

[6] “Genome Scrambling -Myth or Reality? Transformation-Induced Mutations in Transgenic Crop Plants.” (cited in note 4) at p. 1.

[7] The term “genomic shock” has been used in connection with tissue culture by several biologists. One example is: Kaeppler et al., “Epigenetic aspects of somaclonal variation in plants,” Plant Molecular Biology 43 (2000): 179–88; 181.

[8] There are some modes of non-GM crop development that induce a greater number of unpredictable effects than pollen-based reproduction, and many GM proponents claim that two of them (inducing mutations via radiation and via chemicals) have greater potential to do so than does GM. However, not only are there are sound reasons to contest this claim (as explained in Altered Genes, Twisted Truth), because the guide’s authors employ the term ‘conventional breeding’ to denote only pollen-based reproduction, the soundness of their assertions must be judged by comparing the properties of that particular mode with GM.

[9] “Elements of Precaution: Recommendations for the Regulation of Food Biotechnology in Canada.” The Royal Society of Canada (January 2001). National Research Council and Institute of Medicine of the National Academies (NAS), “Safety of Genetically Engineered Foods: Approaches to Assessing Unintended Health Effects” (Washington D.C.: The National Academies Press, 2004). The chart on page 240 of this report indicates that the processes used to produce the vast majority of the GM crops that have been cultivated and consumed are many times more likely to induce unintended effects than is pollen-based breeding, even when the effects of tissue culture are not factored in.

[10] The species are Agrobacterium tumefaciens and Agrobacterium rhizogenes. The rarity of finding their genes within plant genomes is discussed in: Matveeva, T. et al., “Horizontal Gene Transfer from Genus Agrobacterium to the Plant Linaria in Nature,” Mol Plant Microbe Interact 25, no. 12 [December 2012]: 1542-51.

[11] T. Kyndt, et al. “ The genome of cultivated sweet potato contains Agrobacterium T-DNAs

with expressed genes.” PNAS vol. 112 no. 18, 5844-5849 (2015)

[12] Because the virus containing that promoter is not a retrovirus but a pararetrovirus, its DNA ordinarily doesn’t even enter the DNA of the plant cells that it does infect, let alone the entire genome of plants. And in cases where it may have been inadvertently integrated into a genome, it would most likely have been inactivated.

[13] Fedoroff, N. and Brown, N.M., Mendel in the Kitchen: A Scientist Looks at Genetically Modified Foods (Washington, DC: Joseph Henry Press, 2004) p. 103.

[14] Transposons can be activated through the disruptions caused by the insertion process and also through those induced by tissue culture. And some scientists think they could also mobilize due to destabilizing effects of the powerful viral promoters.

[15] Mendel in the Kitchen (cited in note 13) pp. 104-05. However, Fedoroff points out that wide crosses between “very distantly related plants” can activate transposons.

[16] The key issue is whether GM is more likely than conventional breeding to induce unexpected, potentially harmful changes in a new plant that were not present in the parental generation. And it’s clear that the likelihood is greater — especially considering that the guide’s authors employ the term ‘conventional breeding’ to refer solely to pollen-based reproduction.

[17] “Elements of Precaution” (cited in note 9) p. 185.

[18] Dona, A., and I. S. Arvanitouannis. 2009. ‘‘Health Risks of Genetically Modified Foods.’’ Critical Reviews in Food Science and Nutrition 49 (2): 164-75.

[19] Domingo, J. L., and J. G. Bordonaba. 2011. ‘‘A Literature Review on the Safety Assessment of Genetically Modified Plants.’’ Environment International 37 (4): 734-42.

[20] Krimsky, S., “An Illusory Consensus Behind GMO Health Assessment,” Science, Technology & Human Values, November 2015; vol. 40, 6: pp. 883-914., first published on August 7, 2015

[21] For a detailed discussion, see Chapters 6 and 10 of Altered Genes, Twisted Truth. Extensive documentation is also provided in GMO Myths and Truths.

[22] Seralini, G.-E., et. al. 2012. ‘‘Long Term Toxicity of a Roundup Herbicide and a Roundup-tolerant Genetically Modified Maize.’’ Food and Chemical Toxicology 50:4221-31 (retracted 2013). Republished in Environmental Sciences Europe 26:1-17 (2014).

[23] That study was Séralini’s long-term test, referenced in note 22.

[24] Ewen, S. W. B., and A. Pusztai. 1999. ‘‘Effects of Diets Containing Genetically
Modified Potatoes Expressing Galanthus nivalis Lectin on Rat Small Intestine.’’
Lancet 354 (9187): 1353-54.

[25] Editorial: “Health risks of genetically modified foods,” The Lancet 353, May 29, 1999: 1811 and Horton, R., “GM Food Debate,” The Lancet 353, issue 9191, November 13, 1999: 1729.

[26] Flynn, L. and M. Gillard, “Pro-GM food scientist ‘threatened editor’,” The Guardian, October 31, 1999. The Lancet’s editor stated that the Royal Society exerted “intense pressure” in an attempt to “suppress publication.”

[27] For instance, the Society’s Biological Secretary asserted that the Lancet published Pusztai’s research “in the face of objections by its statistically-competent referees.” But because five out of the six referees voted for publication, the Secretary’s implication that more than one objected is false — and the implication that each of the five scientists who voted favorably lacked competence in statistics is almost surely false as well. (Bateson, P., “Mavericks are not always right,” Science and Public Affairs, June 2002.) The unjustness of the Society’s attack is more extensively described and documented in Chapter 10 of Altered Genes, Twisted Truth.

[28] Although the authors do not specifically mention the Pusztai study, or any studies besides the long-term one conducted by Seralini’s team, their categorical assertions logically encompass it; and those assertions misrepresent it.

[29]  National Academy of Sciences, “Genetically Engineered Crops: Experiences and Prospects” (Washington D.C.: The National Academies Press, 2016)

[30] For an examination of the letter’s inaccuracies, see the article I co-authored with David Schubert, a professor and laboratory director at the Salk Institute for Biological Studies.

(Parts of this article appeared in The Ecologist on 13 July 2016 titled: “Royal Society Must End Its Partisan, Unscientific Support for GM Crops and Food”)

Steven M. Druker is an American public interest attorney who, as executive director of the Alliance for Bio-Integrity, initiated a lawsuit that exposed how deceptions by the U.S. Food and Drug Administration had enabled the commercialization of GM foods.

He is the author of Altered Genes, Twisted Truth: How the Venture to Genetically Engineer Our Food Has Subverted Science, Corrupted Government, and Systematically Deceived the Public, which was released in March 2015 with high praise from many experts and a foreword by Jane Goodall hailing it as “without doubt one of the most important books of the last 50 years.”

Website: alteredgenestwistedtruth.com

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