Facebook, pornografía emocional

 

Fragmento del libro “En el acuario de Facebook”, del que es autor el colectivo Ippolita. Enclave de libros, 2012.

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Compartir en Facebook significa sustancialmente compartir objetos digitales que componen identidades digitales. Yo soy mi comportamiento online. Sobra decir que pasar tanto tiempo produciendo una imagen online de uno mismo, repercute también en la vida fuera de la red (offline), La identidades virtuales que se pueden construir con las herramientas de Facebook son llanas en su mayoría, sin la profundidad de las identidades de pleno derecho, ricas en matices y contrastes. Habitualmente, en la vida real, antes de decir “¿En qué estoy pensando?”, reflexiono, pondero cuidadosamente los pros y los contras. Por lo general, no voy gritando por la calle que la persona pensaba era mi amor de toda la vida me acaba de dejar a través de un SMS y que ahora estoy disponible en el mercado de las relaciones. En Facebook, es más fácil comportarse sin filtros. Se requiere la máxima sinceridad, lo cual en este caso rima con ingenua imbecilidad.

Los sentimientos de los seres humanos pueden ser muy complejos, por no decir retorcidos. La literatura, el arte, la creatividad son otras de las expresiones de la extraordinaria capacidad humana de crear mundos compartidos en los cuales sentir junto a los demás. El riesgo de que la participación de masas en las redes sociales, en lugar de generar autoría colectiva se materialice en un enjambre de interacciones superficiales, es dramáticamente real. El tiempo, como nos ha explicado Michael De Certeau (1), es le único bien del que disponemos para inventar desde lo cotidiano. Cuando no te tiene un lugar propio y se actúa en territorio ajeno, cuando ni siquiera es posible practicar estrategias, sí se pueden articular tácticas. En teoría, se puede utilizar el tiempo personal para construir relaciones significativas, incluso en contextos heterodirigidos como Facebook y las redes sociales, basadas en reglas no establecidas por los usuarios.

Sin embargo, hasta las tácticas más refinadas de subversión en el uso de las herramientas, rara vez consiguen concretar zonas autónomas de experimentación. Casi siempre, el tiempo vital acaba reabsorbido por los espacios digitales y puesto al servicio del beneficio económico. Por supuesto, muchos perciben que algo va mal, incluso entre los tecnófilos, pues como sostiene el artista Richard Foreman, “hemos sido reducidos a tortitas (pancake) instantáneas y transformados en sinapsis imprevisibles, pero estadísticamente cruciales para toda la red Gödel-to-Google”.

Y la velocidad es un arma de doble filo, porque la ilusión de obtener resultados inmediatos en respuesta a las propias intenciones de búsqueda (Google) y en respuesta a los propios deseos de sociabilidad (Facebook), arruina la rica profundidad de la cultura literaria y la difícil construcción de un mundo compartido de relaciones llenas de sentido:

Hoy veo entre todos nosotros (incluso yo mismo) la sustitución de la complejidad interior por un nuevo tipo de autoevolución que acontece bajo la presión del exceso de información y de la tecnología de lo inmediatamente disponible. Un nuevo sí cada vez menos necesitado de un robusto patrimonio cultural, dado que nos estamos convirtiendo en personas tortita ( pancake people), lisa y llanamente, desde el momento en que nos conectamos con esta vasta red de informaciones a la cual accedemos simplemente apretando una tecla” (2)

El vaciado de la interioridad individual, volcada por completo en la exterioridad digital, tiene que ver con la tensión hacia el exterior, con la búsqueda incesante de respuestas (conocimiento) y de contactos que tengan sentido para el individuo (afectividad). Las respuestas de la Red, proporcionadas por máquinas (ordenadores, cables e infraestructuras) y significantes (programas informáticos), forman parte del discurso de la Ciencia.

Como señalaba Feyerabend, la Ciencia asume un carácter religioso cuando quiere imponer una única verdad (3). También la Ciencia, madre del pensamiento técnico y de los artefactos tecnológicos, se parece a un gas que tiende a saturar todo espacio discursivo, imponiéndose con métodos pastorales acuñados por las más antigua y funcional jerarquía universalista del mundo, la Iglesia Católica.

Al igual que un buen pastor cuidad de su rebaño, el tecnócrata moderno procura a las ovejas todo lo que necesitan, siempre y cuando se mantengan dóciles y transparentes, digan sinceramente todo lo que las remueve y abracen con entusiasmo la buena nueva de la sociedad digital. La novedad estriba en que las ovejas deben autodefinirse de forma activa según los estándares ofrecidos por las herramientas puestas a disposición: lejos de ser masa indistinta, son singulares, mínimas variaciones de la identidad definida por parámetros de la máxima claridad posible. De este modo, las tecnologías digitales pueden intentar ofrecer una verdad personalizada e inmediata a todos los deseos. Google, Facebook & C., pequeñas divinidades de la economía de la búsqueda y de la atención son, por lo tanto, una hipótesis menor de la religiosidad científica, a las cuales entregamos para oficiar el rito de la tecnología superior y liberadora.

(1). Michel De Certeau, L’invention de quotidien, 1. Arts de faire et 2. Habiter, cuisiner, éd. Etablie et presentée par Luce Giard, Paris, Gallimard, 1990; La invención de lo cotidiano, México, Universidad Iberoamericana, 1999.

(2). Richard Foreman, «The Pancake people, or, «The gods are pouding my head», http://edge.org/conversation/the-pancake-orthe-gods-are-pounding-my-head.

(3). P.K. Feyerabend, Tratado Contra el Método, Madrid, Tecnos, 1997.