Capital de riesgo y el pasado de Monsanto

Por Jonathan Matthews, 22 de marzo de 2022

GMWatch

Con la selección del jurado que pronto se iniciará en el último juicio por los casos de cáncer por Roundup, los abogados de Monsanto argumentan que la empresa debería «tener derecho a presentar pruebas atenuantes que respalden su buen carácter». Pero si el tribunal permite a la empresa, ahora propiedad de Bayer, presentar ese tipo de testimonio, sugerimos que los demandantes respondan llamando al estrado a Bartow J. Elmore.

Elmore es profesor de historia del medio ambiente y de asuntos económicos en la Universidad del Estado de Ohio, y a finales del año pasado publicó su estudio sobre la historia de Monsanto. Dado que Seed Money: Monsanto’s Past and Our Food Future (Capital de riesgo: el pasado de Monsanto y nuestro futuro alimentario) contiene más de 80 páginas de notas, se podría temer que se trate de un libro academicista, pero es todo lo contrario. A pesar de su profunda investigación, el libro ofrece un relato vivo y lúcido del enorme impacto tóxico que Monsanto ha tenido en nuestro mundo, así como del intento infructuoso de la empresa de escapar de su legado tóxico transformándose en la mayor empresa de semillas del mundo y pionera en ingeniería genética en la agricultura.

Entre los que destacan los méritos del libro se encuentra Edmund Russell, Presidente de la Sociedad Americana de Historia Ambiental, que afirma que Seed Money probablemente «se convertirá en el libro sobre Monsanto», y añade: «Cualquier persona interesada en la biotecnología, o en la relación entre las empresas y el medio ambiente en general, no puede permitirse ignorar este importante libro». El veterano observador de Monsanto, Tom Philpott, se muestra igualmente entusiasmado al reseñar lo que denomina este «maravilloso nuevo libro» y, al igual que Russell, lo considera el «relato histórico definitivo«.

A pesar de estos elogios, y de que Bart Elmore habló del libro en el programa Joe Rogan Experience y en otros lugares, «Seed Money» todavía no ha creado el revuelo que se merece. Esto puede deberse a que la gente cree que ya sabe mucho sobre la empresa, gracias a los innumerables artículos sobre ella a lo largo de los años, sin olvidar publicaciones más importantes como The Monsanto Files, The Monsanto Papers y The World According to Monsanto (una película muy vista entre los activistas, además de un libro). Pero Elmore no sólo ha dirigido la mirada de un historiador profesional hacia la empresa, sino que ha descubierto «una veta madre» de material valioso, en palabras del veterano periodista Sam Fromartz. También ha expuesto los resultados de su investigación con una habilidad que hace casi imposible creer que de niño se pensara que tenía «graves problemas de aprendizaje«.

Vertederos de basura radiactiva

Bart Elmore nos llamó la atención por primera vez como alguien con aptitudes periodísticas además de notables habilidades de investigación en 2017, cuando la revista Dissent Magazine publicó su artículo, Monsanto’s Superfund Secret. En un momento en el que la atención de todo el mundo estaba puesta en los impactos tóxicos de la utilización de Roundup, Elmore estuvo con un amigo fotógrafo cerca de los vertederos de basura radiactiva producidos por la planta de fósforo mineral de Monsanto en Idaho para arrojar luz sobre los «inquietantes problemas medioambientales y de salud humana al principio, no solo al final, del ciclo de vida de Roundup«. Pasaron otros cuatro años antes de que Elmore publicara el libro que situaba su fascinante relato sobre la producción, cargada de contaminantes, del ingrediente clave del principal herbicida de Monsanto en su contexto histórico.

Elmore se interesó inicialmente por la historia de Monsanto mientras investigaba su anterior libro, Citizen Coke. La exploración de los contratos de Monsanto con Coca-Cola (fundada en 1886) fue la puerta de entrada de Elmore a los registros corporativos de Monsanto. Y tras su primer viaje a los archivos de San Luis, dice que salió convencido de que había tropezado con una «mina de oro». Por ello, pasó buena parte de la década siguiente explorándolos, así como investigando las actividades de la empresa en distintas partes de Estados Unidos y del mundo, sobre todo en Brasil y Vietnam.

Una nueva empresa con escasos recursos

Algo que Elmore hace particularmente bien en Seed Money es relacionar el carácter incipiente de la empresa que está investigando con las disposiciones y los antecedentes de algunas de las figuras clave en su desarrollo. Y al principio de Seed Money, señala que gran parte del carácter notoriamente inflexible de Monsanto puede haber sido moldeado por sus primeros años como una empresa en ciernes que luchaba por la supervivencia contra las pocas posibilidades de éxito. John Queeny, su fundador, tuvo que poner en marcha la empresa con gran rapidez en 1901 debido a la escasez de dinero, sobre todo porque su primer intento de crear una empresa química en el este de San Luis, a finales del siglo XIX, se quemó casi de inmediato y se llevó todos los ahorros de Queeny.

Esta falta de capital obligó a Queeny a trabajar en Monsanto mientras mantenía su trabajo como vendedor de medicamentos, sólo para sobrevivir económicamente. También significaba que tenía que montar todo para su nueva empresa sobre la marcha. Además, la nueva empresa de Queeny no sólo se enfrentaba a la competencia local, sino también a los gigantes europeos que entonces dominaban el mercado químico estadounidense, en particular a las potencias alemanas BASF y Bayer.

Capitalismo carroñero y Coca-Cola

Este comienzo poco propicio puede ayudar a explicar porqué la empresa se dedicó desde el principio a lo que Elmore llama «capitalismo carroñero», viviendo de los desechos y subproductos baratos generados por otras industrias. Su cafeína para Coca-Cola, por ejemplo, se extrajo inicialmente de los residuos de té desechados por los productores de té. Y Monsanto extrajo la sacarina que hizo para Coca-Cola del alquitrán de hulla, un subproducto negro y pegajoso de la transformación del carbón en coque. Más tarde, también desarrolló una cafeína sintética a partir del alquitrán de hulla. De hecho, durante muchas décadas, la gran mayoría de los productos de Monsanto se basaron en los productos de desecho de las industrias de combustibles fósiles, ya que primero las compañías de carbón y luego las de petróleo proporcionaron a Monsanto las materias primas que necesitaba, en su mayoría a muy bajo coste.

Fue su contrato de sacarina con Coca-Cola lo que aseguró la supervivencia inicial de Monsanto. Como dijo Elmore a Joe Rogan, «si no fuera por Coca-Cola, no habría Monsanto. A principios del siglo XX, Monsanto no era nada. Estaban a punto de quebrar. Un gigantesco contrato les salvó, y finalmente les permitió crecer hasta convertirse en el gigante que son hoy«.

La guerra, impulsada por Coca-Cola, fue el catalizador del crecimiento de la empresa. Con la llegada de la Primera Guerra Mundial, las líneas comerciales de las grandes empresas europeas se vieron interrumpidas, por lo que, de repente, no había competencia. Esta desaparición de los proveedores europeos del mercado estadounidense también significó que el gobierno de EE.UU. estaba dispuesto a invertir en empresas locales como Monsanto.

Crecimiento vertiginoso

Monsanto se apresuró a producir, a partir de una escasa base de conocimientos, los componentes químicos esenciales para sus productos de siempre, cuyo suministro había confiado anteriormente a empresas europeas. Al mismo tiempo que intentaba fabricar productos completamente nuevos a partir del alquitrán de hulla, los trabajadores negros e inmigrantes de Monsanto que realizaban el trabajo pesado fueron los que sufrieron las duras consecuencias de toda la cruda experimentación que se estaba llevando a cabo en la empresa.

No había tiempo ni conocimientos para evitar la contaminación química, que, según Elmore, abundaba en Monsanto, que se apresuraba a saldar las deudas acumuladas en su afán de diversificación y expansión. Y Elmore da ejemplos elocuentes de trabajadores muertos y heridos por el trabajo sucio y peligroso que hacían en Monsanto.

Este crecimiento frenético permitió a Monsanto no sólo diversificarse en diferentes productos, sino expandirse más allá de San Luis. En 1920, Monsanto realizó incluso su primera inversión de capital en el extranjero, cuando compró una empresa química en Gales, adyacente a ricos yacimientos de carbón. Pero fue con el sucesor de John Queeny cuando la empresa empezó a crecer de verdad.

El hijo de John Queeny, Edgar Monsanto Queeny, asumió la dirección de la empresa en 1928 y se mantuvo al frente de ella hasta 1960. Durante esos más de 30 años contribuyó a cimentar el carácter de la empresa y a convertirla en un gigante industrial.

La ley de la selva

Según Elmore, Edgar Queeny era amigo por correspondencia de la asociada de Ayn Rand y fundadora del Partido Libertario Americano, Rose Wilder Lane. Como esto podría sugerir, el joven Queeny era un apasionado defensor del capitalismo a » uñas y dientes» sin restricciones. Esto acabaría expresándose en su manifiesto contra el New Deal, The Spirit of Enterprise, publicado en 1943. En lo que el New York Times calificó de «defensa por parte de un hombre de negocios de la fe por la que vive», Queeny se describió a sí mismo como «un frío y granítico creyente en la ley de la selva» y condenó cualquier intervención del gobierno en la política empresarial o monetaria como un «colectivismo ajeno y maligno».

La ironía de esto, por supuesto, es que Monsanto se benefició enormemente en momentos clave de su existencia del generoso apoyo, contratos y protección del gobierno. La xenofobia y el racismo también salpican los escritos de Queeny, a pesar de que, como señala Elmore, los hombres negros y los inmigrantes construyeron literalmente el negocio que ahora dirigía, incluso realizando el trabajo más sucio y peligroso de su empresa.

Curiosamente, la rápida expansión que comenzó bajo el mando de Edgar Queeny no provino de la innovación de productos internos, sino de la concentración de la industria química, ya que Monsanto comenzó la adquisición estratégica de otras empresas. Sus adquisiciones incluyeron a la empresa química Swann en 1935, lo que le llevó a producir uno de sus mayores beneficios, los bifenilos policlorados (PCB). Monsanto pasó a dominar la producción mundial de PCB y fue el único productor de PCB en toda Norteamérica.

El control de la información

Es en el caso de los PCB donde se ve más claramente lo que Elmore identifica como un tema recurrente en el comportamiento corporativo de Monsanto: la empresa actúa como guardián de la información, controlando cuidadosamente lo que se divulga sobre sus productos, no sólo al resto del mundo, sino incluso a su propia plantilla. Este control de la información explica en parte, según Elmore, por qué ha tardado tanto tiempo en elaborar la historia que presenta en Seed Money: «He tenido que luchar mucho para conseguir los archivos que sirven de base a este libro«.

Los beneficios antes que las personas

Elmore también ha dicho que le sorprendieron algunos de los documentos que encontró. Por ejemplo, mostraban que Monsanto sabía que los PCB eran un contaminante global «en bola de nieve» y que, por lo tanto, instruía a su personal sobre cómo revelar lo menos posible sobre el problema de los PCB, al tiempo que contemplaba opciones como la de vender «todo lo que podamos». «Ese fue uno de esos momentos de zozobra», dijo Elmore a un entrevistador, «ver una cultura tóxica en la que los beneficios se anteponían a la gente y a la salud humana».

Por supuesto, Elmore no es ni mucho menos el primero en identificar el control de Monsanto. En su libro de 2014 sobre la injusticia medioambiental que afectó a Anniston, Alabama -Titulado PCB: Race, Pollution, and Justice in an All-American Town – Ellen Griffith Spears escribe: «Una gran distancia, física y social, separaba a los responsables de la toma de decisiones, que consideraban que la contaminación era un precio que merecía la pena pagar, y a las personas que pagaban un precio muy alto. Pero para calcular realmente el coste de la contaminación es necesario conocer su alcance y sus riesgos… mientras las consecuencias de la contaminación permanecieran ocultas en los archivos de las empresas y detrás de las puertas de los consejos de administración, nadie fuera de Monsanto podía evaluar los peligros y los beneficios de la producción de PCB

Ocultar los peligros de los productos

Pero con el amplio alcance temporal de su libro, Elmore es capaz de mostrar el hábito de Monsanto de mantener en el mercado productos que sabían que eran dañinos durante el mayor tiempo posible, ocultando sus peligros a los reguladores y al público, que se repite una y otra vez, sobre todo con los productos químicos agrícolas que Monsanto comenzó a producir en los años cuarenta y cincuenta. Entre ellos, el insecticida Santoban (su marca de DDT, un gran producto para Monsanto) y el herbicida 2,4,5-T, ambos promocionados durante mucho tiempo como productos maravillosos.

Elmore ofrece un relato especialmente impactante sobre el sufrimiento de los trabajadores dedicados a la producción de 2,4,5-T en Nitro, Virginia Occidental, donde los problemas de toxicidad del 2,4,5-T empezaron a manifestarse ya a finales de los años cuarenta. Cuenta el impactante ejemplo de un trabajador al que le pelaron la cara capa a capa con un disolvente para tratar de solucionar su terrible cloracné, proceso que continuó hasta que le dijeron que si le quitaban más capas podrían empezar a exponer sus terminaciones nerviosas.

Al igual que en el caso de los PCB, Monsanto se convirtió en el guardián en el que se apoyaron los organismos reguladores durante los debates sobre la seguridad del 2,4,5-T, y la empresa proporcionó selectivamente a los responsables públicos información que disipara sus preocupaciones a lo largo de la década de 1950. Como resultado, el 2,4,5-T contaminado con dioxinas siguió siendo producido de manera rentable por Monsanto hasta 1969, convirtiéndose en uno de los ingredientes clave del Agente Naranja. Esto, como señala Elmore, condujo directamente a que cientos de miles de civiles vietnamitas y tropas estadounidenses se expusieran innecesariamente a los peligros de la dioxina.

Escapar de la responsabilidad

Y Elmore muestra cómo, incluso a largo plazo, Monsanto ha demostrado un notable talento para no rendir cuentas de sus acciones. En ninguna parte es más claro que en el caso del 2,4,5-T, donde Elmore detalla cómo los trabajadores de Nitro, cuya salud fue tan claramente dañada por su producción, no pudieron conseguir justicia de los tribunales debido a la eficacia del control de Monsanto. Incluso con la demanda más favorable de los veteranos de Vietnam contra los fabricantes del Agente Naranja, Monsanto -el mayor productor del herbicida por volumen- aún «escapó a una importante responsabilidad financiera, asegurando un generoso acuerdo [para Monsanto]… que le permitió evitar miles de millones de dólares en gastos sanitarios» que quedaron a cargo del Departamento de Asuntos de los Veteranos del gobierno federal. Ese acuerdo legal, como señala Elmore, terminó tan bien para Monsanto que sus abogados brindaron con champán en el despacho del juez. Y en el propio Vietnam, Monsanto evitó pagar un solo centavo por la eliminación del Agente Naranja, y la factura de los trabajos realizados fue pagada una vez más por el contribuyente estadounidense, a través de USAID.

Todo ello a pesar de que Monsanto era la empresa que había producido no sólo la mayor cantidad de Agente Naranja sino una versión más sucia -más contaminada por dioxina- que la de cualquiera de los otros productores, incluida Dow Chemical, que escribió a Monsanto en 1965 advirtiendo que la dioxina era «el compuesto más tóxico» que habían experimentado. Sin embargo, Monsanto continuó suministrando su herbicida cargado de dioxina al ejército estadounidense durante otros cuatro años, asegurando una mayor contaminación masiva en Vietnam, gran parte de la cual persiste en la actualidad.

Los ingresos multimillonarios de los fosfatos

A finales de la década de 1960, Monsanto se enfrentaba a una crisis en la que no sólo estaban amenazados los productos rentables de la empresa, como los PCB, el 2,4,5-T y el Agente Naranja, sino que su floreciente negocio de detergentes a base de fosfatos también estaba siendo atacado por contaminar los cursos de agua con la proliferación de algas. Pero en lugar de abandonar sus costosas inversiones en la extracción y el procesamiento de fosfatos, Monsanto trató de reorientar el fosfato elemental que producía en Idaho hacia productos totalmente nuevos basados en fosfatos.

En este contexto, un químico de la empresa dio en el clavo con su sustituto del cada vez más asediado 2,4,5-T de Monsanto. El glifosato llegó al mercado en 1974, como ingrediente activo del Roundup, que se convirtió en el primer herbicida del mundo que recaudó miles de millones de dólares, contribuyendo a transformar la fortuna de una empresa que luchaba cada vez más por superar su pasado tóxico. A finales del siglo XX, Roundup suponía la mitad de los ingresos de la empresa, tras recibir un gran impulso con el lanzamiento de las semillas Roundup Ready de Monsanto en 1996.

La ingeniería genética se ve como una vía de escape a la dependencia del petróleo

Monsanto se metió en la ingeniería genética, dice Elmore, mientras buscaba una vía de escape no sólo de su legado tóxico, sino también de su preocupación por su profunda dependencia de las industrias del petróleo y el gas. La confianza de la empresa en su capitalismo carroñero existente había quedado muy mermada por la crisis del petróleo de los años setenta. Hizo que los ejecutivos de Monsanto temieran no poder seguir confiando en la obtención de los hidrocarburos baratos que la empresa necesitaba para cerca del 80% de sus productos. El campo emergente de la biotecnología, como aseguró el jefe del nuevo programa de biotecnología de Monsanto en una junta de accionistas de 1982, prometía nuevas líneas de productos «menos dependientes de los costes de las materias primas» y con un «fuerte carácter de propiedad». La manipulación de los genes, dice Elmore, se consideraba ya como «el gran generador de beneficios» para Monsanto en las próximas décadas.

Cuando la última patente comercial de Monsanto sobre el glifosato en Estados Unidos expiraba en el año 2000, se inició la carrera para introducir la tolerancia al glifosato en las semillas agrícolas mediante ingeniería genética. Esto resultó ser una tarea frustrantemente difícil hasta que los ingenieros químicos de la empresa sugirieron que la planta de Luisiana donde Monsanto convertía el fósforo elemental en glifosato podría ser el lugar donde buscar. La razón era que el entorno de la planta estaba tan contaminado que cualquier microorganismo que lograra sobrevivir allí probablemente tendría genes que le habrían conferido tolerancia al glifosato.

Monsanto » explota su propia basura»

Hay un simbolismo obvio aquí. Monsanto se vio impulsada a desarrollar el glifosato -su mayor fuente de ingresos- en un intento de desviar su fósforo mineral de una línea de productos considerada altamente contaminante. Y la clave de la línea de productos de ingeniería genética más rentable de Monsanto -las semillas Roundup Ready- provino, según Elmore, de la » explotación de su propia basura».

Pero si bien en este sentido, tanto Roundup como las semillas Roundup Ready eran innovaciones recuperadas de su pasado químico, Monsanto se promocionaba ahora como una empresa de ciencias de la vida con visión de futuro, centrada principalmente en la agricultura, que se estaba alejando con éxito de ese pasado. Y, según Elmore, Monsanto encontró el testaferro perfecto para proyectar esta supuesta transformación en Robert B. Shapiro, que se convirtió en presidente de la empresa en 1993 y en director general en 1995, justo a tiempo para lanzar la revolución de los productos Roundup Ready.

«La Microsoftización de Monsanto»

Bob Shapiro, como le gustaba que le conocieran, se había incorporado a Monsanto en 1985, cuando ésta adquirió la empresa farmacéutica Searle, en la que Shapiro había trabajado primero como vicepresidente y consejero general, a las órdenes del presidente y director general de Searle, Donald Rumsfeld, y luego como presidente del grupo NutraSweet de Searle. Elmore dice que aunque «el hombre de Searle fue visto inicialmente como un extraño, encarnaba el ambiente de Silicon Valley que la empresa quería proyectar» en el boom de las puntocom de los años 90.

El hecho de que Shapiro fuera abogado también se consideraba una ventaja, dadas las posibles responsabilidades de Monsanto. Y en los años siguientes, Shapiro demostraría su astucia legal al escindir el antiguo núcleo del negocio químico de Monsanto en una nueva empresa llamada Solutia, como una forma de despojar a Monsanto de los costes de limpieza ambiental potencialmente elevados y de otras responsabilidades por sus acciones pasadas, responsabilidades que en tan sólo seis años obligaron a Solutia a solicitar el Capítulo 11 de la ley de quiebras. Dado el peso financiero de todos los pasivos tóxicos y las deudas que Shapiro había contraído, algunos accionistas agraviados consideraron que Solutia estaba condenada al fracaso.

Según Elmore, cuando se trataba de cambiar la imagen de Monsanto, Shapiro hablaba el lenguaje técnico que los inversores querían oír. En su primer informe a los accionistas en 1995, Shapiro «proclamó que Monsanto se dedicaría a partir de entonces a vender software genético. La empresa estaba reduciendo drásticamente su cartera de productos químicos y realizando inversiones clave que le permitirían convertirse en una empresa de comercio de información de alta tecnología… A través de un agresivo plan de adquisiciones, la empresa pretendía hacerse con negocios de semillas y empresas de biotecnología en los próximos años. Esta fue la Microsoftización de Monsanto».

Para ayudar a conseguir esta metamorfosis corporativa, Shapiro trabajó en equipo con el «feroz» Rob Fraley, un negociador «despiadado» al que un colega cercano describió como «el hombre más motivado que he conocido». Juntos, este dúo decidido ayudó a convertir a Monsanto en la mayor empresa de semillas del mundo, a la vez que imponía a los agricultores acuerdos de uso de tecnología que les prohibían estrictamente reutilizar las semillas genéticamente modificadas de la empresa.

El resto es historia. Y un cuarto de siglo después del lanzamiento de la revolución del Roundup Ready, Elmore dice que, como historiador, está en condiciones de evaluar lo que la historia nos dice sobre el visionario mensaje de Shapiro.

Una vuelta a su pasado químico

Según Shapiro, los cultivos Roundup Ready de Monsanto iban a proporcionar tanto abundancia como sostenibilidad. Parecía demasiado bueno para ser verdad, dice Elmore, y así fue. Monsanto predijo que el uso de la soja Roundup Ready reduciría el uso de herbicidas en un tercio, pero en los 25 años que llevan cultivándose el uso de herbicidas en los cultivos Roundup Ready se ha disparado. La resistencia a las malas hierbas que surgió en la década de 2000 ha contribuido en gran medida a ello. Los agricultores no tenían ni idea de lo que se avecinaba, dice Elmore, porque Monsanto negaba que la resistencia a las malas hierbas fuera posible con Roundup y durante años persiguió sin piedad a los científicos especializados en hierbas adventicias cuando decían que tenían pruebas de ello.

Mientras los agricultores luchaban por suprimir las malas hierbas, no sólo utilizaban cada vez más Roundup, sino que también se produjo un importante resurgimiento del uso de productos químicos más antiguos y evidentemente más tóxicos. Y estos productos químicos pronto se convirtieron en parte de la estrategia de Monsanto. De hecho, lejos de ofrecer el futuro brillante desvinculado del legado tóxico de Monsanto que Shapiro había prometido, la empresa condujo deliberadamente a la agricultura hacia el pasado químico mediante la ingeniería de semillas resistentes a los herbicidas de la vieja escuela como el dicamba y el 2,4-D, en respuesta a la explosión de la resistencia a las malas hierbas. Esto, por supuesto, aumentó el uso de los herbicidas que Roundup pretendía sustituir.

Y había algo más. Uno de estos herbicidas más antiguos, dicamba, era especialmente propenso a vaporizarse en climas cálidos. Monsanto afirmó tener una nueva fórmula que solucionaba el problema, pero después de salir al mercado también resultó ser propenso a los problemas. Esto significó que las nuevas semillas de Monsanto tolerantes a dicamba, que podían ser tratadas con dicamba durante toda la temporada de crecimiento, trajeron consigo un cúmulo de nuevos problemas, ya que el herbicida se desvió hacia los cultivos no tolerantes a la dicamba, por no hablar de los árboles y otra vegetación, causando grandes daños – agrícolas, sociales y ecológicos, que Monsanto hizo todo lo posible para negar, o incluso para beneficiarse, como muestra Elmore.

Visionarios y criminales

Monsanto fue adquirida por Bayer en el momento en que los juicios por los daños causados por dicamba, al igual que los veredictos contra Monsanto en los casos de cáncer provocados por Roundup, llegaron muy lejos. Y, de hecho, el precio del incumplimiento de sus promesas no fue pagado en ningún momento por la propia Monsanto, que ganó enormes sumas con sus semillas modificadas genéticamente, los productos químicos que las acompañan y los problemas que crearon. Sin embargo, Elmore presenta a Shapiro -alguien a quien entrevistó para el libro- como un visionario completamente sincero que realmente creía que él y Monsanto nos estaban llevando a todos a un futuro ecológico gracias a la panacea de los cultivos transgénicos.

Elmore destaca, frente a los antecedentes de Shapiro en la Big Pharma como lugarteniente de Rumsfeld, un idealismo que, según él, puede verse en un joven Bob Shapiro que rasgueaba su guitarra en los años 60 junto a Joan Baez en apoyo de los derechos civiles y la oposición a la guerra de Vietnam. Sin embargo, es difícil casar esta imagen idealista con el completo fracaso de Shapiro, cuando tuvo la oportunidad, de dar un solo paso para mejorar el terrible daño que la compañía que dirigía había infligido a Vietnam -un impacto que Elmore exploró en detalle mientras investigaba el libro, incluyendo un viaje al centro de la ciudad de Ho Chi Minh para visitar una «casa de los horrores», un museo que muestra los devastadores impactos humanos supuestamente causados por el Agente Naranja.

Si uno se pregunta si no fue sólo la visión de Shapiro de la revolución biotecnológica de Monsanto lo que era demasiado bueno para ser verdad, sino la imagen que Shapiro proyecta de sí mismo como líder empresarial visionario. Algo que no se menciona en Seed Money son los años que Shapiro sirvió posteriormente en el consejo de administración de Theranos. Esta es la empresa creada por Elizabeth Holmes – otra «visionaria» con el ambiente de Silicon Valley que lanzó un producto biotecnológico revolucionario. Holmes, por supuesto, terminó siendo condenada por estafar criminalmente a los inversores de su empresa y se enfrenta potencialmente a hasta 80 años de cárcel y una multa de un millón de dólares.

Rentabilizar el problema que creó

Para los inversores de Monsanto, el fracaso de su revolución biotecnológica no supuso ningún problema, ya que Monsanto sacó provecho de las dificultades que la tecnología Roundup Ready tenía cada vez más para suprimir las malas hierbas, sacando al mercado semillas aún más caras y resistentes a más herbicidas de las que también se benefició. En otras palabras, Monsanto consiguió rentabilizar el problema que estaba creando vendiendo nuevas variantes cada vez más caras de la misma solución fallida.

Y Shapiro acabó enriqueciéndose personalmente, como señala Elmore. De hecho, le fue tan bien con el lanzamiento de la revolución del herbicida Roundup que, después de que dejara la empresa en 2001 -que para entonces había sido adquirida por Pharmacia-, el St Louis Business Journal publicó un artículo titulado: Shapiro lidera a los ejecutivos en las gratificaciones por la jubilación. Entre esos beneficios figuraba una pensión de un millón de dólares al año, según nos cuenta Elmore, y una indemnización por despido de 14 millones de dólares. Elmore contrasta esto con las indemnizaciones lamentablemente pequeñas que recibieron muchas de las víctimas, en su mayoría pobres y negras, de los PCB de la empresa en Anniston, Alabama.

Hugh Grant, vendedor de Roundup

Si el retrato que Elmore hace de Shapiro deja interrogantes, su retrato del último presidente y director general de Monsanto (2003-2018), Hugh Grant, es totalmente convincente. Elmore muestra cómo la ascendente trayectoria profesional de Grant dentro de la empresa fue alimentada por el herbicida Roundup desde el principio.

El primer trabajo de Grant en la empresa, en 1981, con sólo 23 años, consistió en vender Roundup a los cultivadores de cebada de su Escocia natal. Elmore dice que Grant demostró ser un vendedor de Roundup tan talentoso que una serie de rápidos ascensos lo llevaron, aún en la treintena, a la sede de Monsanto como principal estratega de la marca Roundup, donde se aseguró de que Roundup siguiera siendo una gran fuente de ingresos para Monsanto, a pesar de que el glifosato dejara de estar patentado en 2000.

En otras palabras, dice Elmore, «Grant era un hombre de Roundup, alguien que debía toda su carrera y su éxito profesional a un poderoso producto químico, aunque en sus declaraciones públicas intentara distanciarse de este legado químico». Y sea lo que sea lo que diga la gente, incluido el propio Grant, sobre que Monsanto ya no es una empresa química, «el nombramiento del principal vendedor de Roundup de la empresa para el cargo más alto de la ‘nueva’ Monsanto debería haber dejado claro que el pasado químico de la empresa estaba muy ligado a su futuro biotecnológico».

La agricultura no transgénica, y no la transgénica, propicia el aumento de los rendimientos

Los diversos problemas que causó la revolución de Roundup, argumenta Elmore, podrían haber valido la pena si, a cambio de toda la «intimidación, el control corporativo, las malas hierbas resistentes, el regreso a los antiguos herbicidas y el problema de la deriva de dicamba», los cultivos modificados genéticamente «hubieran mejorado radicalmente la producción de alimentos». Al fin y al cabo, ésta era la misión declarada de Monsanto. ‘Preocuparse de que las generaciones futuras se mueran de hambre no las alimentará’, exclamaba un anuncio de la empresa en 1998: ‘La biotecnología alimentaria lo hará'». Pero Elmore dice: «La realidad fue que estas semillas nunca produjeron la abundancia que Monsanto o Shapiro habían prometido».

Elmore respalda esta conclusión con los resultados de una serie de estudios e informes clave que demuestran que los rendimientos de la «biotecnología alimentaria» no han sido mejores que los de los cultivos no transgénicos y que, de hecho, es la agricultura no transgénica la que ha estado impulsando los constantes aumentos de rendimiento de la agricultura. Asimismo, señala que, en lo que respecta a la tentadora perspectiva de los cultivos resistentes a la sequía, los mayores avances han procedido de nuevo del cultivo tradicional de plantas, no de la ingeniería genética.

En otras palabras, todos los problemas no han servido para nada, lo que nos lleva a lo que Elmore dijo a Joe Rogan que era «la cuestión principal del libro: … ¿cómo una empresa que tenía los productos más tóxicos que el mundo ha visto llegó a ayudar a diseñar nuestro sistema alimentario? … A esa pregunta, creo que la respuesta es bastante clara. Ellos nunca fueron realmente responsables, ya sabes. No es por la EPA, no es por la USDA, no es por...»

En ese momento Joe Rogan le interrumpe con otra pregunta, pero si no lo hubiera hecho, es evidente que Elmore habría seguido añadiendo a la lista de organismos federales que no han protegido a los agricultores, al público y al medio ambiente de este titán tóxico: la FDA y el Departamento de Justicia son algunos de los que inmediatamente me vienen a la mente. Y, por supuesto, no es sólo en la patria de Monsanto donde se ha producido este fracaso.

Necesidad de actuar con rapidez

La última parte de Seed Money analiza la promoción de la revolución Roundup Ready por parte de Monsanto fuera de Estados Unidos. Al expandirse en el extranjero, dice Elmore, «la empresa tuvo que actuar con rapidez. Al fin y al cabo, las tecnologías que vendía en los mercados de ultramar eran las mismas que eran objeto de críticas en su país». Así que la cuestión era: ¿podría la empresa conseguir que los agricultores compraran sus semillas antes de que los problemas intrínsecos se hicieran evidentes? En este contexto, Elmore se centra en particular en dos países que podrían no haber parecido objetivos ideales para la comercialización de Monsanto, Vietnam -que aún sufre los estragos del Agente Naranja- y Brasil, donde el gobierno de Lula no parecía ni remotamente dispuesto a apresurarse a cultivar transgénicos. El relato de Elmore sobre lo que sucedió después es uno de los mejores capítulos del libro e incluye muchos detalles incisivos, muchos de ellos recogidos de sus visitas a los dos países, incluyendo algunos comentarios muy reveladores de las entrevistas.

Cuidado con Bayer

La conclusión de Seed Money se centra en las consecuencias para Bayer de su adquisición de Monsanto. Elmore centra este capítulo final en la junta de accionistas de Bayer de 2020, en la que el director general de la empresa y otras cinco personalidades trataron de explicar a los inversores por qué debían considerar que el futuro de Bayer era brillante a pesar de que muchos de los pasivos tóxicos de Monsanto se habían hecho notar de forma espectacular tras la adquisición, y la consiguiente devastación del precio de las acciones de Bayer, por no mencionar el daño a su marca.

En cierto modo, sugiere Elmore, la adquisición podría verse como el último fracaso del fundador de Monsanto, John Queeny, y su desesperada búsqueda por liberar a su empresa del «control de la muerte» de los gigantes alemanes como Bayer. Pero, por otro lado, el fabricante alemán de aspirinas puede haberse tragado una píldora envenenada.

Bayer, sugiere Elmore, dada su ansiedad por tranquilizar a los inversores conmocionados de que todavía hay grandes beneficios que obtener del sistema creado por Monsanto, seguirá presionando a los agricultores para que «vean los viejos productos químicos como el futuro de la agricultura.» La única cuestión, dice, es «si los agricultores seguirán comprando lo que Bayer vende» o si «pueden escapar de los crecientes costes asociados a la tecnología transgénica». La puerta para un futuro alimentario alternativo no se ha cerrado».

Este resumen de lo que ofrece el libro de Elmore no puede ni remotamente hacer justicia a la riqueza de matices y detalles bien probados que se encuentran en Seed Money, pero esperamos que al menos pueda abrir el apetito de cualquiera que aún no lo haya leído. Y si eso incluye a algún abogado demandante, descubrirá rápidamente por qué el historiador de asuntos económicos que ha pasado una década investigando de forma forense sería el testigo experto ideal en cuanto al «buen carácter» de Monsanto.

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