Por James Petras, 19 de mayo de 2012
El Capitalismo y sus defensores mantienen el dominio mediante el control de los recursos materiales a su alcance, sobre todo a través del aparato estatal y las empresas de producción, financieras y comerciales, así como la manipulación de las personas a través de los periódicos, de intelectuales, ideólogos y publicistas que fabrican los argumentos y el lenguaje para destacar lo que serán las noticias del día.
Hoy en día, las condiciones materiales de la inmensa mayoría de la gente trabajadora se han deteriorado al desplazar todo el peso de la crisis y para poder recuperar sus beneficios a las espaldas de las clases asalariadas. Uno de los aspectos más llamativos de este sostenido y continuo desmantelamiento del nivel de vida es la ausencia de una elevada agitación social, de momento. Grecia y España, con más del 50% de desempleo entre los jóvenes de entre 16-24 años, y con casi un 25% de paro en general, han llevado a cabo una docena de huelgas y protestas nacionales con asistencia de gran número de personas, pero no se ha traducido en ningún cambio real en el régimen ni en sus políticas. Los despidos masivos y los dolorosos recortes en sueldos, pensiones y en servicios sociales continúan. En países como Italia, Francia e Inglaterra, las protestas y el descontento se manifiestan en los procesos electorales, donde se ha producido una sustitución por los partidos tradicionales de la oposición. Pero a pesar de la agitación social y de la profunda erosión socieconómica en la vida y en las condiciones sociales y laborales existentes, la ideología dominante está instalada en los movimientos, en los sindicatos y en la oposición política, es reformista: hacen llamadas para defender los beneficios sociales adquiridos, piden que se aumente el gasto público y que se amplíe el papel del Estado allí donde ha fallado el sector privado en invertir o emplear. En otras palabras, la izquierda propone conservar un pasado, en el que el capitalismo supe aprovecharse para conseguir un estado de bienestar.
El problema es que este “capitalismo del pasado” se ha convertido en un nuevo capitalismo más virulento e intransigente, lo que ha forjado un nuevo marco mundial y un poderoso aparato estatal que es inmune a toda petición de reforma o de cambios en la orientación. La confusión, frustración y desorientación de la oposición popular es, en parte, debido a la adopción de los escritores de la izquierda, de periodistas y académicos de unos conceptos y un lenguaje similar al de sus adversarios capitalistas: un lenguaje diseñado para ocultar las relaciones sociales de la brutal explotación, el papel central de las clases dominantes en el retroceso de las conquistas sociales y los profundos vínculos entre la clase capitalista y el Estado. Los publicistas del capitalismo, los intelectuales y los periodistas han elaborado una larga letanía de conceptos y términos que perpetúan la dominación capitalista y distraen a los críticos y a las víctimas de los autores de esta caída en el abismo del empobrecimiento de las masas.
Incluso al formular sus críticas y denuncias, los críticos del capitalismo utilizan el lenguaje y los conceptos de sus apologistas. En la misma medida que el lenguaje del capitalismo ha penetrado en el lenguaje general de la izquierda, la clase capitalista ha impuesto su hegemonía y el dominios sobre sus antiguos adversarios. Peor aún, la izquierda, mediante la utilización de algunos de los conceptos básicos del capitalismo en su crítica, crea la ilusión sobre las posibilidades reales de una reforma del mercado que sirva a los intereses de las clases populares. Esto no permite la identificación de las principales fuerzas sociales que son expulsadas por las clases dominantes de la Economía y de la imperiosa necesidad de desmantelar el Estado dominada por esta clase. Mientras que la izquierda denuncia la crisis capitalista y los rescates del Estado, en su propia pobreza de pensamiento socava la acción política de las masas. En este contexto, el lenguaje de ofuscación se convierte en una fuerza material, un vínculo con el poder capitalista, cuya principal finalidad es desorientar y desarmar a sus adversarios anticapitalistas y la clase trabajadora. Lo hace mediante la cooptación de sus intelectuales críticos que utilizan su terminología, el mismo marco conceptual y un lenguaje que domina la cuestión de la crisis capitalista.
Los eufemismos al servicio de la ofensiva capitalista
Los eufemismos tienen un doble significado: el término que expresan y lo que significan realmente. La utilización de eufemismos por parte del Capitalismo busca una connotación favorable o un comportamiento aceptable, de modo que su actividad esté disociada de la exaltación de la riqueza y de la concentración de poder y privilegios. Los eufemismos ocultan la acción conjunta de la elites en el poder para imponer medidas específicas de clase y reprimir, sin que conozcamos debidamente a los responsables de la oposición a los cambios exigidos por la acción popular.
Uno de los eufemismos más común es el término “mercado”, que está dotado de características y poderes humanos. Como tal, se nos dice que “el mercado exige recortes salariales” como algo disociado de la clase capitalista. Los mercados, es decir, el intercambio de mercancías o la compra y venta de bienes, han existido desde hace miles de años en los diferentes sistemas sociales en contextos muy diferentes. Han sido mercados globales, nacionales, regionales o locales, involucrando a diferentes agentes socio-económicos, y comprenden unidades económicas muy diferentes, que van desde las gigantescas casas comerciales promovidas por el Estado hasta los mercados locales y de subsistencia de las aldeas campesinas. Los mercados han existido en todas las sociedades complejas: de esclavitud, feudales, mercantiles y cuya finalidad es la competencia, en los monopolios industriales y en la financiación de las sociedades capitalistas.
Cuando se discute y se analizan los mercados para dar sentido a las transacciones (¿quién se beneficia y quién pierde?) se deben identificar claramente a las clases sociales que dominan las transacciones económicas. Escribir sobre los mercados, en general, es algo engañoso porque los mercados no existen independientemente de las relaciones sociales que definen lo que se produce y lo que se vende, cómo se produce y qué configuraciones de clase moldean la conducta de los productores, de los vendedores y de la mano de obra. La actual realidad del mercado se define por la existencia de gigantescas multinacionales, de bancos y de corporaciones que dominan los mercados de trabajo y las materias primas. Escribir sobre los mercados como si se operase en una esfera que está más allá de las desigualdades brutales entre las clases es ocultar la esencia de las relaciones contemporáneas de clase.
Es fundamental para lograr un entendimiento, aunque a veces se olvida en las actuales discusiones, el poder indiscutible de los capitalistas, que poseen los medios de producción y de distribución, la propiedad capitalista de la publicidad, los banqueros capitalistas que prestan o niegan el crédito y los administradores del Estado capitalista que regulan o desregulan las relaciones de intercambio. Los resultados de sus políticas se atribuyen a “las demandas del mercado mediante eufemismos que nos divorcian de una realidad brutal”. Por lo tanto, como dicen los propagandistas, ir contra el mercado es oponerse al intercambio de bienes: esto es claramente un sinsentido. Por el contrario, para identificar las exigencias capitalistas sobre el trabajo, incluidas las reducciones en los salarios, el bienestar y la seguridad, se debe hacer frente a una forma específica de explotación del comportamiento de los mercados, donde los capitalistas tratan de obtener mayores ganancias en contra de los intereses y el bienestar de la mayoría de los trabajadores remunerados y los salarios.
Al confundir las relaciones de explotación bajo el Capitalismo de mercado con los mercados en general, los ideólogos del capitalismo logran diferentes resultados: ocultar el papel principal de los capitalistas, al mismo tiempo que evocan una institución con connotaciones positivas, es decir, un mercado donde la gente compra bienes de consumo y se socializa con amigos y conocidos. En otras palabras, cuando el mercado, que se presenta como un amigo y benefactor de la sociedad, impone políticas dolorosas es de suponer que lo hace por el bienestar de la comunidad. Al menos eso es lo que los propagandistas quieren hacer creer a la gente mediante la comercialización de una imagen virtuosa del mercado, enmascarando el comportamiento depredador del capital privado, que persigue los mayores beneficios posibles.
Otro de los eufemismo más comunes utilizado en la actual crisis económica es “austeridad”, un término utilizado para encubrir la dura realidad de los draconianos recortes en los salarios, las pensiones y el incremento de los impuestos regresivos (IVA). Medidas de austeridad en realidad significan políticas para proteger o incluso aumentar los subsidios estatales a las empresas, favorecer que el capital obtenga mayores beneficios y el aumento de la desigualdad entre el 10% que ocupa la parte superior y el 90% la de abajo. Austeridad significa autodisciplina, economía, ahorro, responsabilidad, limitación en el despilfarro y en el gasto, evitar la satisfacción inmediata para obtener una seguridad en el futuro, una especie de calvinismo colectivo. De hecho, significa un sacrificio compartido para un bienestar de todos en el futuro.
Sin embargo, en la práctica, con austeridad se describen políticas que están diseñadas por la elite financiera para la implantación de reducciones a determinadas clases en su nivel de vida y en los servicios sociales ( como salud y educación) disponibles para trabajadores y empleados. Esto significa que los fondos públicos se pueden desviar para pagar las altas tasas de interés a los accionistas ricos, mientras se somete la política pública a los dictados de los amos del capital financiero.
En lugar de hablar de ·austeridad”, con su connotación de autodisciplina, los críticos de la izquierda debieran describir claramente las políticas de la clase gobernante en contra de las clases trabajadora y asalariada, aumentando las desigualdades y la concentración de la riqueza y el poder de los más ricos. Las políticas de austeridad son por tanto una expresión de cómo las clases dominantes utilizan al Estado para trasladar el coste de su crisis económica al trabajo.
Los ideólogos de las clases dirigentes cooptan conceptos y términos, que la izquierda utilizaba originalmente para indicar la mejora de las condiciones de vida y los utilizan en su provecho.
Otros dos eufemismos, cooptados de la izquierda, son “reforma y “ajuste estructural”.
Por “reforma”, durante muchos siglos, se entendió como cambios que disminuían las desigualdades y aumentaba la representación popular. Reformas fueron los cambios positivos para mejorar el bienestar público y limitar los abusos del poder por parte de regímenes oligárquicos y de la plutocracia. Durante las últimas tres décadas, sin embargo, los más prominentes economistas, intelectuales, periodistas y burócratas de la banca internacional han subvertido el significado de reforma a su favor: ahora hace referencia a la eliminación de derechos laborales, el fin de la regulación pública del capital y la reducción de subvenciones para que los más pobres adquieren alimentos o combustible. En el vocabulario capitalista de hoy, reforma significa invertir los cambios progresistas y la restauración de los privilegios de los monopolios privados. Reforma significa poner fin a la seguridad en el empleo y facilitar los despidos masivos de trabajadores mediante la reducción o eliminación de la indemnización por despido obligatorio. Reforma ya no significa cambios sociales positivos, sino que ahora significa revertir esos cambios para restaurar el poder ilimitado del Capital. Esto significa un retorno a la fase anterior y más brutal del Capital, antes de la existencia de las organizaciones sindicales y cuando desapareció la lucha de clases. Por lo tanto, reforma significa ahora la restauración de privilegios, de poder y beneficios para los ricos.
De igual manera, los cortesanos lingüísticos de la profesión económica se han apropiado del término “estructural”, refiriéndose a un “ajuste estructural”, para así dar cabida al poder desenfrenado del capital. Todavía en la década de 1970, estructural hacía referencia a la redistribución de la tierra en manos de los grandes terratenientes a los campesinos sin tierra, el traspaso del poder de los plutócratas a las clases populares. Estructura hacía referencia a la organización del poder privado en el Estado y en la Economía. Hoy, sin embargo, estructura se refiere a las instituciones públicas y a las políticas públicas, que crecieron del trabajo de los ciudadanos para garantizar una seguridad social, el bienestar, la salud y la jubilación de los trabajadores. Cambios estructurales ahora es un eufemismo para desmontar las instituciones públicas, poniendo fin a las restricciones en los comportamientos del capital depredador y la destrucción de la capacidad del trabajo para negociar, luchar y preservar las conquistas sociales.
El término ajuste se utiliza como “ajuste estructural” , que es en sí mismo un eufemismo suave que implica ajuste, la modulación cuidadosa de las instituciones políticas y las políticas para revertir el equilibrio y el bienestar. En realidad, “ajuste estructural” representa un ataque frontal contra el sector público y un desmantelamiento de la legislación de protección y de los organismos públicos que protegen al trabajo, el medio ambiente y a los consumidores. Tras la máscara de “ajuste estructural” se esconde un asalto sistemático a las formas de vida de las personas para el beneficio de la clase capitalista.
La clase capitalista ha cultivado una cosecha propia de economistas y periodistas que trafican con políticas brutales usando un lenguaje que las suaviza, que las evade y las oculta con el fin de neutralizar la oposición popular. Desafortunadamente, muchos críticos de la izquierda tiende a confiar en la misma terminología.
Teniendo en cuenta la corrupción generalizada de la terminología tan extendida en los debates contemporáneos sobre la crisis capitalista, la izquierda debe dejar de confiar en este conjunto de eufemismos que llevan al engaño, cooptados por la clase dominante. Es frustrante ver con qué facilidad los siguientes términos entran en nuestro discurso:
Disciplina de mercado: El eufemismo disciplina tiene connotaciones de seriedad, o un carácter que actúa de forma concienzuda ante los comportamientos irresponsables.
En realidad, si se unen ambos términos, disciplina y mercado, hace referencia a cómo los capitalistas se aprovechan de los trabajadores desempleados y hacen uso de su influencia política y poder para despedir a los trabajadores o intimidarlos, quedando en situación de mayor explotación, con más horas de trabajo, lo que redunda en mayores beneficios con menos salario. También aumentan sus tasas de beneficio recortando los costes sociales de producción, tales como la protección de los trabajadores y del medio ambiente, las coberturas sanitarias y las pensiones.
Impacto del mercado: hace referencia por parte de los capitalistas a los despidos masivos, a los recortes en los salarios y en las coberturas sanitarias y de las pensiones a fin de mejorar las cotizaciones de sus acciones, aumentar sus ganancias y conseguir más bonificaciones para los empresarios. Al establecer un vínculo suave entre ambas palabras, los apologistas del capital tratan de ocultar la identidad de los responsables de estas medidas, sus consecuencias brutales y los inmensos beneficios de que disfruta la elite.
Demandas del mercado: Esta frase eufemística se ha diseñado para hacer humana una categoría económica, y aplicar unas medidas por parte de alguien que pareciera un sujeto descarnado, para así defender sus intereses de clase y actuar de forma despótica sobre los trabajadores. En lugar de “demandas del mercado”, debieran decir “ los trabajadores sacrifican sus salarios y su salud para que las empresas multinacionales obtengan más beneficios”. Esto habría que tenerlo claro para despertar la ira de los que resultan afectados por la aplicación de estas medidas.
Libre empresa: es un eufemismo que resulta de unir dos conceptos reales: la empresa privada que busca el beneficio privado y la libre competencia. Mediante la eliminación de la imagen subyacente, el beneficio de unos pocos contra los intereses de una mayoría, los apologistas del capital han inventado un concepto que destaca las virtudes individuales de empresa y libertad, en contraposición de vicios económicos reales, tales como la codicia y la explotación.
Libre mercado: es un eufemismo que implica la libre competencia, justa y equitativa en los mercados no regulados, pasando por alto la realidad de unos mercados dominados por los monopolios y los oligopolios, que dependen de los rescates estatales masivos en tiempos de crisis capitalista. “Libre” hace referencia específicamente a la ausencia de regulaciones públicas y a la intervención del Estado para defender la seguridad de los trabajadores, de los consumidores y la protección del ambiente. En otras palabras, “libre” enmascara la destrucción arbitraria del orden cívico por parte de los capitalistas privados a través del ejercicio desenfrenado del poder político y económico. “Libre mercado” es un eufemismo para referirse al dominio absoluto de los capitalistas por encima de los derechos y medios de subsistencia de millones de personas, lo que en esencia es una verdadera negación de su libertad.
Recuperación económica: otro término eufemístico que significa la recuperación de ganancias por parte de las grandes corporaciones. Se disfraza la ausencia de recuperación de los niveles de vida para la clases media y trabajadora, la reversión de los beneficios sociales y las pérdidas económicas de los titulares de hipotecas, los deudores, los dueños de pequeños negocios. Lo que se pasa por alto al decir “recuperación económica” es el empobrecimiento masivo, que es condición imprescindible para la recuperación de las ganancias por parte de las corporaciones.
Privatización: con este término se describe la transferencia de las empresas públicas, generalmente las más rentables, o las que están en mejor posición, a los grandes capitalistas a precios muy por debajo de su valor real, lo que conlleva la pérdida de servicios públicos, de empleo público estable y mayores costos para los consumidores, ya que los nuevos propietarios suben los precios y despiden trabajadores, todo en nombre de otro eufemismo, “eficiencia”.
Eficiencia: hacen referencia al término “eficiencia” en función únicamente de los balances de las empresas, y no se refleja los altos costes de la privatización de los sectores económicos afines. Por ejemplo, la privatización del transporte supone unos mayores gastos, haciéndolo menos competitivo en comparación con el de otros países, al mismo tiempo que la privatización elimina servicios en aquellas regiones que es menos rentable, afectando negativamente a la economía local y el aislamiento de los mercados nacionales. Con frecuencia, los burócratas, alineados con los capitalistas privados, desinvierten de forma deliberada en las empresas públicas y nombran incompetentes gestores políticos como parte de su política de patrocinio, con el fin de degradar los servicios y fomentar el descontento por parte de la gente. Esto crea una opinión pública favorable a la privatización de tal empresa o servicio. En otras palabras, la privatización no es el resultado de la ineficiencia inherente a las empresas públicas, como los ideólogos capitalistas nos quieren hacer creer, sino que se trata de un acto público deliberado diseñado para aumentar las ganancias del capital privado a costa del bienestar público.
Conclusión
El lenguaje, los conceptos y los eufemismos son importantes armas en la lucha de clases, diseñados por los de arriba, economistas y periodistas capitalistas, para así maximizar la riqueza y el poder del capital. En la medida que los críticos de izquierda adopten estos eufemismos y su marco de referencia, sus propias críticas y alternativas están limitadas por la retórica del capital. Poner comillas a los eufemismos puede ser una señal de desaprobación, pero no supone ningún avance en un marco diferente de análisis, necesario para el éxito de la lucha de los de abajo. Es también muy importante la necesidad de romper con el sistema capitalista, incluyendo su lenguaje dañino y engañoso. Los capitalistas han eliminado los logros más importantes conseguidos por la clase obrera y nos estamos quedando en una situación de dominio absoluto del capital. Esto debe hacernos plantear nuevamente la cuestión de la transformación socialista de las estructuras del Estado, de la Economía y de clase. Parte integrante de ese proceso debe ser el rechazo total a los eufemismos utilizados por los ideólogos capitalistas y su sustitución sistemática por términos y conceptos que realmente reflejen la dura realidad, que claramente identifique a los autores de esta situación y se definan los organismos sociales de transformación política.
James Petras, exprofesor de Sociología de la Universidad de Binghamton, Nueva York, lleva 50 años en el asunto de la lucha de clases; es asesor de los Campesinos sin Tierra y sin trabajo en Brasil y Argentina, y coautor de Globalización desenmascarada (Zed Books), siendo su libro más reciente Sionismo, Militarismo y la Decadencia del Poder estadounidense (Clarity Press, 2008). Se le puede escribir a la siguiente dirección: jpetras@binghamton.edu
http://dissidentvoice.org/2012/05/the-politics-of-language-and-the-language-of-political-regression/
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