Por Andre Vltchek, 6 de febrero de 2017
Pocos saben de la existencia de Palembang, una ciudad de Sumatra, más allá del sudeste Asiático, la 6ª isla mayor del mundo. Una ciudad sombría e inmensa, con casi 2 millones de habitantes, la mayoría de ellos viviendo en condiciones precarias y de hacinamiento.
El río tropical Musi divide la ciudad, un canal contaminado hasta la exasperación, bordeado de tugurios construidos sobre postes y algunos viejos edificios coloniales.
Barcos de todo tipo navegan por el Musi, transportando todo lo que se puede vender en el extranjero o al resto de Indonesia. El río siempre está atestado de barcazas llenas de carbón, de petroleros, improvisados barcos que llevan racimos de frutos de la palma de aceite, así como innumerables barcos cargados de madera.
Aquí el saqueo se hace de manera abierta, no se hace ningún intento por ocultarlo.
La sra. Isna Wijayani, profesora de la Universidad Bina Darma de Palembang, lamenta la situación.
“Ya no hay bosques primarios en amplias zonas alrededor de Palembang. Sin embargo, no se deja constancia de este hecho en los medios locales. Y esto es así, porque poderosas fuerzas, incluyendo la policía y el ejército (TNI), están metidos de lleno detrás de las talas ilegales y otras actividades comerciales rentables en el sur de Sumatra”.
La Universidad de Bina Darma me invitó a hablar sobre la manipulación de los medios indonesios por parte de Occidente. Me dirigí a unos 100 estudiantes y profesores de la región. Lo que vino a continuación fue una larga discusión de una hora de duración, durante la que llegué a comprender lo poco que se sabe, incluso entre los estudiantes y profesores locales, de la terrible situación ambiental en esa parte del mundo.
“No tenemos ni idea de la magnitud de la deforestación que se está provocando aquí”, explicó la sra. Lina, una estudiante.
La sra. Ayu Lexy, otra estudiante, conocía algo más del tema: “Creo que Donald Trump está loco al alegar que no se está produciendo un calentamiento global. Los efectos de éste se pueden ver claramente aquí”.
Como ya había hecho hace varios años, alquilé una lancha y le dije al capitán que me llevara por el delta hasta Upang, una aldea situada a más de una hora navegando por las turbias aguas de Palembang.
Vi la planta de Pusri, en la que se producen fertilizantes, una de las más grandes del sudeste asiático, que arroja un humo negro y deja un insoportable olor en el aire. Justo al otro lado del agua, rodeado de tugurios, una planta de procesamiento de madera emitía otro olor muy distinto. Los niños de la zona nadaban cerca, ajenos a los peligros para su salud.
Más tarde, un ejecutivo de Pusri, el sr. Reza Esfan, me confesó: “Sabemos que producimos contaminación, por supuesto, pero tratamos de minimizarla. No puedo negar el desagradable olor que emite… El error de Pusri fue no comprar las tierras que rodean la planta. Ahora, si se produce una fuga tóxica, nos puede demandar la comunidad…”.
Naturalmente ni una palabra sobre el sufrimiento de esas comunidades…
En la aldea de Kapitan, varias mujeres lavaban sus ropas en las mugrientas aguas del río, y luego se lavaban los dientes.
“¿Por qué no vamos a poder lavarnos y cepillarnos los dientes con agua limpia. No podemos gastarnos dinero en lujos. De todos modos, el agua del río es gratuita y está limpia”, dijo una mujer del pueblo.
Mientras la mujer hablaba, el cadáver de un perro grotescamente hinchado pasó lentamente por el agua a unos pocos metros de distancia.
Un desastre anunciado
La deforestación era esencial para la construcción de todas las industrias locales, Pero, ¿por qué una deforestación tan terrible en Indonesia? ¿Qué puede suponer eso para el cambio climático global?
Una simple respuesta: no es que sea malo, es escalofriante.
La cadena independiente de noticias panasiática Coconuts TV, informaba en 2015:
“La deforestación contribuye al cambio climático, emitiendo más contaminación de carbono a la atmósfera que todos los automóviles, camiones, barcos, trenes y aviones del mundo cada año. También está llevando a muchas especies animales al borde de la extinción, incluyendo el rinoceronte de Sumatra, el tigre de Sumatra, el elefante de Sumatra y el orangután, debido a la destrucción de sus hábitats”.
Indonesia se ha convertido en el primer país en el ranking de deforestación, y la razón es la necesidad mundial de aceite de palma. El aceite de palma es el aceite vegetal más utilizado en toda la tierra. Se puede encontrar en más de la mitad de todos los productos envasados del supermercado, desde el aceite de cocina al lápiz de labios”.
Ya en 2007, Greenpeace de Filipinas criticó la falta de voluntad de Indonesia para hacer frente al desastre:
“Indonesia destruye alrededor de 51 kilómetros cuadrados de bosques al día, lo que equivale a 300 campos de fútbol cada hora, una cifra que debiera incluir al país en el libro Guinness de los Récords como el mayor destructor de bosques del mundo… Estas cifras demuestran una falta de voluntad política por parte del Gobierno Indonesio para detener esta deforestación desbocada. Una serie de desastres en los últimos años, inundaciones, incendios forestales, deslizamientos de tierras, sequías, enorme erosión, todo ello está vinculado a la destrucción sin precedentes de los bosques. Los incendios forestales provocados por las concesionarias y las plantaciones ya han hecho de Indonesia el tercer mayor contribuyente mundial de gases de efecto invernadero”, dijo Hapsoro (un activista de Greenpeace del sudeste asiático).
Desde 2007 las cosas no han cambiado mucho. El país ha perdido más del 70% de los bosques más antiguos, y la tala comercial, los incendios forestales y las nuevas autorizaciones para plantaciones de palma de aceite, amenazan la mitad de lo que queda. La codicia no parece conocer fronteras.
De acuerdo con ScienceDirect:
“Entre 1970 y mediados de los años 90, la producción de madera para la exportación y la demanda mundial fueron las principales causas de la deforestación. También el cultivo del arroz y otros cultivos estuvieron asociados al aumento de la población y las transmigraciones. Además, la desregulación de las inversiones extranjeras en los años 80 llevó a una expansión de la industria orientada a la exportación, incluyendo la producción de cultivos comerciales y de troncos. Entre mediados de los años 90 y 2015, el desequilibrio entre la demanda mundial y la producción de madera de Indonesia y palma de aceite, dio lugar a la tala ilegal de madera o no sostenible y a la expansión de las zonas agrícolas…”.
El resultado: las islas de Sumatra y Kalimantan se están ahogando en su propia contaminación, aunque ésta también se extiende a las islas vecinas de Malasia y Singapur. Año tras año, millones de personas se ven afectadas, se cierran escuelas, los aviones se quedan en tierra y se evitan las actividades cotidianas. Cientos de personas sufren afecciones respiratorias y otras muchas pierden la vida.
Incluso hablan de que esta exportación de la contaminación es un “crimen contra la humanidad”. Los ánimos se van exaltando y muchos ciudadanos de Malasia y de Singapur protestan mediante el boicot a los productos de Indonesia.
En varias ocasiones fui testigo de la presencia de una espesa niebla que cubría los rascacielos de las principales ciudades de Malasia y de Singapur. En 2015, durante los devastadores incendios de Sumatra, la vida en Kuala Lumpur casi se paralizó.
Cuando aterricé en Palembang, la neblina cubría casi toda la pista y la “visibilidad era sólo de 6 kilómetros”, según nos informó el capitán del buque insignia de Indonesia, Garuda, no mucho antes de tocar tierra. A nosotros nos pareció que la visibilidad era de menos de 200 metros. Pero en Indonesia, muchas coyunturas adversas se niegan en rotundo.
En los días posteriores, mis ojos no dejaban de llenarse de lágrimas y me dolían las articulaciones. Tosía de manera incontrolada. Cuando el “Movimiento 5 Estrellas” de Italia me pidió que grabara mi mensaje político (lo hice en un barrio pobre), apenas podía hablar.
Los problemas no provienen sólo de los incendios forestales: el medio ambiente parecía contaminado por completo; se quema la basura; enormes atascos de tráfico; no existe una normativa sobre emisiones de la industria, e incluso se puede fumar en casi todos los lugares públicos.
A lo largo del río Musi, ha desparecido el bosque primario, siendo reemplazado por arrozales, palma de aceite y plantaciones de caucho.
Hablé con decenas de agricultores y pescadores. La mayoría de ellos no han oído hablar nunca del calentamiento global, a otros no les importa. En Indonesia, la cruda lucha por la supervivencia es lo que impulsa a la mayor parte de la gente, así como la persecución del lucro, lo mismo que hacen las élites. Todo esto lo describí en ese libro mío tan condenado: “Indonesia: Archipiélago del Miedo”.
En un determinado momento el capitán de la lancha se volvió hostil contra mí. Enojado, frustrado y nacionalista, empezó a sabotear mi trabajo, balanceando el barco para evitar que hiciese fotografías de las zonas arrasadas.
Sin embargo, pude sobreponerme, tenía que hacerlo: millones de personas sufrían, decenas de especies están desapareciendo, incluso los tigres y rinocerontes, elefantes y orangutanes.
Ahmad, un pescador de 55 años de la aldea de Upang, es consciente de la tragedia:
“En los últimos 20 años el nivel del río Musi ha aumentado el nivel de las aguas en unos 50 centímetros. Aquí hay una cancha de bádminton. Hace unos años, con la marea alta, el agua llegaba sólo hasta nuestros tobillos, pero ahora nos llega hasta los muslos”.
El sr. Ahmad no entiende por qué la destrucción de los bosques tropicales tiene un impacto directo en el aumento del nivel del río.
Los estudiantes universitarios que me acompañan saben lo que está pasando, pero no parece importarles. Durante las entrevistas a los agricultores y pescadores charlan con sus teléfonos, mostrándose indiferentes.
“La destrucción ambiental en torno al río Musi, particularmente de la selva, es muy negativa y no cesa. El gran incendio de 2015 mostró lo mal que se gestionan los bosques tropicales en Indonesia, particularmente en Sumatra”, me dijo Khalidah Khalid, que trabaja para el Foro Indonesio de Medio Ambiente (WALHI).
Sin embargo, por diferentes razones, estos desastres ambientales no son tratados con la urgencia que se merecen: ni por el Gobierno, ni por los medios de comunicación, ni siquiera por las gentes que viven aquí.
Cuando mi barca surcaba las aguas, golpeando las encrespadas olas levantadas por las barcazas de carbón, que rebotaban contra mi espalda, me di cuenta de que los medios de comunicación apenas vienen por aquí, a pesar de que lo que ocurre en torno al río Musi tiene un efecto devastador en toda nuestra tierra. Fuera de aquí, el desastre ambiental de Sumatra es sólo una de esas historias abstractas.
Durante años he trabajado en muchas partes de esta enorme e impresionante isla, desde Aceh hasta Lampung. He trabajado por toda Oceanía (“Oceanía” es el título de mi libro que abarca esta vasta parte del mundo), la zona más afectada de la tierra, donde países enteros están desapareciendo debido la cambio climático.
El calentamiento global tiene un impacto devastador en todo el mundo, incluyendo el área de Palembang. A corto plazo, las plantaciones de palma de aceite y de caucho traerán beneficios para las empresas, incluso para la población local, pero decenas, tal vez cientos de millones de personas verán sus vidas perturbadas, incluso pueden quedar rotas. El precio es demasiado alto, pero en Indonesia casi no se habla de este tema. Demasiados individuos poderosos están involucrados en ese silencio, y hay demasiado dinero de por medio.
Ahora los que afirman que no hay tal cosa como el cambio climático tienen un poderoso aliado en la Casa Blanca. Y así reina el silencio. El nivel de las aguas sube. Cada vez mayor contaminación cubre, como un edredón mortal, toda esta parte del mundo.
* Todas las fotografías son de Andre Vltchek.
André Vltchek es novelista, cineasta y periodista investigador. Ha cubierto varias guerras y conflictos en varios países. Su Point of No Return se ha reeditado recientemente. Oceanía es un libro sobre el Imperialismo Occidental en el Pacífico Sur. También ha escrito un polémico libro sobre la era post-Suharto y el fundamentalismo de mercado: Indonesia: The Archipelago of Fear. También ha rodado documentales sobre Ruanda y el Congo. Ha vivido varios años en América Latina y en Oceanía; Vltchek reside actualmente en Asia Oriental y en África. Puede visitar su sitio web
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