Sangre sobre las vías

por Ron Jacobs , 20 de julio de 2011

 Brian WilsonEn un mundo donde la violencia de la guerra es ignorada por la mayoría de la población ya que se producen lejos de su país, la necesidad de un testigo moral nunca ha sido más apremiante. Cuando el que recibe el Premio Nobel de la Paz dice de forma descarada que la violencia de la guerra es a veces necesaria, entonces su política depende cada vez más de la violencia. Sin embargo, es necesario que quienes se oponen a esta filosofía se hagan oír, una voz esencial para la supervivencia humana. Cuando la Economía de una nación cae en picado, y se insiste en destruir las vidas y las tierras de otras naciones bajo el pretexto de “lucha por la libertad”, la necesidad de arriesgar la vida para poner fin a estas guerras y un sistema económico injusto nunca ha sido más apremiante.

Pero por desgracia, en los últimos años el número de personas que realmente están dispuestas a hacerlo se ha reducido a un puñado. De ese puñado, sólo unos pocos se conocen entre sí. Incluso este último grupo tiene dificultades para que sea reconocido por la mayoría de la población. Gran parte de esta incapacidad para hacerse visible se debe a la maquinaria de los medios de comunicación, cuyo propósito es orientar a la población hacia la próxima guerra y la represión de los derechos. Pero a veces, se producen actos valientes que ni siquiera los medios corporativos de comunicación lo pueden ocultar.

Uno de estos ocurrió el 1 de septiembre de 1987 en los alrededores de la Estación Naval de Armas de Concord (CNWS), California. Ese día, los soldados veteranos Duncan Murphy, David Duncombe y S. Brian Wilson, se sentaron en las vías del tren fuera de la Estación Naval, en un intento de bloquear los trenes que transportaban armas y otros materiales con destino a Centroamérica. Estos materiales estaban siendo utilizados por el ejército salvadoreño para matar a los revolucionarios y a los civiles que los apoyaban. En Nicaragua y Honduras, eran utilizados por los paramilitares financiados por Estados Unidos para destruir al Gobierno popular de Nicaragua. Protestas como estas se habían estado sucediendo durante varias semanas. Los trenes se detenían antes de llegar hasta los manifestantes, esperando que la policía local los detuviese. El 1 de septiembre el tren no se detuvo, de hecho aceleró mientras se dirigía hacia los tres hombres. Dos de ellos pudieron saltar antes de ser arrollados, pero Wilson no pudo. El tren le aplastó las piernas y le golpeó en la cabeza. Su cuerpo rebotó en el suelo mientras el tren seguía en movimiento, continuando su camino de regreso a la base. Si no hubiera sido por la rápida intervención médica y la ayuda de los manifestantes, Wilson habría muerto. Este atentado contra la vida de Wilson tuvo un fuerte impacto en los medios de comunicación, y aquellos que estaban implicados en las guerras de América Central lamentaron que no hubiese muerto.

Portada del libro de Brian Wilson, Blood on the tracks.

Wilson perdió sus piernas, pero ganó otras cosas: fue aclamado como un héroe por el pueblo de Nicaragua y se convirtió en una especie de faro moral para el movimiento que se oponía a la intervención de los Estados Unidos. Sus memorias, Blood on the Tracks, han sido publicado recientemente por PM Press. Wilson lo cuenta de otra forma en su libro, pero los detalles concretos se ajustan a lo dicho. Nació en un pequeño pueblo del este de los Estados Unidos; practicó varios deportes en la Escuela Secundaria, estudió en la Universidad, entró en el ejército y fue a la guerra. Su guerra particular fue Vietnam. Como la mayoría de sus compañeros, Wilson nunca se cuestionó el por qué estaban siendo enviados a Vietnam. Pero una vez allí, al comprobar los asesinatos que se estaban cometiendo, empezó a pensar. Cuando preguntó por qué se asesinaban a los civiles, a los que se etiquetaba de enemigos, se le dijo que se callara. Pero como continuó sin callarse, su carrera militar se acortó y terminó de forma abrupta. Así comenzó lo que sería su continua lucha contra la guerra, aunque él no lo sabía en esos momentos.

La narración de Wilson es una historia muy personal en la que se observa una progresiva toma de conciencia de la avaricia y asesinatos cometidos por Estados Unidos. Esta toma de conciencia fue cosa común entre los veteranos de guerra en los años 1960 y 1970, una situación que la describe con la llamada disonancia cognitiva. En otras palabras, todo en lo que le habían hecho creer sobre su nación era mentira. Además, él se había convertido en un cómplice y esta complicidad es completa incluso si no hacemos nada para apoyar las guerras de Washington y la voracidad de Wall Street, de los que son cómplices la ciudadanía por apatía. La actitud de Wilson debiera de servir a otras personas para abandonar su complicidad, a mostrar su completo rechazo de las guerras en que está envuelta la nación. A diferencia de otros, a Wilson esto le costó parte de su cuerpo.

S.Brian Wilson no solamente reconoce su complicidad y la nuestra, sino que exige un desafío, es más, exige trabajar para acabar con esta complicidad. Como se sabe, no corren buenos momentos, sin embargo, en el universo moral de Wilson, no hay alternativa a una destrucción segura a menos que los estadounidenses se opongan al mantenimiento de una maquinaria de muerte y de codicia. Al igual que el revolucionario Mario Savio, que dijo a una multitud en la Universidad de Berkeley en 1964: “Hay un momento en el que el funcionamiento de la maquinaria se vuelve tan odioso, te hace estar tan enfermo del corazón, que ya uno no puede tomar parte de la misma, incluso aunque sea de forma pasiva. Así que hay que poner al cuerpo en funcionamiento, que sus engranajes, ruedas y palancas, sean todo intento por detenerla. Y se ha de decir a la gente que la dirige que no estamos dispuestos a trabajar en absoluto para ella”. Blood on the Tracks es la historia del intento de un hombre por querer cambiar la dirección de la máquina o, en su defecto, impedir que se mueva.

Ron Jacobs es autor de The Way the Wind Blew: a history of the Weather Underground, que Verso acaba de reeditar. El ensayo de Jacobs sobre Big Bill Broonzy está recogido en la colección de CounterPunch sobre música, arte y sexo: Serpents in the Garden. Su primera novela, Short Order Frame Up, ha sido publicada por Mainstay Press. Puede contactarse con él en: rjacobs3625@charter.net

http://dissidentvoice.org/2011/07/stopping-the-train-stopping-the-system/#more-34998