Mis hermanos, los escribas….

430. Qué extraordinaria es la buena conciencia de mis hermanos los escribas. En primer lugar, están los que todavía lloran sobre el papel la suerte de los pobres que los pasan mal por la comida, duermen acurrucados en un cuchitril mientras oyen rechinar la cama de los padres en la fabricación de más material humano. Después, están los más evolucionados o insensibles a esa desgracia y que promocionan su motivo para ser progresistas y apóstoles de la justicia al seguir recordando el horror sólido de la guerra de África (la guerra de África, Dios mío, ¿ y en nombre de qué orden mejor y más evolucionado en el despotismo y hambriento africano? ), una guerra que, para variar, podría ser la de Troya, por otro lado, ya trabajada, con el camino abierto por un tipo llamado Homero, que a lo mejor, ni existió. Y además, siempre desde la idea cogida por los pelos del progreso, está lo desagradable de la vida en la ciudad, que es menos clásico pero más vistoso que lo del que cava la tierra, aunque igualmente conmovedor. Y aún están los surrealistas y cercanías que, al margen de lo que pasa en el mundo, continúan muy divertidos riendo y haciendo el payaso. Y además están, etc. Increíble, ¿no? ¿Pero entonces esta gente no ha tenido noticia de las cosas serias y dolorosas que pasan en el mundo? ¿Entonces estas tiernas criaturas no se han dado cuenta todavía de que el progreso y la payasada son ya materia obsoleta, como el coco o los calzones con lazos? ¿Entonces estos dulces inocentes todavía se hacen pipí encima y pegan con la cuchara en el plato? ¿Entonces no van a la escuela a aprender cosas? ¿Entonces nadie les ha dado noticia de que el mundo está cerrado por obras? ¿De que el hombre y todo lo demás es un horror y una infamia, pero que es conveniente saber dónde se tiene más hambre y humillación y privaciones de todo tipo, como forma más progresista y científica de no saberlo? Extraordinaria ingenuidad la de mis hermanos los escribas. Pongamos que es inocencia, que es algo suave y tierno. ¿Pero y si sólo fuera una mirada bizca o llena de cataratas?

Vergílio Ferreira, “Pensar”