Los Papeles de Monsanto: Una amarga cosecha (I)

Por Stéphane Horel y Stéphane Foucart, 17 de noviembre de 2017

ehn.org

 Nota de los editores: Este mes Le Monde recibió el Premio Varenne Presse quotidienne nationale (Premio Varenne a la prensa diaria nacional) por su serie Monsanto Papers, una investigación sobre la guerra que la corporación Monsanto ha iniciado para salvaguardar el glifosato, publicada originalmente en el mes de junio.

Abajo está la segunda parte, publicada originalmente el 2 de junio de 2017.

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Dijeron que era “más seguro de la sal de mesa”, pero eso sólo estaba en la publicidad.

Es el herbicida más utilizado en todo el mundo. Es el ingrediente principal de su producto más emblemático, Roundup, la piedra angular sobre el que la empresa ha construido su modelo económico, su riqueza y su reputación. Un producto que lleva en el mercado desde hace más de 40 años y que se ha convertido en un best-seller al usarse en los cultivos transgénicos, aquellos que se denominan “Roundup Ready”.

Este producto es el glifosato, que de hecho podría ser cancerígeno.

El 20 de marzo de 2015, Monsanto recibió un duro golpe. Ese día, la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC) clasificó al glifosato como genotóxico (que causa daños en el ADN), cancerígeno para los animales, y “probablemente carcinógeno” para los seres humanos.

El panel estaba formado por un grupo de 17 expertos de 11 nacionalidades distintas, reunidos por este organismo oficial de las Naciones Unidas, responsable de establecer un inventario de sustancias cancerígenas y cuyas opiniones científicas al respecto han sido reconocidas durante medio siglo.

Por lo tanto, no había duda de que éste sería también el objetivo de sus conclusiones sobre el glifosato, publicadas en forma de un informe titulado «Monografía 112».

Una declaración de guerra

A salvo de miradas indiscretas, la cólera de la corporación estadounidense cruzó el Atlántico a través de la fibra óptica. Ese mismo día, se envió un mensaje con el hedor de una declaración de guerra a Ginebra (Suiza), a la directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que es la organización madre de la IARC.

El membrete representaba la famosa ramita verde enmarcada por un rectángulo naranja: el logotipo de Monsanto.

«Entendemos que los participantes de la IARC decidieron con determinación ignorar docenas de estudios y evaluaciones realizadas por las Agencias de Regulación disponibles al público que apoyan la conclusión de que el glifosato no representa un riesgo para la salud humana», escribió en tono de acusación Philip Miller, Vicepresidente de Asuntos Reglamentarios y Gubernamentales Globales de Monsanto.

Entre los puntos que quería que se discutieran en una «reunión urgente» estaban los «pasos que se pueden tomar inmediatamente para rectificar esta revisión y conclusión sumamente cuestionable,» los criterios de selección para los expertos, e incluso «una relación de todos los fondos empleados para la clasificación del glifosato por la IARC, incluyendo los donantes«.

Los papeles han cambiado: ahora es la organización internacional la que debe rendir cuentas a la empresa.

A lo largo del verano de 2015, CropLife International -la organización de lobbies del sector agroquímico al que Monsanto pertenece- se ocupó de las amenazas por carta. Demandas insistentes y amenazas veladas.

La IARC, un baluarte de independencia e integridad

La IARC había visto antes algo parecido. No es la primera vez que es objeto de críticas y ataques, que son proporcionales a la reputación de la agencia. Aunque las evaluaciones de la IARC no tienen ningún valor normativo, a veces pueden suponer una amenaza para los grandes intereses comerciales.

El ataque más conocido se refiere al tabaquismo pasivo, que fue evaluado por la IARC a finales de los años noventa. Pero incluso en el apogeo de los enfrentamientos con las Grandes Empresas Tabacaleras, las armas utilizadas eran relativamente dóciles. «He estado trabajando para la IARC durante 15 años y nunca he visto nada parecido a lo que ha estado sucediendo en los últimos dos años», confió Kurt Straif, Jefe del Programa de Monografías de la agencia.

Sería difícil conseguir que la IARC pareciera una agencia polémica, contestada dentro de la propia comunidad científica e impulsada por un sesgo «antiindustrial». Para la abrumadora mayoría de los científicos -especialistas en cáncer o investigadores de salud pública-, la agencia representa un baluarte de independencia e integridad.

«Sinceramente, no me imagino una forma más rigurosa y objetiva de proceder en las revisiones científicas colectivas», dijo el epidemiólogo Marcel Goldberg, investigador del Instituto Nacional Francés de Salud e Investigación Médica (INSERM), que ha participado en la redacción de varias monografías.

Para cada uno de ellas, la IARC reúne a una veintena de investigadores de diferentes países, seleccionados no sólo por su experiencia y competencia científica, sino también por la ausencia de conflictos de intereses.

Además, la IARC basa sus opiniones en estudios publicados en revistas científicas y excluye los estudios confidenciales patrocinados por la Industria. Este no es el caso de la mayoría de los organismos reguladores, que, por el contrario, pueden dar un peso decisivo a los estudios realizados y suministrados por las empresas cuyos productos se están evaluando.

Entre ellos se encuentra la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), la agencia oficial de la UE encargada de evaluar los riesgos relacionados con los plaguicidas.

En el otoño de 2015, la Unión Europea debía haber decidido si iba a renovar o no su autorización para el glifosato durante al menos otra década más. Como base de esta decisión, el dictamen de la EFSA sobre el glifosato era muy importante. En noviembre, Monsanto podía respirar con tranquilidad. Las conclusiones de la EFSA contradicen las conclusiones de la IARC: la EFSA concluyó que el glifosato no era ni genotóxico ni cancerígeno.

Poco después, Monsanto volvió a perder el resuello.

Ataque contra un científico

Unas semanas después, un centenar de científicos criticaron severamente las conclusiones de la EFSA en una respetada revista, considerándolas incorrectas por numerosas deficiencias. Detrás de la iniciativa había un científico estadounidense que había ayudado a los científicos que trabajaban en la monografía de la IARC como «especialista invitado».

Los ataques se dirigieron contra él.

En los círculos de salud ambiental, Christopher Portier no es ciertamente un don nadie. «He leído aquí y allá que Chris Portier no tiene ninguna competencia y probablemente es una de las cosas más ridículas que he escuchado en mi vida», dijo Dana Loomis, vicedirectora de las monografías de la IARC. «¡Desarrolló muchas de las herramientas analíticas que se usan en todas partes para interpretar estudios toxicológicos!» El Sr. Portier es uno de esos científicos cuyo currículum vitae no cabe en menos de 30 páginas.

Autor de más de 200 publicaciones científicas, ha sido Director del Centro Nacional de Salud Ambiental en los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), Director de la Agencia de Sustancias Tóxicas y Registro de Enfermedades de los Estados Unidos, Director Asociado del Instituto Nacional de Ciencias de la Salud Ambiental (NIEHS) y del Programa Nacional de Toxicología. «Esa es sin duda una carrera única«, dijo Robert Barouki, director de una unidad de investigación de toxicología del INSERM.

Recién jubilado, Christopher Portier ofrece ahora su experiencia como experto y asesor de varias organizaciones internacionales, incluyendo Environmental Defense Fund (EDF), una ONG estadounidense de protección del medio ambiente.

Y es este hombre el que iba a convertirse en el blanco de un ataque…

El 18 de abril de 2016, la agencia de noticias Reuters publicó un largo artículo sobre la IARC en el que la agencia se describía como una agencia «semiautónoma» de la OMS culpable de «confundir a los consumidores».

El artículo se refería a «preocupaciones sobre posibles conflictos de intereses en la IARC: involucra a un asesor de la agencia que está estrechamente vinculado al Fondo de Defensa Ambiental, un grupo de estadounidense que se opone al uso de los pesticidas«.

Desvaríos y recriminaciones

«Los críticos», escribió Reuters,»argumentan que la IARC no debería haber permitido que participase en la evaluación del glifosato».

Detalle destacado: la agencia de noticias -que se negó a responder a Le Monde– citó a tres científicos que criticaron a la institución, sin mencionar que los tres son conocidos como consultores de la industria.

¿Pero quiénes son esos «críticos»sin nombre? En realidad, las críticas a la IARC se remontan al blog de David Zaruk, ex lobbista de la Industria Química, que ha trabajado en algún momento para la empresa de relaciones públicas Burson-Marsteller.

En Bruselas, donde reside, Zaruk es famoso por su afición a los insultos (los autores de este artículo han sido sus objetivos varias veces). Fue el primero en protestar contra los conflictos de interés de Portier, que considera socavan la opinión de la IARC. Y ha despellejado persistentemente al científico estadounidense en el curso de no menos de veinte largos mensajes sobre el tema del glifosato, por no mencionar sus tweets.

El profesor Portier es descrito sucesivamente como un «activista», una «rata», un «demonio», una «mala hierba», un «mercenario», e incluso una «mierdecilla», que «se abrió camino» en la IARC. Para él, la agencia es como una» costra «, y» cuanto más «escoge», «más empuje ve» porque la IARC está «infectada de arrogancia»,»infectada por una ciencia activista politizada» e «infectada por prejuicios antiindustriales».

Zaruk dice que ha tenido «tres contactos» con Monsanto, pero niega que haya sido remunerado por sus escritos. «No recibí ni un centavo por mis blogs sobre el glifosato», afirmó en un correo electrónico a Le Monde. En abril de 2017, volvió a publicar una diatriba contra las ONG, Christopher Portier y varios periodistas, que ilustró con una fotografía de libros quemados por los nazis en la Opernplatz de Berlín en 1933.

Las divagaciones de Zaruk podrían haber sido fácilmente comprobadas e invalidadas. Pero el prestigio de un artículo de Reuters dio luz verde para su amplia difusión.

En pocas semanas, las acusaciones de conflictos de intereses fueron transmitidas y citadas en The Times of London, el diario The Australian, y en los Estados Unidos en National Review y The Hill bajo la firma de Bruce Chassy, profesor emérito de la Universidad de Illinois financiado por Monsanto, como han demostrado los documentos confidenciales obtenidos por la asociación US Right to Know (USRTK) en septiembre de 2015.

Parte II

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