La rebelión de las marionetas

por James Petras, 23 de julio de 2011

Los imperios se construyen con la complacencia y el apoyo de los regímenes locales, que actúan de acuerdo con las directrices de los gobernantes imperiales. Se les recompensa con signos externos de autoridad y económicamente, de este modo se aseguran obediencia hacia sus superiores imperiales. Las poblaciones ocupadas se refieren a estos gobernantes que colaboran con el Imperio como marionetas o traidores, aunque los periodistas occidentales y los críticos como clientes, por los funcionarios y burócratas imperiales como aliados leales, siempre y cuando mantengan su obediencia al patrocinador.

Estos gobernantes títeres tienen una larga e innoble historia durante el siglo XX. Con posterioridad a las invasiones de Estados Unidos en América Central y el Caribe, toda una serie de sangrientos dictadores ocuparon el poder para poner en práctica políticas favorables a las Corporaciones estadounidenses y los Bancos, con objeto de completar el dominio de la región. Duvalier (padre e hijo) en Haití, Trujillo en la República Dominicana, Batista en Cuba, Somoza (padre e hijo) en Nicaragua y una serie de otros tiranos salvaguardaron los intereses militares y económicos del Imperio, mientras que se producía un saqueo de estas economías y se tomaban decisiones con puño de hierro.

La utilización de gobernantes títere es una característica de la mayoría de los imperios. El imperio británico apuntaló a los jefes tribales como recaudadores de impuestos, apoyo a la realeza india para que los cipayos estuviesen al servicio de los generales británicos. Francia en África también utilizó a los regímenes locales para que les proporcionase carne de cañón en sus guerras imperiales en Europa y África. Países imperiales como Japón, establecieron regímenes títere en Manchuria, y Alemania promovió el gobierno títere de Vichy en la Francia ocupada, y el régimen de Quisling en Noruega.

Regla post-colonial: nacionalistas y los títeres neo-coloniales

El proceso de liberación nacional, los movimientos anticolonialistas tras la Segunda Guerra Mundial, supuso un desafío para Europa y para el dominio imperial de Estados Unidos en África, Asia y América Latina. Frente a los enormes costes de la reconstrucción de Europa y Japón y los movimientos sociales frente a la continuación de las guerras coloniales, Estados Unidos y Europa trataron de conservar su patrimonio económico y las bases militares a través de los colaboradores políticos. Mediante responsabilidades administrativas, militares y políticas, se forjaron nuevos vínculos entre el país formalmente independiente y sus amos imperiales antiguos o nuevos. La continuidad de la Institución Militar y Económica en los regímenes coloniales y post-coloniales se define como neo-colonialismo.

La ayuda exterior lo que hace es enriquecer a la burguesía indígena cleptocrática, que permite al Imperio la extracción de los recursos del país. La ayuda militar, las misiones de formación y las becas en el extranjero, entrenan a una nueva generación de burócratas civiles y militares, inculcando la visión del mundo de Estado imperialista. El aparato militar-política y administrativo, es percibido por los gobernantes del Estado imperial como la mejor garantía del orden emergente, dada la fragilidad del liderazgo neo-colonial frente a las demandas por parte de los ciudadanos de cambios socio-económicos estructurales que acompañen a la independencia política.

El período post-colonial se ha visto salpicado de revoluciones sociales anti-imperialistas, como las de China e Indochina, por golpes militares (en los tres continentes), por guerras civiles (Corea) y por transformaciones nacional-populistas, con éxito en su mayoría, como las de Irak, India, Indonesia, Egipto, Argelia, Argentina, Brasil, Ghana, etc. Este último país se convirtió en la base de movimientos no alineados. El asentamiento de regímenes coloniales, Sudáfrica, Irael/Palestina, el sur de Rhodesia/Zimbabwe, fueron la excepción. Se produjeron complejas asociaciones en función de las relaciones específicas de poder entre el Imperio y las elites locales, en general, aumentando los ingresos, el comercio y las inversiones en los países descolonizados y que alcanzaron la independencia recientemente. La independencia creó una dinámica interna sobre la base de la intervención a gran escala del Estado y una economía de tipo mixto.

El período post-colonial con levantamientos de nacionalistas radicales y socialistas duró menos de una década en la mayor parte de los tres continentes. A finales de la década de 1970, los golpes de Estado patrocinados por el Estado imperial derrocaron a regímenes nacional-populistas y socialistas en el Congo, Argelia, Argentina, Brasil, Chile y otros muchos países. Los regímenes radicales de reciente independencia en las ex colonias portuguesas, Angola, Mozambique, Guinea_Bissau y los regímenes nacionalistas y movimientos en Afganistán, Irak, Siria y América Latina, se vieron muy debilitados por el colapso dela Unión Soviética y la conversión de China al capitalismo. Estados Unidos aparece como la única superpotencia, sin que tenga un contrapeso ni militar ni económico. Estados Unidos y Europa han construido un imperio militar y económico para la explotación de los recursos naturales, la expropiación de miles de empresas públicas, la construcción de una red de bases militares y el reclutamiento de nuevos ejércitos de mercenarios para extender la dominación imperial.

Se planteó la cuestión de qué nueva forma tomaría el Imperio de Estados Unidos: la forma mediante la cual los restantes gobernantes nacionalistas serían expulsados. De igual importancia: con la desaparición de la URSS y la transformación capitalista de China/Indochina, ¿qué recurso ideológico o argumento serviría ara justificar el fuerte impulso post-colonial y la construcción del Imperio?

El Nuevo Orden Mundial de Washington: Revisionismo colonial y contemporáneo teatro de títeres.

La recuperación del Imperialismo Occidental tras las derrotas durante el periodo de independencia nacional (1945-1970) incluye la reconstrucción de un nuevo Orden Imperial. Con el colapso de la URSS, la incorporación de los países de la Europa del Este como satélites imperiales y la posterior conversión de los nacionalismos radicales (Angola, Mozambique, etc) en una cleptocracia, supuso un fuerte impulso de la Casa Blanca para una denominación sin límites, en base a un indiscutible poderío militar unilateral.

La difusión de la “ideología del libre mercado” entre 1980-2000, basado en el predominio de los gobernantes neo-liberales en África, Europa Oriental, América Latina y una amplia franja de Asia, abrió la puerta a un saqueo sin precedentes, a las privatizaciones y a la concentración de la riqueza. Unido al saqueo se ha producido una concentración de un poder militar por parte de un grupo de ultra-militaristas, los llamados ideólogos neo-conservadores, profundamente imbuidos de una mentalidad colonial israelí, que ha intervenido en la toma de decisiones estratégicas de Washington, con una tremenda ventaja en las esferas de poder en Europa, especialmente en Inglaterra.

Pero la historia fue al revés. En la década de 1990 se inauguraron las guerra de estilo colonial, lanzadas contra Irak y Yugoslavia, lo que condujo a la desintegración de los Estados y la imposición de regímenes títeres en (el norte de Irak), “Kurdistán, Kosovo, Montenegro y Macedonia (ex Yugoslavia). El éxito militar, las victorias, sin excesivo coste, confirmó y endureció las creencias de los ideólogos neo-conservadores y neoliberales de que la construcción del imperio era ya pan comido. Sólo era preciso movilizar los recursos financieros y humanos para continuar e impulsar el nuevo Imperialismo militar.

Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 fueron explotados a fondo para lanzar nuevas guerras de conquista colonial. En el nombre de una “cruzada militar contra el terrorismo”, se hicieron planes, se asignaron grandes cantidades de fondos y se bombardeó desde los medios de comunicación con la adecuada propaganda, todo ello para justificar toda la serie de guerras coloniales.

El Nuevo Orden Imperial comenzó con la invasión de Afganistán (2001) y el derrocamiento del régimen islámico-nacionalista de los talibanes (que nunca han tenido nada que ver con el 11 de septiembre). Afganistán fue ocupado por los ejércitos de Estados Unidos y la OTAN, pero no vencieron. La invasión por parte de Estados Unidos y la ocupación de Irak llevó a una reagrupación de los nacionalistas islámicos anticolonialistas, originando movimientos de resistencia armada prolongada.

Debido a la influencia nacionalista y anti-sionista entre la población civil de Iraq, los ideólogos neoconservadores de Washington optaron por el desmantelamiento total del Estado, la policía y el aparato militar. Trataron de recrear un estado colonial sobre la base de los líderes sectarios, los caciques tribales locales, los contratistas extranjeros y el nombramiento de personas “fiables” como presidentes o ministros para el Estado colonizado.

Pakistán es un caso especial de penetración imperial, de intervención militar y de manipulación política, vinculado a una ayuda militar a gran escala, sobornos y corrupción para establecer un régimen títere. Este último ha sancionado la violación de su soberanía nacional permitiendo la utilización en su territorio de aviones de guerra de Estados Unidos (los drones, aviones no tripulados), la intervención de comandos y la intervención a gran escala del ejército de Pakistán a favor de Estados Unidos en operaciones de contrainsurgencia, desplazando a millones de personas que vivían en las tribus de Pakistán.

El imperativo del régimen títere

Contrariamente a la propaganda de Estados Unidos y la Unión Europea, las invasiones y ocupación de Irak y Afganistán, y la intervención militar en Pakistán nunca fueron populares. De forma activa y pasiva contaron con el rechazo de la inmensa mayoría de la población. Tan pronto como se impusieron autoridades coloniales por la fuerza de las armas para la administración del país invadido, se produce una resistencia popular activa o pasiva por una amplia mayoría de la población. Estas autoridades coloniales se veían como lo que eran: una imposición extranjera para la explotación de los recursos del país, con una economía totalmente paralizada, con los servicios elementales, tales como el agua, la electricidad y el alcantarillado, sin funcionar, y millones de personas desplazadas. Las guerras y las ocupaciones diezmó a la sociedades precoloniales y las autoridades coloniales se vieron forzadas a buscar un reemplazo.

Sin embargo, los miles de millones empleados en gastos militares no fueron capaces de crear una administración pública capaz de gobernar. Los gobernantes coloniales tenían problemas para conseguir la colaboración de voluntarios con experiencia técnica y administrativa. Los que estaban dispuestos a servir, carecían incluso de aceptación popular.

La conquista colonial y la ocupación se consigue finalmente con el establecimiento de un régimen que colabora, que está financiado y subordinado a las autoridades imperiales. Estas creían que esta fachada política legitimaría la ocupación. Los incentivos para asegurarse la ocupación serán los miles de millones de dólares canalizados hacia el aparato del Estado colonizado ( y también a través del saqueo mediante falsos proyectos de reconstrucción) para compensar los riesgos ante el combate por parte de la resistencia nacionalista. En lo más alto de los regímenes paralelos se encuentran los gobernantes títere, cada uno de ellos con su certificado de lealtad a la CIA, con el servilismo y la voluntad de mantener la supremacía imperial sobre la población ocupada. Obedecieron las demandas de Washington de privatizar las empresas públicas y apoyaron al Pentágono en la contratación de un ejército de mercenarios bajo el mando colonial.

Hamid Karzai es el gobernante títere en Afganistán, con vínculos familiares con el narcotráfico y relacionado con los señores de la guerra y de los ancianos en nómina imperial. Su aislamiento es tal que incluso la guardia presidencial está formada por infantes de marina de los Estados Unidos. En Irak, las autoridades coloniales en consulta con la casa Blanca y la CIA escogieron a Nouri al Maliki como el “Primer Ministro”, dado su celo en participar en las torturas contra los presuntos combatientes de la resistencia que atacan a las fuerzas de ocupación de Estados Unidos.

En Pakistán, Estados Unidos respalda a un criminal en fuga, a Asif Ali Zardari como Presidente. Éste ha demostrado en repetidas ocasiones su complacencia con Estados Unidos, al permitir operaciones militares contra Afganistán partiendo del lado de la frontera paquistaní. Zardari ha movilizado a miles de soldados hacia las zonas cercanas a la frontera que simpatizan con la resistencia afgana.

Títeres en acción: entre la subordinación imperial y el aislamiento del pueblo

Los tres regímenes títere han dado todo tipo de facilidades para el ataque despiadado imperial contra los pueblos colonizados de los países que presiden. Nuri al Maliki en los últimos cinco años no sólo ha justificado la ocupación de Estados Unidos, sino que ha promovido el asesinato y la tortura de miles de activistas contra el colonialismo y de combatientes de la resistencia. Ha concedido la explotación del petróleo a empresas extranjeras. Ha permitido el robo de miles de millones de dólares correspondientes a los ingresos del petróleo y de la ayuda exterior de Estados Unidos ( que ha exprimido a los contribuyentes). Hamid Karzai, que rara vez sale del complejo presidencial sin sus guardaespaldas de la Marina de Estados Unidos, ha realizado una administración ineficaz, incluso con el apoyo de su familia. Su principal apoyo era su hermano, narcotraficante y señor de la guerra, Ahmed Wali Karzai, asesinado por uno de sus guardas de seguridad. Puesto que la ayuda interna de Karzai es muy escasa, sus principales funciones son las de asistir a las reuniones de los donantes externos, la emisión de comunicados de prensa y dar el visto bueno al aumento de tropas estadounidenses. La intensificación del uso de fuerzas especiales, escuadrones de la muerte, y aviones de combate no tripulados, está causando un gran número de víctimas civiles, lo que ha indignado a los afganos. Todo el aparato civil y militar bajo el mando de Karzai está infiltrado por los talibanes y otros grupos nacionalistas, de modo que depende totalmente de las tropas de Estados Unidos, los señores de la guerra y de los traficantes de droga en la nómina de la CIA.

El Gobierno títere de Pakistán Arif Ali Zardari, a pesar de la fuerte resistencia de algunos sectores del ejército y de las agencia de inteligencia, y de un 85% de hostilidad popular hacia Estados Unidos, ha permitido que se perpetren una serie de delitos contra las comunidades islámicas del Noreste, desplazando a 4 millones de personas. Bajo las órdenes de la Casa Blanca para intensificar la guerra contra los santuarios talibanes y sus aliados, Zardari ha perdido toda credibilidad como político. Bajo una supuesta lealtad nacionalista ha aprobado las violaciones por parte de Estados Unidos de su soberanía al permitir que Fuerzas Especiales de Estados Unidos operen desde bases de Pakistán contra militantes islámicos locales. El bombardeo diario de Estados Unidos contra los civiles de las aldeas, las carreteras y los mercados, ha llevado a un consenso casi universal de que se trata de un gobernante títere. Mientras que los gobernantes títere proporcionan una fachada útil para los propósitos de propaganda del país invasor, su eficacia es nula en el país, ya que su servilismo ante la masacre imperial contra los no combatientes se incrementa. La estrategia imperial de presentar a los gobernantes títere como socios o coparticipes pierde credibilidad, ya que se hace claro que estos gobernantes demuestran su impotencia para corregir los abusos del Imperio. Son especialmente dolorosas las violaciones de los derechos humanos y la destrucción del tejido económico. La ayuda exterior fomenta la extorsión y la corrupción generalizada, y la administración se muestra incompetente para ofrecer los servicios básicos.

A medida que la resistencia interna crece y los países imperialistas tienen la voluntad de continuar con una larga guerra, la ocupación se debilita, los gobernantes títere sienten una creciente presión para que al menos hagan una declaración simbólica de independencia. Los gobernantes títere tratan de jugar uniéndose al coro de la gran cantidad de indignados ante los atroces crímenes cometidos durante la ocupación. La ocupación colonial comienza a hundirse bajo el peso de una creciente deuda, mil millones de dólares a la semana, con unas arcas esquilmadas. La retirada de las tropas es señal de la creciente importancia y dependencia de los nativos ante una sospechosa fuerza de mercenarios, lo que hace que los gobernantes títere teman por su pérdida del poder y de la vida.

Los gobernantes títere empiezan a considerar que es el momento de un acercamiento a la resistencia, expresando su indignación por el asesinato de civiles, al tiempo que alaban la retirada de tropas, pero sin actuar en consecuencia. No abandonan la protección de la Guardia pretoriana imperial, ni, “Dios lo quiera”, la ayuda extranjera. Es el momento elegido por Ali Zardari para criticar la invasión militar de Estados Unidos, y la forma en que se produjo la muerte de Bin Laden; al tiempo que Al Maliki hace un llamamiento a los Estados Unidos para que retire sus tropas de Irak; mientras Karzai da la bienvenida al poder militar asumido en la provincia afgana de menor resistencia (Bamiyán). ¿Supone esto una especie de revuelta de las marionetas contra el titiritero? Washington se muestra aparentemente molesto: 800 millones en ayudas a Pakistán han sido retenidos en espera de una mayor colaboración militar y de los servicios de inteligencia en la búsqueda de combatientes de la resistencia islámica. El asesinato del hermano de Karzai y del alto asesor político Jan Mohamed Khan, un importante activo del régimen títere, es señal de que las ocasionales manifestaciones emocionales de los gobernantes títere no están en consonancia con el “gobierno en la sombra” de los talibanes, que se extiende por el país y se prepara para una nueva ofensiva militar.

La rebelión de estas marionetas no va a influir en el amo colonial ni va a atraer a la resistencia anticolonial. Es señal de un debilitamiento ante el intento de Estados Unidos de un resurgimiento colonial. Representa el fin de la ilusión de los ideólogos neoconservadores y neoliberales, que creían fervientemente que Estados Unidos podía ocupar militarmente y dominar el mundo islámico a través de los Gobiernos títere, proyectando la sombra sobre los pueblos sometidos. El ejemplo de la colonia de Israel, una estrecha franja árida en la costa, sigue siendo una anomalía en un mar de estados independientes islámicos y seculares. Los esfuerzos de Estados Unidos para consolidar a Israel a través de guerras, ocupaciones y regímenes títere ha llevado, en cambio, a la quiebra de Estados Unidos y el colapso del Estado colonial. Los gobernantes títeres volarán, las tropas se retiran, se bajarán las banderas y un período de guerra civil será la herencia que dejen tras de sí. ¿Puede una revolución social y democrática acabar con los títeres y los titiriteros? En Estados Unidos se vive una profunda crisis, en la que la extrema derecha se ha infiltrado en los más altos cargos y está tomando la iniciativa por ahora, esperamos que no por mucho tiempo. Las guerras coloniales en el exterior están llegando a su fin, ¿ será tiempo de las guerras internas?

James Petras, ex profesor de Sociología de la Universidad de Binghamton, Nueva York, lleva 50 años en el asunto de la lucha de clases; es asesor de los Campesinos sin Tierra y sin trabajo en Brasil y Argentina, y coautor de Globalización desenmascarada (Zed Books), siendo su libro más reciente Sionismo, Militarismo y la Decadencia del Poder estadounidense (Clarity Press, 2008). Se le puede escribir a la siguiente dirección: jpetras@binghamton.edu

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