En su último libro, el periodista Antony Loewenstein explora los vínculos de Israel con las autocracias y cómo han contribuido a la violación de los derechos humanos.
En 1965 y 1966, bajo el gobierno autoritario del general Suharto, Indonesia asesinó a cientos de miles de personas en una sangrienta purga anticomunista.
Nicolae Ceausescu, notoriamente antisemita, comenzó su férreo gobierno de Rumanía en 1965, un mandato de 24 años que incluyó el bloqueo de la salida de los supervivientes del Holocausto.
Durante casi 29 años, la familia Duvalier asesinó en masa y obligó al exilió a opositores políticos en Haití hasta el tardío colapso de su régimen en 1986.
En los tres casos, las dictaduras en cuestión disfrutaron de cálidas -y políticamente lucrativas- relaciones con Israel.
Pero no hace falta remontarse demasiado en la historia para encontrar ejemplos tan sombríos. Desde las fronteras de la Unión Europea hasta la frontera entre Estados Unidos y México, y desde la violencia de Myanmar contra los rohingya hasta los asaltos de la India a Cachemira, Israel ha desempeñado un papel en el suministro de armamento o tecnología utilizados posteriormente en violaciones de los derechos humanos.
Así escribe el veterano periodista Antony Loewenstein en su nuevo libro, El Laboratorio Palestino: Cómo exporta Israel la tecnología de la ocupación , una incisiva exploración de los sórdidos vínculos de Israel con las autocracias, los regímenes comprometidos en campañas de desplazamientos masivos y gobiernos que pinchan su teléfono. El Laboratorio Palestino analiza a fondo la historia y el presente de estas relaciones.
Loewenstein, que empezó a informar sobre Israel y Palestina a principios de la década de 2000, relata al principio del libro su propia historia familiar ligada al exilio. Sus abuelos huyeron de la Alemania nazi y de Austria como refugiados judíos en 1939. En Australia, creció en lo que él describe como un hogar sionista liberal.
Al principio de su carrera periodística, seguía aferrado a las creencias en torno a las que creció: una solución de dos Estados que garantizara la existencia de Israel como Estado judío. Pero ser testigo de la sistemática destrucción de Palestina y su pueblo puede hacer que uno se replantee esas posiciones.
«Hoy apoyo una solución al conflicto basada en un solo Estado en el que todos sus ciudadanos puedan vivir en igualdad de condiciones«, escribe Loewenstein. «Mi evolución en los últimos veinte años refleja la creciente conciencia mundial de lo que siempre ha sido Israel y hacia dónde se dirige«.
Indagando en Israel
Ese es el punto de partida de El laboratorio palestino, y lo que inspira todo lo que sigue: una investigación exhaustiva de las relaciones de Israel con la venta de armas en todo el mundo, las dictaduras y la vigilancia global.
Loewenstein relata los vínculos de Israel con el régimen chileno de Augusto Pinochet, cuyo fascista gobierno militar perdura como símbolo del anticomunismo de la época de la Guerra Fría a través de los mensajes de los extremistas de derecha que lo admiran por lanzar a izquierdistas desde helicópteros.
Gran parte de la investigación de Loewenstein sobre los vínculos entre Israel y Chile, por ejemplo, se centra en la historia de Daniel Silberman, un judío chileno cuyo padre fue detenido, encarcelado, torturado y finalmente desapareció de manera forzosa.
Los Silberman supervivientes escaparon más tarde a Israel, pero «Daniel tardó mucho tiempo en ser plenamente consciente de la complicidad de Estados Unidos e Israel con el régimen de Pinochet y la muerte de su padre», explica Loewenstein. Israel siguió suministrando armas al régimen de Pinochet durante toda su sangrienta vida.
Por otra parte, Loewenstein aborda el armamento y los tratos israelíes con la Sudáfrica del apartheid, Sudán del Sur y Myanmar, entre otros países inmersos en violaciones sistemáticas de los derechos humanos.
Para el análisis de Loewenstein es crucial el valor publicitario de los 56 años de ocupación israelí de Cisjordania y Jerusalén Este, así como los 16 años de bloqueo de la Franja de Gaza, una de las zonas más densamente pobladas del mundo.
El uso por parte del ejército israelí de tecnología de alto nivel para restringir y vigilar los movimientos de millones de palestinos, así como para saturar de bombas el asediado enclave costero, suelen jugar a favor del argumento de venta. Al fin y al cabo, ninguna estrategia de marketing suena tan eficaz como «probado en combate».
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos supusieron un impulso especialmente lucrativo para el negocio. Incluso antes de los atentados, la industria armamentística israelí «se había vuelto adicta a la inagotable fuente de ingresos de las autocracias que necesitan armamento».
Pero tras los atentados de Nueva York y Washington DC, la guerra global contra el terrorismo «turboalimentó el sector de defensa israelí», argumenta Loewenstein. Como el Ministerio de Defensa israelí supervisa los acuerdos con el extranjero, no se puede discutir la complicidad del Estado.
El negocio de siempre
Drones, misiles y equipos de vigilancia han aportado miles de millones a lo largo de los años, e Israel se ha ganado una reputación mundial como proveedor de herramientas de vigilancia, tecnología antiterrorista y armas.
Pero la reputación no siempre es buena y, como señala Loewenstein, la opinión pública hacia Israel ha caído en picado en las dos últimas décadas. Aun así, el negocio continúa.
El avión no tripulado Heron, utilizado por Frontex, la agencia de fronteras exteriores de la Unión Europea, para vigilar las embarcaciones de inmigrantes en el Mediterráneo, llevaba años utilizándose contra palestinos. «La UE se ha asociado con importantes empresas de defensa israelíes para utilizar sus drones y, por supuesto, los años de experiencia en Palestina son un argumento de venta clave«, explica Loewenstein.
Incluso en 2004, más de una década antes del repunte de la llegada de refugiados a la UE, las autoridades fronterizas estadounidenses utilizaron el dron Hermes 450 para vigilar la frontera entre Estados Unidos y México, donde la aeronave desempeñó un papel fundamental a la hora de impedir que los migrantes cruzaran al país. En agosto de 2022, el Times of Israel publicó un artículo en el que se reciclaban argumentos militares israelíes y se alardeaba de la precisión «quirúrgica» del Hermes 900 durante un asalto a la Franja de Gaza.
Esos ataques «quirúrgicos» mataron al menos a 17 civiles palestinos, entre ellos mujeres y niños, según Haaretz. En otras palabras, más de la mitad de los muertos eran civiles.
Crónica política
De este modo, Israel ha convertido su ocupación en una empresa rentable, y a las empresas israelíes de armamento y vigilancia rara vez se les ha escapado una oportunidad de hacer dinero, incluso a costa de vidas.
Tomemos como ejemplo la trágica desaparición de Javier Valdez Cárdenas, un periodista mexicano que investigó la corrupción y las operaciones de los cárteles de la droga y fue asesinado a tiros en 2017. Más tarde, su esposa descubrió que el gobierno mexicano le había espiado utilizando Pegasus, una herramienta de pirateo telefónico vendida por una empresa israelí llamada NSO Group.
El beneficio puede venir de muchas formas y, como argumenta convincentemente Loewenstein, organizaciones como la NSO trabajan «con el Estado israelí para promover sus objetivos de política exterior». Cuando Israel o las empresas israelíes proporcionan los medios para la represión, Israel puede contar con el apoyo del país cliente en la escena mundial.
El Laboratorio Palestino sitúa a Israel, su industria armamentística y sus arquitectos de la vigilancia en la red de violadores mundiales de los derechos humanos, desde Norteamérica hasta China, y nadie con una mano manchada de rojo y una bolsa de dinero se libra.
A medida que la colonización israelí de Palestina avanza a un ritmo vertiginoso y su propia fachada de democracia tiembla, el libro de Loewenstein se destaca como una nueva aportación al panteón de importantes obras de reportaje político sobre el papel de Israel en el mundo, y qué precio -especialmente para los palestinos- puede tener ese papel.
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