Por William Manson, 21 de abril de 2012
Con un futuro del que se cuestiona que haya “trabajo” para todos y los dudosos beneficios del desarrollo económico, hay una cuestión existencial que surge todos los días al levantarnos: ¿qué hago hoy?
Los puritanos del siglo XVII tenían la respuesta: trabajar duro para evitar las tentaciones de la inactividad y rezar para que la Providencia, en forma de un clima favorable y de buenas cosechas, proveyese. Los burgueses del siglo XIX añadieron los elementos de un entretenimiento disciplinado, la rutina metódica, conocimientos prácticos y, a diferencia de los puritanos, el consumo conspicuo. Estos valores centrales de Occidente, inculcados desde la primera infancia incluyen la virtud intrínseca del “trabajar duro” y la insistencia, sin tregua, en estar activo (es decir, producir). En la era radical de los años sesenta, el teórico Herbert Marcuse hacía referencia a la tiranía de este “principio de rendimiento”, hecho posible por una represión añadida de los deseos humanos básicos (1).
No hace falta decir que con más de dos siglos de actividad económica implacable, hay tal desorden y degradación en el mundo que ahora nos enfrentamos, entre otras catástrofes antes inconcebibles, a los fantasmas del “calentamiento global”, y a los desechos nucleares tóxicos y perennes. Sin embargo, insaciable en su actividad, los grandes depredadores con fines lucrativos se mantienen en movimiento perpetuo devorando los ecosistemas, saqueando los recursos y explorando nuevos mercados. De hecho, el incesante desarrollo, como profetizó John Stuart Mill hace 150 años, puede llegar a destruir el mundo entero.
Karl Marx, puso de relieve la inevitable volatilidad de las condiciones del libre mercado ( auge y caída en cada ciclo). La expansión del crédito comercial, conduce invariablemente a la sobreproducción y a recesiones periódicas, en donde millones de personas en condiciones precarias pierden sus medios de subsistencia. La pérdida de ingresos conduce a la pérdida de la vivienda, a la desnutrición infantil y otros males sociales agravados por el aumento de la pobreza.
Sin embargo, al mismo tiempo, al menos en los Estados Unidos, se ha pasado por alto una “ventaja” asociada a la recesión económica: una mayor tranquilidad en el entorno social. La vida cotidiana se desacelera, disminuye el tráfico y el consumo superfluo cae rápidamente. El comercio local se ha visto beneficiado. La gente se queda en casa ( siempre y cuando pueda mantener una casa). Si un seguro de enfermedad (sic) o la televisión por cable está fuera de nuestro alcance, el individuo sale ganando ya que dispone de más tiempo, tal vez para informarse de cómo preparar comidas más baratas pero nutritivas, aprender nuevas habilidades como el bricolaje ( o el cultivo de verduras), reflexionar sobre “Master and Man” de Tolstoy, o escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven.
A riesgo de parecerme a Proudhon en su “Filosofía de la miseria”, que provocó una airada crítica de Marx, me limitaré a señalar que el tiempo libre que permite el subempleo nos ayuda al crecimiento, ya sea intelectual, estético o espiritual (2). Sin duda, nosotros, tal y como hacen los radicales, ¿ no rechazamos la jornada laboral de 8 o más horas – esclavizados por los imperativos de las ganancias de los dueños de los sistemas de producción?. Ya que se vive solamente una vez, ¿ por qué no tener más tiempo para cultivar toda la gama de la sensibilidad humana y perfeccionar nuestra formas individuales y unirnos a la disidencia y a la rebelión negativa? Para ello es necesario dar preferencia a vivir con menos, establecerse en una zona rural con un cierto desprecio por el excesivo bienestar material, la voluntad y el orgullo de saber prescindir de ciertas cosas, y a un considerable ingenio. ( No queremos decir que haya que acudir al basurero, sino que uno puede cultivar sus propios alimentos, utilizar los recursos de la biblioteca, disfrutar del placer del pastoreo, de la contemplación, de la calma de los espacios abiertos, de la alegría de sentirse liberado, y vestirse o comprar muebles en una tienda de segunda mano).
Con nuestra prisa programada por el miedo, trabajando duro para alcanzar bienes materiales y una seguridad financiera, para que algún día, en algún lugar, podamos vivir sin preocupación, pero echamos de menos los placeres simples como el hecho de estar vivo ahora. ¿Compartimos con nuestros hijos las “Canciones de la inocencia” de William Blake, así como la exuberancia juguetona de los mitos de Trickster de todo el mundo? ¿O es que lo único que compartimos son nuestras preocupaciones sobre las primas de seguro, los pagos de la hipoteca, las matrículas universitarias, y las carreras del futuro? A pesar de los “problemas de relación” ¿ no hay que gozar de las delicias terrenales, como el “cálido sexo” (parafraseando al amante de lady Chatterley? ¿O es que las preocupaciones nos llevan a convertir la sexualidad en algo mecánico?
Vamos a morir, antes o después, eso es algo seguro. ¿ Pero nunca vamos a aprender a vivir?
(1) Herbert Marcuse, en Eros y Civilización (Beacos Press, 1955) (Véase también la discusión sobre el “ethos estético” en su Ensayo, ya algo anticuado, sobre la Liberación (Beaconb, 1969. Irónicamente, a diferencia de Marcuse, muchos activistas progresistas de hoy parecen una variación del ascetismo puritano; compasión ante las víctimas de la injusticia y cierta sospecha hacia los placeres humanos y parecen insensibles a las alegrías de vivir ( Cfr. Max Weber. La ética protestante y el espíritu del capitalismo).
(2) El psicoanalista marxista Erich Fromm, dedicó un libro entero a este tema ( implícito en los primeros manuscritos de Marx en París): ¿Tener o ser? (Harper & Row, 1976). Cf. También su Concepto de Marx en su excelente estudio Sobre el Hombre (Continuum, 1966), que añade los primeros ensayos de Marx sobre la productividad no alienada, autodirigida (trabajo).
William Manson es autor de The Psychodynamics of Culture (Greenwood Press).
http://dissidentvoice.org/2012/04/deadly-folly-of-busy-ness/