Por Binoy Kampmark, 13 de marzo de 2018
Dice mucho que las sociedades que todavía forman parte de lo que se llama el “mundo libre” puedan hacer esto. La tecnología, que antes se veía como emancipadora y gratificante, en realidad puede suponer la imposición de grilletes y cadenas, volviéndose repelente y autodestructiva.
La privacidad es una de esas áreas precarias, en continuo asalto por los innovadores que intentan intimidarnos. La privacidad, ese fenómeno intangible que Mark Zuckerberg, en un momento dado, pensó que se había abolido como norma social, menos por los vagos controles de Facebook que por la voluntad de los usuarios de “compartir la información”.
En el mundo la vigilancia ha pasado a ser total, y, de una relativa precaución, se ha ido totalizando. Los detalles de las redes sociales compartidas, distribuidos y rentabilizados no son más que un aspecto de este mundo en el que la privacidad yace marchita. Los productos que se venden al público en general, como la muñeca que habla “My Friend Cayla”, es como una invitación a la recopilación de datos en el hogar. El fabricante de muñecas, Genesis Toys, insiste en garantizar “que nuestros productos y servicios sean seguros y agradables para nuestros clientes”.
Esta muñeca en particular, irónicamente, ha preocupado a aquellos que están metidos en el negocio de la vigilancia, como una competencia injustificada. Jochen Homann, de la Agencia Federal de Redes de Alemania, insiste en la prohibición en todo el país, una prohibición que entró en vigor y está diseñada para “proteger a los más vulnerables de la sociedad”.
¿Y en qué exactamente les ha molestado esta intrusa criatura? Por un lado, transmite la pregunta en forma de audio de un niño a través de medios inalámbricos a una aplicación de un dispositivo digital. Esta pregunta pasa a texto que luego se utiliza para realizar una búsqueda en Internet. Se genera una respuesta y se verbaliza a través de la muñeca.
“Los elementos que ocultan cámaras o micrófonos y que son capaces de transmitir, y por lo tanto pueden transmitir datos sin ser detectados, de modo que se compromete la privacidad de las personas”, dijo de manera estridente Homann.
Muñecas conectadas a Internet; juguetes sexuales conectados a la red; y, por supuesto, Jeff Bezos de Amazon, que te atormenta con Alexa, una asistente digital parlante conectada con el altavoz Echo. Alexa, esta feliz misionera que te ayuda en las búsquedas, que escudriña y recopila información para nave nodriza que es Amazon, todo ello en nombre de las ganancias y la experiencia del cliente.
Por un lado, Alexa muestra cómo las fuentes de motivación, de entretenimiento y variedad, han cambiado. Del mismo modo que la muñeca conectada, hambrienta de hacer búsquedas, la Alexa de Amazon, después de haber despertado de su sueño digital a través de Echo, transmite material a través de los servidores de Amazon, donde se analiza el audio. Tanto el audio de la voz como la respuesta se almacenan y se vinculan con la cuenta del usuario.
Los términos de uso de Amazon describen a Alexa a como una transmisión de “audio a la nube”. Eso tiene lugar “cuando interactúas”. La empresa “procesa y conserva sus interacciones con Alexa, como sus entradas de voz, listas de reproducción de música y sus listas de tareas y compras a través de Alexa”. Con la creación de un perfil de voz, Alexa hace uso de las grabaciones “para crear un perfil acústico de sus perfiles de voz. Esto le permite a Alexa llamarlo por su nombre y personalizar su experiencia”.
A Brad Stone de Bloomberg le resulta emocionante eso de utilizar los altavoces de Alexa para “reproducir música y noticias, contar chistes y obtener información sobre el tiempo”. Este Stone se queda un poco corto en sus apreciaciones. Pero incluso admite que la cuestión de la privacidad es un asunto importante. Ese volumen de datos se transmiten a la empresa matriz a través de Amazon Echo y Google Home.
Por todo esto, hay conversos que utilizan una terminología decididamente benigna, si no neutral, al referirse a “estos asistentes de voz para el hogar” que se anuncian como asistentes no corporales equipados con la Enciclopedia Británica. “Las noticias sobre la habilidad de Echo y Google Home para espiarle son un tanto exagerados”, escribe Eric Ravenscraft en How-Ro-Geek. Por un lado, tales dispositivos podrían estar en modo de escucha permanente, pero no en modo grabación. Algo reconfortante, pero que te deja frío.
También otro consuelo que te deja frío, aquel que podemos obtener de los servicios de inteligencia, que odian el holgazaneo y la privacidad: simplemente, dicen, es demasiado lo que pueden grabar y escuchar en Google Home o a través de Echo. Este exceso podría salvarnos.
Ravenscraft, sin embargo, está al tanto de una cuestión importante sobre el almacenamiento de datos: una infraestructura que puede ser utilizada, ya sea a través de los ojos indiscretos de los funcionarios del Gobierno, o por una intromisión no deseada. El almacenamiento de las grabaciones por parte de Amazon podría convertirse en una fuente de interés para las autoridades, algo que supone un motivo de preocupación, como dijo Edward Snowden en 2013: “Si Amazon va a almacenar las grabaciones de lo que hablas o dices en tu hogar, es posible que deseemos saber si la empresa va a entregar esos datos al Gobierno”.
Bezos ha intentado tranquilizar a los consumidores, y dice que en lo que respecta a la privacidad la empresa está al día. El altavoz Echo “no es diferente de su teléfono”, pues al presionar “el botón de silencio de Echo, se enciende un anillo de color rojo que dice que el micrófono está apagado. Este botón para silenciar está conectado al micrófono con electrónica analógica”.
Tales desarrollos tecnológicos son más bien desmanes que innovaciones, condicionamientos humanos a la comunicación y la forma en que se comparte la información.
Desensibilizados como sujetos, los seres humanos se han convertido en un conjunto de unidades y datos, de modo que su comportamiento es un conjunto de datos para ser analizados, explotados e incluso predichos. La necesidad de tener un régimen global y arraigado de protección de la privacidad, lejos de ser menos importante, es más vital que nunca.
Binoy Kampmark, erudito de la Commonwealth Scholar en Selwyn College, Cambridge. Es profesor en la Universidad RMIT, Melbourne.
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