PRESIDENTE DE LA HIPOCRESÍA

TARIQ ALI


¿Cómo se ha alterado el Imperio estadounidense en el año que ha transcurrido desde que la Casa Blanca cambió de manos? Con la Administración Bush, la opinión generalizada, tanto en la corriente de opinión dominante como en gran parte de la sección amnésica de la izquierda, era que Estados Unidos había caído en un régimen aberrante, producto de un virtual golpe de Estado de una camarilla de fanáticos de derechas –o, alternativamente, de corporaciones ultrarreaccionarias– que habían secuestrado la democracia estadounidense para desarrollar una política de agresión sin precedentes en Oriente Próximo. Como reacción, la elección para la presidencia de un demócrata de una raza mixta que prometía curar al país de sus heridas internas y restaurar su reputación exterior, fue recibida con una oleada de euforia ideológica que no se veía desde los días de Kennedy. Una vez más, Estados Unidos podía mostrar al mundo su verdadera cara: decidida pero pacífica, firme pero generosa; humana, respetuosa y multicultural. Naturalmente, reuniendo en su persona los ingredientes de un Lincoln o de un Roosevelt de nuestro tiempo, el joven
nuevo dirigente del país tendría que llegar a compromisos, como tiene que hacer cualquier hombre de Estado. Pero, por lo menos, el vergonzoso interludio de arrogancia y criminalidad republicana había acabado.
Bush y Cheney habían roto la continuidad de un liderazgo estadounidense multilateral que había servido al país adecuadamente durante y después de la Guerra Fría. Ahora Obama lo restauraría. Pocas veces la mitología interesada –o la credulidad bienintencionada– ha quedado al descubierto tan rápidamente. Al margen del fondo musical que acompaña a la diplomacia, no hubo ninguna ruptura fundamental en la política exterior entre las Administraciones de Bush I, Clinton y Bush II; tampoco ha habido ninguna entre los gobiernos de Bush y Obama. Los objetivos e imperativos estratégicos del Imperio estadounidense son los mismos, como siguen siéndolo sus principales teatros y medios de actuación.

Desde el colapso de la URSS, la doctrina Carter –la construcción de otro pilar democrático de derechos humanos– ha definido al gran Oriente Próximo como el campo de batalla central para la imposición del poder estadounidense por todo el mundo. Es suficiente mirar cada uno de sus sectores para ver que Obama es el vástago de Bush, como Bush lo fue de Clinton y Clinton de Bush padre, como tantos engendros apropiadamente bíblicos.
Ignorando Gaza
La actitud de Obama respecto a Israel se manifestaría incluso antes de que tomara posesión. El 27 de diciembre de 2008, la Fuerza de Defensa Israelí (FDI) lanzó una ofensiva total, aérea y terrestre, sobre la población de Gaza. Los bombardeos, incendios y asesinatos continuaron sin interrupción durante veintidós días, durante los cuales el presidente electo no pronunció ni una sílaba de reprobación. En virtud de un acuerdo previo y para no aguar la fiesta, Tel Aviv suspendió su campaña unas cuantas horas antes de su investidura, el 20 de enero de 2009. Para entonces, Obama había escogido como jefe de Gabinete al doberman ultrasionista de Chicago Rahm Emanuel, un antiguo voluntario de la FDI. Una vez que hubo tomado posesión, Obama hizo un llamamiento, como hacen todos los presidentes de Estados Unidos, a favor de la paz entre los dos pueblos que sufren en Tierra Santa y, de nuevo, como todos sus antecesores, para que los palestinos reconocieran a Israel y para que Israel detuviera sus asentamientos en los territorios que ocupó en 1967.

Una semana después del discurso del presidente en El Cairo, prometiendo oponerse a nuevos asentamientos, la coalición de Netanyahu estaba ampliando las parcelas judías en Jerusalén Este con total impunidad. En otoño, la secretaria de Estado Hillary Clinton estaba felicitando a Netanyahu por las «concesiones sin precedentes» que había hecho su gobierno. En una conferencia de prensa en Jerusalén, recibió la siguiente pregunta de Mark Landler, de The New York Times: «Señora secretaria, cuando usted estuvo aquí en su primera visita en marzo, hizo una fuerte declaración condenando la demolición de viviendas en Jerusalén Este. Sin embargo, esa demolición ha continuado sin tregua y, hace unos pocos días, el alcalde de la ciudad ha emitido una nueva orden de demolición. ¿Cómo describiría actualmente esta política?». Ella no se dignó responder(1).

Un mes antes, la Misión de Investigación de la ONU constituida para examinarla invasión de Gaza informó que la FDI no había respetado siemprelas normas, aunque lógicamente fuera consecuencia de los ataquescon cohetes de Hamas. Presidida por uno de los más notables oportunistasde la «justicia internacional», el juez sudafricano Richard Goldstone, fiscaldel preorquestado Tribunal de la Haya sobre Yugoslavia y sionistaconfeso, las denuncias de la Misión contra Israel difícilmente podían habersido más tenues, en asombroso contraste con el testimonio que habían escuchado en Gaza y que estuvo disponible en su página web(2).

Pero desacostumbrado a recibir cualquier clase de crítica del establishment, Tel
Aviv reaccionó con indignación y por ello Washington dio instrucciones
a su satélite en la dirección de la OLP, Mahmoud Abbas, para que se opusiera
a cualquier consideración del tema en la ONU(3). Esto fue demasiado
incluso para los propios seguidores de Abbas y, en medio de las protestas
que se produjeron, tuvo que retractarse, desacreditándose todavía más.
El episodio confirmó que el control que tiene el AIPAC sobre Washington
sigue siendo tan fuerte como siempre, en contra de las falsas ilusiones de
la izquierda estadounidense de que el lobby israelí del pasado, que realmente
nunca había sido una gran fuerza, estaba siendo reemplazado por una rama más ilustrada del sionismo estadounidense.
En el teatro palestino del sistema estadounidense, la falta de cualquier novedad
significativa no implica una falta de movimiento. Vista con una perspectiva más amplia, la política de Estados Unidos ha sido durante algún tiempo convencer a Israel, por su propio interés, de la creación de uno o más bantustanes(4). Desde luego, la condición para ello ha sido la supresión de cualquier proyecto de una auténtica autoridad palestina o de cualquier Estado palestino real. Los Acuerdos de Oslo fueron un primer paso en este proceso, ya que destruyeron la credibilidad de la OLP al establecer una «Autoridad Palestina» que era poco más que una fachada
al estilo Potemkin de la verdadera autoridad en los territorios ocupados:
la FDI.

Incapaz de alcanzar ni siquiera una independencia simbólica, la dirección de la OLP en Cisjordania se dedicó a ganar dinero, dejando indefenso a la mayor parte del pueblo palestino: hundido en la pobreza y regularmente sometido a la violencia de los colonizadores. Por el contrario, Hamas fue capaz de conseguir suficiente apoyo popular como para vencer en las elecciones palestinas de 2006 mediante la creación de un sistema de asistencia primitivo pero eficaz capaz de distribuir alimentos y ayuda médica en los barrios pobres y prestar atención a los más débiles. Europa y Estados Unidos reaccionaron con un inmediato boicot político y económico, llevando de nuevo a Al Fatah al poder en Cisjordania. En Gaza, donde más fuerte era Hamas, Israel había estado durante algún tiempo instigando un golpe de Mohammed Dahlan, el matón favorito de Washington en el aparato de seguridad de la OLP. El ministro de Defensa, Ben-Eliezer ha testificado públicamente ante el Comité del Knesset de    Asuntos Exteriores y Defensa que en 2002, cuando la FDI se retiró de Gaza, él había ofrecido la Franja a Dahlan, que estaba totalmente dispuesto a desencadenar una guerra civil palestina, algo que desde hacía tiempo hacía brillar la codicia en los ojos de muchos colonos israelíes. Cuatro años más tarde, Dahlan fue preparado por Washington para dar un golpe
militar en Gaza(5), pero Hamas le ganó la mano y se hizo con el control de la Franja a mediados de 2007. Después de que Europa y Estados Unidos castigaran política y económicamente a sus votantes por desafiar a Occidente, llegó la aportación militar israelí con el asalto de finales de 2008, al que Obama guiñó el ojo.
Pero el resultado no es el punto muerto tan regularmente deplorado por los bienintencionados defensores de un «acuerdo de paz». Bajo repetidos golpes, y en medio de un creciente aislamiento, la resistencia palestina está siendo debilitada gradualmente hasta un punto en que la propia Hamas –incapaz de desarrollar cualquier estrategia coherente o de romper con los Acuerdos de Oslo, de los que también se ha convertido en prisionero– está aproximándose hacia la aceptación de la miseria que le ofrece Israel, adornada con una reparación de Occidente. No existe una Autoridad Palestina significativa. Los representantes electos de Cisjordania o de Gaza son tratados como ONG mendicantes: recompensados si permanecen de rodillas y siguen los mandatos occidentales, sancionados si se salen de la línea.

Racionalmente, los palestinos harían mejor si disolvieran la Autoridad e insistieran en los mismos derechos de ciudadanía dentro de un Estado único, respaldados por una campaña internacional de boicot, desinversión y sanciones hasta que las estructuras del apartheid israelí fueran desmanteladas. En la práctica, son pocas o ninguna las posibilidades de ello en un futuro inmediato. Con toda probabilidad, lo que está por delante es la convergencia de Obama y Netanyahu –ya aclamado en Haaretz como incluso más progresista, inteligente, que Rabin(6)– sobre una solución final de las entidades «palestinas» con las que Israel puede vivir y en las que Palestina puede morir.

1 «Observaciones con el primer ministro israelí Binyamin Netanyahu», Jerusalén, 31 de octubre de 2009, disponible en la Web del Departamento de Estado.
2 En una entrevista con la cadena de radio del Ejército israelí, realizada en hebreo, Nicole Goldstone, hija del juez, decía: «Mi padre aceptó este trabajo porque pensó que estaba haciendo lo mejor para la paz, para todos y también para Israel […]. No fue fácil. Mi padre no esperaba ver y oír lo que vio y oyó». Manifestó a la emisora que, si no hubiera sido por su padre, el informe hubiera sido más duro. Uno puede añadir que, si no hubiera sido por la presencia en la Misión de una batalladora abogada pakistaní, Hina Jilani, el informe hubiera sido más suave todavía.
3 Los israelíes presionaron con la sanción final: si Abbas refrendaba el Informe Goldstone, el acuerdo de telefonía móvil entre una compañía israelí y el personal dirigente de la OLP estaba roto.
4 Aunque hay que señalar que tanto el obispo Desmond Tutu como Ronnie Kasrils, antiguo secretario del Ministerio de Defensa en el gobierno de Mandela, cuestionan vehementemente la analogía. Insisten en que las condiciones de los palestinos en los territorios ocupados son mucho peores que las de los negros en los bantustanes.

5 David Rose, «The Gaza Bombshell», Vanity Fair, abril de 2008.
6 Por ejemplo, Ari Shavit, «Netanyahu is Positioning Himself to the Left of Rabin», Haaretz, 6 de diciembre de 2009.

Fuente: Rebelión