No quiero ni ver la Nueva Gramática de la RAE

Marta Caballero

A falta de jerseys, se enfrenta Agustín García Calvo al frío de Madrid con cuatro camisas. Ni una ni dos ni tres, cuatro: lila, morada, verde y blanca. Las cubre además con una cazadora vaquera, que no se quita. La melena, ya muy blanca, va anudada en gomillas de los mismos tonos de su ropa. Y fuma un paquete doble de cigarrillos que enciende con cerillas. Brillan sus cuatro o cinco anillos de piedras. Llega el fotógrafo, él lo intuye, y entonces posa. Tan amable el gesto, que choca tal simpatía con su carácter descreído. Este traje suyo no se lo ha quitado con los años, así que el filósofo parece un trozo de su tiempo, con todos sus atributos. No le falta un perejil. Tampoco ha mudado su pensamiento en lo esencial quien fue uno de los catedráticos represaliados por el franquismo, por eso sigue erre que erre con la Escuela de Lingüística, lógica y Artes del lenguaje, cuyos actos de homenaje y recordatorio se celebran este martes a las 19.30 horas en el Círculo de Bellas Artes. Por eso la RAE le parece una institución fea y triste y por eso acude los miércoles al Ateneo a debatir con el resto del mundo, en unos encuentros plenos de gente joven -“menos formada”, distingue él-, que pulsa el rec de su grabadora para conservar las palabras del maestro.

PREGUNTA.- Recordatorio para su Escuela de Lingüística, lógica y Artes del lenguaje. No se da por vencido.
RESPUESTA.- Lo que hace que las cosas valgan la pena es la insatisfacción, las quiebras de uno mismo son las que producen ideas como ésta que ahora reivindicamos.

P.- ¿La cultura oficial le sigue pareciendo una estafa?
R.- No estoy interesado en la historia y menos en la contemporánea. Es un engaño, y hay que luchar contra ese engaño de la cultura y de la educación y empeñarse en lo que queda por debajo, que es la lengua. Sin ese desengaño no habría surgido esta idea.

P.- Hasta ahora es una idea nonata.
R.- Fracasó, como lo hacen las cosas que pueden cambiar algo. Aquel intento no era un proyecto, sino tres encuentros en los que tratamos de reunir gente adscrita a las matemáticas o a la lengua y descubrir lo que se entrecruza entre un campo y otro. Cosas como hasta qué punto la música habla de las matemáticas o cómo las matemáticas estaban en contacto con el lenguaje, pues aquellas no son más que un tipo de lenguaje.

P.- No hay institución que se dedique hoy a estas conexiones.
R.- No, las instituciones no hacen más que aumentar su potencia de engaño para con la gente. No dejan de imponer ideas sobre la realidad desempeñando una labor mortífera.

P.- ¿No atisba avances o mejoras desde que empezó a defender estas causas?
R.- El progreso es siempre ir a peor. Los planes de estudio son hoy más engañosos que hace 20 años. Y eso pasa también con las propias ciencias y las disciplinas, que han reforzado más la idea de que están en la verdad. La alegría es que esa labor mortífera nunca se completa del todo y surgen ideas más o menos imprevistas.

P.- ¿Y cómo aguantó 40 años de profesor?
R.- No lo sé, aún me lo pregunto. Ya entonces existían el terror al examen y el temor a los resultados. Yo me decidí a no examinar, repartía las notas según la cara que hubiera puesto el alumno durante el curso. Me las arreglaba con esos trucos. Pero cuando me acuerdo, tengo cierto pesar de haber empleado tanto tiempo en esa educación.

P.- Hábleme de las tertulias de los miércoles en el Ateneo. Sé que hay allí multitud de jóvenes esperando aprender de usted.
R.- Allí no se da clase, sino que se juega con la lengua y con lo que ésta tiene que hacer frente a las ideas. Va todo tipo de gente, también muchos jóvenes, pero no me gusta llamarlos así, porque es un término más bien fascista, simplemente es gente menos formada.

P.- Volviendo a la institución. ¿Qué opina de la RAE y de su Nueva Gramática?
R.- A la RAE la encuentro fea y triste. Provoca confusiones de la lengua con la cultura, da instrucciones del manejo de la cultura confundiéndolo con la lengua. Y no puede hacerse eso, porque en la lengua no manda nadie, es lo único gratuito, lo único que tenemos todos. La Nueva Gramática no quiero ni verla, entre otras cosas porque me la sé de hace muchos años. Con la lengua no se puede hacer nada, no hay forma de poner reglas, porque eso lo hace una especie de asamblea subconsciente que está por debajo de las personas. Al hablar uno no sabe lo que hace y cuando trata de saberlo sólo entorpece la lengua. Es lo que ocurre con el feminismo, los que defienden que la lengua es machista se equivocan. En todo caso están hablando de cultura y de educación social. Otras veces hay cosas que vienen de arriba, como el vocabulario semántico, que llegan a penetrar entre el pueblo. Términos como existir o verdad, creados para Dios, han llegado a caer en el subconsciente y la gente los usa, a veces cambiándole el sentido. Es el caso de palabras como individuo, que ahora se usa de forma peyorativa.

P.- Una de sus grandes aspiraciones es devolver la poesía a su función primera de canto.
R.- Sí, la corriente vino a dar con la conversión de la poesía en algo escrito. Yo lo que intento es que la escritura vuelva a las fuentes libres. Esto tiene que ver con la noción de autor, porque al estar escritas las letras pertenecen a un señor o señora.

P.- Usted tiene gran cantidad de títulos publicados, ¿es que no los tiene registrados a su nombre?
R.- Supongo que mis libros lo estarán. No estoy muy al tanto de esto desde que en el 79 fundé una editorial con uno de mis hijos, que nadie conoce. Es cierto que una vez al año cobro unos cientos de euros por algunas de mis canciones que cantan varios amigos míos.

P.- De la SGAE pensará mucho peor que de la RAE…
R.- Esa institución del cobro es de las más graves que hay. Pero no retirarme ha implicado transigir con ciertas cosas. Exige un tanteo que no siempre es fácil.

P.- De vuelta al proyecto de mañana, llama la atención que lo denominase Escuela, una palabra que parece alejarse de sus ideas contra la institución.
R.- ¿Cómo pensar en una escuela que no sea escolástica? Cierto, pero lo que el término quería decir, escolé, remitía a los conceptos de ocio y juego. Es una de las más curiosas hipocresías del lenguaje para ayudar a los jóvenes a pasar por el aro.

P.- ¿Tiene conciencia de la percepción que de Agustín García Calvo tienen los españoles?
R.- Soy poquita cosa en este país. Yo he tratado de ser fiel a cómo son las cosas, pero estoy acostumbrado a que los medios vuelvan la cabeza hacia otro lado.

P.- ¿Y le enfada mucho?
R.- No, yo hablo de alegría, pero que no lo sea del todo, que no sea completa nunca.

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