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Realizan una confesión uno tras otro, con el micrófono en mano, de pie: Chiro Ogura, Masashi Goto y sus compañeros, ex ejecutivos del programa nuclear de Toshiba, admitiendo lo impensable.
Por Richard Werly, jueves 17 de marzo de 2011
¿Un terremoto de tal magnitud en la región de Tohoku había entrado dentro de los cálculos de las medidas de seguridad de las centrales nucleares, como la de Fukushima, a partir de los años 1960?
“No, el terremoto y el posterior tsunami fueron mucho más allá de nuestras peores expectativas”, dijo en Tokio Chiro Ogura, ingeniero que trabajó en el diseño de la primera fase de los reactores de Fukushima, devastados por el fuego y amenazando con desencadenar una catástrofe nuclear.
¿Se habían diseñado sistemas de refrigeración del núcleo de reactor para soportar olas de diez pies de alto?
“No. Varias tomas se instalaron en la superficie y no estaban enterradas, por lo que fácilmente la ola las arrasó”.
Las personas, los periodistas y funcionarios pudieron escuchar a este grupo de ex ejecutivos de la industria atómica, que se miraban unos a otros. Una joven lloraba. Los planos y los diagramas que se mostraban en pantalla no dejaban ninguna sombra de duda… El “yo acuso” lanzado por los ingenieros japoneses expresaba con todo su vigor la terrible situación del archipiélago, un combate sin igual contra los elementos, en la segunda economía más grande del planeta.
¿Acusados? La empresa General Electric en los años 60-70 no tomó las suficientes medidas de seguridad ante una situación que se podía dar. Mashasi Goto, […] recuerda los inicios de la construcción de Fukushima, en un momento en el que el país buscaba una independencia energética en medio de una crisis anunciada.
“Apenas contratamos los planes de la empresa General Electric. Importamos su tecnología, que no estaba diseñada para nuestra singular geografía y las amenazas asociadas a ella”.
¿Culpables? “El sistema en su conjunto, donde también estaríamos nosotros”, dice, inclinándose profundamente, en un signo de disculpa pública. “En Fukushima se diseñaron sistemas de emergencia para extinguir pequeños incendios, no para bombear agua y enfriar los reactores”.
Incluso si la palabra no se pronuncia, resuena en la cabeza de todos: el complejo atómico de Japón se enfrenta a retos demasiado complicados y demasiado costosos de resolver, no siendo suficiente “retocar”. Es un desafío a la seguridad.
Este “yo acuso” es aún más aterrador, incluso si no va acompañado de una lista de nombres. Por cada imagen de la cubierta del reactor 2 destruida por el fuego, con cada nuevo temblor sentido en el barrio de Yurakucho, donde cada mañana se realiza una conferencia de prensa sobre el estado de la situación y la amenaza radiactiva, Masashi Chiro y sus compañeros tienen un nudo en el estómago.
No condenan esto o aquello, pero de sus declaraciones surge un juicio condenatorio de su pasado, de su negligencia, de su indiferencia: “De su pasado en defensa a ultranza de la energía atómica han pasado a llevar una pesada cruz que se les hace insoportable”, dice Chihiro Kamisawa, médico especialista en radiactividad.
Pero los sacrificios en las próximas horas no serán en vano. De hecho, todo el mundo sabe que por lo menos uno de los empleados de TEPCO, a pesar de los enormes riesgos, sigue desarrollando todos los días operaciones desesperadas de rescate en el centro de la pesadilla, en Fukushima, aislado como un barco a la deriva en medio de la zona de evacuación de 30 kilómetros en torno a la central, decretada por el Gobierno.
Eran poco más de las 17 horas en Tokio cuando se presentaron las imágenes de las operaciones realizadas por los dos equipos de emergencia, de cincuenta miembros cada uno. Unos salieron, otros entraron, y no se pudieron ver sus caras, ocultas detrás de las máscaras, con sus trajes blancos ajustados, sometidos a intervalos regulares a descontaminación.
Tanto Chiro Ogura como Masashi Goto prefirieron no mirar.
Fuente: lesoir.be
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