El nuevo cientifismo

Por Kamil Ahsan, 5 de agosto de 2014

Jacobin Magazine

La investigación científica no está libre de las ataduras de la política

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En la película de Stanley Kubrick del año 1964 Dr. Strangelove (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú) aparece el personaje del general Jack D. Ripper, un persona profundamente neurótica, paranoica, que insistía en que la fluoración del agua era un complot comunista contra los estadounidenses. Ripper estaba desquiciado, pero también era la personificación de esa insistencia de la gente en los beneficios medicinales del fluoruro.

La historia no se muestra benevolente con las personas que se resisten al progreso científico: se les pinta como trogloditas inflexibles. Hoy en día, la fluoración del agua se ve con tanta normalidad como el uso de la electricidad y otros avances, en un camino hacia la mejora tecnológica, a pesar de esas personas que supuestamente van en contra de la Ciencia. Así es más o menos como lo cuenta el avance científico. Para estos, cualquier crítica de este proceso histórico equivale a una oposición a ese avance.

Pero esto es algo absurdo. Hay, por supuesto, mucha charlatanería por parte de los que se oponen a la fluoración del agua. Tampoco es correcto decir que la comunidad científica haya hecho un pacto con el diablo para evitar que esté en el orden del día el calentamiento global producido por el hombre. Del mismo modo, después de décadas de nuevos descubrimientos en el campo de la Biología, todavía una tercera parte de la opinión pública estadounidense rechaza la evolución.

Peso resulta asombroso cuando estos defensores de la Ciencia meten en el mismo saco a los que niegan el cambio climático, a los que se oponen a los transgénicos y a los activistas ambientales de base: a todos ellos los tratan como en contra de la Ciencia. Se trata de un análisis simplista que tiene sus raíces en la presunción de que la Ciencia está por encima de cualquier crítica, incluso por encima de la Política.

Es el Nuevo Cientifismo, donde las discusiones de la Política Científica son manejadas por expertos en base a “un cuerpo de investigación”, dejando al margen al público en general, de modo que plantear preguntas que pudieran parecer hostiles a la investigación científica supone la consideración de en contra de la Ciencia.

Ante este fenómeno, la izquierda debe insistir en el carácter intrínsecamente político de la investigación científica.

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Cualquier discusión sobre el estado de la Ciencia debe afrontar el elevado incremento en los últimos decenios de la investigación científica financiada con fondos privados. En otras palabras, debe lidiar con un status quo que algunos científicos cuestionan o incluso reconocen.

Hoy en día, una gran cantidad de científicos están al servicio de las grandes empresas farmacéuticas y todo tipo de Corporaciones que desarrollan programas que destruyen el medio ambiente o son claramente antisociales. Mientras tanto, los científicos, aunque todavía muchos de ellos están financiados con fondos públicos, mantienen sus propios vínculos con el capital: reciben subvenciones o becas de formación de empresas biotecnológicas, farmacéuticas o de grandes empresas agrícolas; supervisan y participan en eventos y congresos financiados por la Industria; y mantienen vínculos con la Industria para los estudiantes de postgrado y candidatos postdoctorales.

El asuntos de los transgénicos es un buen ejemplo de cómo los científicos actúan como los voceros de la Agricultura Industrial.

Los profesores aparecen a menudo en las páginas de las revistas de divulgación científica dando sus parabienes a los nuevos transgénicos. No es que esto sea algo contrario a los hechos, la mayor parte de los alimentos y cultivos que consumimos han sido manipulados genéticamente, pero se echa en falta una crítica a la forma en que actúan las Corporaciones Agrícolas.

Una rígida defensa de la Ciencia impide a los científicos reconocer que Monsanto monopoliza el mercado de las semillas, dicta el precio de mercado en beneficio de los agricultores más pudientes, impulsa la aparición de malezas resistentes, permite la propagación de transgenes a los cultivos tradicionales, y utiliza a los Estados para obtener mayores ganancias.

Si reconocemos estos hechos, se debe producir un replanteamiento a fondo de la política de investigación de los transgénicos y la ética que hay detrás de estos cultivos. Se debe dar una respuesta adecuada a los que se oponen a los transgénicos, a los que simplemente se considera como en contra de la Ciencia, y evitar confundir a los que piden el etiquetado de los alimentos transgénicos con los aquellos que se niegan a vacunar a sus hijos.

Sin embargo, a raíz de las noticias que hablan del suicidio de agricultores en la India por estar endeudados, muchos defensores de los transgénicos escribieron refutaciones de manera desdeñosa, negándose a admitir que la introducción del algodón Bt de Monsanto tiene un enorme coste en la adquisición de las semillas y de productos químicos, generando una profunda crisis en muchos agricultores de la India.

Esto supone nefastas implicaciones en la metodología científica. Lo más preocupante es que Monsanto y otras empresas Agroindustriales están silenciando las investigaciones independientes sobre los cultivos modificados genéticamente. Cuando investigadores como Emma Rosi-Marshall y John Losey publicaron artículos de investigación que demuestran que el maíz Bt de Monsanto afecta de forma negativa a los insectos que se alimentan de él, enseguida arreciaron multitud de críticas: se rechazaron los trabajos por considerarlos fraudulentos, cartas exigiendo la retractación y correos enviados a los editores de las revistas en tonos muy airados.

Lo mismo le ocurrió a Gilles-Eric Séralini de la Universidad de Caen, Francia, muchos de cuyos críticos tenían estrechos vínculos con Monsanto. Muchas investigaciones de control (incluso las patrocinadas por Monsanto) no logran desentrañar los conflictos de interés. El alboroto que se formó nada más publicarse la investigación de Séralini no tiene precedentes.

Pocos científicos han llamado a las cosas por su nombre: un acoso a la libertad de investigación. Una excepción ha sido el genetista molecular Jack Heinemann, que según informa el Proyecto de Alfabetización Genética, dijo:

La publicación de los resultados de la investigación ha revelado la crueldad que puede desatarse contra los investigadores que presentan descubrimientos incómodos… Este estudio se ha mantenido a pesar de un amplio proceso de revisión, el más estricto que nunca se haya llevada a cabo con un estudio científico sobre los transgénicos”.

Y difícil resulta para los investigadores hacer trabajos sobre los transgénicos: Monsanto apela a las patentes para impedir la investigación de los nuevos genes recién sintetizados. Además, la Compañía ha firmado acuerdos con las Agencias Gubernamentales, tales como el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, que en una desconcertante relación también rechaza las investigaciones independientes.

En septiembre de 2009, la revista Nature publicó que después de aparecer un artículo en Nature Biotechnology que se mostraba escéptico con los transgénicos, firmado por David Schubert del Instituto Salk, éste dijo: “Nunca he recibido una respuesta tan obscena por mostrar una opinión”.

Según el artículo, incluso la reacción puede ser preventiva. Bruce Tabashnik de la Universidad de Arizona, mientras preparaba un trabajo sobre la resistencia de los insectos al algodón Bt de Monsanto, recibió un correo electrónico de aviso de William Moar de la Universidad de Auburn. Moar, que trabaja para Monsanto, ridiculizó públicamente el trabajo de Tabashnik en diversas conferencias.

Estos son casos significativos de una tendencia más amplia: los científicos, empleados por las grandes Corporaciones, tienen preocupantes conflictos de interés, algo que es pasado por alto por la Comunidad Científica.

Los científicos deben considerar estos deplorables crímenes cometidos por Monsanto en nombre de la Ciencia, o a esos escritores fantasma que escriben artículos de opinión mientras reciben financiación de la Industria ¿Se sienten cómodos los científicos con la política científica dictada por el Capital?

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Desde su empleo por los conservadores, el término cientifismo ha sido utilizado para referirse de forma peyorativa a aquellas personas que niegan tanto la evolución como el cambio climático. Por esta razón, la izquierda ha renunciado históricamente a utilizar esta palabra, señalando que es un asunto que está relacionado con la verdad científica y no con la religión o la espiritualidad.

Se trata de una falsa dicotomía: se puede valorar la investigación científica sin considerar a las ciencias naturales como verdades irrefutables. Y se obtiene progreso científico sin atacar a la Ciencia misma.

Pero trate de explicar esto a Michael Shermer, que escribiendo en la revista Scientific American ve en cada crítica que se hace a la actuación de las Corporaciones un ataque a la Ciencia: “Traté de mantener una conversación con un liberal sobre los transgénicos… empleando las palabras Monsanto y beneficios de tal manera que no pareciesen bombas silogísticas. Lo cierto es que hemos estado modificando genéticamente los organismos desde hace 10.000 años, por medio de la reproducción y la selección”.

La visión provocada por el Cientifismo se resuelve en una especie de apatía social, un desdén por los problemas reales, para los que el único antídoto son los datos científicos. Así se repite “sólo aténgase a los hechos”, para centrar la discusión dentro de un enfoque ético de la Ciencia, como si su esfera estuviese despolitizada. Y en este proceso, se ignora lo que las humanidades o las ciencias sociales pueden decirnos.

Divulgadores de la Ciencia, los Neil DeGrasse Tysons del mundo, no lo hacen mucho mejor ¿Qué tienen que decirnos, por ejemplo, de la actuación de Monsanto en los países en desarrollo, llevando a los pequeños agricultores a endeudarse y a la desesperación, el desarrollo de tóxicos herbicidas, como el agente naranja, el vertido de productos químicos no probados o la aparición del glifosato en los suministros de agua y que mantiene un largo período de relaciones corruptas con Agencias de Regulación de los Gobiernos, como la FDA?

Y si la divulgación de la Ciencia al público consiste únicamente el glorificar la propia Ciencia y los descubrimientos ¿podemos culpar a la gente por su escepticismo? Pareciera que la Ciencia para consumo popular fuera una inversión en autobombo más que en responsabilidad y toma de conciencia.

Sorprendentemente los liberales han sido muy acríticos con los puntos oscuros del establishment científico. La izquierda generalmente enmarca las cuestiones científicos de una de estas dos maneras:

– La primera consiste en destapar a los conservadores que no aceptan la Evolución o el cambio climático, y ensalzando las virtudes de los divulgadores científicos.

– La segunda consiste en culpabilizar a las grandes Corporaciones Agrícolas, a las empresas farmacéuticas, a las Agencias de Regulación, a las petroleras, de las tragedias que van desde el envenenamiento con pesticidas y el monopolio de las semillas, a los vertidos de petróleo y los desastres producidos por la Industria Nuclear.

Sin embargo, gran parte de la comunidad científica es cómplice de lo mismo que la izquierda condena. Esto no siempre fue así, este divorcio con la realidad. En The Age of Extremes, el historiador marxista Eric Hobsbawm nos recuerda una época en la que los científicos occidentales se opusieron a la bomba atómica:

El mismo horror de estos científicos ante ciertos logros, su desesperado llamamiento para impedir que los políticos y generales usaran la bomba, y más tarde su resistencia a la construcción de la bomba de hidrógeno, resulta un testimonio de la fuerza de las pasiones políticas”.

Sin embargo, poco después dice:

El generoso patrocinio de los Gobiernos y las grandes Corporaciones alentó una raza de investigadores que dieron por válidas las políticas de sus pagadores y prefirieron no pensar en las implicaciones más amplias de su trabajo, sobre todo cuando eran militares… En 1940 todavía había un grupo de hombres y mujeres que luchaban por inmiscuirse o no en la investigación química especializada o en la guerra biológica. No hay pruebas con posterioridad de que estos establecimientos hayan tenido problemas para contratar a su personal”.

Esto es una vergüenza. Si la historia de la Ciencia nos tiene que dar alguna lección es que mucho de lo que sabemos hoy del mundo, nuestra capacidad para actuar en él, y nuestra propia existencia como especie, es resultado directo de descubrimientos científicos realizados por muchas mujeres y hombres, muchos de los cuales, al igual de Rachel Carson, encarnan la conciencia social.

Un sólido compromiso con el descubrimiento y el progreso científico resulta incompleto sin un conocimientos de las consecuencias sociales de los resultados científicos, y las formas en que la financiación Corporativa puede envilecer el proceso científico.

La subordinación de la Ciencia a los beneficios económicos, ocultos al escrutinio público, es tan perjudicial como cualquier dogma creacionista.

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Procedencia del artículo:

https://www.jacobinmag.com/2014/08/the-new-scientism/