Don Quijote, Charlie Hebdo y política de la risa

De la sátira a regodearse de las desgracias de los demás

por Paul Michael Johnson, 29 de abril de 2015

Dissident Voice

Quijote

Este año 2015 se celebra el 400 aniversario de la publicación de la segunda parte de la primera novela humorística del mundo Occidental, Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes. La primera parte de esta irreverente obra se publicó en Madrid en 1605, dándonos a conocer a los personajes Don Quijote y Sancho Panza, y su secuela definitiva de 1615 amplió la andanzas del caballero andante, cayendo en las chanzas y desgracias sufridas a manos de unos paisanos españoles ávidos de bromas. Sin duda la calidad humorística de estas bromas y desgracias son las responsables de su gran éxito y reconocimiento mundial. Siglos más tarde, Vladimir Nabokov diría que la historia de Don Quijote es de una indecible crueldad. Estas reacciones opuestas marcan una separación que a menudo divide a los estudiosos de Cervantes, estableciendo dos enfoques distintos de la novela: por un lado se interpreta en consonancia con un propósito de entretenimiento y sacar una risa al lector; por el otro, más romántico, sostiene una visión más ardua, que va de lo trágico a lo político, cultural, e incluso ético.

Si bien estos dos puntos de vista se han exagerado a menudo, esto nos pone sobre aviso de las distintas tendencias de los géneros de la comedia, como la parodia, lo burlesco y la sátira, y las reacciones diametralmente opuestas en los lectores. Recuerdo este hecho por el anuncio de principios de esta semana de que la revista satírica francesa Charlie Hebdo recibirá el preciado premio PEN/Toni y James C. Goodale el Premio Coraje a la Libertad de Expresión. Desde entonces, varios escritores se han manifestado a favor del ganador del premio, en particular Salman Rushdie, un admirador declarado de la novela de Cervantes, mientras que otros han expresado su consternación por la decisión tomada por la organización literaria y de derechos humanos, algunos de los cuales han prometido que no asistirán a la entrega de los premios la próxima semana en la gala del PEN American Center, en señal de protesta. Esta polémica ha vuelto a abrir el debate que surgió a raíz de la trágica muerte de doce personas en la sede de Charlie Hebdo a principios de este año, incluyendo temas como el terrorismo, la seguridad, la inmigración, los límites de la libertad de expresión, y la delgada línea entre civismo y censura, que a menudo es desafiada por la sátira.

Menos exploradas has sido las motivaciones subyacentes de la risa, motivadas o no por esta sátira, especialmente en la variedad en la que está especializada la revista Charlie Hebdo. Pues bien, aquí es donde la novela de Cervantes nos puede echar una mano. Algunos de los episodios más emblemáticos, y en gran medida satíricos, de la segunda parte del Quijote tienen lugar en compañía de los duques, personajes de la alta nobleza que con impaciencia llevan a cabo una serie de elaboradas bromas para proporcionar risas y distracción al séquito de cortesanos. Una de estas bromas recae sobre Sancho, que es nombrado gobernador de una ínsula con el fin de que respondiese con ingenio a las preguntas que le hicieran los campesinos y resto de gentes.

Para sorpresa de los duques, Sancho destaca por su prudencia, discreción y equidad, quitándoles a los burladores la oportunidad de reírse del mal ajeno, mientras se realiza sutilmente una crítica a la hipocresía, la crueldad y la ineptitud de la clase aristocrática española del siglo XVII, que estaba dispuesta a reírse en cualquier momento, sobre todo de los más débiles. El placer humorístico que buscan tanto el duque como la duquesa ejemplifica lo que se conoce como Teoría de la superioridad de la risa, un paradigma filosófico predominante desde la Antigua Grecia hasta la Ilustración. Como describe Thomas Hobbes: “la pasión de reír no es otra cosa que un sentimiento repentino de triunfo que nace de la concepción súbita de cierta superioridad en nosotros, por comparación con la inferioridad de otros”.

Pero no es el único tipo de risa representada en el Quijote. Poco después de renunciar a su cargo de Gobernador, Sancho se encuentra con Ricote, un morisco de su pueblo natal que ha regresado a España en busca del patrimonio familiar que se vio obligado a dejar atrás cuando fue expulsado del país debido a su raza y religión. El contexto histórico de su encuentro no puede ser más conmovedor, ya que todos los moriscos, es decir, aquellos españoles de herencia islámica que habían sido obligados a convertirse al catolicismo, fueron expulsados de la Península Ibérica entre 1609 y 1614 por decreto del rey Felipe III. La tensión política de la expulsión impregna el relato de este episodio. Y sin embargo, Cervantes, evitando cualquier crítica abierta a la política real, algo que habría supuesto un conflicto con los censores de la Inquisición, retrata el encuentro entre Sancho y Ricote como un reencuentro entre viejos amigos, marcado por la nostalgia y la melancolía, recuerdos de los tiempos anteriores a la diáspora morisca y las comunidades enteras que fueron cercenadas. Después de compartir comida, vino y la conversación con Ricote, Sancho se ve vencido por un ataque de risa bonachona, que según lo que dice el texto, le dura más de una hora.

Estos ejemplos de formas de reír que aparecen en la novela, de los que hemos visto dos pero hay muchos más, nos invitan a considerar no sólo el poder de la risa, sino la risa de los que detentan el poder. Porque en el caso del gobierno de Sancho, al duque y la duquesa se les niega la posibilidad de un mayor jolgorio por la elección que hace Cervantes, cuando Sancho se enorgullece de sus raíces humildes, o en palabras de Hobbes, que acepta sus debilidades y prevalece en su gobierno. Para Ricote, un personaje de origen musulmán, que ocupa un estrato social aún más bajo que el de Sancho en la estructura muy jerarquizada de la sociedad española, la risa se convierte en un medio de intercambio, de compasión y de solidaridad. Reírse con Ricote es negarse a demonizar al otro. Este es uno de los mejores momentos y más sutilmente subversivos de la sátira cervantina.

Un examen más detenido de las motivaciones que hay detrás de la risa también puede revelar la manera que ésta es cooptada por las formas constitutivas del poder. Por ejemplo, ¿por qué encontramos cómico una representación en forma de cómic de Muhammad? ¿Es porque es un chiste ingenioso, quizás un juego de palabras, o quizás por los propios dibujos que son inherentemente graciosos? ¿O simplemente nos reímos porque sabemos que esto ofende a otros? Fuera de la comodidad de nuestras sensibilidades occidentales, ¿nos cargamos de indignación, dolor y malestar y no vemos el ultraje que para muchos musulmanes suponen tales bromas? Si lo hacemos por obtener un placer por las diferentes reacciones de la comunidad islámica, entonces la provocación de la que Charlie Hebdo se enorgullece se parece menos a una sátira y más a regodearse en el mal ajeno.

Si esto fuera así, entonces no resulta fortuito que la comunidad a la que se ofende sea la misma que ha sufrido una larga historia de violencia colonial, persecución religiosa y discriminación racial. O quizás sus miembros han sido satanizados por los movimientos populistas, o contra los inmigrantes, que se han dado en varias partes de Europa, la última en Alemania, a donde por cierto ese personaje de Cervantes, Ricote, huye tras su expulsión debido a que ese país tiene libertad de conciencia. En otras palabras, los privilegios raciales y socieconómicos de la clase dominante suelen ir aparejados con el privilegio de reír, como se demuestra por el duque y la duquesa de Don Quijote. La teoría premoderna de la superioridad en base a la risa ofrece también una comprensión del momento actual.

Si bien todas las repercusiones de los últimos acontecimientos en Francia están por verse, hay llamamientos a que se refuercen las leyes de seguridad nacional, aumenten los controles de inmigración, se restrinjan las libertades civiles, algo que ya se ha presentado, mientras persiste la amenaza de una prolongada acción militar en Oriente Medio, que se perfila como potencial respuesta al ataque a Charlie Hebdo. Mientras tanto, las fuerzas políticas con un interés en exagerar la islamización de Europa son las mismas fuerzas que se han envalentonado, y quizás sean parecidas fuerzas a las que sucumbió la España de la época de Cervantes para expulsar a los últimos moriscos de sus costas. Al mismo tiempo, la creciente popularidad de Charlie Hebdo y su próximo premio PEN, se haya convertido en un símbolo de la defensa de la libertad de expresión, tal vez avivado por temores a más ataques.

Pero estos comentarios sobre cuestiones complejas de ninguna manera pretenden sugerir que abandonemos nuestro compromiso con el principio de la libertad de expresión, incluso cuando ese discurso alberga el potencial de ofender las creencias más profundas de diferentes sectores de la población. Este ha sido un efecto secundario, desde hace tiempo, y con frecuencia el principal objetivo de la sátira. De hecho, Cervantes estaba muy familiarizado con el fantasma de la censura y tuvo que establecer un delicado equilibrio en su prosa satírica para evadir la censura inquisitorial. Pero el más noble objetivo de la sátira, uno con el que seguramente Don Quijote estaría de acuerdo, es reivindicar la impotencia frente al poder, para dejar al descubierto la hipocresía de la clase gobernante como un impulso hacia un cambio político. Podemos vislumbrar tal hipocresía cuando actúa la sátira no como un medio de crítica política, sino con un vehículo para alegrarse del mal ajeno, y por tanto una herramienta del poder impecablemente disfrazada bajo el estandarte de la libertad de expresión.

Una de las mayores cualidades de Don Quijote cuatrocientos años después, es su capacidad no sólo de provocar la risa en el lector, sino también tristeza, parodia y patetismo, una simpatía unida a la alegría por el mal ajeno. Esta complejidad, junto con la resistencia de la obra a ser encasillada en un solo paradigma crítico, nos recuerda una empresa cargada de intención, al tiempo que subraya la necesidad de examinar nuestras propias reacciones a la sátira, ya sea en la forma de una novela del siglo XVII o una tira cómica del siglo XXI. En el caso de Charlie Hebdo, también resulta complejo y merece un examen similar. No se debe descartar la valiosa labor anticlerical, y otras que realiza, que nos invita a resistir frente a la canonización incuestionable de la revista en su conjunto, simultáneamente para reducirla o elevarla como un estandarte del todo o de la nada de las libertades seculares. De hecho, desde que apareció la sátira nada ha sido inmune a la crítica, incluso cuando el objeto de la crítica era la sátira en sí misma.

Por tanto, debemos impugnar la acusación, realizada de forma explícita o implícita, de que un examen crítico de nuestra postura ante el humor satírico, los motivos más profundos y su posible complicidad con los intereses políticos y económicos, equivale a una traición a los principios democráticos o una conciliadora cobardía ante la amenaza de la violencia. Tal violencia indiscriminada, como la ocurrida en Francia, nunca está justificada, y sin embargo, una sociedad con libertad de pensamiento actuaría de forma negligente si dijéramos que al interrogarnos por los motivos de esa violencia, de alguna manera la perdonase. Aunque la resolución de las diferencias entre el Islam y Occidente parece una tarea quijotesca, haríamos bien reflexionar sobre cómo la risa puede ser explotada como un medio de exacerbar estas diferencias, cuando debiera ser una oportunidad para establecer puentes entre ambos.

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Paul Michael Johnson es Profesor asistente en Lenguas Modernas (español) en la Universidad de DePauw. Puede visitar su sitio web.

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