Deterioro de la salud en la población estadounidense

Un reciente estudio muestra un aumento de la tasa de mortalidad entre los blancos estadounidenses de mediana edad

Por A. W. Gaffney, 8 de noviembre de 2015

jacobinimag.com

La tasa de mortalidad entre los estadounidenses de mediana edad, entre los 45 y 54 años, está creciendo, mientras que se observa una disminución en otros países ricos, en otras razas y etnias. El aumento parece estar relacionado con los suicidios, la drogadicción y el abuso del alcohol.
La tasa de mortalidad entre los estadounidenses de mediana edad, entre los 45 y 54 años, está creciendo, mientras que se observa una disminución en otros países ricos, en otras razas y etnias. El aumento parece estar relacionado con los suicidios, la drogadicción y el abuso del alcohol.

 La buena salud, como la riqueza, no se filtra a través del escalafón económico

Esta es una de las conclusiones que se pueden extraer de un estudio publicado la semana pasada en Actas de la Academia Nacional de Ciencias, aunque las razones no puedan ser en principio muy evidentes.

El documento, redactado por Anne Case y el reciente ganador del Premio Nobel Angus Deaton, ambos de la Universidad de Princeton, ofrece unas conclusiones un tanto alarmantes: se ha observado entre los estadounidenses de mediana edad ( no los hispanos) una tendencia en el aumento de la mortalidad desde los comienzos del siglo XXI, un caso único entre los diferentes grupos demográficos. Entre 1999 y 2013 este grupo ha visto aumentar la mortalidad, algo no observado anteriormente.

La importancia de este fenómeno queda reflejado en las palabras de los investigadores:

La inversión en la tendencia del índice de mortalidad tiene un cierto parecido con la ralentización en descenso del índice de mortalidad en Estados Unidos durante el período de apogeo de la epidemia de SIDA”.

La tasa estimada de mortalidad para los blancos de mediana edad se mantuvo en los niveles de 1998: 96.000 personas menos murieron durante ese período. Si la tasa de mortalidad hubiese seguido disminuyendo, se habrían evitado 488.500 muertes.

Este asombroso aumento de la mortalidad estuvo acompañado de un deterioro general del estado de salud, de angustia psicológica grave, y muchos más estadounidenses de media edad señalaron que tenían una salud regular o mala, con diversos dolores crónicos, alto consumo de alcohol y enzimas hepáticas anormalmente altas, un marcador que indica lesión en el hígado. Gran parte de este aumento de la mortalidad se debió a varias causas externas, tales como intoxicación ( por el alcohol o drogas), por enfermedad hepática o suicidio.

Un desastre demográfico y social se desarrolla en silencio, de manera casi invisible, en Estados Unidos

Pero el estudio estaría incompleto si no se hiciese referencia a la clase social. Si analizamos más detenidamente la información, veremos que el aumento de la mortalidad general se centró en aquellas personas que sólo tienen estudios secundarios o menos. En los que tienen una formación superior, también se observó un aumento de la mortalidad por intoxicación o suicidio, pero aún así supuso una disminución general de la tasa de mortalidad ( como normalmente ocurre en las sociedades modernas, cuando no se ven abocadas a una guerra, hambrunas o epidemias).

Como resultado de estas diferencias según la pertenencia a una u otra clase social, la relación de las tasas de mortalidad entre las personas con estudios secundarios o menos, en comparación con los que tienen estudios superiores, aumentó de 2,6 ( en 1999) a 4,1 ( en 2013). Esta diferencia tan pronunciada hizo que la tasa de mortalidad aumentase para los estadounidenses blancos de mediana edad en su conjunto.

Este estudio de Deaton viene a corroborar otras aportaciones recogidas en la literatura científica, que vendrían a demostrar que existe una desigualdad en relación con las clases sociales, medida por los indicadores socieconómicos, tales como los ingresos y la educación. Si bien ya se sabe desde hace mucho tiempo que la clase social a la que se pertenece afecta a nuestro estado de salud, el descenso durante décadas de los índices de mortalidad hizo que esa diferencia fuese menos obvia. Sin embargo, recientes investigaciones, pintan un cuadro diferente: con el aumento de la desigualdad económica se ha producido también un aumento de la desigualdad en la salud.

Una reciente publicación de la Academia Nacional de Ciencias, “La creciente brecha en la esperanza de vida en relación a los ingresos”, confirma anteriores estudios al constatar que las diferencias en la esperanza de vida después de los cincuenta años entre aquellos que están situados en la escala superior de ingresos y aquellos que están situados en la inferior, es mucho mayor para los nacidos en 1960 que para los nacidos en 1930. El análisis se vio limitado por una serie de supuestos y extrapolaciones, pero sus implicaciones siguen siendo sorprendentes: a pesar de las tres décadas de progreso de la Medicina y de crecimiento económico, no se ha producido la mejora prevista en la esperanza de vida para las personas situadas en el nivel más bajo de ingresos, tanto para los hombres como para las mujeres.

El aumento de la desigualdad en la salud puede ayudar a explicar por qué las medidas generales relacionadas con la salud pueden ayudar cuando determinadas poblaciones se estancan, pero también, como en el caso estudiado por Case y Deaton, por qué se deteriora. Estas desigualdades observadas en la salud de los estadounidenses también pueden estarse dando en otros países.

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Fuente: Encuesta Nacional de Salud 2006-Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. El Gráfico muestra cómo valora su estado de salud la población andaluza y española en los últimos doce meses, según el nivel de ingresos. Los datos, que corresponden a la Encuesta Nacional de Salud de 2006, muestran en Andalucía que en los niveles de ingresos medios (de 901 a 1.800 euros) el 71,4% de la población de 16 y más años valora su estado de salud como bueno o muy bueno. En los ingresos bajos (menos de 900 euros), este porcentaje de valoración buena o muy buena, desciende al 51,8 %. Y en los ingresos altos (más de 1.800 euros) este porcentaje sube al 78,1% de la población.

Como señala el Investigador sobre temas de salud James House en “Más allá de Obamacare: Vida, muerte y Política Social, Estados Unidos ha pasado de ocupar los primeros puestos en temas de salud a quedar rezagado en la segunda mitad del siglo XX, a pesar de los crecientes gastos sanitarios:

Nuestra posición teniendo en cuenta una serie de indicadores de salud de la población, como son la esperanza de vida, mortalidad infantil y, más recientemente, la mortalidad materna, ha ido empeorando desde la década de 1950, estando por debajo del resto de países desarrollados del mundo, así como de otros en vías de desarrollo. Incluso estamos empezando a ver evidencias de un descenso en términos absolutos de la salud en amplios sectores de la población estadounidense”.

El estudio de Case y Deaton viene a demostrar precisamente esto, lo que estamos presenciando hoy en día en Estados Unidos.

¿Qué decir del factor étnico de este estudio? No es que el hecho de ser blanco de repente suponga una posición más desfavorable respecto a la salud, pues a pesar de lo que se dice en el estudio, los estadounidenses negros siguen teniendo peor estado de salud y una esperanza de vida inferior. Pero como dijo el experto en política sanitaria Vicenç Navarro en un artículo publicado en Lancet en 1990, para comprender la disparidad en materia de salud en relación con el componente racial, ha de tenerse en cuenta las diferencia de clase:

La cruda realidad es que las diferencias [raciales] no pueden explicarse simplemente por ser de una u otra raza. Después de todo, algunos negros tienen mejores indicadores de salud ( incluyendo la tasa de mortalidad) que algunos blancos, y no todos los blancos tienen unos índices de mortalidad similares. Por lo tanto, deberíamos atender a las diferencias de clase en relación con los índices de mortalidad en Estados Unidos, que también están aumentando en lugar de disminuir”.

Esto no quiere decir que ser de una u otra raza no tenga importancia al margen de pertenecer a una clase social u otra. Un artículo publicado en 2005 por el epidemiólogo social Ichiro Kawachi y sus colegas, hacía hincapié en la importancia de hacer frente a las desigualdades en los diferentes campos.

Ser de una u otra raza es un determinante crucial en el estado de salud de los negros estadounidenses en comparación con los blancos. Pero dentro de los distintos grupos demográficos y de la sociedad estadounidense en su conjunto, la pertenencia a una determinada clase es cada vez más determinante del estado de salud. Es fácil pasar por alto esta escalofriante realidad cuando nos centramos exclusivamente en las estadísticas globales.

Para invertir la tendencia en el aumento del índice de mortalidad, expuesta en el estudio de Case y Deaton, es importante combatir las causas subyacentes de la mortalidad, tales como drogadicción o enfermedades mentales. Pero si nos centramos exclusivamente en los factores específicos de mortalidad, por ejemplo mediante el control de la epidemia de consumo de opioides, que se ha convertido con razón en una de las prioridades de la salud pública, corremos el riesgo de perder la visión de conjunto: las diferencias en el estado de salud es anterior a la epidemia de opiáceos, y sin duda continuará una vez superada ésta.

Sin un cambio fundamental, las desigualdades en salud continuarán, y posiblemente aumentarán. La salud de la población está estrechamente relacionada con la estructura económica de una sociedad. Aquellos que pretender mejorar aquella, tendrán primero que resolver esta última.

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A. W. Gaffney es médico, cuyo trabajos han aparecido en Salon, Dissident y In These Times. Puede visitar su blog: theprogressivephysician.org.

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Procedencia del artículo:

https://www.jacobinmag.com/2015/11/case-deaton-study-death-rate-health-care/

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