Por David North
17 de mayo de 2010
En algunos aspectos críticos, el mundo de 2010 se asemeja a las condiciones que existían en vísperas de la Primera Guerra Mundial y Segunda Guerra Mundial. La crisis económica, las tensiones geopolíticas y la inestabilidad social son mayores hoy que en cualquier otro momento desde 1945
-Informe sobre «Perspectivas y Tareas del
Partido Socialista de la Igualdad «, enero 2010
Está claro que desde septiembre de 2008 nos estamos enfrentando a la situación más difícil desde la Segunda Guerra Mundial, tal vez incluso desde la Primera Guerra Mundial. Hemos vivido tiempos-y experimentando- verdaderamente dramáticos
-Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, entrevista con Der Spiegel, 15 de mayo 2010
En la noche del viernes 7 de mayo de 2010 se desarrolló una extraordinaria escena en Bruselas durante la reunión de los líderes de los 16 países que son miembros de la eurozona. Se había llegado a un punto muerto entre Francia y Alemania sobre la viabilidad y los términos en los cuales se iba a llevar a cabo el rescate financiero a Grecia. Con el respaldo de la administración Obama, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, insistió en que había que crear un fondo de 750 mil millones de euros como una red de seguridad para la moneda única. La canciller de Alemania, Angela Merkel, se oponía a esta demanda.
De pronto hacia la 11 y media de la noche, la reunión explotó. El Presidente de la República Francesa se puso a gritar, golpeó con los puños sobre la mesa y exigió a Alemania a cambiar su posición. Si Merkel se niega, Francia abandonará el euro. Añadió que se estaba haciendo un daño irreparable en las relaciones franco-alemanas. Ante esta amenaza Merkel accedió a la creación de este fondo de seguridad.
Este enfrentamiento se produce en vísperas del 65º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa.
Después del acuerdo, enseguida los mercados celebraron la última solución a la crisis económica mundial. El mundo financiero se sintió alentado por la promesa de que los gobiernos de Grecia, España, Rumanía y Portugal, y otros países europeos, apliquen medidas de austeridad draconianas y sin precedentes, que eran las exigidas por el Banco Central Europeo (BCE). El acuerdo en Gran Bretaña entre conservadores y los demócratas liberales para formar un gobierno de coalición y hacer frente al enorme déficit presupuestario del país contribuyó a un alza del mercado. Sin embargo, al llegar el fin de semana, la euforia se disipó y los mercados volvieron a sufrir pérdidas considerables al darse cuenta de que el acuerdo forzado entre Sarkozy y Merkel no resolvía ninguno de los problemas subyacentes, y que la situación empeora.
En primer lugar, las políticas de austeridad exigidas por el Banco Central Europeo a cambio de apoyo financiero, obliga a un recorte en el consumo de estos países, conduciéndoles a una recesión. Esto supone una importante erosión en el mercado para los fabricantes de la UE, especialmente de Alemania. Por lo tanto, el resultado más probable de las medidas de austeridad exigidas por EE.UU y los mercados financieros es una profundización en la recesión, que dio comienzo en 2008.
En segundo lugar, la batalla sobre un fondo de seguridad de 750 mil millones de euros ha roto la confianza que se tenía sobre el proyecto de moneda única, cuando sólo ha transcurrido una década de su inicio. Merkel cedió a la presión franco-estadounidense en la noche del 7 de mayo, pero los rumores se propagaron por los mercados financieros, según informa The Guardian: “se tiene la impresión de que se prepara una división dentro de la zona euro”.
La desintegración del euro no significa solamente el final de una moneda. Es una amenaza potencialmente devastadora y sangrienta en las relaciones políticas entre los Estados europeos. El Süddeutsche Zeitung ofrece este escenario en su edición del 15 de mayo: «La Unión Europea se derrumba cuando su sujeción política más importante, la moneda común, se desintegra. Veintisiete estados luchan de nuevo por los mercados. Alemania, el país más grande, con una estructura industrial sana, adquiere enemigos, y es boicoteado: el fantasma de la «hegemonía revive».
Este es el contexto en el que presidente del BCE, Trichet advirtió que la situación actual del mundo político y económico es la «más difícil» desde 1939-1945, y, tal vez, incluso desde 1914-1918.
Uno puede estar seguro de que una persona que ocupa una posición tan importante en las finanzas internacionales como el señor Trichet, elige sus palabras cuidadosamente. En declaraciones a un corresponsal de una de las más leídas revistas de la prensa en Europa, Trichet dijo que la crisis actual es comparable a las mayores catástrofes del siglo XX.
El Sr. Trichet no está exagerando. Está familiarizado con la historia europea. El estallido de la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914 fue el resultado de conflictos políticos y económicos entre los principales Estados capitalistas europeos, que se habían desarrollado durante las últimas cuatro décadas de relativa paz. La conclusión de la guerra en 1918, que costó la vida a 50 millones de personas, no resolvió ninguna de las contradicciones que habían causado la guerra. Más bien, estas contradicciones no resueltas fueron creciendo, lo que llevó a la crisis económica de la Gran Depresión, el surgimiento de las dictaduras fascistas, y, finalmente, en 1939, el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Durante los seis años de barbarie que siguieron, unos 80 millones de seres humanos perdieron la vida.
En las décadas que siguieron a la guerra, la clase dominante de la Comunidad Europea, bajo el liderazgo de los Estados Unidos, trató de establecer instituciones económicas y políticas que hicieran imposible otra catástrofe económica. En particular, la «paz» entre Alemania y Francia-que se habían enfrentado en tres guerras entre 1870 y 1945- establecía entre los dos países una red compleja de integración y cooperación económica. La creación de la Unión Europea y, sobre todo, la moneda común, fue el punto culminante de este esfuerzo posterior a la guerra para asegurar la estabilidad europea.
Paradójicamente, cuando se puso en marcha la moneda común en realidad en 1999, las condiciones objetivas, que habían garantizado el crecimiento económico europeo y la estabilidad política, se fueron erosionando rápidamente. Un factor importante en este deterioro fue la intensificación de la crisis del capitalismo norteamericano, cuya expresión más dramática fue la transformación de los Estados Unidos en la nación deudora más grande del mundo y, en consecuencia, en la prolongada caída en el valor del dólar. Lejos de promover la estabilidad europea, la acumulación de contradicciones por el capitalismo norteamericano-que finalmente estalló en 2008-asestó un golpe mortal al ya frágil equilibrio económico de Europa y sus políticas.
El Sr. Trichet reconoce el carácter histórico de la crisis a la que se enfrenta Europa. Pero ni él, ni los líderes de los gobiernos de Europa, ni, para el caso, la administración de Obama en los Estados Unidos, tienen alguna idea de cómo resolver la crisis, si no es preparándose para la guerra, primero contra la clase obrera e, inevitablemente, de unos contra otros.
A raíz de la disolución de la Unión Soviética en 1991-el resultado de la traición al socialismo por los reaccionarios regímenes estalinistas, los propagandistas del capitalismo global proclamaron el triunfo histórico del mercado. Las luchas revolucionarias del siglo 20 contra el capitalismo habían sido inútil y los esfuerzos contra las aberraciones del proceso «normal» de la historia, estaban condenados al fracaso. La concepción materialista marxista de la historia, y su análisis de las contradicciones del modo capitalista de producción, ha sido refutada.
Ahora, las refutaciones del marxismo han sido refutadas por el desarrollo objetivo de la crisis del capitalismo mundial. Esta crisis ha llegado a un nivel tan alto que los principales representantes del sistema invocan el fantasma de catástrofes que, en el siglo pasado, costaron la vida a decenas de millones de personas.
Los acontecimientos de las últimas dos semanas son una advertencia y un desafío a la clase obrera. La creciente crisis que está barriendo el mundo amenaza a la humanidad con un cataclismo de dimensiones inimaginables. Ninguna solución puede encontrarse en el marco del capitalismo. La supervivencia de la humanidad depende del desarrollo de una conciencia política revolucionaria del movimiento internacional de la clase obrera, para el derrocamiento del capitalismo y el establecimiento del socialismo.