Por Sharon Begley, 4 de marzo de 2013
Estamos en inferioridad numérica, de forma irremediable: por cada célula que tenemos en nuestro cuerpo se estima que hay 10 microorganismos unicelulares , lo que hace al menos 100 billones de ellos, encontrándose en el intestino, en el tracto urogenital, en la piel y acomodados en nuestra boca y fosas nasales. Estos microorganismos están formados por hongos, protozoos y sobre todo bacterias, que se alimentan, respiran, evolucionan, se reproducen y mueren.
Antes de acudir al desinfectante de manos o a un enjuague bucal, quizás desee saber algunas cosas. Las investigaciones de los últimos cinco años han mostrado que tenemos en nuestro organismo autopistas microbianas, lo que se ha denominado la microbiota humana, y son tan pequeños que sólo suponen del 1 al 2% de nuestro peso, pero juegan un papel fundamental en el mantenimiento de nuestra salud. Y si les perturbamos nos ponemos nosotros mismos en riesgo. “No es posible entender la salud y las enfermedades humanas sin explorar la enorme comunidad de microorganismos que llevamos en nuestro interior”, dice el profesor George Weinstock, de la Universidad de Washington, en St. Louis. Sabiendo que los microbios viven en las personas sanas “nos permite investigar qué es lo que se deteriora cuando aparecen las enfermedades, lo cual se cree está relacionado con la flora microbiana, como el caso de la enfermedad de Crohn y la obesidad”.
Los microbios de nuestros cuerpos, especialmente las 10.000 o más especies de bacterias, están implicados en diversos trastornos, como la obesidad y la enfermedad de Crohn, o el asma, enfermedades del corazón, sinusitis, y posiblemente influyen en nuestro estado de ánimo. Influyen en gran medida en nuestro apetito, y en los alimentos que deseamos en un momento dado. Estos microorganismos sintetizan vitaminas y metabolizan con rapidez medicamentos como el acetaminofen (Tylenol), protegen contra el reflujo esofágico y expulsan muchos neuroquímicos de nuestro cerebro. Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir, los científicos han descubierto que la microbiota influye, y mucho, en la salud o el deterioro de la misma.
Cómo nuestros compañeros bacterianos afectan a nuestra salud es un tema de investigación de muchos laboratorios de todo el mundo, pero hay una cosa clara: nuestra guerra contra los gérmenes se está viendo como algo totalmente equivocado. En el esfuerzo para eliminar los microbios que producen enfermedades utilizando antibióticos o antimicrobianos, como las pastillas que utilizamos contra un resfriado, la carne que comemos o los desinfectantes para las manos, estamos bombardeando nuestra microbiota. Y la guerra contra los gérmenes tiene un peaje enorme: eliminamos gran cantidad de microorganismos beneficiosos.
Un ejemplo: la bacteria Helicobacter Pylori causa úlceras y se ha relacionado con cáncer de estómago. A pesar de que anteriormente se encontraba en el intestino de casi todas las personas, en la actualidad se encuentra sólo en el 6% de los niños estadounidenses, según informó la revista Science en 2011, probablemente debido al uso generalizado de antibióticos y antimicrobianos. Quizás signifique la aparición de menos úlceras, pero hay algo que oscurece esa visión: H. pylori puede evitar el asma. Científicos dirigidos por el doctor Martin Blaser de New York University Langone Medical Center encontraron que los que no poseen la H. pylori son más propensos a tener asma en la infancia en comparación con los que si la tienen. ¿Coincidencia? En 2011, científicos suizos infectaron media colonia de ratones con la bacteria y dejaron la otra mitad sin gérmenes. Se quitaban a todos los ratones los ácaros del polvo y otros alérgenos. Los ratones con H. Pylori se encontraban bien, sin inflamación de las vías respiratorias, síntomas del asma.
Cómo H. Pylori puede evitar el ama es un misterio, pero los investigadores han establecido una relación entre la microbiota y otras enfermedades.
El estudio de la microbiota se desarrolló mucho a partir de 2006, cuando los científicos dirigidos por Jeffrey Gordon, de la Universidad de Washington en St. Louis se dieron cuenta de algo: los ratones obesos y los ratones más esbeltos tenían una flora intestinal muy distinta. ¿Podrían ser estos microbios diferentes la causa de la obesidad? Para averiguarlo, Gordon transfirió del intestino de los ratones obesos unas bacterias llamadas Firmicutes al intestino de los ratones delgados. Los ratones delgados no comieron más que antes, pero rápidamente empezaron a engordar. Los Firmicutes liberan las calorías de los alimentos, mucho mejor que otros microorganismos denominados Bacteroidetes. Ese hallazgo nos da pistas de por qué una persona se mantiene delgada, mientras que otras engordan con sólo pasar por delante de una panadería. “Algunos microbios cambian la eficiencia con que se metabolizan los alimentos”, dice el biólogo Rob Knight, de la Universidad de Colorado, que estudia la genética de la microbiota: el microbioma.
Parece que los Firmicutes están muy adaptados a la digestión de las grasas e hidratos de carbono, lo que les permite absorber mucho más, el doble de las 1200 calorías de una hamburguesa con queso que si usted tiene menos Firmicutes y más Bacteroidetes. “La obesidad no sólo depende de las calorías ingeridas, sino también del microbioma”, dice el Dr. Yang-Xin Fu, de la Universidad de Medicina de Chicago. Y sí, las personas obesas, al igual que los ratones, tienden a tener más Firmicutes y menos Bacteroidetes.
Surge una pregunta: ¿cómo puedo obtener los microbios intestinales de mi amigo delgado? La respuesta es corta: los científicos todavía no lo saben. Pero tienen algunas pistas. Por ejemplo, los microbios Bacteroidetes, ligados a las personas delgadas, proliferan en presencia de fructanos, una forma de fructosa presente en los espárragos, alcachofas, ajo y cebolla, entre otros alimentos, señala Andrew Gewirtz microbiólogo de la Universidad Estatal de Georgia. Una dieta rica en fructanos podría favorecer el desarrollo de Bacteroidetes, y por tanto el adelgazamiento. Por otra parte, el estrés disminuye la abundancia de Bacteroidetes, lo que sugiere que el estrés causa obesidad.
“Mucha gente está explorando la posibilidad de usar antibióticos, prebióticos o probióticos para tratar la obesidad”, dice Knight. Los prebióticos son alimentos que promueven el crecimiento de algunas bacterias a expensas de las demás. Los probióticos son microorganismos vivos, como el Lactobacillus presente en el yogur, una ingesta beneficiosa. La estrategia con los antibióticos es similar: liquidar los que producen obesidad. Estas ideas están en sus inicios, así que no acudan a los estantes de las farmacias a buscar estos productos.
Pero cada vez es más evidente que los antibióticos tienen sus inconvenientes, más allá de la resistencia de muchas bacterias a los antibióticos. Un estudio realizado en 11.532 niños encontró que, de promedio, las personas expuestas a los antibióticos usados en enfermedades infantiles habituales, como la infección de oídos, pesan más por su altura que el resto de los niños. A los 38 meses tenían un 22% más de posibilidades de tener sobrepeso, según informaron los científicos el pasado mes de agosto. “El aumento de la obesidad en todo el mundo coincide con un uso generalizado de antibióticos”, dice Blaser. “Es posible que la exposición temprana a los antibióticos en los niños favorezca la aparición de la obesidad”. Por eso los ganaderos añaden antibióticos a los piensos: se altera la flora intestinal del ganado vacuno, cerdos y otros animales, sustituyendo las bacterias por aquellas que mejor extraen las calorías de los alimentos, de modo que los animales van cogiendo peso.