Sébastien Portal
En el año 2009 cerca de 3% de las tierras agrícolas se sembraron con semillas genéticamente modificadas (OGM), lo que supone 134 millones de hectáreas según la ISAAA (1), que cada año realiza un recuento de los cultivos transgénicos presentes en el mundo. Un estudio procedente de Rusia viene a añadirse a las investigaciones sobre la influencia de los OGM en el campo de la alimentación.
Los resultados más sorprendentes del estudio acaban de ser presentados a la prensa en Rusia durante la celebración del Día de la Defensa contra los riesgos medioambientales. También cita este estudio Jeffrey Smith (3), fundador del fundador del Institute for Responsible Technology (4) en los Estados Unidos, autor de referencia en el mundo de los OGM, que publicó Las semillas del engaño en el año 2003. Llevado a cabo conjuntamente por la Asociación Nacional para la Seguridad Genética y el Instituto de la Ecología y de la Evolución durante dos años en conejillos de indias y hámster de raza Campbell, que se distinguen por una elevada tasa reproductiva. El Dr. Alexey Surov y su equipo alimentaron durante dos años a los pequeños mamíferos con cereales tradicionales, a excepción de algunos de ellos que lo fueron con soja transgénica importado de Europa, tolerante a los herbicidas.
Se formaron cuatro grupos de cinco parejas (machos y hembras):
El primer grupo fue alimentado con alimentos que no contenían soja; el segundo con soja convencional; al tercero se le añadió soja transgénica como complemento de la dieta; el cuarto fue casi alimentado exclusivamente con soja transgénica.
El número de crías que se obtuvieron fue de 140 en una primera fase. El estudio se prosiguió en una segunda fase, en la que se seleccionaron las parejas nacidas del primer grupo. Y siguiendo la lógica del desarrollo, estas parejas de segunda generación tuvieron nuevas crías, surgiendo así la tercera y última generación de conejillos de indias.
En el recuento final se obtuvieron los siguientes datos: 52 nacimientos en las parejas que no consumieron nada de soja; 78 entre las que consumieron la soja convencional; en el tercer grupo, alimentado con un complemento de soja OGM, se produjeron 40 nacimientos, de las que el 25% murieron; en el cuarto grupo, que consumió mucha más soja transgénica, sólo una hembra consiguió parir, fueron 16 crías de las que el 20% finalmente murieron.
En la tercera generación de hámteres, que tuvieron una dieta con un gran contenido en soja OGM, no consiguieron reproducirse. También se ha producido otra interesante observación: algunos de los hámsteres de la tercera generación presentaban pelo en la boca, fenómeno de extrema rareza.
¿Qué conclusiones podemos sacar de esta experiencia? En esta fase, ninguna, como lo reconocen los científicos mismos que hicieron estas observaciones. Por otra parte, su estudio que debe ser hecho público en sus detalles en julio, no podrá ser reconocido como válido si no es publicado en una revista científica internacional con un comité de segunda lectura por parejas. Sin embargo, incluso si este estudio reciente no permite sacar conclusiones definitivas, podría tener un impacto no despreciable en el enfoque global de los OGM en la agricultura, que son consumidos hoy en el mundo por millones de animales de ganadería y de seres humanos desde su implantación en 1996. Porque en efecto, poder efectuar un estudio de una duración tan larga (dos años) es bastante raro, sobre todo por la industria que comercializa este tipo de grano, por temor a que el estudio no obtuviese conclusiones que les fuesen favorables. Científicos que descubren que de OGM provocan efectos inesperados son atacados, ridiculizados regularmente, ven sus ayudas para la investigación eliminadas, o incluso apartados de las mismas, según explica Jeffrey Smith en su artículo en The Huffington Post y que evoca el estudio del Dr Surov y de su equipo en Rusia.
Poder efectuar pruebas durante dos años es de importancia capital según las asociaciones ecologistas. Éstas consideran que dos años representen una duración suficiente para medir los efectos crónicos de un producto o de una molécula, y de un plaguicida. Entonces, hasta ahora, las plantas OGM que son consumidas en el mundo son en su gran mayoría plantas que acumulan en sus células uno o varios plaguicidas (a saber, por absorción exterior o por una producción permanente).
Además, los estudios de más de tres meses sobre mamíferos (generalmente ratas) alimentados con OGM-plaguicidas son muy raros. Es por eso que «lanzadores de alertas» denuncian regularmente esta situación y piden que los OGM utilizados en agricultura sean evaluados como plaguicidas de pleno derecho. Otro gran problema: los organismos de evaluación se basan siempre en estudios hechos por o para los fabricantes y no se poseen medios financieros suficientes para efectuar peritajes de comprobación. A día de hoy, las evaluaciones de OGM llevadas a cabo y financiadas gracias a fondos públicos se pueden contar con los dedos de una mano.
Según Jeffrey Smith, el estudio del Dr Surov y de su equipo podría «desterrar» una industria que vale varios miles de millones de dólares. El estudio tiene que ser continuado, pero sea lo que sea, desde la introducción en 1996 en el medio ambiente y en la cadena alimentaria de productos agrícolas transgénicos (nacidos de semillas en las cuales son añadidos genes extraños con el fin de conferir a la planta una propiedad específica), los riesgos no son muy ampliamente conocidos por falta de estudios suficientemente largos e independientes, pero también a causa de la negativa de los fabricantes a publicar sus propios estudios (salvo bajo la coacción jurídica) por razones de estrategias industriales y comerciales.
Por muy sorprendente que esto pueda parecer, el principio de precaución en este terreno parece efectivamente ilusorio mientras que las incertidumbres científicas que se observan deberían justamente ponerlo en el corazón del proceso de evaluación. Y por otra parte, hasta podemos suponer que esta ausencia de precaución y de falta de transparencia de cara al público perjudican, por la misma razón que los OGM agrícolas experimentales (de segunda generación) no pueden ser evaluados en las mejores condiciones ya que los que están actualmente en el mercado lo fueron sólo parcialmente (el proverbio dice el «arado antes de los bueyes»). Porque el daño en el fondo es para todos nosotros, los consumidores, presentes al final de la cadena alimentaria: ¿entonces finalmente en esta historia, quiénes son realmente los conejillos de Indias?
http://english.ruvr.ru/2010/04/16/6524765.html
http://www.responsibletechnology.org/GMFree/MediaCenter/BioJeffreyMSmith/index.cfm