Por Michael T. Klare, 15 de septiembre de 2016
En el primer discurso importante de Donald Trump sobre el tema de la energía del pasado mes de mayo, quien ha dicho que el calentamiento global es un cuento chino, se ha comprometido a no suscribir los acuerdos de París sobre el clima, y a la suspensión de las medidas anunciadas por el Presidente Obama para asegurar que los Estados Unidos cumplan las disposiciones. |
En un año en el que se están alcanzando temperaturas extremas, con un rápido calentamiento de los océanos, la pérdida de grandes masas de hielo y un rápido ascenso del nivel de los mares, la ratificación de los Acuerdos de París por parte de las naciones debiera ser algo obvio. Y no es que digan mucho sobre la situación de nuestro mundo. Pero la geopolítica global, el ascenso de la Derecha en muchos países (incluyendo unas elecciones que podrían poner en la Casa Blanca a un negacionista del cambio climático), todo ello son malas noticias sobre el destino de la tierra. Vale la pena tratar de explicar cómo hemos llegado hasta aquí.
Los delegados que asistieron a la Cumbre del Clima del año 2015 estuvieron de acuerdo, en líneas generales, en las aportaciones de la Ciencia sobre el cambio climático y en la necesidad de limitar el calentamiento global de 1,5 a 2 ºC (2,6 a 3,5 º Fahrenheit) para evitar un catástrofe de consecuencias planetarias. No estuvieron de acuerdo en mucho más. Algunos países clave para llegar a un acuerdo estaban en conflicto con otros Estados (Rusia con Ucrania, por ejemplo) o incluso en una declarada hostilidad entre sí ( caso de la India y Pakistán, o los Estados Unidos e Irán). Reconociendo este tipo de tensiones y escisiones, los países que allí se reunieron elaboraron un documento final que sustituía los compromisos jurídicamente vinculantes por una obligación de cada Estado firmante de aprobar un plan o “una contribución a nivel nacional” (DNC) para tratar de detener las emisiones de gases de efecto invernadero que alteran el clima.
Como resultado, a pesar de que nuestro destino se basa en unas disposiciones cuestionables en cuanto a la obligación de cada país en el cumplimiento de los acuerdos, sin embargo se pueden producir muchas fricciones con otros países firmantes. Da la causalidad de que parte de los acuerdos ya ha sido sacudida por los vientos geopolíticos y es probable que cada vez sean mayores las turbulencias.
Que la geopolítica juegue un papel decisivo en el éxito o fracaso de los Acuerdos de París se ha convertido en algo evidente durante el corto período de tiempo que ha pasado desde su promulgación. Si bien se han hecho algunos progresos hacia su aceptación formal (el acuerdo entrará en vigor después de que al menos 55 países, que supongan al menos el 55% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, lo hayan ratificado), también se han encontrado con obstáculos políticos inesperados, problemas que se ven venir.
En el lado positivo, un impresionante golpe diplomático: el Presidente Obama persuadió al Presidente de China, Xi Jinping, a que firmase un acuerdo durante una reciente reunión de las principales economías mundiales del G-20 en Hangzhou. Juntos, los dos países son los responsables del 40% de las emisiones mundiales. “A pesar de las diferencias en otros asuntos, esperamos que nuestra voluntad de trabajar juntos en este tema inspire una mayor ambición y más medidas en todo el mundo”, dijo Obama durante la ceremonia de la firma.
Brasil, el séptimo mayor emisor del planeta, lo ha firmado también, y otros Estados, entre los que se encuentran Japón y Nueva Zelanda, han expresado su intención de ratificarlo pronto. Se espera que otros muchos lo hagan también antes de la próxima cumbre del clima de la ONU en Marrakech, Marruecos, en el mes de noviembre.
No hace falta que haya Gobiernopara que el Congreso ratifiqueel Acuerdo de París sobre Cambio Climático |
En el lado negativo, la asombrosa decisión de Gran Bretaña de abandonar la UE (Brexit) ha complicado la firma del acuerdo por parte de la Unión Europea, y cuando la solidaridad europea sobre la cuestión del clima ( un factor importante para el éxito de las negociaciones de París) puede no estar segura. “Existe el riesgo de que esto pueda suponer un fuerte impedimento para la ratificación del Acuerdo de París por parte de la UE”, sugirió Jonathan Grant, director de sostenibilidad de PricewaterhouseCoopers.
La campaña a favor del Brexit estuvo encabezada por políticos que también eran los principales críticos de la Ciencia Climática y unos fuertes oponentes para favorecer una transición de combustibles basados en el carbono hacia fuentes verdes de energía. Muchos defensores del Brexit que ocupaban altos cargos, como los ex Ministros conservadores John Redwood y Owen Peterson, también niegan el cambio climático.
Al explicar los estrechos vínculos entre estos dos campos, los analistas de The Economist observaron que también se oponen al cumplimiento por parte de Gran Bretaña de las leyes y normas internacionales: “A los partidarios del Brexit no les gusta las directrices de la UE y saben que cualquier acción para que sea eficaz para luchar contra el cambio climático requiere de algún tipo de cooperación a nivel mundial: impuestos al carbono u objetivos vinculantes en materia de emisiones. Esto último sería claramente expuesto por la UE y Gran Bretaña tendría aún menos que decir en cualquier acuerdo global, en que participan unos 200 países, que en una UE de 28 países”.
Tenga en cuenta que Angela Merkel y Fançois Hollande, que actúan como líderes de la Unión Europea, se encuentran asediados por los partidos xenófobos que también se muestran hostiles a un acuerdo de este tipo. Y en lo que podría ser un ultimátum de la historia, siguiendo la misma línea de pensamiento: nacionalismo desenfrenado, negacionismo climático, feroz hostilidad hacia la inmigración y el apoyo a la producción de combustibles fósiles, todo ello anima la campaña presidencial de Donald Trump.
En su primer discurso importante sobre el tema de la energía del pasado mes de mayo por parte de Donald Trump, quien ha dicho que el calentamiento global es un cuento chino, se ha comprometido a no suscribir el Acuerdo de París sobre el clima, y a la suspensión de las medidas anunciadas por el Presidente Obama para asegurar que los Estados Unidos cumplan las disposiciones. Haciéndose eco de las opiniones de sus homólogos partidarios del Brexit, se quejó de que “este acuerdo da un mayor control a los burócratas forasteros sobre la cantidad de energía que podamos utilizar en nuestra tierra, en nuestro país. Eso de ninguna manera”. También se comprometió a reactivar la construcción del oleoducto Keystone XL ( que llevaría la producción obtenida en las arenas bituminosas de Canadá hasta la costa del Golfo en los Estados Unidos), a revertir cualquier medida amigable aprobada por Obama en relación al clima y promover la industria del carbón. “Las regulaciones que cerraron cientos de centrales térmicas de carbón y bloquean la construcción de otras nuevas es algo estúpido”, dijo en tono de burla.
En Europa, los partidos ultranacionalistas de extrema derecha están creando un clima de islamofobia, un sentimiento en contra de los inmigrantes y de desaprobación hacia la Unión Europea. En Francia, por ejemplo, el ex presidente Nicolas Sarkozy ha anunciado su intención de postularse de nuevo para el puesto, prometiendo unos controles más estrictos sobre los inmigrantes y musulmanes y una mayor exaltación de la identidad francesa. Incluso más a la derecha, el partido xenófobo de Marine Le Pen también hace campaña a la cabeza del Partido del Frente Nacional. Candidatos afines ya han hecho avances en las elecciones de Austria y, más recientemente, en las elecciones celebradas en Alemania, sorprendiendo al partido gobernante de Merkel. En estos casos, se levantaron contra las tímidas medidas aprobadas por la Unión Europea para reasentar a los refugiados de Siria y otros países en guerra. A pesar de que el cambio climático no esté implicado en esta cuestión como sí lo está en los Estados Unidos y Gran Bretaña, la creciente oposición a todo lo relacionado con la UE y su sistema de regulación, plantea una evidente amenaza para futuros esfuerzos en todo el continente para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.
En otras partes del mundo, formas similares de pensamiento se están extendiendo, lo que plantea serias dudas sobre la capacidad de los Gobiernos para ratificar el Acuerdo de París, o más importante aún, las de aplicar sus disposiciones. Consideremos el caso de la India, por ejemplo.
El Primer Ministro de la India, Nerendra Modi, del Partido Nacionalista Bharatiya Janata Party (BJP), ha expresado su apoyo al Acuerdo de París y prometió desarrollar la energía solar en el país. Pero tampoco es ningún secreto que tiene la determinación de promover el crecimiento económico al coste que sea, incluyendo una mayor dependencia de la energía eléctrica producida a partir del carbón. Lo cual significa problemas. Según la Administración de Información de Energía del Departamento de la Energía de los Estados Unidos, la India es probable que duplique el consumo de carbón en los próximos 25 años, convirtiéndose en el segundo mayor consumidor mundial de carbón, después de China. Esto combinado con un aumento en el consumo de petróleo y gas natural, podría dar lugar a que se multiplicasen por tres las emisiones de dióxido de carbono en la India, en un momento en el que se espera que la mayoría de los países ( entre ellos Estados Unidos y China) experimenten una disminución de las suyas.
El Primer Ministro Modi es consciente de que las medidas a favor de la industria del carbón han creado resentimiento entre los ecologistas de la India y entre otros que tratan de reducir las emisiones de carbono. Sin embargo, insiste que como cualquier país en desarrollo, la India debe gozar de un derecho especial para lograr el crecimiento económico utilizando todos los medios a su disposición, incluso si eso significa poner en peligro el medio ambiente. “El deseo de mejorar por parte de alguien ha sido la principal fuerza que está detrás del progreso humano. A los países que ahora están luchando por el derecho a crecer no se les puede hacer culpables por aplicar sus programas de desarrollo en su intento de cumplir esta legítima aspiración”, afirmó su Gobierno durante la exposición de su compromiso en la cumbre del clima de París.
Es también probable que Rusia ponga sus necesidades económicas ( y el deseo de seguir siendo una gran potencia, militar y de otro tipo) por delante de sus obligaciones en relación con el cambio climático. A pesar de que el Presidente Vladimir Putin asistió a la cumbre de París y aseguró a las naciones allí reunidas que Rusia cumpliría con el Acuerdo, también ha dejado claro que su país no tiene intención de renunciar a su dependencia de las exportaciones de petróleo y gas natural como parte importante de sus ingresos. Según la Administración de Información sobre la Energía, el Gobierno de Rusia depende de este tipo de exportaciones, que suponen hasta el 50% de sus ingresos, algo que no se atreve a tocar a riesgo de poner en peligro su economía, ya bastante golpeada por las sanciones impuestas por la UE y los Estados Unidos, que se encuentra en profunda recesión. Para asegurarse ese continuo flujo de ingresos procedentes de los hidrocarburos, Moscú ha anunciado nuevas inversiones para el desarrollo de nuevos yacimientos de gas y de petróleo en Siberia y el Ártico, incluso si tales esfuerzos van en contra de sus compromisos de reducir las emisiones de carbono en un futuro.
De Reformas y Renovación a la rivalidad
Pues bien, dicha excepcionalidad nacionalista podría llegar a convertirse en norma si Donald Trump ganase las elecciones de noviembre, o si otras naciones se unen poniendo su agenda de crecimiento interno a base de combustibles fósiles por delante de los compromisos relacionados con el cambio climático. Con esto en mente, considere la evaluación de las futuras tendencias sobre la energía pronosticadas por la Empresa noruega Statoil. Muestra un escalofriante escenario centrado en un futuro distópico.
El segundo mayor productor mundial de gas natural de Europa, después de la rusa Gazprom, Statoil emite anualmente sus Perspectivas Energéticas, un informe en el que explora las futuras tendencias de la energía. Las anteriores ediciones estaban marcadas por las reformas ( es decir, los esfuerzos internacionales coordinados pero graduales para pasar de los combustibles de carbono a una tecnología de energía verde) y por la renovación ( postulando una rápida transición). Pero la edición de 2016 da un sombrío giro: rivalidad. Pinta un futuro pesimista en el que las luchas internacionales y la competencia geopolítica desalientan la cooperación en el ámbito climático.
De acuerdo con este documento, la tendencia está marcada por una serie de acontecimientos: “crisis políticas, un creciente proteccionismo y la fragmentación general del sistema estatal, lo que resultaría en un mundo multipolar con un desarrollo en diferentes direcciones. En este escenario, habría un creciente desacuerdo sobre las reglas del juego y una disminución de la capacidad de gestionar las crisis en los ámbitos político, económico y ambiental”.
En un futuro así, Statoil sugiere que las grandes potencias estarán más ocupadas en satisfacer sus propias necesidades energéticas y económicas que en poner en marcha esfuerzos de colaboración destinados a ralentizar el ritmo del cambio climático. Se trataría por tanto de maximizar los combustibles más baratos y más accesibles, a menudo en forma de combustibles fósiles producidos en el propio país. En tales circunstancias, el Informe sugiere que va a aumentar el consumo de carbón, no a disminuir, y su participación mundial en la producción de energía aumentaría de un 29% al 32%.
En un mundo así, se olvidan esas “contribuciones a nivel nacional” acordadas en París, y nos acercamos más a un mundo cuyo entorno será cada vez menos amigable y profundamente transformado tal y como lo conocemos hoy en día. En este escenario de rivalidad, escribe Statoil “la cuestión del clima tendrá escasa importancia en la agenda de aprobación de regulaciones. Aunque sean atendidos los problemas locales de contaminación, los acuerdos internacionales sobre el clima no parece que vayan a salir adelante. Como consecuencia, las contribuciones a nivel nacional se aplicarán sólo en parte. Las ambiciones financieras relacionadas con el clima no se van a cumplir, y poner un precio a las emisiones de carbono para estimular una reducción eficiente, tiene un alcance limitado”.
Viniendo de una importante empresa de combustibles fósiles, esta visión de cómo ciertos eventos podrían convertir a nuestro mundo en un lugar más turbulento no deja de ser una lectura peculiar: más afín a Eaarth, un relato distópico de Bill McKibben que muestra un mundo devastado por el clima, que el habitual de esta industria con unas visiones de futuro repletas de salud y prosperidad en el mundo. Y mientras que la rivalidad es sólo uno de los posibles escenarios considerados por Statoil, los autores consideran que esta posibilidad es desconcertantemente convincente. En una sesión de información sobre este Informe, el economista jefe de la Empresa, Eirik Waerness, indicó que la inminente salida de Gran Bretaña de la UE es exactamente el tipo de acontecimientos que se ajustan al modelo propuesto y podrían multiplicarse en el futuro.
El cambio climático en un mundo de Excepcionalismo Geopolítico
De hecho, el ritmo futuro del cambio climático estará determinado tanto por factores geopolíticos como por los avances tecnológicos en el sector de la energía. Si bien resultan evidentes los grandes avances que se están haciendo con la caída de los precios de las energías eólica y solar, en particular, mucho más de lo que habían anticipado los analistas hasta hace poco, la voluntad política para convertir estos avances en un cambio significativo reduciendo las emisiones de carbono, se está transformando, como sugieren los autores del Informe de Statoil, y perdiendo consistencia ante nuestros ojos. De ser así, no nos equivoquemos al respecto: estaremos condenando a los futuros habitantes de la tierra, a nuestros propios hijos y nietos. Un desastre total.
Pero tal destino no está grabado en piedra, como el inesperado éxito de Obama en Hangzhou. Si pudiera persuadir a un líder ultranacionalista que estuviera preocupado por su futuro económico y se uniera a él en la firma del acuerdo sobre el clima, serían posibles éxitos parecidos. Sin embargo, su capacidad para lograr estos objetivos se reduce día a día, y algunos otros líderes con su determinación parecen estar simplemente esperando.
Para evitar una Eaarth ( que se imaginan tanto Bill McKibben como los autores del Informe de Statoil) y preservar la tierra como un lugar acogedor en el que la humanidad ha crecido y prosperado, activistas del clima tendrán que dedicar buena parte de su energía y atención al discurrir de la política internacional y al sector de la tecnología. En este sentido, unos líderes ecologistas que se enfrenten a los negacionistas y que se opongan al ultranacionalismo y al aumento del consumo de combustibles fósiles, es el único camino para que nuestra tierra siga siendo habitable.
Michael T. Klare es profesor de estudios por la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College Es autor de “ The Race for What’s Left: The Global Scramble for the World’s Last Resources” (Metropolitan Books) y en edición de bolsillo (Picador). Otros libros suyos: Rising Powers, Shrinking Planet: The New Geopolitics of Energy and Blood and Oil: The Dangers and Consequences of America’s Growing Dependence on Imported Petroleum.
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