Una vaca argentina, o de cualquier otro lugar del mundo

Artículo enviado por un maestro, que nos indica no se cite su nombre

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Hace unos días, hacía la introducción a un nuevo tema en una clase de 2º curso de Educación Primaria mediante un cuento que aparece en el libro de texto, un cuento que habla de una niña y una vaca. Se titula “Estela, la vaca argentina”.

En el cuento se narra la historia de una niña, Diana, muy amiga de la vaca Estela, a la que cuida, con la que se divierte y cuenta historias que a la vaca embelesan. En definitiva, una hermosa amistad.

Pero un día, la vaca bebe agua de un río cercano, el río Atuel, que por lo que compruebo es el nombre de un río argentino que discurre principalmente por la provincia de Mendoza, y enferma, de tal modo que se puso a mugir y dar coces, vomitó y finalmente quedó postrada en un estado lamentable.

El cuento había enganchado a los niños: no se oía ni una mosca en clase. Pero yo también estaba estupefacto y no me podía creer lo que allí se estaba diciendo, o mejor dicho, lo que allí se estaba tratando, un asunto candente en la Argentina, y en otras partes del mundo, la contaminación de las aguas de los ríos y los daños que esto produce en la salud humana y otros seres vivos.

Suponía que la vaca se había puesto enferma al ingerir agua contaminada por los residuos de plaguicidas (como el conocido glifosato) u otras sustancias que se vierten a los ríos o llegan por las aguas de escorrentía…

Durante su postración, la niña cuida de la vaca, no se aparta de ella, la habla y consuela, y finalmente se recupera, sin aparentes secuelas para su salud.

Pero suponía mal, no podía ser que una conocida editorial tuviese la valentía de tratar este asunto y convertirse en una voz crítica y que concienciase a los niños frente a este problema, un problema que sufren miles de niños argentinos al verse obligados a consumir aguas contaminadas y sometidos a fumigaciones de productos tóxicos muy cerca de las escuelas donde acuden o lo barrios donde viven, como han denunciado en repetidas ocasiones destacados científicos, organizaciones, o en los Encuentros Nacionales de Médicos de Pueblos Fumigados de la Argentina.

No, todo era más convencional, y el final de cuento nos lo descubre: los turistas, unos excursionistas, habían tirado unos plásticos al río y la vaca los había ingerido, por eso se había puesto enferma.

Era gente venida de fuera, los extraños, los que con sus costumbres y actitudes habían provocado el desconsuelo de una niña y el malestar de una vaca. Nada de cosas que ocurran allí mismo, de responsables locales y actitudes cuya única mira es el negocio sin importarles los daños que eso puede producir en la salud humana y el medio ambiente.

Los que vienen de fuera, no sé si indocumentados o no, si vienen en barco o en patera… ¿no les suena?

Por lo menos, al final me quedó algo de consuelo: que en definitiva el cuento denunciase ese turismo depredador que acaba también por constituirse en un grave problema ambiental, como se ha puesto de relieve este verano, y otros muchos, en aquellos lugares que se han visto invadidos por una auténtica marabunta de turistas venidos de fuera con sus aviones y vehículos, siendo ejemplo de una situación insostenible, por mucho que sea la alegría de restaurantes, hoteles y tiendas de moda.

La niña, Estela, no echa a los turistas, sino que toma una actitud mucho más amigable con ellos: les entrega una nota informativa en la que les pide por favor que no tiren desperdicios al río Atuel. Desde luego que es una niña encantadora, pero me hubiese gustado que, como niña argentina, hubiese denunciado la situación que sufren muchos niños de su mismo país, y de otros muchos lugares del mundo.

Pero no pudo ser…

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