Después de que Tyrone Hayes dijese que un producto químico era nocivo, su fabricante arremetió contra él
Por Rachel Aviv, febrero de 2014
Syngenta, con sede en Basilea, tiene unas ventas anuales de unos 14 mil millones de dólares en semillas y pesticidas, y financia investigaciones en cuatrocientas instituciones académicas de todo el mundo. Cuando Hayes accedió a realizar los estudios para la Empresa (que en ese momento formaba parte de una Corporación mucho mayor, Novartis), los estudiantes de su laboratorio mostraban preocupación de que las Empresas de Biotecnología estuviesen “comprando las Universidades” y que la financiación de la Industria pudiese comprometer la objetividad de las investigaciones. Hayes les aseguró que los fondos aportados por la Empresa, 125.000 dólares, harían que el trabajo del laboratorio fuese más riguroso. Podrían contratar a más estudiantes, comprar equipos nuevos, y criar más ranas. A pesar de que su laboratorio estaba bien financiado, el apoyo federal para las investigaciones cada vez era más inestable, y del mismo modo que muchos académicos y administradores, sintió que debía buscar nuevas fuentes de ingresos. Hayes me dijo: “Consideremos esto como si se tratase de un pintor que va a realizar un servicio. Usted hizo el encargo, y debemos obtener unos resultados. Hagan lo que quieran con ellos. Es su responsabilidad, no la mía”.
La atrazina es el segundo herbicida más utilizado en Estados Unidos, donde las ventas se estiman en torno a los 300 mil millones de dólares al año. Comercializado en 1958, es barato de producir y controla una amplia variedad de hierbas ( El glifosato, producido por Monsanto, es el herbicida de mayor empleo). Un estudio realizado por la Agencia de Protección Ambiental (EPA) encontró que sin la atrazina el rendimiento del maíz descendería un 6%, generando una pérdida anual de casi 2 mil millones de dólares. Sin embargo, este herbicida se degrada muy lentamente en el suelo y con frecuencia es arrastrado a arroyos y lagos, donde no se disuelve fácilmente. La atrazina es uno de los contaminantes más comunes del agua potable. Se estima que unos 30 millones de estadounidenses están expuestos a pequeñas cantidades de esta sustancia química.
En 1994, la EPA expresó preocupaciones sobre los efectos en la salud de la atrazina, anunciando que iba a iniciar una revisión científica. Syngenta reunió a un grupo de científicos y profesores, a través de una empresa de consultoría llamada EcoRisk, para estudiar el herbicida. Hayes finalmente se unió a este grupo. Su primer experimento demostró que los renacuajos macho expuestos a la atrazina desarrollaban menos masa muscular alrededor de las cuerdas vocales, y se planteó la hipótesis de que el producto químico tenía el potencial de reducir los niveles de testosterona. “He estado perdiendo muchas horas de sueño con todo esto. Soy consciente de las implicaciones, y por supuesto hay que asegurarse de que todo ha sido bien pensado y controlado”, escribió un miembro del panel de EcoRisk. Después de una conferencia, quedó sorprendido de que la Empresa siguiese manteniendo sus críticas y considerando triviales los resultados de sus investigaciones. Hayes quiso repetir y validar sus experimentos, quejándose de que la Empresa le estaba retrasando en su trabajo y que científicos independientes publicaran resultados similares antes de que pudiera hacerlo él. Renunció a su presencia en ese panel de científicos, escribiendo una carta en la que decía no querer sentirse atrapado: “Temo que mi reputación quede muy dañada si continúo mi relación con Novartis y siga con una baja productividad. Va a parecer que formo parte de un plan junto a mis colegas para ocultar datos importantes”.
Hayes repitió los experimentos utilizando los fondos de Berkeley y de la Fundación Nacional de Ciencias. Después escribió al panel de científicos: “A pesar de que de momento no quiera publicar los resultados hasta que no tenga todos los datos analizados y decodificados, creo que les debo advertir que algo muy extraño les sucede a estos animales”. Después de la disección de las ranas se dio cuenta de que en algunas de ellas no podía distinguirse fácilmente el sexo macho o hembra: ambos tenían testículos u ovarios. Otras tenían múltiples testículos, que aparecían deformados.
En enero de 2001, los empleados de Syngenta y miembros del panel EcoRisk viajaron a Berkeley para discutir con Hayes sus nuevos descubrimientos. Syngenta solicitó reunirse con él en privado, pero Hayes insistió en que estuvieran presentes sus alumnos, algunos colegas, y su esposa. Había tenido con anterioridad una amigable reunión con los miembros del panel científico -uno de ellos había sido colega suyo-, y comenzó la reunión en una gran sala del Museo de Zoología de Vertebrados de Berkeley, como si se tratase de una gran conferencia académica. Llevaba un traje nuevo y fueron atendidos por un servicio de comidas.
Después del almuerzo, Syngenta presentó a su orador invitado, un consultor estadístico, que apreció numerosos errores en el Informe de Hayes y llegaba a la conclusión de que los resultados no eran estadísticamente significativos. La esposa de Hayes, Katherine Kim, dijo que el consultor parecía estar tratando de “hacer que Tyrone pareciese lo más tonto posible”. Wake, el profesor de Biología, dijo que los hombres que formaban parte del panel EcoRisk parecían cada vez más incómodos: “Tenían la suficiente experiencia para saber que los problemas que planteaba el consultor estadístico eran rutinarios y ridículos. Un par de errores se presentaron como si aquello fuera el no va más. He sido científico académico durante cuarenta años, y nunca he visto algo así. Iban detrás de Tyrone”.
Hayes, más tarde, envió un correo electrónico a tres de los científicos, en el que les decía: “Me sentí insultado, me sentí injustamente condenado, y de hecho sentí que allí había algo deshonesto y poco ético”. Cuando le explicó a Theo Colborn lo que le había sucedido, el científico que popularizó la teoría de los productos químicos industriales que alteran el sistema hormonal, le aconsejó: “No vaya a su casa dos veces por el mismo sitio”. Colborn estaba convencido de que su oficina había sido pinchada, y que los representantes de la Industria le seguían. Le dijo a Hayes que “estuviese siempre pendiente, que tuviese mucho cuidado a quién dejaba entrar en su laboratorio. Tiene que protegerse usted mismo”.
Hayes publicó su trabajo sobre la atrazina en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, un año y medio después de abandonar el panel. Escribió sobre lo que denominó hermafroditismo inducido en las ranas por la exposición a la atrazina a niveles treinta veces por debajo de los permitidos legalmente por la EPA en el agua. Se planteó la hipótesis de que este producto químico pudiese ser un factor de disminución de las poblaciones de anfibios, un fenómeno observado en todo el mundo. En un correo electrónico enviado el día anterior al de la publicación, felicitó a los estudiantes de su laboratorio por haber mantenido una postura ética al continuar el trabajo por su cuenta: “Nosotros (y nuestros principios) hemos sido probados, y no sólo creo que hemos aprobado, sino que hemos superado las expectativas. La ciencia tiene como principio y es un proceso de búsqueda de la verdad. La verdad no puede ser comprada, sino más bien la búsqueda de toda una vida. Las personas con las que he trabajado diariamente ejemplifican y me recuerdan esta promesa”.
Él y sus estudiantes continuaron el trabajo, viajando a las diferentes regiones agrícolas de todo el Medio Oeste, recogiendo ranas en estanques y lagos, y luego enviando trescientos cubos de agua congelada de nuevo a Berkeley. En las revistas Nature y Environmental Health Perspectives publicó artículos sobre la aparición de ranas con anormalidades sexuales en lugares contaminados con atrazina en Illinois, Iowa, Nebraska y Wyoming: “Ahora que sé detrás de lo que estamos, no puedo parar. Ha adquirido entidad propia”. Hayes empezaba a trabajar en su laboratorio a las 3 y media de la mañana y allí permanecía durante 14 horas. Tenía dos niños pequeños, que a veces iban y se dedicaban a codificar los contenedores con códigos de colores.
De acuerdo con los correos electrónicos, Syngenta estaba consternada por los trabajos de Hayes. Su equipo de relaciones públicas compiló una base de datos con más de un centenar de “terceras partes interesadas”, incluyendo veinticinco profesores, que podían defender la atrazina o actuar como portavoces contra Hayes. Este equipo de relaciones públicas sugirió que la empresa comprase el término Tyrone Hayes, de modo que al hacer una búsqueda en Internet lo primero que saliese fuese el material de la Empresa. “La propuesta más tarde fue ampliada para incluir frases, tales como Hayes y anfibios, ranas y atrazina, feminización de la rana” (Hoy en día [este artículo es el año 2014], al hacer la búsqueda, nos lleva a un anuncio que dice: “Tyrone Hayes no tiene credibilidad”).
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Procedencia del artículo:
http://www.newyorker.com/magazine/2014/02/10/a-valuable-reputation
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