Una acreditada reputación: Hayes, Syngenta y la Atrazina (I)

Después de que Tyrone Hayes dijese que un producto químico era nocivo, su fabricante arremetió contra él

Por Rachel Aviv, febrero de 2014

The New Yorker

Hayes dedicó los últimos quince años a estudiar la atrazina, un herbicida muy utilizado, fabricado por Syngenta. Diversas notas de la Empresa revelan que estudió diversas maneras de desacreditarlo. Fotografía de Dan Winters.
Hayes dedicó los últimos quince años a estudiar la atrazina, un herbicida muy utilizado, fabricado por Syngenta. Diversas notas de la Empresa revelan que estudió diversas maneras de desacreditarlo. Fotografía de Dan Winters.

 En el año 2001, siete años después de entrar a formar parte de la Facultad de Biología de la Universidad de California, Berkeley, Tyrone Hayes dejó de hablar de sus investigaciones con las personas en las que no confiaba. Dijo a los estudiantes de su laboratorio, donde criaba tres mil ranas, que si al descolgar el teléfono oían un chasquido es que una tercera persona podía estar a la escucha. Otros científicos parecían recordar los acontecimientos de una manera diferente, de modo que empezó a llevar una grabadora cuando asistía a alguna reunión. “El secreto de una vida feliz y de éxito frente a la paranoia es vigilar de cerca a los que te persiguen”, le gustaba decir.

Tres años antes , Syngenta, una de las mayores empresas agrícolas del mundo, había solicitado a Hayes que llevase a cabo experimentos con el herbicida Atrazina, que se aplicaba a más de la mitad del maíz cultivado en Estados Unidos. Hayes tenía en ese momento treinta y un años y ya había publicado veinte artículos sobre la endocrinología de los anfibios. David Wake, un profesor del Departamento de Hayes, dijo que Hayes “podía haber desarrollado su máximo potencial en cualquier campo”. Pero cuando Hayes descubrió que la atrazina podía impedir el desarrollo sexual de las ranas, sus relaciones con Syngenta se volvieron tensas, y en noviembre del año 2000 puso fin a su relación con la Empresa.

Hayes continuó estudiando la atrazina por su cuenta, y pronto pudo comprobar que los representantes de Syngenta le seguían en las conferencias que daba por todo el mundo. Le preocupaba que la Empresa estuviese preparando una campaña para destruir su reputación. Se quejaba de que no era extraño que en el fondo de la sala siempre hubiese alguien tomando anotaciones. En un viaje que realizó a Washington D.C., en 2003, pernoctó cada noche en un hotel diferente. Todavía mantenía contacto con un par de científicos de Syngenta, y después de advertir de que conocían muchos detalles sobre su trabajo y sus horarios, empezó a sospechar de que leían sus correos electrónicos. Para confundirlos, pidió a un estudiante que escribiese correos electrónicos como señuelo desde su ordenador mientras él estuviese de viaje. Envió copias de seguridad de sus datos y notas a sus padres en cajas selladas. En un correo electrónico dirigido a un científico de Syngenta, escribió que había “arriesgado su reputación, su nombre… algunos dicen que incluso mi vida, ya que lo que pensaba, y ahora sé, era correcto”. Algunos científicos ya habían hecho con anterioridad experimentos que anticipaban los realizados por Hayes, pero nadie había observado con anterioridad tales efectos extremos. En otro correo electrónico a Syngenta, reconoció que podía sufrir un “complejo de Napoleón” o “delirios de grandeza”.

Durante años, a pesar de sus descubrimientos, Hayes siempre pareció estar fuera de lugar. En el ámbito académico, consideraba que sus colegas actuaban según un código de conducta bastante frívolo: un habla muy formal, decían de sí mismo que eran investigadores independientes, y rara vez admitían que no sabían algo. Creció en Columbia, Carolina del Sur, en una zona donde menos del cuarenta por ciento de los niños no terminaban la Educación Secundaria. No fue hasta que cursó el 6º grado, cuando fue aceptado en un programa para niños superdotados, en otro barrio, cuando mantuvo una conversación con un niño blanco de su edad. Él y sus amigos solían hablar de cómo “los blancos hacen esto, o los blancos hacen aquello”, haciendo como que lo sabían. Después continuó sus estudios avanzados, y los niños negros se burlaban de él diciendo: “Mira, se cree que es un blanco”.

Estaba fascinado por la metamorfosis, y pasó gran parte de su adolescencia recogiendo renacuajos y ranas, y cruzando diferentes especies de saltamontes. Crió ranas en el porche de la casa de sus padres, y examinó cómo los lagartos respondían a los cambios de temperatura ( usando un secador de pelo) y a la luz ( colocándolos en la caseta del perro). Su padre, un instalador de moquetas, sacudía la cabeza y solía decir: “Hay una línea muy fina de separación entre un genio y un tonto”.

Hayes recibió una beca de la Universidad de Harvard, y en 1985 comenzó lo que para él fueron los cuatro peores años de su vida. Muchos otros estudiantes negros habían ido a escuelas privadas, procedentes de familias acomodadas. Se sentía al margen y mal preparado, estuvo en un período de prácticas, hasta que se convirtió en profesor de Biología, y después se animó a trabajar en el laboratorio. De cinco pies de alto y muy delgado, Hayes se diferenciaba por vestir de una forma extravagante, como Prince. En un artículo en The Harvard Crimson sobre una fiesta en el Campus, escribió que parecía pertenecer a la “atmósfera roquera de la Danceteria de Nueva York”. Pensó en abandonar, pero poco después empezó a salir con una compañera de clase, Katherine Kim, estudiante de Biología coreana-estadounidense de Kansas. Se casaron dos días después de graduarse.

Se mudaron a Berkeley, donde Hayes se había inscrito en el programa de Biología Integrativa de la Universidad. Terminó su doctorado en tres años y medio, y fue contratado de inmediato por su Departamento. “Era una fuerza de la naturaleza, con un talento increíble y muy trabajador”, dijo Paul Barber, un colega que ahora es profesor en la UCLA. Hayes se convirtió en uno de los pocos profesores titulares de Biología de raza negra. Ganó el premio más destacado de Berkeley en la enseñanza, y dirigió el laboratorio con mayor diversidad racial de su Departamento, atrayendo a estudiantes que eran los primeros de su familia que acudían a la Universidad. Nigel Noriega, un ex estudiante ya graduado, dijo que el laboratorio era una zona de confort para los estudiantes que se asfixiaban en Berkeley, porque se sentían alienados por la cultura académica.

Hayes se había acostumbrado a no considerar en demasía los elogios de sus colegas, pero cuando Syngenta puso en duda su trabajo, empezó a preocuparse por las viejas ansiedades. Creía que la Empresa estaba tratando de aislarlo de otros científicos y “se aprovechaban de mis inseguridades, el temor de que no lo estuviese haciendo bien, o que todo el mundo creyese que era un fraude”. Dijo a sus colegas que sospechaba que Syngenta mantuvo reuniones para buscar sus posibles vulnerabilidades. Roger Liu, que trabajó en el laboratorio de Hayes durante una década, dijo que tanto como de estudiante como ya graduado: “En un principio estaba muy preocupado por su seguridad. Pero no podía discernir dónde terminaba la realidad y empezaban las exageraciones”.

Liu y otros ex estudiantes dijeron que se mantuvieron escépticos acerca de las acusaciones de Hayes hasta el verano pasado, cuando apareció un artículo en Noticias de Salud Ambiental (en colaboración con 100Reporters)*, que se había elaborado a partir de los registros internos de Syngenta. Cientos de notas de Syngenta y correos electrónicos fueron hechos públicos en 2012 tras la presentación de dos demandas colectivas interpuestas por veintitrés ciudades y pueblos del Medio Oeste, que acusaban a Syngenta de “ocultar los verdaderos peligros de la atrazina” y por contaminación del agua potable. Stephen Tillery, el abogado que llevó los casos, dijo: “El trabajo de Hayes nos sirvió de base científica en la demanda”.

Hayes dedicó los últimos quince años de su vida a estudiar la atrazina, y durante ese tiempo científicos de todo el mundo han realizado nuevos descubrimientos, de modo que hoy en día se relaciona a este producto químico con defectos de nacimiento en los seres humanos y en los animales. Los documentos de la Empresa muestran que mientras Hayes realizaba sus investigaciones sobre la atrazina, Syngenta le vigilaba muy de cerca, como él siempre sospechó. El equipo de relaciones públicas de Syngenta había elaborado una lista con cuatro objetivos. El primero, desacreditar a Hayes. En un cuaderno de espiral, la Gerente de Syngenta, Sherry Ford, quien se refiere a Hayes por sus iniciales, escribió que la Empresa podía “evitar la publicación de los datos por parte de TH diciendo que no eran creíbles”. Era un tema frecuente de conversación en las reuniones de la Empresa. Syngenta buscó varias formas de explotar los fallos y errores de Hayes. “Si TH se ve envuelto en un escándalo, los ecologistas le dejarán al margen”, escribió Ford. También observó que Hayes “creció en un mundo (S.C. [Carolina del Sur]) que no lo aceptaba”, “necesita adulación”, “no duerme”, “está marcado de por vida”. Y escribió: “¿Qué es lo que motiva a Hayes? Esa es la pregunta esencial”.

Parte 2

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Procedencia del artículo:

http://www.newyorker.com/magazine/2014/02/10/a-valuable-reputation


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http://apiculturauruguay.blogspot.com.es/2011/03/la-atrazina-cambia-el-sexo-de-las-ranas.html

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