¿Quién hablaba de violencia?

Testimonio 1
Itinerario hacia lo peor de todo
Grace Morales

He vendido discos de pie durante ocho horas, en plan cajera de unos grandes almacenes. Cuando me despedí, las dos últimas semanas me mandaron al sótano. También he vendido seguros por teléfono. Cuando me despidieron, me enteré porque me encontré la puerta de la calle cerrada.

Pero la experiencia más infernal que he tenido fue cuando me convertí en carne de telemárketing para una operadora de telefonía. Una pesadilla, una burla del demonio: turnos rotativos de mañana, tarde o noche sin avisar de un día para otro, corriendo cada jornada para tener una silla y un terminal, so pena de acabar tú sola en una máquina, rodeada de escombros…. sueldo mísero, agotamiento por cientos de llamadas, trato desconsiderado de los jefes…

Pensé que lo habría visto todo: abusos, desplantes, falta de respeto… Todavía no había entrado en el mundo de la edición y las colaboraciones en prensa. Ya me decían en casa que más me hubiera valido estudiar informática y un cursillo de inglés.

Acción de jobsintown.de, una web alemana sobre relaciones laborales, para recoger firmas en contra de la precariedad laboral. “Hay mejores formas de hacer carrera”, se lee en el glúteo derecho.

Testimonio 2
De cómo acabé como portaestandarte
Javier Gallego

Es difícil explicar como acabé plantado delante de una tienda de muebles ultracaros portando un estandarte metálico de cuatro metros durante tres días, ocho horas diarias, a casi cero grados y en plena campaña de Navidad. En mi descargo diré que aquello no parecía lo que luego fue. Al menos, no lo parecía por el anuncio que decía más o menos así: Se necesita personal cualificado para campaña de lanzamiento. Cualificado. Campaña de lanzamiento. Yo me había licenciado en periodismo. Pensé que requerirían mis talentos literarios para ayudar en la creación de una novedosa e impactante campaña publicitaria. Me miraron de arriba abajo como a un caballo y sin más preámbulos ni entrevista de por medio, me preguntaron si estaba dispuesto a estar ocho horas delante de una tienda sujetando una bandera con una letra.

Casi sin darme cuenta estaba plantado en una fila con una gorra y un chubasquero ridículos esperando a que me dieran mi bandera. Todo por la pasta. Mi cruz y mi calvario duraron tres eternos días (al tercero resucité). Tres días plantado con un frío del demonio con aquella bandera junto a otros seis tíos hechos y derechos como yo, con sus carreras, sus doctorados y sus máster. De poco servían contra el frío. Sólo de vez en cuando salía una señora muy pija de la tienda de muebles, la cálida y confortable tiende de muebles, y nos decía que nos paseáramos un poco por los alrededores para que la gente nos viera. Precisamente eso era lo que no queríamos, que nos viera la gente que se agolpaba en manada para hacer las compras de Navidad. O lo que es peor, que nos viera algún conocido.

La probabilidad de que ocurriera era alta porque estaba en la zona cero de las compras de Navidad. La probabilidad de que me viera un amigo de la facultad era mucho más baja. Pero oye, tampoco era probable que un licenciado en periodismo acabase de portaestandarte y allí estaba yo. Así que tampoco me extrañó cuando vi a un colega de la facultad pasar por allí cargado de bolsas con regalos. Tanto él como yo nos hicimos los locos. Para ambos era demasiado embarazoso pensar que cinco años de carrera habían servido para eso.

Testimonio 3
Un día de 1997 evité una catástrofe nuclear
R.Vetusto

Por aquel entonces desempeñaba una especie de trabajo vagamente relacionado con la supervisión de la recarga de los reactores de la central. Una vez en el interior de la bestia el reto era no morirse aburrimiento o lo que viene a ser lo mismo, impedir que el aburrimiento te hiciese caer en la piscina de combustible, donde se almacenaban los elementos gastados que salían del reactor y que brillaban bajo el agua de boro como las plumas azules de un pájaro vistas al través del microscopio.

Por allí deambulábamos unos cuantos alrededor de la piscina, al ras de la piscina debidamente desprotegida, aunque nosotros llevásemos encima nuestro mono de papel, nuestras zapatillas, nuestro gorrito y nuestro dosímetro, que a veces pitaba como un policía loco. El azul Cherenkov supera al azul Yves Klein, amigos artistas, y el interior de un reactor nuclear es una imagen del infierno tan certero como el interior de un museo.

Un día dije: detengan la grúa, ese elemento se está introduciendo en una coordenada errónea. Y os salvé a todos.

 

La profesión va por dentro

Diagonal, nº134, del 28 de septiembre al 13 de octubre de 2010