Por Eric Walberg, 26 de julio de 2012
Después de más de un siglo de secularización, la vida cultural de Egipto vuelve a girar otra vez sobre el Corán. “El Corán es nuestra Constitución”, exhortó el Presidente Mohamed Morsi durante las tensas elecciones presidenciales, las primeras elecciones auténticas en la vida de Egipto, en la que salió derrotado el representante de la vieja guardia. Pero ¿qué significa está deslumbrante imagen?
Este Ramadán es histórico, ya que se celebra el triunfo de la visión política de la legendaria Hermandad Musulmana de Egipto ( MB): se inspiran en el Corán para regenerar la sociedad egipcia. La visión socialista de Gamal Abdel-Nasser está en ruinas, desmantelada a los 40 años de su muerte, sustituida por una pesadilla neoliberal soñada en los gabinetes estadounidenses.
La visión no se atiene a las orientaciones políticas y económicas de los últimos 40 años, aquellas políticas que convirtieron a Egipto en una pobre imitación de las sociedades occidentales, con disparidades impactantes en los ingresos y con una pobreza extrema, la degradación ambiental y humana. Egipto se rompió en fragmentos, con barrios exclusivos para los super-ricos y los grandes tugurios para los pobres; las calles atestadas de tráfico, las cárceles a rebosar con miles de personas inocentes; devotos atrapados en la rutina de un sistema judicial sin justicia.
Las visión de Occidente trajo de nuevo a Egipto aquella ocurrencia de Muhammad Abdu, el jefe mufti de Al-Azhar, 1899-1905, algo muy cierto: “Fui a Occidente y vi el Islam, pero no a los musulmanes; volví a Oriente y vi a los musulmanes, pero no al Islam”.
Las tareas que han de realizar el Partido de la Libertad y la Justicia (FJP) y el Presidente islamista, son de enormes proporciones. Para empezar, está la camisa de fuerza política y económica que dejaron el anterior Primer Ministro interino, Kamal Al-Ghanzuri, y el Jefe de Estado Mohamed Tantawi – un presupuesto ya aprobado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, sin el Parlamento, con un Consejo Supremo que lleva todas las bazas.
Pero hasta ahora, a pesar de encontrar los caminos bloqueados, no se han parado las fuerzas del nuevo Egipto. Nos preguntamos: ¿Cómo es posible que la Hermandad triunfara contra pronóstico, con los medios de comunicación, jueces y militares todopoderosos haciendo todo lo posible para debilitarla? La respuesta es simple: la desesperación de los pobres y el compromiso de tranquilidad de todos los musulmanes devotos de todas las clases de la sociedad egipcia.
Sin embargo, incluso en su lucha contra el régimen establecido, corrupto, pueden contar con los entusiastas y un nuevo espíritu de reforma dentro de los círculos de intelectuales musulmanes, lo cual ayuda para navegar por los bajíos rocosos de la clase dirigente laica. Dos de esos musulmanes británicos, que lavaron sus manos en las costas de la Isla Esmeralda de las colonias británicas de Egipto y la India, han hecho importantes contribuciones al debate sobre el Islam y la modernidad. Ellos son Tariq Ramadan y Ziauddin Sardar, que no defienden sólo “modernizar el Islam”, sino “islamizar la modernidad”, no sólo “ aplicar una reforma”, sino “ que la reforma se transforme”, como Ramadán escribe en Radical Reform: Islamic Ethics and Liberation (2009) (Reforma Radical:ética islámica y liberación).
El problema es que el arrogante Occidente exige que países como Egipto adopten la versión occidental de la modernidad – un orden neocolonial basado en el dólar estadounidense, dominado por las grandes corporaciones occidentales y un ejército en constante estado de alerta. Eso va bien a los Estados Unidos para desarrollar su comercio y afrontar un déficit que cada vez se hace mayor, malgastando su dinero en las guerras, mientras que obliga a los países pobres a “apretarse el cinturón”, cuando los misteriosos flujos del capital y las caprichosas veredas de los mercados dejan números en rojo. Pero esta modernidad, con sus manifiestas injusticias, no es lo único, y ciertamente no es la moraleja, pues los egipcios han aprendido el camino difícil.
Tariq Ramadán es un académico suizo-egipcio, cuyo padre fue miembro eminente de la Hermandad Musulmana, exiliado por Nasser y cuya madre era la hija mayor del fundador de la Hermandad, Hassan Al-Banna. Ha escrito sobre la reforma islámica desde el punto de vista de un musulmán europeo, rechazando la posición asimilacionista de que el Islam debe adaptarse a la modernidad: “La ecuación de la secularización occidental, libertad=democracia=pluralismo religioso, no tiene equivalente en la mayoría de las sociedades musulmanas, donde a través de las experiencias históricas del siglo pasado la ecuación no sonaría como secularización, sino como colonialismo=desislamización=dictadura”.
Ve a los musulmanes occidentales muy heterogéneos como para desempeñar un papel clave en el desarrollo de un nuevo enfoque para su religión, aprovechando el alto nivel educativo de Occidente, el ijtihad – razonamiento independiente sobre la base de un profundo conocimiento del Corán y los hadices– para adaptarse a la vida moderna. Por ejemplo, para actualizar el Azaque (zakat) “se debe establecer un sistema real de solidaridad colectiva y de seguridad social, en el entramado social, lo que tiene como objetivo liberar a los pobres de su dependencia, para que ellos mismos paguen el Azaque”como escribió en Western Muslims and the Future of Islam (2004). (Los musulmanes occidentales y el futuro del Islam).
Los musulmanes occidentales han hecho un uso muy estricto del interés – para las hipotecas sobre viviendas particulares- algo aceptable, “una necesidad que.. se convierte en una necesidad restrictiva”, de acuerdo con una fetua emitida por el Consejo Europeo de Investigación y de Fatwas (ECRF) y la Liga de Ulemas de la Sharia de los Estados Unidos, usando la terminología de Abu Hanifa. Está permitido el pago de un interés para los musulmanes que viven en las sociedades no musulmanas en su relación con los no musulmanes, pero sólo cuando se utiliza para proteger las propiedades de los musulmanes.
Pero ajustar las viejas leyes a las necesidades extremas de hoy en día no es suficiente para Tariq Ramadan. Pide alternativas a la Banca Occidental para las comunidades de musulmanes de Europa y América, sobre la base de que los bancos compartan los riesgos de los prestamistas – La intención de la prohibición del interés en el Corán- para que se convierta en parte integrante de las preocupaciones económicas de la gente, no sólo parásitos que cogen su “libra de carne”.
Las categorías 8 a 10 de dar al-islam (morada de la paz), dar al-harb (morada de la guerra), dar al-ahd (morada de los tratados) y dar al-kufr (morada de la incredulidad, en referencia a la época temprana de Mahoma en La Meca) – que no aparecen en el Corán, sólo en los hadices mucho más tarde, pero que ahora forman parte integral de la ley islámicas, deben ser redefinidas. Formalmente , la morada de la guerra, Occidente, con sus derechos civiles garantizados, irónicamente, permite una mayor libertad religiosa en estos días que muchos de los Estados opresores, nominalmente musulmanes (antes de la revolución de Egipto era un buen ejemplo), donde los musulmanes están en peligro y no pueden ejercer libremente sus creencias.
Al mismo tiempo, las migraciones masivas y la globalización del poder económico, político y financiero, significa que las fronteras físicas pierden su sentido. El jeque Faisal al-Mawlawi, uno de los fundadores del Consejo Europeo de Investigación y de Fatwas, propone el concepto de dar al-dawa ( morada de la invitación a Dios) para referirse al período temprano de La Meca y la totalidad de la Península Arábiga en ese momento, y por inferencia, al mundo de hoy. Ramadan sugiere su propia caracterización de Occidente como dar al-shahada (morada de testimonio del mensaje islámico). Argumenta que los musulmanes son “testigos ante la humanidad”. Se deben seguir revisando los principios fundamentales del Islam y asumir la responsabilidad de su fe, basándose en la maqasid (metas), un movimiento dentro de la filosofía del derecho islámico.
Este movimiento fue desarrollado en el siglo XII por el erudito islámico Muhammad Al-Ghazali ( muerto en 1111) , que estableció los objetivos del Corán tales como la preservación de la religión, la vida, el linaje, el intelecto y la propiedad. Como parte de la renovación de la teoría jurídica islámica, eruditos tales como Ashur Huhammad Ibn Al-tahir, de Túnez, (muerto en 1973) y Ramadan, han mostrado un renovado interés en el maqasid en relación con el maslahah (interés público). A diferencia de una lectura de los versículos del Corán de forma aislada, este enfoque requiere de una lectura comprensiva del texto como un todo integrado con el fin de identificar los más altos objetivos, y a continuación interpretar los versículos particulares sobre un determinado tema de acuerdo con la intención del maqasid.
Sardar en Reading the Qur’an: The Contemporary Relevance of the Sacred Text of Islam (2011) [Lectura del Corán: relevancia contemporánea de los textos sagrados del Islam (2011)] puso el armazón teórico mediante un análisis cuidadoso de Al-Baqara ( base de gran parte de la teoría del derecho islámico) y otras suras, distinguiendo entre lo circunstancial y los principios generales que revela el Corán. Por ejemplo, en el discurso sobre el asesinato (2:178) pone de manifiesto dos de los principios más importantes de la ley islámica. El asesinato es uno de los peores pecados, pero hay límites (hudud) en los que la justicia necesita emplear el castigo extremo en “justa retribución” (qisas), pero también hay una compensación, incluso el perdón.
La ley de la equidad es el principio fundamental del Corán, que revela lo siguiente: la ley debe aplicarse por igual a todos – hombres o mujeres, libres o no. Este pasaje también revela otro importante principio: el castigo debe ser proporcional al delito. Sin embargo, otro principio revelado es que la compasión y el perdón son siempre preferibles al duro castigo físico. La vida humana es sagrada, que elocuentemente se reveló en el sura Al-Maidah: “Si alguien mata a una persona a no ser en venganza por el asesinato o por propagar la corrupción en la Tierra, es como si matase a toda la humanidad” (05:32).La pena capital es el último recurso a aplicar sólo en casos excepcionales.
Sardar critica la aplicación ciega de la sharia que se va acumulando durante siglos después de la muerte del profeta, ya que se ha aplicado en algunos casos en contra de los principios del Corán: la pena capital por apostasía, pero recuerda: “No hay ninguna obligación en la religión” (2:256). Recientemente, algunos países reanudaron la lapidación por adulterio ( que en parte alguna del Corán se menciona), haciendo de los castigos extremos la norma (hudud), mientras que el Corán evita casi toda pena de muerte. La vida es preciosa.
La sharia debe ser una metodología de resolución de problemas que requiere una reinterpretación del Corán y de la vida de Mahoma con una nueva mirada, distinguiendo entre las disposiciones jurídicas que están sujetas a cambios y los mandatos morales universales. Sardar señala que los regímenes coloniales en realidad alentaron la petrificación de la sharia, limitándola a cuestiones personales y familiares.
La cuestión del asesinato también muestra cómo el Islam, inevitablemente, se ocupa de la economía, que nos guste o no, está impregnada de cuestiones morales. El asesinato del miembro que sustenta la familia no sólo es una tragedia familiar, sino que supone un duro revés económico. La compensación por esta situación bien podría ser preferible a dejar al delincuente sin cabeza.
Tras el discurso sobre el asesinato, enseguida se pasa de forma abrupta en el Al-Baqara a la cuestión de la herencia y la caridad. Sardar argumenta que este cambio abrupto de tema no es de hecho tan brusco, sino que ambos temas están muy relacionados. El castigo conduce a un discurso sobre la distribución justa – de la herencia ( para la familia), y de la caridad (para la sociedad en su conjunto). Señala dos principios implícitos: las mujeres tienen derecho a la herencia y como un corolario también el derecho a la propiedad ( una propuesta radical en la Arabia del siglo VII) y los derechos individuales deben ser considerados en un contexto social, ajustado a la necesidad de protegerse.
Este principio social representa las dos diferentes partes en la herencia, que tanto obsesiona a los críticos occidentales, con los hombres ( el único sostén de la época) recibiendo más que las mujeres. Pero los críticos sólo pueden tener un punto de razón, infiere Sardar. De esto se deduce que en una sociedad donde hombres y mujeres trabajan, compartiendo cargas financieras por igual, el hijo y la hija deben recibir partes iguales en cualquier reparto de la herencia.
Y donde hay pobreza, todos los que no viven en la miseria tienen una obligación social, incluyendo sus testamentos, de proporcionar algo a los pobres. “El equilibrio y la equidad se aplican en toda la gama de la vida humana. Los conocimientos y las lecciones de la disciplina espiritual se aplican y operan en todos los aspectos mundanos de nuestra naturaleza humana y de la vida cotidiana”.
Este proceso de ijtihad, que tan hábilmente ejerce Sardar, es emocionante, pero también lleno de peligro. La renuncia de los eruditos islámicos durante años a permitir su ejercicio, y su preferencia en confiar en las decisiones jurídicas existentes, no es solamente un caso de egoísmo.
Por ejemplo, Sayyid Qutb († 1966) argumentó en su exégesis In the Shade of the Quran (A la sombra del Corán) que los musulmanes deben luchar “para hacer suprema la palabra de Dios en el mundo” y aunque el enemigo desistiese de luchar, eso no era suficiente. Los enemigos están “obligados a renunciar a su negación de Dios y el rechazo de su mensaje”. Esto contradice directamente ese principio del Corán que dice: “No hay ninguna obligación en la religión” (2:256).
Al tratar de nuevo estos temas tan polémicos, a la luz de los escritores del Corán, como Ramadan y Sardar que se esfuerzan en establecer un modo de pensar global, una perspectiva que desde el Corán se trata de modificar. Tienen en cuenta tanto el texto como el contexto dentro del texto, por así decirlo. Por ejemplo, el famoso “verso de la espada” – “Matar a los asociadores dondequiera que los encontréis” )9:5)- es una instrucción específica para llamar a las tropas antes de la batalla de Badr en el año 624, en contra de “los que quieren llegar a un acuerdo, pero que siempre rompen sus acuerdos” (8:56).
O este otro “verso del terror” -“Vamos a sembrar el terror en los corazones de los no creyentes” (3:19) – fue dirigido específicamente a Mahoma antes de la batalla de Ujud en el año 625, cuando un ejército musulmán mal equipado se enfrentó a otro mucho más grande y mejor pertrechado. Estos versos no se pueden tomar como un principio para la guerra, que se expresa claramente en Al-Baqara: “Combatid por la causa de Dios a aquellos que se enfrenten a vosotros, pero no cometáis agresión” (2:195).
El Islam, inevitablemente, también se ocupa de la política. Que el Islam es una religión de paz ha sido ampliamente demostrado por la paciencia de la Hermandad Musulmana al sufrir injusticias año tras año, lo que finalmente ha dado sus frutos. Su participación a través del Partido de la Libertad y la Justicia en las elecciones legislativas y presidenciales, obteniendo el mandato del pueblo en las elecciones democráticas, también está de acuerdo con las revelaciones del Corán sobre la gobernabilidad. “Dios concede entendimiento a quienes le aprecian” (2:47), pero “Por tu confianza en aquellos que son dignos de esa confianza” (4:58). Los gobernantes deben gobernar a través de la shura ( consulta), lo que significa que la gente no debe seguir pasivamente a sus líderes, sino que es precisa una comprensión activa y los líderes la deben tener en cuenta.
Al mismo tiempo, “El Jefe del Estado no es un representante de Dios, ni lo puede ser, ya que no tiene atributos de Dios. Más bien, es un representante de las personas que lo han elegido, y como todos los demás es responsable ante Dios por sus acciones, incluyendo el ejercicio de la autoridad”, argumenta Sardar. Y “si bien algunos aspectos de la legislación de un país pueden estar basados o sacados de los mandatos divinos, no toda ley es divina… El Profeta no declaró que el Corán fuese la Constitución, pero enmarcado en la Constitución de Medina a través de un proceso de consulta, lo que implica negociaciones, controvertidas discusiones y la inclusión de los musulmanes y no musulmanes”.
Así Morsi gritó aquello de “protesta del Corán”, como un “verso de la espada”, pero de debe considerar en su contexto, en este caso unas elecciones muy tensas, lo que requiere que los partidarios de la Hermanda Musulmana tengan en cuenta a los que no les votaron y sus poderosos aliados. Nadie discute que la nueva Constitución de Egipto se aprobará “a través de un proceso de consulta incluyendo a los musulmanes y no musulmanes”.
Y no hay que esperar a otro profeta. En otras palabras, somos nosotros los que debemos asumir la responsabilidad para resolver los dilemas morales y éticos, tanto como individuos como sociedad. No hay necesidad de volver al estilo de vida del siglo VII, pero podemos tener en cuenta al Corán, no tanto como una constitución, sino como la inspiración para una constitución imbuida de los principios morales del Corán. A medida que el Partido de Justicia y Desarrollo apareció en Turquía, se vio que era posible trabajar dentro de las reglas establecidas por los imperialistas, pero también alejarse de ellas.
Estos dos escritores británicos, Ramadan y Sardar, podían estar pensado: es cierto que los británicos realmente no fomentaron demasiado la educación de la gente en Egipto o la India, nutriéndose del sectarismo y otros males, pero es hora de seguir adelante. Vamos a darles las gracias por despertar a los musulmanes a los desafíos del mundo moderno, y por lo menos que nos dejen un sistema electoral y una economía que funcione.
Y no sólo hay que sentarse y esperar a que llegue el cielo a la tierra. “Dios no cambia la condición de un pueblo a menos que primero cambie las condiciones por sí mismo” (13:11). Cada generación debe aprender de la historia y avanzar por medio de la adaptación a los cambios.
La moralidad no se agota en el Corán, sino que comienza con el Corán. Nosotros no sólo debemos pensar en términos de adaptarnos a un orden mundial inherentemente injusto, sino que debemos transformarlo. Hay que leer el Corán, insiste Sardar, como una “forma de pensar y aprender acerca de cómo hacer la paz, la justicia y el triunfo de la equidad”.
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Eric Walberg escribe para el semanario Al-Ahram http://weekly.ahram.org.eg/ Puede visitar su página web http://ericwalberg.com/ Imperialismo postmoderno: Geopolítica y Grandes estrategias está disponible en http://claritypress.com/Walberg.html