Contra la paz

(Charla ofrecida en la Universidad de Barcelona el  8 de marzo de 1991)

Por Agustín García Calvo

Hablaremos contra la paz. Por supuesto esto quiere decir que cuento en vosotros o por debajo de vosotros con una instancia que no está conforme con esto que se nos vende como paz. Si hubiera querido ser menos escandaloso el título, en lugar de «Contra la paz» hubiera dicho: «Contra esta paz», pero no había porqué andarse con tiquismiquis, porque, después de todo, la actualidad es la única forma de la eternidad que conocemos y esta paz es simplemente «La paz», la única que tenemos y la única con la que podemos contar.

De forma que vamos a hablar contra la paz en ese sentido preciso. Cuando vuestros compañeros me llamaron por primera vez, estaba todavía ocupando a los medios de información, a los medios de formación de masas, como se llaman con su nombre propio, aunque no sea el que ellos empleen, la cuestión aquella del Golfo Pérsico y todo eso a lo que han pretendido llamar guerra durante mucho tiempo. A estas alturas el curso mismo de los acontecimientos ya os ha mostrado la condición de farsa, la condición de falsedad que tenía ese montaje y cómo no era, de verdad, ninguna guerra, cómo era un invento y una chapuza sangrienta, cuya finalidad principal era tener entretenida a la gente. Tenerla entretenida y hacerle creer por ese falso contraste que, efectivamente, esto que tenemos aquí en el mundo desarrollado es una paz que se nos hace preciosa ahora, puesto que ha estado amenazada, según ellos, por la guerra. Como hay una querra que amenaza siempre en el futuro, pues entonces esta paz tiene que hacerse preciosa. A ver cómo iban a hacerla tragar si no fuera por el desarrollo de esos contrastes, si no fuera manteniendo la idea de guerra de una manera constante. No es la primera vez que habéis sufrido este montaje, esta falsificación. Desde pequeñitos, a través principalmente de la televisión, pero también a través de los canales de la educación más seria, se os ha estado recordando por la reposición especialmente televisiva de grandes cantidades de peliculones de alemanes nazis y de japoneses de la última guerra; se os ha estado recordando esta guerra, haciéndoos que la vivierais, en cierto sentido, por lo menos en la pequeña pantalla y esto no era una casualidad; que vuestras cabezas estén llenas de aviones nipones o aviones alemanes danzando por el cielo y ensombreciendo este cielo de los aliados, no era ninguna casualidad, tenía su fundamento. De otra manera se ha estado metiendo la idea de guerra, atizando guerritas en las márgenes del mundo desarrollado, en esos sitios que ellos desde arriba dicen que están en vías de desarrollo declarando que tienen una convicción, una idea que es, en definitiva, una fatalidad: no hay más camino que este, que todos ellos están condenados a lo mismo.

APRENDER A ATACAR EN ABSTRACTO

Solamente este mundo desarrollado es el que me importa, puesto que dicen que todos los demás son transiciones hacia este, están condenados a venir a este mundo. Sería inútil que esta charla la estuviera haciendo entre gente marginada, claramente oprimida, entre inmigrantes, entre gentes de esos países, porque ellos mucho más que vosotros, tendrían que estar presos de ese ideal que les han metido. Cualquier cosa que llamaran revolución estaría condenada a ser un medio para advenir a la gloriosa democracia de la que vosotros disfrutáis íntegramente, a la democracia y a la tecnología de este mundo. Sería inútil si tuviera que hablar como tengo que hablar algunas veces entre gente así, pues hablaría de otra manera; pero hablando con vosotros, que pertenecéis como yo a este mundo del desarrollo, puedo tranquilamente tratar contra la paz y contar que por debajo, como os decía, hay en vosotros una protesta sorda contra lo que todo esto tiene de imposición y de engaño sangriento. Por eso os invito a que con esa voz que viene de abajo, estéis hablando y diciendo también las dificultades que encontráis para formular con precisión ese descontento, esa protesta. Lo primero, como habéis visto, ha sido quitaros la idea de que ésta con que se os ha estado amenazando y entreteniendo durante meses, era una verdadera guerra. Todo esto, lo mismo que los peliculones televisivos de la última guerra y lo mismo que las guerritas marginales, eran procedimientos para mantener en vosotros viva la idea de guerra. Este a su vez era el único procedimiento para haceros tragar esto como una paz. De esa manera, no podéis percibir directamente los horrores del mundo desarrollado en que estáis metidos, del que sois parte, que os constituye. Eso es pues lo primero: no hay, no ha habido ni guerra ni amenaza de guerra. No puede haberla. Hace mucho tiempo ya que el mundo desarrollado ha dejado de saber cómo se hace eso siquiera. La última ya lo hicieron muy mal, muy chapuceramente.

Recordáis por la historia cuando los EEUU intervinieron en las cosas de Corea y del Vietnam.

Pero esta última ocasión ha sido como la flor, como la flor de todo el proceso. A los informantes les costaba cada día de trabajo sacar de cualquier cadáver de un desgraciado que cayera por allá, de cualquier frase imbécil que dijera un imbécil en el poder, algo como un titular que sirviera de noticia y que siguiera día tras día alimentando la noción de que estaba pasando algo. A esa miseria me refiero y a que la información de la guerra no es más que el espejo de la miseria general que tenéis que reconocer por debajo de la aparente abundancia o más bien despilfarro que caracteriza a este mundo desarrollado. No os engañéis, ni creáis por un momento que yo estoy aquí exaltando la guerra, tal vez por el hecho de que tenga como libro de cabecera La Ilíada y que todos los días me la estoy viendo con la de Troya.

Guerra es una palabra gorda, es una palabra grande que aboca necesariamente a algo grandioso y ahí está la raíz del engaño: muchos de vosotros han clamado, incluso han salido con pancartas estos meses pasados diciendo «NO A LA GUERRA». Por supuesto, en el «NO», no os equivocáis. «NO», es la voz misma de la «razón popular», la voz de la protesta; pero en la otra parte de la pancarta sí os equivocabais al decir «NO A LA GUERRA». Se estaba ratificando la falsedad que os vendían desde arriba, la condición de guerra que os estaban vendiendo; esa equivocación no la cura ningún «NO».

Cuando al decir «NO» se emplea como nombre aplicado a la negación, un nombre que de por sí es falso, a pesar de la negación, se está contribuyendo a mantener la falsedad, que es la forma misma del dominio. Es lo mismo que cuando os pasan por delante de los ojos las caras y los nombres de los personajones insignificantes de los que se creen ellos, y que os quieren hacer creer a vosotros que están rigiendo los hilos de la Historia. Todas esas caras de los personajones y esos nombres no son más que un elemento de distracción. Cuando los insultáis y decís: «cabrón fulano». Al decir «cabrón» la cosa va muy bien, pero al decir «fulano» ya no va tan bien, porque con el solo hecho de decir «fulano» estáis a su vez aumentando la importancia del personajón, que era una mera máscara insignificante del poder.

No hay personajes que rijan los hilos de la Historia. En la pirámide de los ejecutivos a que la administración está condenada, cuanto más arriba se sube, más imbécil tiene que ser el ejecutivo correspondiente. Cuando se llega al nivel de los presidentes de EEUU y así, no os quiero decir, hemos llegado a la flor de la culminación.

De forma que hay que aprender, aunque sea un poco más duro, a atacar en abstracto; precisamente lo más apasionado que pueda haber, lo que más despierte el hervor de vuestra sangre, tiene que dirigirse contra las cosas más abstractas. El poder es abstracto, el poder es ideal, el poder es la banca, el estado, el capital. Ese es el poder del mundo desarrollado y las caras bajo las que se presentan no tienen nada que hacer, son perfectamente intercambiables, da igual una que otra, y el intercambio de esas caras no sirve más que para engañarnos, para desviar la atención.

Fijaos bien que cuando esta chapuza pasada querían hacerla pasar como una guerra, hasta el pobre jeque ese que sirvió de pretexto colaborador con el mundo desarrollado para mantener el engaño, lo querían exaltar a niveles de Hitler, a niveles míticos. Eso os debe resultar también significativo. Todo estaba dirigido en el mismo sentido, en el sentido de atribuir a esa chapuza una grandeza que no tenía, porque lo importante era que creyerais que estaba pasando algo importante.

¿Para qué? Para que no os dierais cuenta que mientras tanto en vuestras vidas cotidianas está pasando de verdad algo importante, está pasando esta paz, esta falsa paz que se mantiene con falsas guerras y contra la que estamos hablando aquí.

LAS NACIONES, UN VIEJO INSTRUMENTO

Quién os habla de las caras y de los nombres de los personajes, pues, os habla también de las naciones mismas. Hace mucho tiempo que en el mundo desarrollado, los estados, las naciones, han pasado también de moda, igual que la guerra. Ya no es EEUU. Quien se pone antiyanqui, incluso en estas ocasiones, se equivoca: eso podía servir para los días siguientes de terminar la última guerra, cuando estaba en plena vigencia aquella falsa dualidad de la que os han alimentado, con la que os habéis destetado: de que había dos modos de dominación. Digamos el Estado – Capital y el Capital – Estado. Todavía eso podía tener algún sentido cuando estas supernaciones, los EEUU por su lado y la URSS por el otro, representaban esas dos formas de dominio. Desde la rendición de Rusia y demás, el modelo es único.

Ese engaño se ha terminado ya. No hay el menor pretexto para seguir creyendo tales cosas. Ya no hay tampoco EEUU. Este mundo desarrollado del que hablamos, y este que os ha estado engañando durante estos días no era EEUU, era el mundo desarrollado. Y el mundo desarrollado quiere, con absoluta indiferencia, decir: EEUU, Japón, Alemania, Francia y también Italia y España.

Es la única forma dominante del Estado y del Capital que, por otra parte vienen a ser la misma cosa en este progreso. De manera que también los nombres de los Estados son un engaño. Fijaos bien que si me lanzo a lo más alto y os hablo de la mentira de los EEUU, qué tendré que deciros después a la mentira de España y a la mentira de Irak y a la mentira de Kuwait y cada vez más abajo. Por supuesto que sitios como los estatículos africanos formados recientemente de manera geométrica, han sido mucho más costosos en vidas que en esta última farsa. Cuando nos acordamos de estos sitios creados desde arriba, por trazado geométrico, la mentira de los estados estalla de la manera más flagrante, pero los otros, los trazados desde más antiguo, no se escapan a la ley. Tampoco hay España. Hace mucho tiempo que no hay España. Es una mentira. No hay España ni hay Alemania ni hay EEUU. Hay este mundo desarrollado que es uniforme, que es único y que, nos pongamos donde nos pongamos, da lo mismo. Os acordáis de aquellos tiempos donde se pretendía que «España es diferente». Fue un eslogan que sacó el antiguo Ministerio de Información y Turismo, y lo sacó justamente a finales de los años cincuenta, osea, en un momento en que empezaba a ser mentira descaradamente. Ya bajo la dictadura, ya desde entonces, había empezado a desaparecer España.

De manera que imaginaos cuando la prensa os entretiene echando las cuentas de la participación en la pasada farsa de este país llamado España. ¿Ha sido grande o pequeña? Y si se le ha pagado bien o mal por esta participación. Imaginaos la ridiculez con la que os están entreteniendo.

Esto es una parte del mundo desarrollado y su contribución. La que corresponde a cada parte, ni más, ni menos, está regulada en una contabilidad en la que las divisiones nacionales nada tienen que hacer, como no sea para estos fines de dar algunos figurones la pretensión de que están haciendo algo.

Esta era la primera presentación. Voy a añadir otra segunda en la que se inicie la descripción más detallada de los horrores de esta paz, contra la que hablamos para que enseguida empecéis vosotros a hablar conmigo. Cuesta trabajo dejar hablar a eso que cuento que hay debajo de vosotros a lo que ahora aludo como corazón y por debajo de vuestras ideas. Ideas que son las de vuestros libros y las de vuestros televisores. Cuesta trabajo dejar que eso que anda por debajo hable, pero nada más urgente que intentar dejarle que hable. Es la forma de acción primera que se os ofrece.

Los horrores de este mundo consisten en otra cosa que la guerra. La guerra ya no es el procedimiento que corresponde a estas frases de desarrollo. El procedimiento «guerra» correspondía a los tiempos de Napoleón, en último término a los de Hitler, es decir, la noción de nación y estado nacional tenía otro sentido. Cuando intentan algo parecido hacen chapuzas y no es porque se hayan vuelto inocentes como corderos. Ni por un momento con el desarrollo Estado y Capital, la nueva forma de Dios, la única verdadera puesto que es la actual, ni por un momento, han dejado de estar contra la gente, contra el pueblo. Su función es siempre la misma para toda la eternidad. Es la función de administrar la muerte. Unas veces la muerte se administra en forma de guerra: por medio de inscripción militar obligatoria, o por la formación de milicias mercenarias, es decir, por el acaparamiento en el momento del comienzo de la juventud de parte importante de la población que ya no va a servir para nada. Una vez hecho el servicio militar, con el cual cada uno se ha hecho un hombre como todos sabéis. El servicio militar está para eso.

Unas veces se hace por esos procedimientos, pero por supuesto no son los únicos. Todos reconocéis hoy que ha pasado de moda. ¡Hombre, no es que yo quiera decir que me parece muy mal que los insumisos sigan haciendo manifestaciones diciendo que son insumisos! Atacar al poder siempre está bien, sea como sea. Es una lástima que lo hagan a veces inoportunamente, por ejemplo, con motivo de esta farsa pasada. En todo caso el ministerio del ejército en el mundo desarrollado tiene una importancia escasa, secundaria, relativa; hay otros ministerios que tienen una importancia primaria, que son los que rigen y los que están destinados a la administración de muerte. El ministerio de cultura es uno de los más importantes y no olvidéis que es donde el Estado y el Capital invierten eso que ellos llaman dinero, y que os quieren hacer creer que es lo mismo que vosotros tenéis en el bolso para pagaros un café. No hay ningún gasto en el mundo desarrollado comparable con el gasto de la educación y la cultura, no hay nada que de lejos se le acerque. De forma que eso os da una idea que las cosas han cambiado un poco de sitio y que, mucho más directamente que los cuarteles, estáis padeciendo aquí mismo esta paz contra la que hablo.

Fijaos bien que los cuarteles abandonados se convierten en instituciones culturales. Fijaos como ya, desde antes, las iglesias de la decadente forma de religión ya pasada, catolicismo y demás, se convierten, abandonados en gran parte, en instituciones culturales. Todo esto os tiene que ser revelador. No es que la iglesia haya dejado de ser tan terrible, ni el ejército tan terrible. ¡No, no! Es simplemente que la iglesia y el ejército están donde estaban, es decir, en esos sitios, en esas iglesias y en esos cuarteles rehabilitados para las nuevas funciones de la verdadera religión desarrollada y el ejército en su forma desarrollada. Administrar la muerte quiere decir no inventarla, porque no voy a decir que ellos se han inventado la muerte. Eso sería atribuirles una grandeza que no les corresponde, eso es otra cuestión que hoy tengo que dejar de lado, aunque bien me gustaría sacarla.

UNA NUEVA MILICIA: LA IDEA DE FUTURO

Demos la vuelta. No se trata de inventarla, sino de administrarla. Y administrar la muerte quiere decir cambiar cualesquiera posibilidades de vida, de disfrute, de inteligencia. El truco es sencillo. Resulta muy melodramático llamar a la muerte, muerte. En cambio, sea lo que sea llamarla «futuro». No se pierde nada con el cambio, sea lo que sea eso de la muerte. De lo que estáis todos convencidos, como yo, es que no hay más muerte que la futura. Sí, nuestros parientes se mueren y esos desgraciados militronchos yanquis, como las amas de casa de Bagdad, han muerto, pero son muertes de mentira, son muertes de fuera. La única, la verdadera es la mía, ésa es necesariamente futura, no hay otra, no hay más muerte que la futura. La muerte es necesariamente una condición ideal futura y entonces este axioma se vuelve del revés sin ninguna falsificación. Todo aquello que se llama futuro es «muerte». «Futuro» no escandaliza a nadie y «muerte» sí. Imaginaos la que os están haciendo cuando a vosotros, la gente de veintipocos años, os dicen que tenéis mucho futuro. Una vez que habéis entendido lo que quiere decir la palabra, supongo que el truco os parece bastante claro. Tenéis mucho futuro, en efecto, tenéis tanta cantidad de futuro que no hay tiempo para vivir. Ésta es la descripción más o menos, de la administración de muerte. No hay tiempo para vivir, porque ese tiempo en el que a lo mejor podría suceder tal cosa, como «vivir», está íntegramente ocupado en la preparación del «futuro». Íntegramente ocupado en la preparación del futuro de todas las maneras que vosotros ya sabéis, desde las más triviales, desde el momento que os hacen estar pendientes de un examen fin de curso, desde ese momento, pues, ya véis cómo la administración de muerte se realiza. No tiene ninguna importancia que os examinéis, da igual, y esto lo comprobáis a cada paso. Al aparato le importa un bledo. Si hay algún profesor que está interesado en las cosas que trata es una excepción. Lo que importa es que tengáis un programa, un proyecto, un plan de fecha fija. Os quieren hacer creer que os estáis preparando para adquirir una formación que os permita debidamente integraros en este orden.

Pendientes de un futuro y, efectivamente pues, llega el final de carrera, llega la oposición y lo que sea o el manejo por el que os colocáis; otros quedáis sin colocar, pero no importa porque también el paro está dentro del trabajo, es una parte de la institución, de forma que el parado sigue aspirando a colocarse y no se le ocurre disfrutar de su condición de descolocado ni por asomo. De forma que todos están preparados con eso. Luego están otros futuros: parece que tenéis que casaros, nadie, ni Dios sabe por qué, pero está ahí, está en el futuro, es una condición, llega un momento en que hay que casarse y da igual que no creáis en esto y en lo otro y os parezca que eso del matrimonio es una ceremonia, da igual, no importa. Lo importante es que es una cosa más que hay que hacer y que está en el futuro, y que después hay que preocuparse de unos niños y después pensar en los posibles cambios de residencia y colocación que entretienen mucho, y después en los planes de jubilación que la banca os proporciona para que os aseguréis la última parte del camino tranquila y podáis disfrutar así con futuros sucesivos que ocultan el mismo tiempo, que revelan la verdadera condición del futuro: esa muerte verdadera de la que estoy hablando.

El mundo desarrollado aspira a que las poblaciones no sean más que masas de individuos, cada uno íntegramente reaccionario, es decir, conforme con el estado y el capital que lo rige. Se confía por lo menos por la parte de arriba que cada uno sea necesariamente reaccionario, es decir temeroso de su futuro, preparador de su futuro. Se confía, por desgracia, con buen fundamento en que al menos la parte superior de cada uno, la visible, tenga esa condición. Gracias a esto confían que las votaciones de la mayoría sean siempre reaccionarias y conformes. Lo practican una y otra vez; están seguros de que el procedimiento va a darles lo que esperaban. Y así funciona la cosa, así forman estas «masas», cuando no es a través de las instituciones de educación directamente, es por los otros medios culturales, la televisión a la cabeza. Así se consigue que nunca pase nada para que siga esta paz. Esta paz que consiste en la inmovilidad, la inmovilidad recubierta de movimiento acelerado. Se mueven pero están quietos. Es como la flecha de Zenón: justamente consigue no poder arrancar nunca, gracias a estar moviéndose constantemente y tropezándose con la imposibilidad del movimiento. Ésta es la condición metafísica; esta conversión de la vida en historia implica al mismo tiempo la conversión de la gente en puras «masas» de individuos. No puedo explicaros mucho cómo lo uno implica lo otro; arreglaros para ligar las dos cosas, pero no creo que sea difícil descubrirlo, lo uno va con lo otro y un individuo quiere decir alguien entregado enteramente a su futuro, perfectamente constituido por su muerte. Eso quiere decir mucho: se le enseñan falsificaciones individuales que corresponden al poder.

Se le enseña a creer que aquello que es una aspiración a futuro, es un deseo. Que aquello que es un llenamiento del tiempo vacío es un placer. Que esa historia que le hacen pasar es una vida. Por desgracia el engaño es eficaz en el nivel individual. Raro es el que es capaz de dar voz y decir: «Yo distingo entre matar el tiempo y divertirme y pasármelo bien de verdad. Yo no estoy dispuesto a decir que me lo he pasado bien tirándome tres horas delante de la pequeña pantalla, ni que me lo he pasado bien aguantando en la discoteca hasta las cuatro o las cinco de la mañana en esa competición de ver quién aguanta más bebiendo coca con ginebra. No puedo, no me consiento una vez más decir que me lo he pasado bien. He estado matando el tiempo, he estado eliminando una noche con trabajo penosamente. He estado sufriendo delante de la pequeña pantalla también. Me he estado aburriendo con esta condición, me he estado aburriendo sin darme cuenta que me aburría. La forma de aburrimiento más trágica y terrible. Aburrirse sin darse cuenta.» Es raro que alguien pueda desde abajo lanzar esta distinción y decir «yo todavía sé, creo que sé, siento por lo menos qué es eso de vivir y sé que esto no lo es.» Es raro, y de vez en cuando, y gracias a que no estamos bien constituidos del todo, cada uno como individuo, algo de esto brota, algo de esto se siente.

Es a esa mala constitución de cada uno de vosotros a la que estoy apelando aquí. No sé si os habéis dado cuenta. Sólo a vuestra mala constitución. Si yo pensara que estáis perfectamente constituidos, como cada vez están mejor constituidos los ejecutivos, según se trepa por la pirámide, si yo pensara en eso ni siquiera me hubiera molestado a venir aquí a hablar con vosotros. Confío en vuestra relativa mala constitución, no estáis todavía convencidos de este truco, no estáis convencidos de que «placer» sea eso, no estáis, por lo tanto, convencidos de que a esta paz merezca la pena llamarla «paz». Estáis dispuestos a percibir, tal vez de una manera que alguien llamaría intuitiva, pero dispuestos por tanto a formularlo después y razonarlo que ésta es la «guerra». Que esto que estoy describiendo es la «guerra».

LA MUERTE NECESITA DEL DESPILFARRO

Aparte del futuro de cada uno os quiero hablar del futuro de la Humanidad. Os hacen creer que la Humanidad va a algún sitio donde las cosas cada vez van a marchar mejor. Sólo con haber vivido veinte años ya se ve que no, que no es verdad. Ya se ve que las cosas, por el contrario, marchan peor, ya se ve que los artilugios que se suponía servían para facilitar la vida, no hacen más que estorbarla.

Desde pequeños hasta ahora habéis percibido aquí, en Barcelona mismo, que cada vez sucede que estamos más en obras, «perdonen las molestias». Obras para el mañana, «Barcelona 92», «Barcelona 2035», qué importa. Pero la Barcelona de hoy es una Barcelona en obras. «Y para su bien, le estamos arreglando el restaurante para que disfrute usted de un mejor servicio mañana.» De momento me están llenando el restaurante de cal y de cemento por los resquicios de las mesas; ésta es la situación real, la que palpo. Esto es progresivo y obedece a una ley económica. La necesidad de fabricar inutilidades es esencial a la forma desarrollada de Estado y Capital, es uno de los procedimientos esenciales de esa guerra a la que llaman paz. Es con la descripción de esto con lo que voy a terminar y mostrar cómo está ligado con el perpetuo y progresivo estropicio de la vida.

Tienen que producir inutilidades. El Capital en su forma avanzada no tiene otra ley que la del despilfarro. A vosotros os lo ocultan, os quieren hacer creer que el dinero en las altas esferas se mueve para tal y cual cosa, se mueve y, ya veis, que da lo mismo para preparar la «Expo del 92» que para resolver la crisis del Golfo Pérsico. Es absurdo, lo importante es gastarlo. La única condición del despilfarro que es el movimiento del Capital, primero y por supuesto, que no se trate de un dinero como éste que os dejan a vosotros, un dinero de unos pocos miles de pesetas con el que se compra un café y lo más paga uno el alquiler del piso. El que vale es el dinero serio, dinero que está por encima de los miles de millones de dólares. Si no está en ese nivel no sirve, es la primera condición. Tiene que ser un dinero así y ese dinero no tiene relación con ése que os dejan a vosotros. ¡No! Tiene una relación muy indirecta ése que os dejan sino para el engaño, para el entretenimiento de la vida, para aspirar a ganar más, diez mil pesetas más el año que viene y así, para crearle futuritos a uno.

Las leyes del dinero verdadero, el de los miles de millones de dólares son otra cosa. Y ahí la única ley es ésa, el Capital tiene que moverse y esto quiere decir necesariamente despilfarro. La única condición es que sea de verdad «un despilfarro», es decir que la cosa que sirve de pretexto para el movimiento del Capital a la gente no le sirva para nada, que sea perfectamente inútil. Si hay algún peligro de que la cosa sirva para algo, entonces el Capital se echa para atrás, empieza a no gustarle. El Capital se lanza furioso a la promoción entusiasta, a la promoción de cualquier cosa que se le proponga con tal de que cumpla esta condición: que sea inútil. Por tanto si al Capital le proponen que en la Ciudad Universitaria de Madrid se vuelvan a restaurar las vías de los tranvías para resolver de una vez el atasco, del que casi no podéis haceros idea, ahora, al que hemos llegado allí. Una vez que ha tenido que venderle automóviles a los estudiantes, a los bedeles y a los hijos de maría santísima que van ha hacer allí algún cursillo de Informática catequística, cuando se produce algo de todo esto, el Capital se echa para atrás: «¿Voy a moverme yo para poner vías de tranvía y resolver esto? A ver quién le vende después automóviles a los chicos; cómo se le siguen vendiendo autos si se resuelve el problema de la circulación. Para atrás, inútil intentarlo, hay un riesgo de utilidad.» En cambio les dicen: Vamos a montar una torre de 92 metros para conmemorar el 92; creen que el metro es el metro, creen que saben lo que mide un metro. Nadie sabe lo que mide un metro, pero ellos creen que sí que saben lo que mide un metro y que por tanto 92, son 92.

Una torre de 92 metros es una conmemoración del año 92, los números son los números.

Vamos a montar una torre de 92 metros, ahí a la entrada de la Moncloa para que, entre otras cosas, se vigile el tráfico y se controlen los atascos de la Ciudad Universitaria desde el piso 28, de paso lo llenaremos con otras oficinas, oficinas de producción de nada se entiende, porque sino no sirven.

Oficinas de producción de nada en todos los otros pisos, y arriba haremos una terracita que es el móvil cultural: haremos una terracita, de modo que se pueda ver desde allí el Guadarrama para que la gente puede subir a ver el Guadarrama. Le propongo una cosa de éstas y entonces el Capital, cajas de ahorros, bancas, fondos de los ministerios se echan y dicen: «ésta es la nuestra, para esto es para lo que estamos hechos.» Y, efectivamente, como no se les vaya de manos, fabrican la torre de 92 metros. Para qué os voy a decir. Sin salirme mucho de la política de transportes, cierran –cierra la RENFE- vías por todas partes por motivos de rentabilidad, porque dicen que a lo mejor les cuestan diez millones al año mantenerlas. Pero les dicen, «vamos a hacer un alta velocidad París-Sevilla para unir las ciudades en cinco horas», -¡no se sabe a quién coño le puede hacer falta estar de París a Sevilla en cinco horas!- pero vamos a hacer un París-Sevilla que nos cueste un par de billones de billones de pesetas. ¿Un par de billones de billones de pesetas? ¡Ah! es otra cosa. Y entonces el Capital se lanza.

Pero para qué más ejemplos. Los tenéis todos los días y convendría que os esforzarais en encontrarlos en vuestra vida cotidiana. El despilfarro es una necesidad, efectivamente, el dinero no se mueve para otra cosa más que para ello. Sí, ahora me doy cuenta que os había prometido que esto lo iba a enlazar con una penúltima cuestión que había formulado y de la que no os habréis dado cuenta seguramente, o se os habrá pasado. Sí, porque yo estaba pensando en enlazar esta necesidad esencial con la cuestión. Efectivamente, esta necesidad condiciona las vidas privadas, no hay nada que se escape a este condicionamiento y estos movimientos del dinero que parece que suceden en altas esferas, están de alguna manera sin embargo condicionando. Aquí quien cuenta, quien se acostumbra a contar de esa manera los millones de dólares y los metros y cosas así, cuenta de igual manera las vidas. Las vidas están contadas según el mismo procedimiento y el despilfarro de vidas, por eso es por lo que esto no deja de ser literalmente una guerra. Es preciso despilfarrar vidas y ésa es otra manera de glosar aquello que os decía de la administración de muerte como función esencial del Estado-Capital.

Es preciso despilfarrarlas, por supuesto matando gente, sólo en España seis mil ocupantes de automóvil al año en las carreteras. Si cogéis los meses que ha durado la farsa, en Europa han muerto diez mil veces más que en el Golfo Pérsico. Y cuando se muestran estas formas de guerra, este literal asesinato de súbditos y de clientes en números contados, uno se pregunta, «pero bueno, hay una diferencia, porque a aquellos pobrecillos de Bagdad los mataban, mientras que un automovilista que sale a la autopista un fin de semana ya sabe lo que hace.» Esta pretensión de diferencia es la última con la que quería cerrar esta presentación. Es mentirosa. Nadie sabe lo que hace. A uno le han dicho que tiene un 997 por 1.000 de probabilidades, eso es todo lo que quieren hacer pasar por «saber».

Eso es todo lo contrario de lo que aquí os propongo como tal cosa. Literalmente, no saben lo que hacen. Obedece el que se compra un auto que no le sirve para nada y el que, una vez lo ha comprado, se ve obligado a sacarlo el fin de semana, porque si no le da vergüenza habérselo comprado. ¡Claro!, si no hace ningún paripé de usarlo de vez en cuando, quien hace eso es tan ignorante como el militroncho, mercenario o no, de los EE.UU., de los que mandan a la guerra del Golfo. Igual, igual de poco saben el uno que el otro y con la misma falta de inteligencia y con la misma sumisión mueren el uno que el otro. De forma que no hay la menor diferencia entre las cosas que se venden como guerra y esta paz que os estoy presentando. Pero os advierto que desde luego no es lo más terrible las muertes en autopista los fines de semana. Lo más terrible es la otra muerte que antes os he presentado. Esa administración que consiste en la conversión de la vida corriente en futuro.

Ésa que abarca muchos más millones todavía que se realiza cotidianamente. Ésa es la verdadera forma de la guerra. Ahí es donde hay que aprender a reconocer la condición de guerra de esta paz y donde os invito por vuestra cuenta a que sigáis dándole vueltas.

(Texto transcrito por Ernesto Sánchez-Pascualada de Har)