Ciencia adicta: las operaciones de la Corporación Transgénica

Para neutralizar la calificación de la Organización Mundial de la Salud, Monsanto y las Corporaciones Transgénicas montaron una operación global. ¿Qué hay detrás del supuesto respaldo científico que reproducen los medios?

Por Darío Aranda, julio de 2016

MU

Esteban Hopp, científico del INTA, defensor de los transgénicos
Esteban Hopp, científico del INTA, defensor de los transgénicos

 Esteban Hopp, renombrado científico argentino y biólogo molecular, publicita el discurso de Syngenta, Monsanto, Bayer, Basf y llama «ecofundamentalista» a quienes cuestionan a los transgénicos.

La Academia de Ciencias de Estados Unidos dictamina que los transgénicos son seguros, pero oculta los conflictos de intereses y los límites de su definición.

Un organismo de Naciones Unidas ex­culpa al glifosato de producir cáncer, pero esconde que los científicos evaluadores reciben financiamiento de las multinacio­nales del agronegocio.

Tres ejemplos recientes del lobby cien­tífico-empresarial, que intenta transfor­marse en portador de la verdad, a los científicos en obispos de la iglesia del siglo XXI.

Relato transgénico

Esteban Horacio Hopp, 63 años, es egresado del Colegio Nacional Bue­nos Aires y de la Universidad de Buenos Aires. Ingresó al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en 1977, donde actualmente es coordinador del Área Estratégica de Biología Molecular y Genéti­ca  Avanzada, docente de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y, según su curriculum, con «140 publicaciones científi­ca, tres patentes, 246 comunicaciones a congresos». El 22 de junio a las 8:17 reen­vió un correo electrónico a cientos de di­recciones de la Facultad de Ciencias Exac­tas de la UBA;

«Como parte de la campaña Transgéni­cos 20 años hoy estamos lanzando la pá­gina transgenicos20.argenbio.org Este material es la ‘columna vertebral’ de nuestra campaña. Les agradezco toda la difusión que puedan darle«.

El sitio es una gran propaganda de transgé­nicos, aunque con discurso científico y téc­nico. Ejemplo:

«¿Te preocupa comer algún producto derivado de cultivos transgénicos? ¿Pensás que los cultivos transgénicos no son seguros para el ambiente? Te contamos que ya pasaron 20 años de uso seguro y que la evidencia que apor­tan cientos de estudios científicos es contundente: los productos de la bio­tecnología agrícola son tan seguros co­mo sus contrapartes convencionales (no transgénicos)«.

Otro:

«No existe evidencia científica que condene a los transgénicos» y convoca a la acción: «El desafío es que todos los in­volucrados en el desarrollo de los culti­vos transgénicos derribemos mitos. Necesitamos la ciencia, la tecnología y la innovación para garantizar la seguri­dad alimentaria, mejorar la calidad de vida de las personas, cuidar el ambiente y la biodiversidad. ¡Ayúdanos a pasar el mensaje!»

La campaña es impulsada por Argenbio, organización de lobby científico-político fundada por las empresas Syngenta, Mon­santo , Bayer, Basf, Bioceres, Dow, Nidera y Pioneer, todas productoras de transgéni­cos y agroquímicos.

Intelectual orgánico

Hopp fue el impulsor y el represen­tante de INTA en la Comisión Na­cional de Biotecnología (Conabia) durante 17 años. Se define como «experto internacional en bioseguridad de OGM» (Organismos Genéticamente Modifica­dos), es decir, transgénicos.

No lo dice su currículum -de 38 pági­nas-, pero es conocido dentro del mundo académico y empresario como uno de los principales impulsores de los transgénicos en la década del 90, siempre con un dis­curso «apolítico, técnico y de la ciencia neutral». En 1991 fue uno de los creadores de la Conabia, el organismo estatal encar­gado de aprobar los transgénicos, y del marco regulatorio que requerían las em­presas para instalarse en Argentina para impulsar el modelo de agronegocios: transgénicos y agroquímicos.

Recibió el Premio Konex en 2003 y es, para el establishment científico, el símbo­lo del académico exitoso y reconocido.

En su currículum resalta, en la página 6, la «formación de discípulos», entre los que destaca como logros la promoción de profesionales que hoy trabajan en Syngenta, Monsanto y Novareis, entre otras corpora­ciones.

En la página 8 señala algunos de los convenios que firmó con empresas: otra vez aparecen las mismas compañías: Ni­dera, Cargill, Monsanto, BioSidus, Novartis, Bioceres. No encuentra conflicto de in­tereses en trabajar desde una institución del Estado (INTA) con -o para- grandes empresas del sector, para luego opinar co­mo científico «independiente» de los ne­gocios en juego.

Hopp suele ufanarse de su rol en la con­formación de la Conabia, aunque haya sido un ente de regulación opaco: sus integran­tes fueron secretos hasta 2014. Tuvieron que pasar 23 años para que la población pudiera confirmar que la Conabia está controlada por empleados de las mismas compañías que solicitan la aprobación de transgénicos:27 sobre 47 integrantes per­tenecen a las empresas transgénicas.

También la Conabia oculta que el Esta­do argentino no realiza estudios propios sobre las solicitudes de transgénicos y agroquímicos: toma como propias las «in­vestigaciones» de las mismas compañías que los producen y venden.

Este dudoso régimen de «control» y aprobación de transgénicos que Hopp contribuyó a implementar en tiempos del menemismo, establece que los estudios de aprobación son secretos. De este modo, Argentina autoriza una semilla de soja, maíz, algodón o papa y ningún otro cientí­fico, funcionario, ciudadano puede leer ese «estudio» para comprobar si afecta o no la salud y el ambiente.

Las respuestas

El correo electrónico de Esteban Hopp ocasionó réplicas de jóvenes acadé­micos e investigadores, que le res­pondieron y cuestionaron por la misma vía. Le recordaron que, luego de 20 años de mo­delo transgénico en Argentina, son visibles las consecuencias sociales, ambientales y sanitarias de lo que ha ocasionado. Incluso le señalaron que actuaba como publicista de las corporaciones del agro.

«Asombra la liviandad de argumentos vertidos en la propaganda de ArgenBio a 20 años de uno de los ‘experimentos’ más gran­des e impactantes de todos los tiempos en Argentina, decidido por un puñado de buró­cratas y fuera de la consulta y participación de todas las comunidades, vecinos, etc. que se vieron y se siguen viendo afectados por el mismo. Terrible que nos hagamos eco y fes­tejemos un evento así«, escribió a la lista de correos Martín Graziano, doctor en Ciencias Biológicas, investigador del Conicet e inte­grante del Departamento de Ecología, Genética y Evolución de la UBA.

Nicolás Lavagnino, doctor en Cencías Biológicas e investigador del Conicet, también se sumó al cruce de correos: «Te­niendo en cuenta el impacto negativo, de múltiples formas y sobre miles de perso­nas, que el modelo productivo y los trans­génicos aportan y aportaron a construir y constituir, cabe también incluir algunas voces que hablan en otros planos sobre es­te desastre«.

Otros investigadores señalaron que el sitio recomendado por Hopp es parte del marketing biotecnológico expandido a ni­vel mundial y que busca generar la idea de la existencia de consenso científico res­pecto a la seguridad de esta tecnología. También recordaron que ni en Argentina ni a nivel internacional existe ese consen­so de la comunidad científica: en enero de 2015 más de 300 científicos de todo el mundo firmaron una publicación en la que precisan que no hay consenso científico sobre la inocuidad de los transgénicos.

 Haydée Pizarro, doctora en Ciencias Bio­lógicas e investigadora del Corocet, solicitó que se tenga en cuenta la mirada ecológica. Afirmó que la situación por la generalización de plantas transgénicas es «alarmante y está más que registrada científicamente«. Destacó la pérdida de diversidad biológica y la poca sustentabilidad del modelo.

Hopp respondió: «Me sorprende que haya graduados universitarios de una Facultad de Ciencias que puedan sostener las cosas que se mencionan (…) Puedo entender que una organización ecofundamentalista tenga co­mo estrategia comunicacional confundir agroquímicos con transgénicos, por men­cionar algunas de las tantas barbaridades que se escriben con la intención de asustar«. Y acusó a los «ecofundamentalistas» de res­ponder a intereses «espurios de multinacio­nales«. «Consideramos que esta tecnología debe tener atrás una política científica de Estado sostenida, como la que tenemos con Lino (Barañao) y por eso hay que celebrar los 20 años de su adopción a gran escala en el país«, finalizó su correo.

Modelo global

La ciencia como brazo político, académico y de lobby de las empresas transgénicas y químicas es un fenómeno global. «La ciencia confirma que los transgénicos son inocuos para la salud», tituló el 19 de mayo el diario El País de España. «Avalan los cultivos transgénicos», señaló el diario La Nación de Argentina. Ambos destacaron que se trató de «la mayor revisión sobre el impacto de los organismos modificados genéticamente (OMG} que ha hecho la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos». La noticia fue repetida por «periodistas científicos», médicos con columnas en radios de alcance nacional y agencias de noticias.

El Observatorio de OGM (transgénicos) de Europa hizo lo que no realizaron los pe­riodistas: revisar el dictamen y los antece­dentes de los autores. «Existe un sesgo im­portante que conviene tener en cuenta al leer el documento. Es la relación de varios de sus miembros con importantes empresas biotecnológicas y sus organizaciones aso­ciadas, empezando por la propia directora del estudio, Kara Laney, que trabajó ante­riormente en la International Food & Agricultural Trade Policy Council (Consejo Inter­nacional de Alimentos y Agricultura, financiada por Monsanto); y la organización Food and Water Watch (Observatorio de Ali­mentos y Agua), puntualiza, además, las re­laciones laborales pasadas de al menos 12 de los 22 miembros «que han participado en el comité con las principales empresas biotec­nológicas mundiales u organizaciones fi­nanciadas por estas«.

El Observatorio recuerda que no existe consenso científico sobre los transgéni­cos. «La idea de que los alimentos transgénicos están analizados de una forma muy estricta y exhaustiva está muy extendida; sin embargo, los controles realizados en la actualidad tienen deficiencias no corregi­das, que el informe de la Academia de Es­tados Unidos señala«.

Precisa que los transgénicos «Bt» (resis­tentes a insectos) no son analizados por la EPA (Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos) sino por la propia empresa que solicita su aprobación. Lo mismo ocurre en la Unión Europea y su organismo regulatorio, la EFSA, que es la Autoridad de Seguri­dad Alimentaria. Otro hecho insólito: los es­tudios de aprobación de transgénicos no son publicados ni están disponibles para la co­munidad científica y el público general. «De hecho, el Comité (de la Academia de Ciencias de Estados Unidos) señala que ni siquie­ra ellos han tenido acceso a estos datos«, ex­plica el Observatorio de OGM de Europa.

La basura

La Agencia Internacional para la In­vestigaron sobre el Cáncer (IARC), ámbito especializado de la Organización Mundial de la Salud (OMS), confirmó la vinculación entre el herbicida glifosato y el cáncer. En marzo de 2015 afirmó que produce daño genético en hu­manos. Es la conclusión de un año de tra­bajo de 17 expertos científicos de once países. «Hay pruebas convincentes de que el glifosato puede causar cáncer en anima­les de laboratorio y hay pruebas limitadas de carcinogenicidad en humanos«. La eviden­cia «limitada» significa que existe una «asociación positiva entre la exposición al químico y el cáncer», pero que no se pueden descartar «otras explicaciones».

Con la nueva evaluación, el glifosato fue categorizado en el «Grupo 2A» (se­gundo en una escala de 1 a 5), que significa para la OMS: «Probablemente canceríge­no para los seres humanos«. La IARC-OMS afirmó que el herbicida «causó daño del ADN y los cromosomas en las células humanas» (tiene relación directa con el cáncer y malformaciones) y detalló que se detectó glifosato en agua, alimentos y en sangre y orina de humanos.

Monsanto, que siempre había utilizado a la OMS en su favor, acusó a la Agencia de Investigación sobre el Cáncer de hacer «ciencia basura». Y comenzó su lobby pa­ra contrarrestar el dictamen.

El 18 de mayo, el Comité Permanente de Plantas, Animales y Alimentos (PAFF) de la Comisión Europea tenía una reunión para decidir si extendía o no la licencia pa­ra utilizar en Europa el herbicida glifosato (que expiraba en junio). Dos días antes, la noticia circuló por agendas de noticias y medios de agronegocios: «Científicos de la FAO (Organismo para la Alimentación de Naciones Unidas) y OMS determinan como improbable que el glifosato repre­sente un riesgo cancerígeno«.

«Concluimos que es improbable que el glifosato cause un riesgo de cáncer a hu­manos mediante su exposición en la die­ta«, dictaminó la Reunión Conjunta sobre el control de plaguicidas de la Organiza­ción Mundial de la Salud y la FAO (JMPR, por sus siglas en inglés). La agenda de no­ticias Reuters lo distribuyó a nivel mundial y muchos medios replicaron la noticia acríticamente.

La primera advertencia la difundió Greenpeace. Confirmó que los máximos referentes del JMPR (que emitió el dicta­men), Alan Boobis y Angelo Moretto, per­tenecen a la organización ILSI, el Instituto Internacional de Ciencias de la Vida, uno de los grandes centros internacionales de lobby científico financiado por Monsanto, Dow Agrosciences, Bayer y Syngenta. Boobis y Moretto fueron director y codi-rector de esta «reunión extraordinaria» que sentenció en favor del glifosato.

Otro hecho que no aclaró la prensa es que el JMPR solo se refirió al riesgo del gli­fosato a través de la dieta: no evaluó la in­gesta vía respiratoria o contacto en la piel, en el ambiente, por las fumigaciones. Y que utilizó expedientes de las empresas que no están disponibles para los ciuda­danos, organizaciones sociales ni para científicos.

«Esta gente»

El  intercambio vía correo electrónico iniciado por Esteban Hopp se extendió durante cuatro días. Intervinieron una decena de investigado­res con argumentos académicos, interca­lados con chicanas y algunos agravios personales.

Ricardo Gürtler, investigador del Conicet, propuso una » jornada científica» donde se presenten las diferentes perspectivas y se pueda debatir. Irina Izaguirre, también de la UBA y Conicet ofreció la posibilidad de que su área de investigación lo organice y se presenten distintos enfoques.

Esteban Hopp respondió con un argu­mento poco científico: «Discutir con esta gente es como tratar de convencer de la teoría de la evolución a un adventista, los cuales también dicen que esta teoría es controversial y que no tiene consenso científico. No vale la pena. A esos los miro por televisión, y ni siquiera«.

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Revista MU, julio de 2016


Ciencia en acción: cómo seguir a los científicos e ingenieros a través de la sociedad (1987) de Bruno Latour, citado en El espejismo de la ciencia, Rupert Sheldrake.
Ciencia en acción: cómo seguir a los científicos e ingenieros a través de la sociedad (1987) de Bruno Latour, citado en El espejismo de la ciencia, Rupert Sheldrake.

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