A 70 años de Hiroshima y Nagasaki
Por Robert Jacobs, julio de 2015
The Asia-Pacific Journal, Vol. 13, Issue. 29, No. 1, July 20, 2015
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Introducción
El 1 de marzo de 1954, Estados Unidos probó la primera bomba de hidrógeno en el atolón de Bikini, en las Islas Marshall. La bomba desarrolló una potencia tres veces mayor que la que sus diseñadores habían supuesto que tendría (1). La lluvia radiactiva resultante de la explosión de la bomba era capaz de matar a un pescador situado a 100 kilómetros de distancia, de provocar daños en la salud a todas las personas situadas en un radio de cientos de kilómetros y de contaminar con altos niveles de radiación atolones enteros, obligando a desplazar a su habitantes, que nunca podrían volver a sus hogares. Si bien esta explosión se produjo en las Islas Marshall, las consecuencias de la misma han sido globales.
Todos hemos quedado sobrecogidos por la devastación causada por los ataques nucleares estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki, poco antes del final de la Segunda Guerra Mundial: las dos ciudades enteramente destruidas y provocando la muerte de miles de personas en menos de un segundo. Estos ataques han proyectado una oscura sombra sobre el futuro de la humanidad y de futuros ataques nucleares. Menos de diez años después, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética ya habían desarrollado armas nucleares, que en comparación con las primeras parecían pequeñas. Las armas termonucleares, o bombas H, como se las llama, eran miles de veces más potentes y con un potencial de matar millones de personas con cada detonación, muchas de las cuales se encontrarían lejos del lugar de la explosión y del alcance del calor producido por tal arma. Además, la radiación producida por estas armas termonucleares se extendería por todo el mundo, tanto al agua de los océanos como a la atmósfera, contaminando peces, aves y plantas, en lugares muy alejados de la explosión nuclear. Como muchos de estos radionucleidos estarían presentes durante miles de años, los peligros inherentes a las detonaciones termonucleares producirían un legado que aún no ha sido bien entendido. En Estados Unidos, que durante la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial, se debatía si entrar en unas guerras que sucedían lejos, ahora muchas personas han comprendido que una Tercera Guerra Mundial no sucedería allá lejos, sino que sólo podríamos hablar de un aquí: no habría lugar en la tierra para escapar de la letalidad ineludible de la radiación resultante (3). Una guerra termonuclear global no sería otra cosa que una guerra contra el mundo, en contra de la propia tierra.
La prueba Bravo y cambio en las concepciones sobre la contaminación radiológica
Después de los ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, Estados Unidos sostuvo que si bien las explosiones habían generado radiación, era algo no demasiado importante, ya que aquellas personas que se encontraban lo suficientemente cerca del lugar de la explosión habrían muerto por los efectos de ésta o por el calor generado. En una conferencia de prensa dada en 1945, en la que los periodistas visitaron el lugar de las pruebas nucleares de Trinity, en Nuevo México, el Director del Proyecto Manhattan, el general Leslie Groves, dijo a los periodistas que los estudios mostraban “que muy pocas personas murieron en Hiroshima como consecuencia de la radiación gamma, y que casi todas las muertes se debieron a la explosión, o por el intenso calor que se produjo instantáneamente” (5).
En septiembre de 1945, Wilfred Burchett, del diario londinense Daily Express, fue el primer periodista en llegar a Hiroshima (6). Burchett escribió que muchos de los supervivientes de la explosión y del calor morían por una especie de plaga atómica, es decir, por los efectos de la radiación, lo que se podría denominar “la enfermedad de las bombas atómicas” de Hiroshima y Nagasaki (7). Estados Unidos reconoció cierto impacto de la radiación en los supervivientes y en 1947 se creó la Comisión de los Siniestros de la Bomba Atómica (ABCC), para estudiar ( pero no para su tratamiento) los efectos en la salud a largo plazo de la exposición a la radiación en la población de los hibakusha ( supervivientes de las bombas atómicas) de Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, Estados Unidos censuró toda discusión sobre la radiación y los impactos radiológicos de sus ataques nucleares en Japón, durante el período de ocupación, y monopolizó los resultados de la investigación realizada por la ABCC durante décadas, negando a investigadores y médicos el acceso a los resultados del estudio (8).
El Gobierno de Estados Unidos siguió restando importancia a la amenaza de la radiación procedente de las armas nucleares. A pesar de que la Unión Soviética desarrolló armas nucleares en 1949 y Estados Unidos empezó a sentirse vulnerable ante un ataque soviético, el discurso estadounidense siguió enfatizando las consecuencias de la explosión y del calor de las armas soviéticas, minimizando la importancia de la radiación. De este modo evitaba la ansiedad en la gente y la posible oposición a las pruebas nucleares en el interior del territorio estadounidense, en Nevada, que comenzaron en 1951 en respuesta a las armas nucleares desarrolladas por los soviéticos. En el sitio de las pruebas nucleares de Nevada, las tropas que participaron en las maniobras atómicas, fueron aleccionadas, minimizando también los efectos de la radiación. “A decir verdad, la radiación es menos importante que otros efectos en lo que se refiere a los soldados que se encuentran sobre el terreno”, dijo un oficial de las Fuerzas Armadas a los participantes en Desert Rock VI. “Los edificios situados a un par de millas han sido destruidos y se pueden ver los efectos del calor a tres millas de distancia, pero los efectos de la radiación mortal son muchos menores” (9).
Estados Unidos estuvo utilizando los atolones situados al norte de las islas Marshall como lugar para la realización de pruebas de armas nucleares desde que expulsó de ellas a los japoneses y se las concediese formalmente el estatus de protectorado de las Islas Marshall por las Naciones Unidas después de la Segunda Guerra Mundial (11). Si bien el estatus era el de protectorado, Estados Unidos trató a las Islas Marshall como una colonia que utilizaría para la experimentación militar. Muchas personas que vivían en estas islas se vieron perjudicadas por las pruebas nucleares de Estados Unidos, incluyendo el desplazamientos de sus hogares, y viendo cómo sus alimentos quedaban contaminados por la radiación, sufriendo enfermedades y muerte al ser irradiadas directamente por la lluvia radiactiva. Rose Gottemoeller, Subsecretaria de Control de Armas y Seguridad Internacional, en su calidad de representante oficial del Gobierno de Estados Unidos en el 60º Aniversario de la prueba Bravo en la República de las Islas Marshall, dio las gracias a la gente de las islas por el sacrificio impuesto por Estados Unidos:
“El pueblo estadounidense recuerda lo que ocurrió aquí y honra las contribuciones históricas y actuales que el pueblo de las Islas Marshall ha hecho para ayudar a promover la paz y la estabilidad en el mundo. Para muchos de ustedes, que recordarán a los familias y seres queridos perdidos, estarán en sus pensamientos y en sus oraciones. Hoy honramos su memoria y sé que las palabras no pueden ir muy lejos para curar las heridas, pero esta nación ha tenido un papel muy importante para lograr un mundo más seguro para Estados Unidos y todo el mundo. Les doy las gracias” (12).
Sin embargo, la condición de protectorado no supuso ninguna protección para sus ciudadanos de las explosiones y de la radiactividad, dejando a Bikini ( ¿y otras islas?) inhabitables por siglos venideros.
Estados Unidos se refería al sitio donde realizaba las pruebas nucleares en la esquina noroeste de las islas Marshall como su “Terreno de Pruebas en el Pacífico”. A medida que fue desarrollando armas de fisión nuclear en la década de 1940 y posteriormente armas de fusión nuclear en la década de 1950, la Comisión de la Energía Atómica de Estados Unidos (CEA), asumió la política no declarada de no probar armas termonucleares en Nevada, ya que eran conscientes del peligro radiológico resultante (13). Estados Unidos nunca ha probado armas termonucleares en su territorio. Sólo el 14% de las pruebas con armas nucleares las ha realizado Estados Unidos en el Terreno de Pruebas del Pacífico. Sin embargo, este 14% representa el 80% de la potencia total de las armas nucleares probadas (14).
Los esfuerzos de Estados Unidos para evitar una mayor conciencia pública sobre los peligros de la radiación procedente de las armas nucleares tuvo éxito antes de la fabricación y de las pruebas que realizó a principios de 1950. La primera prueba termonuclear realizada por Estados Unidos fue la de en el atolón de Eniwetok , en 1952, que no fue motivo de preocupación pública porque fue capaz de mantener en secreto esta prueba (15). Sin embargo, después de la prueba Bravo de la serie Castle, en 1954, la escala de la devastación radiológica resultante fue tal, que trajo consigo una crisis humanitaria y fue un desastre de relaciones públicas para Estados Unidos. La bomba Bravo produjo una lluvia radiactiva de tal nivel, que según cálculos de la AEC en 1955, de haber explotado en Washington DC, se habría extendido siguiendo la dirección del viento hasta Baltimore, Filadelfia y Nueva York, convirtiéndose en inhabitables (16).
Esta lluvia radiactiva se extendió a sotavento del Atolón de Bikini contaminando miles de millas cuadradas. Dentro de esta área se localizaban decenas de atolones e islas, y un sinnúmero de barcos de pesca. El Ministerio de Salud y Bienestar de Japón estimó que el número de barcos era de 856, y el número de tripulantes expuestos más de 20.000 (18). Una embarcación en particular, la Daigo Fukuryu Maru ( conocida en inglés como Lucky Dragon), tiene importancia histórica porque la contaminación radiológica que causó en su tripulación minó la capacidad de Estados Unidos para ocultar los peligros de la lluvia radiactiva (19). El Daigo Fukuryu Maru estaba anclado a 100 kilómetros de distancia del punto donde hizo explosión la bomba atómica en el atolón de Bikini. Aproximadamente tres horas después de la detonación, empezó a caer ceniza, depositando una gruesa capa sobre el barco y la tripulación. Sin saberlo la tripulación, se trataba de cenizas altamente radiactivas procedentes de la prueba de Bravo. Cuando el barco regresó a puerto de Yaizu dos semanas más tarde, todos los miembros de la tripulación fueron hospitalizados y tratados de envenenamiento por radiación. Hasta que el Daigo Fukuryu Maru no estuvo de vuelta en Japón, Estados Unidos fue capaz de ocultar las consecuencias devastadoras de la prueba de Bravo. Sin embargo, debido a que estaba atracado en un puerto que no pertenecía a Estados Unidos, los síntomas de la radiación fueron diagnosticados rápidamente y la prensa japonesa informó con rapidez sobre el estado de la tripulación. Después se publicaron artículos en la presa internacional (20). Con estas informaciones, Estados Unidos perdió el control de la información sobre los efectos de la lluvia radiactiva.
Como he dicho en otra parte, fue este incidente el que trajo consigo que la palabra lluvia radiactiva fuese común en los medios de comunicación y en los culturales (21). Antes de la detonación de la prueba de Bravo, las consecuencias eran descritas en la prensa occidental como radiación residual, un término tomado de la jerga militar y científico. Había que distinguir, según este discurso, entre radiación sistemática, que no existía, y sólo una radiación simbólica que era la principal preocupación de un ataque nuclear. En publicaciones impresas, tanto para el personal militar estadounidense como para el público, se decía que la radiación residual era fácil de eliminar, sólo con una escoba, agua y jabón (22). Las cenizas que cayeron sobre la tripulación de la Diago Fukuryu Maru sólo era radiación residual… Si bien toda la tripulación sufrió envenenamiento por radiación, el operador de radio Kuboyama Aikichi murió poco más de seis meses después de haber estado expuesto a la radiación. Con la atención puesta por la prensa internacional, se hizo evidente lo que podría pasar de estar a una distancia de 100 kilómetros del lugar de detonación de un arma termonuclear, con tremendas consecuencias para la salud. No había manera de que la AEC diese otra interpretación a este hecho, de modo que perdió el control sobre la información. El interés público por conocer los efectos de la lluvia radiactiva fue creciendo en intensidad a lo largo de la década de 1950 (23).
Envenenamiento del mundo: la lucha contra la doctrina de la Guerra Nuclear y la radiación
Los diseñadores de las armas nucleares y el ejército estadounidense eran conscientes de los efectos de la lluvia radiactiva desde el principio de la construcción de las armas nucleares y de las primeras pruebas. Equipos de medición radiológica se dispusieron en torno al lugar de la prueba realizada en Trinity, la primera detonación de un arma nuclear, en Nuevo México el 16 de julio de 1945. Se detectó radiación en el sentido de la dirección del viento, pero determinaron que los niveles detectados no eran lo suficientemente importantes como para tomar medidas (24). El personal científico y técnico estadounidense que participó en la evaluación de las consecuencias de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, también fueron conscientes de la presencia de radiación residual en esas dos ciudades. En Horoshima se produjo una terrible lluvia negra.
Las pruebas nucleares de Estados Unidos en las Islas Marshall no comenzaron hasta 1954. Inmediatamente después del final de la guerra, Estados Unidos comenzó a preparar el terreno para continuar con las pruebas de armas nucleares (25). Estados Unidos evacuó a los residentes del atolón de Bikini en 1946 y llevó a cabo dos pruebas de armas nucleares durante la llamada Operación Crossroads. Estas fueron las primeras pruebas nucleares de la posguerra. La segunda de las pruebas de Crossroads, la prueba Baker, fue la primera detonación de un arma nuclear bajo el agua (26). El objetivo era determinar la eficacia de las armas nucleares para destruir buques de guerra. Mientras que las armas nucleares detonadas en la atmósfera tienden a dispersar la radiación residual a favor del viento, las pruebas submarinas concentran la radiación residual en el agua que se encuentra alrededor de la detonación. Esto dio como resultado unos inesperados altos niveles de radiación en la laguna del atolón de Bikini. Desde que se utilizaron muchos buques de guerra para llevar a cabo las pruebas y se emplearon unos 40.000 efectivos militares, muchos de los barcos concentraron altos niveles de radiactividad como consecuencia de utilizar el agua de la laguna para lavar los barcos. A medida que ascendía el nivel de radiación, las tropas tuvieron que abandonar los buques, impidiendo la realización de una tercera prueba que se tenía planeada (27).
La naturaleza insidiosa del riesgo radiológico impresionó profundamente a los analistas de las pruebas. En el informe final escrito en 1947 daba cuenta de los brutales efectos fisiológicos de las bombas, de modo que los planificadores militares tomaron nota de los efectos psicológicos unidos a los radiológicos de las armas nucleares, para así controlar a una nación:
3.- La prueba Baker confirmó que la detonación de una bomba cerca de un almacenamiento de agua ampliaba los efectos de la radiación, al quedar contaminado por los efectos de los productos de fisión, y se dispersaría por el viento a grandes áreas, lo cual tendría no sólo un efecto inmediato letal, sino que supondría un peligro a largo plazo por la contaminación de las estructuras por deposición de partículas radiológicas.
4.- No podemos crear una imagen mental adecuada de los múltiples desastres que pueden acontecer a una ciudad moderna afectada por una o más bombas atómicas, mucho más potentes que las de primera generación, y las subsecuentes nieblas radiactivas. De los supervivientes en las zonas contaminadas, algunos morirían por radiación al cabo de pocas horas, algunos al cabo de un día, y otros en años. Pero estas áreas, irregulares en forma y tamaño, dependiendo del viento y la topografía, no tendrían unos límites visibles. Los supervivientes no podrían estar seguros de no estar dentro del área contaminada, es decir, que unido al terror del momento, miles de personas vivirían con incertidumbre y con el miedo a la muerte (28).
Públicamente menospreciaban la letalidad de la radiación como arma, sin embargo, estos documentos secretos revelan que los planificadores militares estadounidenses eran conscientes desde muy temprano de los efectos físicos devastadores inmediatos y a largo plazo, así como del impacto psicológico de las consecuencias de una detonación nuclear (29).
Durante el desarrollo de la Guerra Fría, Estados Unidos llegó a depender principalmente de su armamento nuclear como fuerza disuasoria frente a la percepción de superioridad soviética en armas convencionales y número de soldados (30). Ambos presidentes, Truman y Eisenhower, amenazaron con utilizar las armas nucleares en la Guerra de Corea, e incluso las desplegaron en la región, pero consideraron inútil su uso en este conflicto (31). Allí y en Vietnam, Estados Unidos no dudó en enviar una gran cantidad de fuerzas y armas convencionales, algo difícil de llevar a cabo en Europa.
La detonación de su primera arma nuclear en Kazajstán a finales de 1949 por la Unión Soviética tuvo un efecto galvanizador en la planificación nuclear estadounidense (32). El principal de estos efectos fue el de concretar el apoyo de la Administración Truman para el desarrollo y producción de armas termonucleares. Fue fundamental para el desarrollo de estas armas el aumento espectacular en la producción de plutonio. En 1949, Truman afirmó que “nunca vamos a conseguir el control internacional… y que hay que ser superior en armamento atómico” (33). De nuevo en 1950, Truman apoyó el aumento en la producción de plutonio mediante la construcción de nuevas plantas de energía nuclear en la Reserva de Hanford en el estado de Washington: nueve centrales nucleares había en Hanford en 1963 y se duplicó la producción de plutonio (34). Con el tiempo, el aumento de la producción de plutonio impulsó el aumento del armamento nuclear estadounidense, y la asignación de los posibles objetivos nucleares.
El armamento nuclear estadounidense tenía tres focos diferentes: BRAVO, DELTA Y ROMEO. El objetivo de BRAVO era el de neutralizar la capacidad nuclear de la Unión Soviética; el de DELTA era el de destruir las infraestructuras de la sociedad soviética y su capacidad para emprender una campaña militar; y el objetivo de ROMEO era el de rechazar una incursión soviética en Europa Occidental. Los objetivos de DELTA eran sobre todo el de degradar la capacidad del enemigo en la producción industrial y de todas aquellas formas de apoyo social e industrial a la actividad militar (35). De los tres protocolos que formaban parte de DELTA, hicieron mayor hincapié en el uso de la radiación y los incendios. Los protocolos de ROMEO también hacían uso de la radiación y los incendios, pero estaba limitada su utilidad debido a la presencia de tropas amigas en los mismos campos de batalla y en la necesidad de mantener territorios focalizados en el curso de la guerra. No veían ningún inconveniente en los daños causados por los incendios ni por la contaminación radiológica a largo plazo en muchos de los objetivos de DELTA.
Estados Unidos nunca utilizó la lluvia radioactiva como mecanismo para encauzar la batalla, porque era difícil prever la propagación de la lluvia radioactiva. En las orientaciones estratégicas se consideraba la lluvia radioactiva como un efecto añadido, como también lo fueron los incendios que se producirían por el calor de la detonación (36). Sin embargo, es bien conocido que los estrategas nucleares sabían de la tremenda letalidad añadida por la radiación.
El reconocimiento de la capacidad de la lluvia radioactiva para producir daños en la salud o para matar a una parte significativa de la población en zonas a sotavento, era un aspecto fundamental de los objetivos de DELTA. Durante los ensayos realizados en 1948 por Estados Unidos, se experimentó con la detonación de bombas más cerca del suelo que en las detonaciones de Hiroshima y Nagasaki, buscando un aumento considerable en los niveles letales de lluvia radioactiva (37). Podemos comprobar como esto llevó a los targeteers ( término militar para referirse a los oficiales de inteligencia encargados de marcar los objetivos en caso de iniciar un ataque) a destacar el papel de la lluvia radioactiva, incluso antes de que la capacidad de las armas termonucleares se integrara en la estrategia, según un Informe redactado, después de una sesión de información del personal de alto rango del Ejército estadounidense, por Strategic Air Command (SAC) en marzo de 1954, al tiempo que se desarrollaba el proyecto BRAVO en las Islas Marshall. El capitán William B. Moore, Asistente Ejecutivo del Director de la División de Energía Atómica de la Armada de Estados Unidos, escribió a sus superiores sobre el plan óptimo del Comando Aéreo Estratégico para atacar a la Unión Soviética: “La SAC ha estimado establecer un ataque bajo estas condiciones: de 660 a 750 bombas dirigidas a Rusia desde diferentes direcciones a fin de golpear de forma simultánea su escudo de alerta temprana. Se necesitarían alrededor de 2 horas desde el lanzamiento para que las bombas alcanzasen su objetivo…”. Moore concluye: “La impresión final es que prácticamente toda Rusia sería papel de fumar, una ruina total después de dos horas” (38).
Cuando el general Curtis LeMay asumió el cargo de Comandante del Comando Aéreo Estratégico, creado en 1948, su objetivo inicial fue el de construir una fuerza capaz de lanzar el 80% del arsenal nuclear de Estados Unidos de forma simultánea contra la Unión Soviética, en dos horas (39). A finales de la década de 1950, con el aumento del arsenal nuclear de Estados Unidos y el incremento de los planes de la SAC, se fijaron el propósito de garantizar la destrucción del 97% de los 200 primeros objetivos (DGZ: designación de la zona cero) y el 93% de los siguientes 400 objetivos. La planificación de la SAC suponía que para conseguir un nivel comparable de destrucción de los objetivos soviéticos que se había conseguido con el arma nuclear que se detonó en Hiroshima, de entre 13 a 16 kilotones, serían necesarias armas nucleares de 300 a 500 kilotones. El almirante Harry Felt, a cargo del Comando del Pacífico de la Armada de Estados Unidos en ese momento, comentó que de llevarse a acabo el plan de la SAC tal y como había sido diseñado habría que estar “más preocupados por el daño de la radiación residual resultante de nuestras propias armas que por las del enemigo” (40).
Se produjo un retroceso en las intenciones y las estrategias militares promovida por la SAC. Este retroceso se debió en buena medida a las rivalidades entre los diferentes servicios y el resentimiento por el gran presupuesto destinado al Comando Aéreo Estratégico frente al resto del Ejército. A finales de la década de 1950, con el aumento de la capacidad nuclear de la Unión Soviética, se vio claramente que la presencia en superficie de los bombarderos nucleares los convertía en un blanco fácil en caso de ataque soviético. El Ejército de Tierra y la Marina presionaron para que la fuerza nuclear se distribuyese entre las tres áreas del Ejército y no solamente en la Fuerza Aérea. En 1957, el Jefe del Estado mayor y el Jefe de Operaciones de la Marina “hicieron su análisis personal sobre las necesidades de armamento de alto rendimiento, centrándose en la radiación y las consecuencias de la aplicación del plan de guerra SAC” (41). Presentaron sus conclusiones al Presidente Eisnenhower en un Informe titulado Proyecto BUDAPEST. En el Informe se afirma que “ahora que una mayor cantidad de armas se han asignado a diferentes objetivos para provocar el daño previsto por el JSCP (Plan Conjunto de Capacidades Estratégicas), la radiación y la lluvia radiactiva resultantes serían muy peligrosas e innecesariamente altas” (42).
Sin embargo, estas críticas no supusieron una reducción significativa del armamento nuclear ni en la planificación estratégica de la guerra ni en la selección de objetivos. Apenas unos días después de que el Presidente John Kennedy asumiera el cargo a principios de 1961, un bombardero de la SAC (Comando Aéreo Estratégico) explotó sobre Carolina del Norte, llevando 39 armas termonucleares, cada uno de las ellas con una potencia de 4 MT (megatones). En el accidente, una de las bombas cayó a tierra, fallando cinco de los seis mecanismos de seguridad (43). El Secretario de Defensa, Robert MacNamara, se sorprendió de lo cerca que estuvo Estados Unidos de provocar una detonación termonuclear en su propio territorio, de modo que se llevó a cabo una revisión de los protocolos de armas y planes estratégicos. Luego supo de los numerosos accidentes con armas nucleares (flechas rotas), y la falta de un control centralizado del arsenal por parte de la Oficina del Presidente. McNamara visitó la sede de la SAC en Omaha, Nebraska, para recibir un Informe del Comandante Thomas Powers sobre la SIOP (Plan Operacional Único Integrado), recientemente creada, que coordinaría los ataques nucleares de las diferentes ramas del servicio en un solo plan coherente de ataque (44). McNamara recibió una detallada explicación de los objetivos señalados por las sucesivas oleadas de ataques nucleares planeados contra la Unión Soviética. La primera oleada sería realizada por los objetivos de BRAVO, centrándose en los activos estratégicos soviéticos, mientras que la segunda oleada se centraría en los objetivos de DELTA, dirigidos a centros urbanos soviéticos. Cuando se dio cuenta de las consecuencias de los dos programas de ataques, McNamara se mostró visiblemente conmocionado al ver que prácticamente la totalidad de la superficie de la tierra soviética estaría cubierta por niveles letales de lluvia radiactiva y del número de bajas estimadas entre la población soviética, china y orientales: 350 millones de personas (45).
Un simple vistazo a esta estrategia militar daba cuenta de un planeta cubierto de lluvia radiactiva, algo que formó parte de los discursos políticos de 1956, cuando el testimonio a puerta cerrada del General James Garvin, Jefe de Investigación y Desarrollo del Ejército ante la Subcomisión de la Fuerza Aérea del Comité del Senado sobre Servicios Armados, en julio de ese año, se hizo público.
El General Garvin comentó a los miembros de Comité que si la Unión Soviética atacaba a Estados Unidos con armas nucleares, “la represalia estadounidense contra Rusia extendería la muerte por radiación a Asia, incluidos Japón y Filipinas. O si los vientos soplaban en otra dirección, un ataque contra Rusia podría llegar a matar a cientos de millones de europeos, incluyendo… la mitad de la población de las Islas Británicas” (46).
La planificación táctica de la muerte de cientos de millones de personas en el país atacado y otras decenas de millones debido a la radiación transportada por el viento, fue algo que se comprendió 20 años después del desarrollo de las primeras armas nucleares y dos años después de la construcción de las armas termonucleares. En las dos décadas siguientes se mejorarían los sistemas de administración de las armas nucleares, siendo colocadas en las puntas de los misiles balísticos intercontinentales, que daba la capacidad de atacar objetivos situado al otro del mundo en menos de una hora; y luego se desarrollo el MIRV’d ( Múltiples Vehículos de Reingreso Apuntando por Separado) – que daba a cada misil el potencial de llevar hasta catorce armas nucleares, cada una de las cuales podía apuntan a objetivos distintos (48). En 1945, después de los ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, muchas personas de todo el mundo comenzaron a preocuparse de que las armas nucleares pudieran destruir la vida sobre la tierra. A finales de la década de 1950, este miedo se utilizó como un componente esencial en la planificación de la guerra nuclear.
Conciencia sobre los ecosistemas y de una tierra herida
He escrito anteriormente sobre cómo los ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki crearon una conciencia sobre la tierra totalmente nueva (49). La posibilidad de una III Guerra Mundial, una repetición de la Primera y Segunda Guerra Mundial pero con armas nucleares, dio lugar a una visión distinta de la tierra, como objetivo y víctima de esas armas y de esa guerra. Por primera vez en la historia del mundo era posible imaginar que cientos de millones de personas de cualquier procedencia fueran víctimas, y que no se pudiese hablar de un ganador que saborease la victoria.
La idea de la tierra como víctima implica una nueva concepción de la tierra como algo que puede ser herido, y por lo tanto, como algo que está vivo. Mientras que mucha gente ha llegado a ser consciente de los peligros de la contaminación radiológica, y el grado de contaminación al que hemos llegado fruto de los programas de pruebas nucleares llevadas a cabo por varios Estados, la conciencia de los daños en los ecosistemas por la propagación de la radiación ha surgido independiente de la posibilidad de una guerra nuclear. Esto empezó a comprenderse tras comprobar las consecuencias de la Prueba Bravo.
Cuando el barco Daigo Fukuryu Maru entró en el puerto de Yaizu, la gente se enteró de que la lluvia radiactiva podía provocar daños en la salud e incluso matar a las personas situadas a 100 kilómetros de distancia de la detonación, dejando claros los aspectos más letales de una sola arma nuclear. Poco a poco, los daños adicionales de la radiación procedente de la Prueba Bravo, se fueron mostrando: la tripulación del barco tuvo que ser hospitalizada como consecuencia de los daños sufridos por la radiación y que el pescado que habían capturado estaba contaminado; ese pescado no podía llegar al mercado.
Los inspectores de seguridad pública comenzaron a medir los niveles de radiactividad en el atún. Se controlaron los suministros de atún en los mercados de pescado fresco, como el de Tsukiji en Tokio, donde se encontraron una cantidad significativa de peces que dieron positivo en los niveles de radiación. En todo Japón se enterró el atún capturado en hoyos que se hicieron a tal efecto. El pescado radioactivo procedente del Pacífico se encontró en numerosos mercados. En julio de 1954, se envió a un equipo de investigadores japoneses al Atolón Bikini, en las Islas Marshall, lugar de procedencia de la mayor parte del atún que se consumía en Japón, y encontraron que el atún estaba seriamente contaminado. Los Informes sugerían de la extensión de la zona afectada por la radiación: en octubre de 1954, en una captura de pescado que llegó a Yokohama procedente de una zona situada a 1000 millas al noreste de las Islas Marshall, 1 de cada 10 peces dio unos altos niveles de radiactividad. En el mes de noviembre, dos toneladas de atún capturadas en las costas de Australia resultaron estar altamente contaminadas al medir con los contadores Geiger en uno de los cinco puertos donde se realizó la medición (50). El hecho de que los peces contaminados se encontraran en una amplia zona de la Cuenca del Pacífico, y que los tripulados hubieran sufrido los efectos de la lluvia radioactiva, como los del Daigo Fukuryu Maru, dejó claro que una vez que estos radionucleidos entraban en los ecosistemas no permanecían en el lugar donde se inició la contaminación, sino que se movían a través del agua y del viento.
Al mismo tiempo que aparecieron los Informes sobre la enfermedad de la tripulación del Daigo Fukuryu Maru y de la contaminación de cientos de islas de las Islas Marshall, otras noticias daban cuenta en Estados Unidos sobre la lluvia radioactiva a sotavento procedente de las pruebas nucleares realizadas en Nevada. Una mañana de 1954, en una clase de radioquímica en el Instituto Politécnico Rensselaer en Troy, Nueva York, alguien se dio cuenta de que los contadores Geiger registraban unos niveles inusualmente altos. El profesor y los estudiantes apreciaron que los contadores alcanzaban unos niveles extremos. Los científicos de la AEC determinaron que la radiación procedía de una nube radioactiva provocada por el ensayo de un arma nuclear en Nevada, que había explotado dos días antes de registrar aquellos niveles de radiación (52). En 1955, el Dr. Ray Lanier, Jefe del Departamento de Radiología de la Universidad de Colorado, y el Dr. Theodore Puck, Jefe del Departamento de Biofísica del centro, emitieron una declaración pública a través de la Associated Press (AP), en la que se describía cómo se habían disparado los niveles de radiación en Colorado unas pocas horas después de la prueba nuclear realizada en Nevada: “El problema con el polvo radioactivo es que lo respiramos, donde puede entrar en contacto con los tejidos de los pulmones”, dijo Puck a un reportero de la AP (53).
En contra del discurso oficial del Gobierno de Estados Unidos de que no había motivo de preocupación por el aumento de los niveles de radiactividad, en todo el país científicos y economistas comenzaron a publicar los datos recogidos fuera de los laboratorios de la AEC. El más importante de estos estudios fue el famoso “Estudio de los dientes de leche”, realizado por el patólogo Walter Bauer, de la Escuela Universitaria de Medicina de Washington, en San Louis, el fisiólogo y activista Barry Commoner y el Dr. Alfred Schwatz, un pediatra de San Louis. En este estudio se analizaron los dientes de leche que voluntariamente se habían enviado al Comité de Información Nuclear y que la Universidad de Washington se encargó de su estudio en lo que respecta a su contenido en estroncio-90 . Pues bien, se encontró que el nivel de estroncio-90 en los dientes de los niños que nacieron a finales de los años 50 y principios de los sesenta, contenían un promedio de 14 veces más estroncio-90 que los niños que habían nacido 10 años antes. Los activistas antinucleares, al conocer estos datos, aumentaron sus críticas por los temores y peligros de la lluvia radiactiva procedente de los ensayos nucleares, que se llevaban a cabo en Estados Unidos y otros lugares, como la Unión Soviética y las Islas del Pacífico, a razón de decenas al año, la mayor parte de las cuales se realizaron en los años 1950 y principios de los sesenta (54).
La Corporación RAND realizó un estudio similar, pero en secreto, por encargo de la Comisión de la Energía Atómica de Estados Unidos, y denominado Proyecto Sol. Se analizaron los dientes, los huesos y cenizas de los cuerpos cremados de cadáveres de todo el mundo (55). Cuando el estudio comenzó a mediados de 1950, documentos secretos han revelado que el Comisionado de la AEC Willard Libby dijo: “Si alguien sabe cómo conseguir cuerpos… es una buena forma de servir a su país” (56). En Australia se recogieron los dientes y los huesos de 22.000 personas, sin su permiso, para comprobar el alcance de la lluvia radiactiva en el Hemisferio Sur. Los resultados fueron consecuentes con el estudio de los dientes de leche de los bebés: se había producido un aumento de los radionucleidos en los cuerpos de seres vivos después del uso de las armas nucleares (57).
En septiembre de 1961, ,en medio de la crisis de Berlín, la Unión Soviética renunció a la moratoria de pruebas nucleares que había acordado con Estados Unidos y el Reino Unido, que habían cancelado los ensayos nucleares por parte de estos tres países en noviembre de 1958. Así las pruebas comenzaron de nuevo con una intensidad febril, realizando Estados Unidos más de 96 ensayos de armas nucleares en 1962 (58). Profundamente preocupado por la reanudación de los ensayos de armas nucleares, el grupo antinuclear SANE, fundado el 1957 y actualmente conocido como Acción por la Paz), utilizó los datos del estudio sobre los dientes de leche para realizar una serie de impactantes anuncios. Lo que hacía a estos anuncios tan poderosos era que, en un momento en el que se empezaban a notar las consecuencias radiológicas en todo el mundo, se proclamaba que no había lugar en la tierra donde poder evitarla y, sobre todo, donde los niños estuviesen a salvo de esta amenaza (59).
SANE publicó un anuncio con una foto y la declaración del Dr. Benjamin Spock, una respetada figura pública y autor de un famoso libro sobre la crianza de los hijos (60). Spock tenía una autoridad incuestionable en Estados Unidos sobre temas de salud de los niños, y su participación en el anuncio hizo que se reimprimiese en más de 700 publicaciones después de su aparición por primera vez en The New York Times. SANE también publicó otro anuncio en que se mostraba una botella de leche con una etiqueta en la que aparecía el símbolo de veneno ( para reflejar la trayectoria principal de yodo radiactivo 131 en el cuerpo a través de los productos lácteos), y otro anuncio que reflejaba directamente los resultados del estudio de los dientes de leche, en el que se decía: “Los dientes de sus hijos contienen estroncio-90” (61).
Más o menos por ese mismo tiempo, Rachel Carson publicó su libro de referencia, “Primavera Silenciosa”. Carson argumentaba que el uso generalizado e indiscriminado de pesticidas, como el DDT, mataba a las aves y la civilización humana corría el riesgo de convertirse en responsable de la desaparición de todas las aves. Carson sugería que en el futuro unas primaveras silenciosas. El libro de Carson reforzó la idea ya emergente de las nuevas amenazas de la tecnología en la sociedad humana, con un impacto global (63).
Las nuevas investigaciones, la creación de una nueva conciencia y el activismo, todo ello crecería a lo largo de los años 1960 y 1970. La idea de la tierra como un ecosistema renace en la década de 1980 en torno a un concepto articulado por el científico británico James Lovelock. El libro de Lovelock, Gaia: una nueva visión de la vida en la Tierra, proporcionó un marco científico para ese sentir emergente de que la tierra era un ser vivo (64). Lovelock había trabajado en la NASA a mediados de los años 1960 y formó parte de un equipo que trabajó en la definición de vida, para así crear un marco para evaluar cualquier forma de vida que se pudiera descubrir en la Luna, Marte o en posteriores exploraciones espaciales. En el proceso del diseño de criterios para tal determinación, Lovelock volvió su mirada hacia la tierra y llegó a la conclusión de que, esencialmente, la tierra actúa como un organismo autorregulador. A sugerencia de su amigo y vecino, el novelista ganador el Premio Nobel, William Golding, Lovelock nombró a este organismo con el nombre de Gaia. Este sencillo encuadre permitió establecer un medio para describir y comprender el concepto de que la tierra era un ecosistema que se ve afectado en su conjunto por la contaminación con productos químicos tóxicos y radionucleidos. Las imágenes de la Tierra vista desde el espacio fue tal vez el icono visual de más resonancia durante la Guerra Fría, y que ahora tomaba el nombre de la mitología griega (65).
Conclusión
Las pruebas nucleares atmosféricas de la bomba de hidrógeno hizo visible, como no se había hecho antes, la naturaleza interconectada de los ecosistemas terrestres. Del mismo modo que la medicina radiológica se administra a un paciente para ver sus órganos internos, el movimiento de los radionucleidos a través del ecosistema reveló esa interrelación sistémica que antes era invisible. La lluvia radiactiva creció en la atmósfera debido a las pruebas de armas termonucleares y sus consecuencias se dejaron sentir en otras partes muy alejadas del mundo. Los ensayos de armas nucleares en el Pacífico provocaron la contaminación del pescado al otro lado del océano y en toda la Cuenca del pacífico. A finales de la década de 1950, ya estaba claro que cualquier persona podía verse afectada de estallar una guerra termonuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. El campo de batalla sería la propia tierra, y la gente de todas las naciones, tanto si estaban en guerra como si no, serían las víctimas. Esto tuvo algunas consecuencias positivas. Una gran parte del movimiento ecologista surgió en los años 1960 y 1970, construido sobre la visión de la conciencia de la naturaleza global de la amenaza de la lluvia radiactiva. Con las Pruebas Bravo surge esta conciencia humana (66).
Esta es una versión ampliada de un artículo publicado por primera vez en Hiroshima Peace Research Journal, vol. 2 (2015):77-96.
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Robert Jacobs es profesor asociado en el Instituto de la Paz de Hiroshima de la Universidad de la ciudad de Hiroshima y colaborador de Asia-Pacific Journal. Es autor de La cola del dragón: cómo los estadounidenses se enfrentan a la Era Atómica (2010), editor de Filling the Hole in the Nuclear Future: Art and Popular Culture Respond to the Bomb (2010), y coeditor de Images of Rupture in Civilization Between East and West: The Iconography of Auschwitz and Hiroshima in Eastern European Arts and Media (forthcoming 2015). Su libro La cola del dragón, está disponible en japonés, por Gaifu. Es investigador principal del Proyecto Global Hibakusha.
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Cita recomendada: Robert Jacobs: “El Ensayo Bravo: vida y muerte del ecosistema global en el Antropoceno temprano”, Asia-Pacific Journal, Vol. 13, Número 29, N ° 1 20 de julio de 2015.
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Artículos relacionados:
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• Sawada Shoji, Scientists and Research on the Effects of Radiation Exposure: From Hiroshima to Fukushima
• Masuda Yoshinobu, From “Black Rain” to “Fukushima”: The Urgency of Internal Exposure Studies
• Robert Jacobs, Radiation as Cultural Talisman: Nuclear Weapons Testing and American Popular Culture in the Early Cold War
• Robert Jacobs, Mick Broderick, Nuke York, New York: Nuclear Holocaust in the American Imagination from Hiroshima to 9/11
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Referencias:
1 Richard G. Hewitt and Jack M. Holl, Atoms for Peace and War, 1953-1961: Eisenhower and the Atomic Energy Commission (Berkeley: University of California Press, 1989): 174.
2 Toshihiro Higuchi, “Atmospheric Nuclear Weapon Testing and the Debate on Risk Knowledge in Cold War America,” in, J. R. McNeill and Corinna R. Unger, eds., Environmental Histories of the Cold War (Cambridge: Cambridge University Press, 2010): 301-322.
3 This theme can be seen in mainstream popular culture texts by the end of the 1950s. The book, and then Hollywood film On the Beach depicted isolated survivors of a global nuclear war in Melbourne, Australia awaiting the inevitable arrival of lethal levels of radiation. See, Nevil Shute, On the Beach (New York: William Morrow and Co., 1957); On the Beach, dir. and prod. Stanley Kramer *(United Artists, 1959).
4 Kunkle, Thomas and Byron Ristvet, Castle Bravo: Fifty Years of Legend and Lore: A Guide to Offsite Radiation Exposures. DTRIAC SR-12-001. Kirtland, NM: Defense Threat Reduction Agency, 2013: 54.
5 “Tell How Atom Bomb Turned Sand to Glass,” Chicago Daily Tribune (September 12, 1945): 1.
6 Richard Tanter, “Voice and Silence in the First Nuclear War: Wilfred Burchett and Hiroshima,” The Asia-Pacific Journal (August 11, 2005).
7 Wilfred Burchett, “The Atomic Plague: I Write this as a Warning to the World,” Daily Express (Sept. 5, 1945), p. 1. American journalist Amy Goodman has long advocated stripping the New York Times and its reporter William Laurence of their 1946 Pulitzer Prize for reporting about the bombings of Hiroshima and Nagasaki since Laurence was at the time on the Pentagon payroll and should be viewed as a military spokesperson rather than as a journalist. See Amy Goodman, “Hiroshima Cover-up: Stripping the War Department’s Timesman of his Pulitzer,” Democracy Now! (August 5, 2005) (accessed October 17, 2015). See also, Beverly Ann Deepe Keever, News Zero: The New York Times and the Bomb (Monroe, ME: Common Courage Press, 2004).
8 Susan Lindee, Suffering Made Real: American Science and the Survivors at Hiroshima (Chicago: University of Chicago Press, 1994): 17-55, 143-165.
9 United States, Army Pictorial Center, “The Atom Soldier,” The Big Picture (1955). This episode of the popular U.S. Army television show was filmed at the Nevada Test Site in January 1955 during Operation Teapot. The deceit in this statement is around what constitutes “fatal” in gamma levels. In Hiroshima and Nagasaki those within one mile experienced gamma ray doses that would lead to death within hours or days. Those beyond one mile still experienced levels that could be fatal, but in weeks or months.
10 Ibid.
11 Holly M. Barker, Bravo for the Marshallese: Regaining Control in a Post-Nuclear, Post-Colonial World (Belmont, CA: Wadsworth, 2004): 17-20.
12 Rose Gottemoeller, “Remarks at the Republic of Marshall Islands Nuclear Remembrance Day” (March 1, 2014) The anniversary of the Bravo test, March 1st, is a national holiday in the Republic of the Marshall Islands known as Nuclear Victims and Survivors Remembrance Day.
13 Barton C. Hacker, Elements of Controversy: The Atomic Energy Commission and Radiation Safety in Nuclear Weapons Testing, 1947-1974 (Berkeley: University of California Press, 1994): 180-184.
14 Malgosia Fitzmaurice, Contemporary Issues in International Environmental Law (Northampton, MA: Edward Elgar Publishing, 2009): 154.
15 Fission weapons are based on the principle of splitting an atom and releasing the energy in the nucleus. Fusion weapons mimic the physical process by which stars burn nuclear fuel and fuse two atoms together. Fission weapons are often referred to as A-bombs, while fusion weapons are referred to as H-bombs, or thermonuclear weapons. Thermonuclear weapons are thousands of times more powerful than fission bombs.
16 Atoms for Peace and War, 1953-196, 182.
17 Richard J. Hewlett and Jack M. Holl, Atoms for Peace and War, 1953-1961: Eisenhower and the Atomic Energy Commission (Berkeley: University of California Press, 1989): 181.f an article first published in the of an article first published in targets before an attack)ng Ground, however this 14% accou
18 Mark Schreiber, “Lucky Dragon’s Lethal Catch,” The Japan Times (March 18, 2012) (accessed July 16, 2015): Samuel Glasstone, ed., The Effects of Nuclear Weapons (Washington DC: US Government Printing Office, 1962): 460-64; «‘Missing’ Documents Reveal 1954 U.S. H-bomb Test Affected 556 More Ships,»Mainichi Shimbun (September 20, 2014) (accessed 28 October 2014).
19 Ralph Lapp, The Voyage of the Lucky Dragon (New York: Harper and Brothers, 1957).
20 Lapp, The Voyage of the Lucky Dragon; Oishi Matashichi, The Day the Sun Rose in the West: Bikini, The Lucky Dragon, and I (Honolulu: University of Hawaii Press, 2011).
21 Robert Jacobs, The Dragon’s Tail: Americans Face the Atomic Age (Amherst, MA: University of Massachusetts Press, 2010): 30.
22 See for example, “Warship Showers Off ‘Fallout,’” Popular Science (January 1957): 151.
23 Jacob Hamblin, “‘A Dispassionate and Objective Effort:’ Negotiating the First Study on the Biological Effects of Atomic Radiation,” Journal of the History of Biology 40 (2007): 147-177.
24 A. Constandina Titus, Bombs in the Backyard: Atomic Testing and American Politics (Reno: University of Nevada Press, 1986): 17-18.
25 Bravo for the Marshallese, 17-19.
26 Jonathan M. Weisgall, Operation Crossroads: The Atomic Tests at Bikini Atoll (Annapolis: Naval Institute Press, 1994).
27 David Bradley, No Place to Hide (Boston: Little, Brown and Company, 1948).
28 “The Evaluation of the Atomic Bomb as a Military Weapon,” June 30, 1947. JCS 1691/3, 57-89.
29 Jacobs, The Dragons Tail, 84-98.
30 Gregg Herken, Counsels of War (New York: Alfred A. Knopf, 1984): 103.
31 Robert Jacobs, “Military Nationalism and Nuclear Internationalism in Asia,” in Jeff Kingston, ed., Asian Nationalisms (New York: Routledge Press, 2015) forthcoming.
32 David Holloway, Stalin and the Bomb: The Soviet Union and Atomic Energy, 1939-1956 (New Haven: Yale University Press, 1994): 213-223.
33 Department of State, FRUS, 1949 Vol. I, National Security Affairs, Foreign Economic Policy (Washington, D.C.: U.S. Government Printing Office, 1976): 481-482.
34 Michele Stenehjem Gerber, On the Home Front: The Cold War Legacy of the Hanford Nuclear Site (Lincoln, NE: University of Nebraska Press, 1992), pp. 31-53.
35 David Rosenberg, «The Origins of Overkill: Nuclear Weapons and American Strategy, 1945-1960,” International Security 7:4 (Spring 1983): 16-17.
36 Lynn Eden has written a devastating critique of leaving out assessments of the fires created from nuclear detonations and war planning in, Lynn Eden, Whole World on Fire: Organizations, Knowledge, and Nuclear Weapons Devastation (New Delhi: Manas Publications, 2004).
37 Herken, Counsels of War, 62.
38 Quoted in David Rosenberg, «A Smoking, Radiating Ruin at the End of Two Hours: Documents on American War Plans for Nuclear War with the Soviet Union, 1954-55,” International Security 6:3 (Winter 1981/82): 25.
39 Rosenberg, «The Origins of Overkill,” 19.
40 Ibid., 7.
41 Ibid., 51.
42 Ibid., 51.
43 Eric Schlosser, Command and Control: Nuclear Weapons, the Damascus Accident and the Illusion of Safety (New York: Penguin Press, 2013): 245-7.
44 Peter Pringle and William Arkin, SIOP: The Secret U.S. Plan for Nuclear War (New York: W.W. Norton, 1983); Lawrence Freedman, The Evolution of Nuclear Strategy (New York: St. Martin’s Press, 1981): 245.
45 Counsels of War, p. 138. See also, Fred Kaplan, The Wizards of Armageddon (Stanford: Stanford University Press, 1983): 270-2.
46 Atoms for Peace and War, 345.
47 Morrison, Philip and Paul Walker. “A Primer of Nuclear Warfare.” In, Jack Dennis, ed. The Nuclear Almanac: Confronting the Atom in War and Peace. Reading, MA: Addison-Wesley Publishing Company, 1983): 153.
48 Herbert York, Race to Oblivion: A Participant’s View of the Arms Race (New York: Simon and Schuster, 1970): 75-105, 173-187.
49 Jacobs, The Dragon’s Tail, pp. 1-11; Robert Jacobs, «Whole Earth or No Earth: The Origins of the Whole Earth Icon in the Ashes of Hiroshima and Nagasaki,” The Asia-Pacific Journal Volume 9, Issue 13, Number 5 (28 March 2011)
50 William Souder, On a Farther Shore: The Life and Legacy of Rachel Carson, Author of Silent Spring (New York: Crown, 2012), pp. 233-34; “Radioactive Fish May Move Over Wide Area of Pacific,” Sydney Morning Herald (25 November 1954): 2; Spencer R. Weart, The Rise of Nuclear Fear (Cambridge: Harvard University Press, 2012): 98-9.
51 Sevitt, S. «The Bombs,» The Lancet 269 (July 23, 1955): 199-201. Map drawn by Y. Nishiwaki.
52 The event happened in 1953 but was not publicly reported until 1954. See, Herbert Clark, «The Occurrence of Unusually High-Level Radioactive Rainout in the Area of Troy, N.Y.,” Science (May 7, 1954): 619-22.
53 Richard L. Miller, Under the Cloud: The Decades of Nuclear Testing (The Woodlands, TX: Two-Sixty Press, 1991), p. 197; see also, Harvey Wasserman and Norman Solomon, Killing Our Own: The Disaster of America’s Experience with Atomic Radiation (New York: Dell, 1982): 92-3.
54 “United States Nuclear Tests, July 1945 through September 1992,” Federation of American Scientists (accessed 28 October 2014).
55 Available online at, Project Sunshine: Worldwide Effects of Atomic Testing (Santa Monica: RAND, 1956) (accessed 28 October 2014).
56 Sue Rabbitt Roff, “Project Sunshine and the Slippery Slope: The Ethics of Tissue Sampling for Strontium-90,” Medicine, Conflict and Survival 18:3 (2001): 299-310.
57 See, “Australian Strontium-90 Testing Program 1957-1978,” Australian Radiation Protection and Nuclear Safety Report: Reprinted here (accessed 28 October 2014)
58 1962 was the peak year in which the United States tested a total of 92 nuclear weapons, with another two tested collaboratively by the United States and the United Kingdom. See, “United States Nuclear Tests, July 1945 through September 1992,” Federation of American Scientists.
59 Paul Boyer, Fallout: A Historian Reflects on America’s Half-Century Encounter with Nuclear Weapons (Columbus: Ohio State University Press, 1998), pp. 82-4; Lawrence S. Wittner, Rebels Against War: The American Peace Movement 1941-1960 (New York: Columbia University Press, 1969): 241-56.
60 Benjamin Spock, Dr. Spock’s Common Sense Book on Baby and Child Care (New York: Duell, Sloan and Pearce, 1946).
61 Milton S. Katz, Ban the Bomb: A History of SANE, the Committee for a Sane Nuclear Policy (New York: Praeger, 1986): 65-83.
62 Ban the Bomb, 78.
63 Rachel Carson, Silent Spring (New York: Houghton Mifflin, 1962). See also, Eliza Griswold, “The Wild Life of Silent Spring,” New York Times (September 23, 2012): MM36.
64 James Lovelock, Gaia: A New Look at Life on Earth (Oxford: Oxford University Press, 1979. See also, Michael Ruse, The Gaia Hypothesis: Science on a Pagan Planet (Chicago: University of Chicago Press, 2013). Carson’s book was a key text that presaged Lovelock’s work, as were the works on the concept of “Spaceship Earth” by Buckminster Fuller, and Barry Commoner’s The Closing Circle. See, Buckminster Fuller, Operating Manual for Spaceship Earth(Carbondale, IL: Southern Illinois University Press, 1968). Barry Commoner, The Closing Circle: Nature, Man & Technology (New York: Random House, 1971);
65 Jacobs, “Whole Earth or No Earth.” See also, Andrew G. Kirk, Counterculture Green: The Whole Earth Catalog and American Environmentalism (Lawrence, KS: University Press of Kansas, 2007).
66 Elizabeth M. DeLoughrey, “The Myth of Isolates: Ecosystem Ecologies in the Nuclear Pacific,” Cultural Geographies 20:2 (2007), pp. 167-184; Laura A. Bruno, “The Bequest of the Nuclear Battlefield: Science, Nature, and the Atom During the First Decade of the Cold War,” Historical Studies in the Physical and Biological Sciences 33:2 (2003): 237-259.
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Procedencia del artículo:
http://www.japanfocus.org/-Robert-Jacobs/4343/article.html
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Lluvia negra (Kuroi Ame) (1989) de Shôhei Imamura (subtítulos en castellano)
La lluvia negra la constituyen las particulas radiactivas procedentes de la explosión de las bombas que Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki. Basada en una famosa novela de Masuji Ibuse sobre la devastación causada por la bomba atómica, «Lluvia negra» relata las consecuencias de la explosión atómica en Hiroshima. La película se centra en la historia de una joven, Yasuko, que se vio sorprendida por esta lluvia radioactiva que cayó en los alrededores de la tristemente célebre ciudad. Las posibles consecuencias de su contacto con la radiación han dado lugar a un sinfín de habladurías entre los pretendientes de la joven: ¿estará enferma?, ¿podrá tener hijos? Su familia rememora aquellos días aciagos, tratando de conjurar el peligro que la acecha. (FILMAFFINITY)
https://www.youtube.com/watch?v=0997IhRPb1s
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