Para las élites europeas, Grecia es un adecuado chivo expiatorio
Por Yanis Varoufakis, 7 de julio de 2015
Dos años se tomó la canciller alemana Angela Merkel para ir a visitar al Presidente Obama. Se presentó en la Casa Blanca el pasado mes de junio. Después de ser recibida con una considerable pompa y ceremonia, los dos líderes se sentaron en el Despacho Oval durante dos horas para hablar de los asuntos mundiales más acuciantes. Después de la reunión, los secretarios de prensa sorprendieron a los allí presentes diciendo que los líderes de las dos naciones más poderosas de Occidente habían pasado una hora y cuarenta y cinco minutos hablando de Grecia ( es decir, que los quince minutos restantes lo pasaron debatiendo sobre la intervención en Libia).
Sólo en otra ocasión Grecia había tenido tanto atención en las mentes de las élites occidentales. Fue en el mes de diciembre de 1944, con ocasión del estallido de la Guerra Civil griega. La preocupación residía en que era el comienzo de la Guerra Fría, la Doctrina Truman, y todas las consecuencias que esto trajo. ¿Podría ser que la crisis de la deuda griega suponga para el mundo a partir del 2008 lo mismo que supuso la Guerra Civil griega en la época de la posguerra?. Quizás. Pero de ser así, la razón no es la deuda griega, de hecho no va a ser la deuda de nadie.
Antes de hacer un repaso a los verdaderos orígenes de la crisis, sería útil examinar otra visita oficial más reciente. El 18 de septiembre de 2011, el Secretario del Tesoro, Tim Geithner, se presentó en uno de los encuentros regulares de los Ministros de Finanzas europeos con el objeto de compartir algunas ideas sobre cómo podría ponerse fin a esta crisis desconcertante del euro. Aunque pueda parecer sorprendente, los consejos sensatos de Geithner fueron rechazados sin contemplaciones ( el Secretario del Tesoro recibió el equivalente diplomático de emprender el camino de vuelta).
La Ministro de Finanzas de Austria, Maria Fikter, resumiendo presumiblemente el sentir predominante entre las potencias europeas, expresó su perplejidad diciendo que “a pesar de que los estadounidenses tienen datos perceptiblemente peores que los de la Zona Euro… vienen a decirnos lo que debemos hacer y cuando hacemos una sugerencia… nos dicen no de inmediato”.
Esta declaración revela la profunda ignorancia en la que están metidos los líderes europeos. Cuando se refieren, por ejemplo, a los datos fundamentales comparativamente peores en Estados Unidos, se están refiriendo a una ratio más baja en la Zona Euro con respecto al PIB. Creen que el problema de Europa es una crisis de la deuda, que consideran menos grave que la de Estados Unidos, y que es poco probable que pueda ser subsanada por los remedios que difundió el Secretario estadounidense en su visita.
De manera trágica, la crisis del euro es tanto una crisis de deuda como el dolor causado por un tumor maligno, una crisis dolorosa. En mi opinión la catástrofe de la desintegración de Europa se debe al fracaso para captar la esencia de la crisis, a la que los líderes se enfrentan sin mucho éxito. Y como si esto fuera poco preocupante, el suyo es un fracaso que tiene profundas motivaciones.
El Minotauro en la habitación
Con el ruido de los mercados estrellándose y el rugido de una creciente incertidumbre que reverbera en nuestros oídos, es el momento de hacer una pausa para hacernos una pregunta muy simple: ¿por qué a la economía mundial le está resultando tan difícil recuperarse después de la debacle del año 2008?
En mi reciente libro, El Minotauro global, argumento que en el año 2008 el mundo perdió el Mecanismo de Reciclaje del Excedente Global (GSRM), que mantenía un precario equilibrio y que el Presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke confundió un poco con la “Gran Moderación”, lo que llevó a pensar al Primer Ministro británico, Gordon Brown, desgraciadamente, que el período de auge y crisis había terminado.
Comprender cómo este Mecanismo, el GSRM, funcionó y por qué murió es requisito previo para llegar a un acuerdo sobre nuestra actual situación, que a su vez es la clave para entender por qué Grecia ha llegado a ocupar lugar tan prominente en los titulares.
El crecimiento sostenible en una economía capitalista es una bendición poco común, que se basa en conseguir un reciclaje de los excedentes. Cada país, cada bloque comercial, todos los continentes, y de hecho la propia economía mundial, están hechos de déficit y de regiones excedentarias.
California, el Gran Londres, Nueva Gales del Sur y Alemania siempre tendrán excedentes con respecto a Arizona, el Norte de Inglaterra, Tasmania o Portugal. Teniendo en cuenta esta disparidad crónica, algo que las fuerzas del mercado no pueden superar, las regiones deficitarias son incapaces de mantener la demanda de bienes y servicios de los productores de excedentes. De modo que, sin el reciclaje de los excedentes, un estancamiento afecta por igual a las regiones excedentarias y deficitarias.
El reciclaje de excedentes es algo muy corriente en el ámbito nacional. En Estados Unidos, por ejemplo, la construcción de nuevas instalaciones militares a menudo llevan aparejadas una condición previa: que se hagan en los estados con peor situación económica; el estado de bienestar de Australia asegura que los excedentes de Australia y Nuevas Gales del Sur apoyen la demanda de bienes y servicios en Tasmania. Sin embargo, a nivel mundial, el problema del reciclaje de los excedentes se hace cada vez más acuciante y difícil de resolver.
La era de la posguerra fue un momento relevante porque dos GSRM se encargaron de que la economía mundial alcanzarse un crecimiento sin precedentes. El primer GSRM duró desde finales de 1940 hasta principios de 1970. Estados Unidos terminó la guerra con enormes excedentes, que rápidamente trató de reciclar acudiendo al resto del mundo Occidental, de varias formas ( el Plan Marshall, apoyo a la Industria japonesa, respaldo al proyecto de integración europea, etc), que funcionó eficazmente como un GSRM en sí mismo.
Sin embargo, este primer GSRM de la posguerra, que fue fiable mientras reciclaba los excedentes de Estados Unidos, se tornaron en déficits hacia el final de los años 60. La pérdida de ese GSRM provocó una crisis en los años 1970, con un desplome hasta que de nuevo se estableció un nuevo GRSM, otra vez por cortesía de Estados Unidos.
Esta vez fue Estados Unidos quien absorbió los excedentes del resto del mundo, precipitándose en un mayor déficit tanto comercial como gubernamental. Estos déficits fueron, a su vez, financiados por el capital que fluía hacia Wall Street, ya que el resto del mundo reciclaba sus ganancias invirtiendo en Estados Unidos.
Un antiguo mito dice que los atenienses del período preclásico realizaban, en nombre de la paz y la prosperidad, ofrendas constantes al Minotauro de Creta. Desde los años 1980 en adelante, el resto del mundo envió un auténtico tsunami de capital a Wall Street para financiar lo que yo llamo un Minotauro global, un GSRM que sirvió para que la economía tuviese unas tasas de crecimiento más altas, dando la apariencia a algunos de que se trataba de la Gran Moderación.
El mundo fue testigo de una intensa y libertina financiarización, tanto como fue posible, construida sobre la base de las grandes cantidades de capital entregadas al Minotauro: Wall Street. Wall Street, la City londinense y unas serie de bancos internacionales se entregaron a la impresión de grandes cantidades de dinero privado, tóxico. Cuando estas montañas de papel se fueron quemando, el Minotauro quedó herido de muerte, y la capacidad de Estados Unidos para reciclar los excedentes del resto del mundo desapareció.
Desde entonces, los planes de los Bancos Centrales, de las naciones del G-20 o del FMI no han logrado restaurar la energía de la bestia herida. Sin GSRM a la vista, la crisis que se inició en el año 2008 continuará de continente en continente y de sector en sector, y de manera regular nos amenaza con un inminente colapso.
El euro como simulacro del Minotauro
El euro fue creado bajo el supuesto de que el Minotauro mundial se mantendría con buena salud ad infinitum. De una forma menos alegórica, Alemania llegó a creer que la Zona Euro podría operar como una Gran Alemania construida sobre los dos pilares de la prosperidad de Alemania tras la posguerra: una moneda dura ( el sostén del euromarco alemán) y los agresivos excedentes comerciales que serían absorbidos por Estados Unidos, que a su vez financiaba su déficit comercial cortesía del capital que fluía del resto del mundo ( incluido Alemania) hacia Wall Street.
La Zona Euro se creó bajo estos supuestos, sin embargo la creación del euro profundizó el estancamiento de países europeos con déficit, incluida Francia. También permitió a Alemania y a las naciones de la Zona Euro con excedentes obtener una cantidad ingente de excedentes que rápidamente marcharon camino de Wall Street. Se convirtieron en los medios económicos para que las empresas alemanas internacionalizaran sus actividades en Estados Unidos, China y Europa del Este.
De este modo, Alemania y los demás países con excedentes se sintieron como un nuevo Minotauro global, pero se trataba de un simulacro. El Minotauro absorbía los excedentes del resto del mundo, pero este simulacro de Minotauro drenaba los excedentes del resto de Europa hacia sí misma. Se mantenía el dinamismo global de Alemania mediante el estancamiento de la exportación en el propio trasero europeo. Así que cuando la crisis golpeó, la periferia europea estaba madura como frutos de otoño.
Primero como Historia, luego como Farsa: el rescate de los Bancos europeos
Cuando la Gran Crisis Financiera sacudió al mundo en 2008, Wall Street y la City londinense se derrumbaron. Washington y Londres inmediatamente trataron de recapitalizar los Bancos. Así que metieron las manos en los bolsillos de los contribuyente y los Bancos centrales le dieron a la imprenta, para garantizar que los Bancos no se convirtieran en agujeros negros, algo que ya ocurrió en Japón en la década de 1990. En Europa, nada de esto sucedió.
A pesar de que Europa se regodeaba durante la crisis de 2008 diciendo que era una crisis anglo-celta, y que los propios bancos del continente no habían comulgado con esa fiebre de financiarización, la verdad pronto salió al descubierto. Los Bancos alemanes fueron pillados en renuncio, con un índice medio de endeudamiento de 52 euros por cada euro de sus propios fondos; peor todavía fue el índice de endeudamiento en Wall Street o en la City londinense. Incluso los Bancos estatales más conservadores e impasibles, como el Landesbanken, demostraron que eran pozos sin fondo para los contribuyentes alemanes.
Del mismo modo, los Bancos franceses se vieron obligados a admitir que habían invertido por lo menos 33 euros en derivados tóxicos de origen estadounidense. A esta triste suma, hay que añadir la exposición de los Bancos europeos a la deuda de varios países de la Zona Euro: Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia y Bélgica (849 euros); al Este de Europa (más de 150 euros); a América Latina (más de 300 euros); y alrededor de 70 euros en deuda islandesa incobrable.
Entre 2008 y 2009, los Bancos Centrales europeos y los Estados miembro, socializaron las pérdidas de los Bancos y las convirtieron en deuda pública. Y, sin embargo, a diferencia de sus homólogos estadounidenses o británicos, no pudieron suministrar el capital suficiente para que los Bancos europeos dejasen de ser insolventes después de la pérdida de valor de sus activos. En su lugar, los mantuvieron con una sonda ( conectada al BCE) que sostuvo los cajeros automáticos sin tener que lidiar con el problema de raíz del sector público europeo: su primordial falta de solvencia.
Curiosamente, a los banqueros no les importó. Sus Bancos estaban siendo recapitalizados por el contribuyente europeo y se diluyó la responsabilidad de los banqueros. En su lugar, encontraron otras maneras de sacar provecho, incluso si sus Bancos estaban en… quiebra.
A principios de 2009, los fondos de cobertura y los Bancos, por un igual, tuvieron su epifanía: ¿por qué no utilizar parte de los fondos públicos que se les dieron y apostar por aumentar la presión sobre los fondos públicos ( causada por la recesión, por un lado, el descenso de la recaudación fiscal por parte de los Gobiernos y el enorme aumento de la deuda por otro, de lo que ellos mismos fueron responsables) de modo que tarde o temprano uno o más estados de la Zona Euro acabarían en la imposibilidad de pagar?
Cuanto más lo pensaban más alegres se ponían. El hecho de que la adhesión al euro hubiese impedido a los países más endeudados ( Grecia et al.) devaluar sus monedas, por lo tanto sintieron con más fuerza el peso combinado de la deuda y la recesión, se convirtieron en el centro de atención de los banqueros. Comenzaron la apuestas, inicialmente con pequeñas cantidades, por el eslabón más débil de la cadena, de modo que Grecia incurriría en impagos.
Al mismo tiempo aseguraron sus apuestas ( es decir, de que producirse un impago, Europa no permitiría que ninguno de sus estados miembro se declarase en quiebra). Además, los banqueros utilizarían los bonos (los pagarés) de países como Grecia como garantía para pedir prestado el uno del otro y así aumentar sus apuestas. En pocas palabras, cada euro de la deuda griega generó innumerables euros de las apuestas bancarias francesas y alemanas y aún más deudas de lo que un Banco europeo debía al otro.
En esencia, la variante europea del rescate bancario dio al sector financiero la oportunidad de acuñar de nuevo dinero privado. Una vez más, al igual que el dinero privado creado por Wall Street antes de 2008, la situación se hizo insostenible y de nuevo abocado a convertirse en cenizas. La huida hacia adelante del dinero privado conduciría, con precisión matemática, a otra crisis. Esta vez fue la crisis de deuda pública ( también conocida como soberana) cuyas primero movimientos se dieron en Atenas, Grecia, a principios de 2010.
El problema con Grecia
Grecia ya tenía un ratio alto entre deuda y PIB antes de la crisis. Sin embargo, mientras que su PIB seguía creciendo ( entre un 4 y un 5% durante más de una década), le resultaba muy fácil conseguir préstamos baratos por parte de los fondos internacionales, repletos de dinero privado impreso por el sector financiero mundial.
Una vez que las montañas de dinero se convirtieron en cenizas y la recesión mundial impidió el crecimiento de Grecia, sólo era cuestión de tiempo antes de que corriese el pánico con los bonos griegos. Todo comenzó a finales de 2009 y se aceleró cruelmente en 2010.
Una vez que se produce pánico con los bonos de un Estado miembro de la Zona Euro, sin posibilidad de devaluación para absorber los golpes, el país en cuestión se vuelve insolvente, incapaz de refinanciar su deuda pública. Y cuando sus socios de la Zona Euro le ofrecen un salvavidas en formas de nuevos préstamos, caros, en condiciones de austeridad, paralizan el crecimiento del PIB, produciéndose una mayor insolvencia del Estado.
En ese momento, el juego ha terminado para el estado en cuestión. Por otra parte, el efecto dominó comienza cuando un estado miembro se apoya en el siguiente estado marginal, que luego arrastra al siguiente, y así sucesivamente.
En algún momento, este arrastre secuencial obligará a las élites europeas a sacar a la luz el lamentable estado de su sector bancario. Dado que sólo hay suficiente dinero para ir ganando tiempo y dado que hay un límite al que puede llegar el endeudamiento de los países de la Eurozona, el momento vendrá cuando el Estado más endeudado , Grecia, en otras palabras, tendrá que ser autorizado a declararse en quiebra.
Sin embargo, dadas las montañas de deudas y de apuestas en productos derivados que se han construido con la comparativamente pequeña deuda de Grecia por los banqueros europeos y de otros lugares, una moratoria de su deuda haría que estás montañas de desplomasen, dando lugar a un nuevo 2008 ( y de ahí una nueva charla entre la canciller Merkel y el Presidente Obama sobre la insignificante Grecia).
El acertijo de Europa
Técnicamente hablando, el arreglo de la crisis del euro es una cuestión relativamente sencilla. Si esto es así, y dado que la bancarrota del Estado griego será en Europa como la quiebra de Lehman Brothers, ¿por qué se resiste Alemania a un enfoque racional para resolver esta crisis? La respuesta es, por desgracia, clara: para salvar el euro hay que poner en práctica políticas que harán que sea económicamente imposible para Alemania salir de la Zona Euro.
A pesar de que actualmente Alemania no quiere salir, se sabe que su opción de salida (que como país excedentario principal de la zona de moneda común posee de manera excepcional) le garantiza el privilegio exorbitante de un enorme poder hegemónico dentro de la zona. Por lo tanto, Merkel piensa que no tiene la autoridad o la legitimidad para renunciar a los inmensos poderes de Alemania, temiendo tal vez que eso provocaría la caída de su Gobierno. Y así, este entramado continúa.
Mientras que el mundo está gestionándose sin un reciclaje de los excedentes mundiales que sí había bajo el Minotauro global, cuando uno oye que Alemania tiene prevista la salida de Grecia de la Zona Euro, aunque sea por el impago de Grecia, uno empieza a sospechar inmediatamente que Alemania está planificando una desintegración controlada de la Zona Euro.
Uno también debe temer que esa medida sólo logrará conseguir una desintegración incontrolada, cuyo resultado final será una enorme recesión del Norte de Europa, una estanflación gigantesca en la periferia europea, y el retroceso de la economía mundial a los postmodernos años 1930. Europa ha logrado por dos veces en los últimos cien años arrastrar con ella al resto del mundo hacia abajo. Está a punto de hacerlo de nuevo, y Grecia es el adecuado chivo expiatorio.
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Procedencia del artículo:
https://www.jacobinmag.com/2012/01/europes-greek-moment/
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