La inutilidad del AVE y el continuo despilfarro en cosas que a nadie sirven para nada

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El número 18-19 de la revista Archipiélago, publicado en 1994, se dedicaba en especial al transporte: Trenes, tranvías, bicicletas. Volver a andar. Ya por aquellos años se hacía una crítica de los medios actuales de transporte y de la necesidad de repensar otras formas de hacerlo, poniendo el énfasis, sobre todo, en el ferrocarril. Entre los artículos, uno de Agustín García Calvo, que me vino a las mientes al leer el reciente Informe de Fedea elaborado por Ofelia Betancor (Universidad de las Palmas de Gran Canaria) y Gerard Llobet (CEMFI). Entre las cosas que dice el Informe, al que no les pongo un enlace por esas absurdas leyes que se aprueban y que castigan una simple referencia a otro medio de comunicación:
– Todas las líneas de alta velocidad existentes en España presentan una rentabilidad social y financiera negativa y, por lo tanto, «ninguna debería haberse construido”.
– La línea Madrid-Barcelona, la más utiliza del AVE, sólo recuperará a largo plazo un 46% de los costes de inversión.
– En el resto de las líneas, la recuperación prevista es de apenas un 11%, o menos.
– En términos sociales, los resultados también son negativos.
– En España se han construido infraestructuras sin una planificación global entre todos los medios de transporte.
– Si no se hubieran construido las líneas de alta velocidad ferroviaria, no habría pasado nada: la gente seguiría utilizando el avión.
– Se podrían haber realizado las inversiones en las líneas convencionales para aumentar su velocidad, a un corte mucho menor.
– Estas inversiones, en las líneas convencionales, habrían tenido un efecto positivo para el transporte de mercancías. La vía de alta velocidad no es adecuada para este tipo de transporte, por tener tramos con una pendiente mayor de la recomendable para ello.
– Que en España no hay suficiente demanda para la capacidad que tiene la red de alta velocidad.
– Que no se debieran construir más líneas de alta velocidad en España.
– Es una situación «extremadamente delicada», porque se pierde toda la inversión realizada y, además, resulta necesaria una inyección constante de dinero público para mantenerla abierta.

El artículo del Prof. Agustín García Calvo llevaba el título Progreso por ferrocarril, regreso por carretera, del que les transcribo el apartado

Consecuente perversión del ferrocarril: Renfe y AVE

Al revés, la imposición de los medios de trasporte más inútiles a lo que lleva es a la perversión de los útiles y potentes.
Es todo eso de que entre nosotros la empresa Renfe, encargada especial de Capital y Estado para la traición al ferrocarril, nos ofrece bien triste y complejo ejemplo:

– cierre de líneas y suspensión de trenes (compensada, por cierto, con la introducción de nuevas líneas de autobuses para llenar la falta así creada, algunos incluso con el nombre mismo de la Renfe impreso sobre la chapa) bajo pretesto de rentabilidad, al estilo de la Empresa como Dios manda;

– lo cual lleva a centrar el gasto y las atenciones en las grandes líneas, esto es, las que unan, a través de desiertos, conglomerados urbanos, y, lo más, en el servicio de los suburbios de dichos conglomerados, ratificando, con lo uno y con lo otro, el ideal de población, desastroso para la gente y para la vida, pero que el Estado y Capital tecnodemocrático requiere y maneja con nombre de Futuro;

– pretesto de rentabilidad, por otro lado, que queda puesto en ridículo cuando el mísero ahorro de unos cientos de millones que producirían esos cierres y suspensiones, sumado con el ahorro aún más miserable que se saque del mal servicio, de los abandonos de estaciones, de los descuidos de las atenciones más elementales, en abundancia y eficacia de material y personal (compensado, eso sí, con la abundancia de administrativos y ejecutivos, destinados a cosas como replanificar horarios, tanto más frecuentemente cuanto más desastrosamente, cuyo mejor servicio al ferrocarril sería que al menos no hicieran nada, en sus oficinas y con sus ordenadores), en frecuencia y puntualidad de trenes, en comodidades de los mismos (que no consistieran, por cierto, en alquiler de espacio para pantallas de vídeos que cieguen la mirada de las ventanillas), cuando ese ahorro se compara con el despilfarro ingente, de millones de millones, que Estado y Capital dedican alegremente a una cosa como el Alta Velocidad, perfectamente inútil para la gente, y que, congruentemente, en su estructura misma demuestra no ser un tren ni un ferrocarril de veras, sino una especie de imitación de avión arrastrándose por tierra;

– cuya única gracia no es la gran velocidad, que a nadie le sirve para nada (salvo a cuatro ejecutivos, previamente programados para que les haga falta) y que consiguientemente se maneja como ideal único de la Empresa y de la Humanidad (lo que importa es llegar: anúlense las horas de vida del viaje en la espera del Futuro), sino que consiste su triste gracia precisamente en los millones de millones que permite mover en vano.

Agustín García Calvo; Archipiélago, número 18-19/1994
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