por Medea Benjamin y Charles Davis , 6 de junio de 2012
Se le puede perdonar a uno por pensar que hay algo de honorable y honesto en la persona de Colin Powell. Durante más de dos décadas los medios de comunicación de Washington han tratado al ex Secretario de Estado como una especie de héroe de la vida real, un guerrero reacio, cuya mayor falta es la de haber sido demasiado leal a un hombre llamado George y a su amigo Dick. Lo que se ha pasado por alto es que Powell es un criminal de guerra por derecho propio, quien durante más de cuatro décadas de “servicio público” ayudó a matar en Vietnam, en Panamá, en Irak, países que nunca han representado una amenaza para Estados Unidos. Pero no solamente lo dicen los pacifistas: Powell lo dice con orgullo, siempre y cuando pueda sacar un dólar de la venta de su libro.
El libro de Powell cuesta 27,99 dólares y el relato de su legendaria vida aparece bajo el subtítulo de “Poderoso retrato de un líder reflexivo, humilde y agradecido por las contribuciones de todas las personas con las que ha trabajado”. Pero el títuloIt Worked for Me: In Life and Leadership, bien puede referirse a las ambiciones arribistas de Powell; el servicio a los intereses del poder, como un oficial en Vietnam, como Jefe del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos durante la invasión ilegal de Panamá o como Secretario de Estado con George W. Bush. Todos estos cargos le han funcionado muy bien a este hombre, menos para los que se encontraban al otro lado como receptores de su servicio público.
Aunque catalogado como modesto, humilde, un líder dispuesto a admitir sus errores, el verdadero Colin Powell no es el que se anuncia en el Departamento de Relaciones públicas de HarperCollin. En su libro es muy claro al hablar de su infame presentación en 2003 ante las Naciones Unidas sobre el supuesto almacenamiento por parte de Irak de armas de destrucción masiva. Casi todas las líneas de su discurso se ha demostrado ser falsas, de hecho ya se sabía durante la presentación que todo era falso, pero en el libro no verá nada del Powell que era capaz de hacer esto.
“No hay nada peor que un líder que cree tener una información precisa cuando la gente sabe que él dice lo que no hace”, escribe Powell. “Me he encontrado en problemas en más de una ocasión, porque la gente guardaba silencio cuando debería haber hablado. Mi infame discurso en la ONU en 2003 sobre los problemas de las armas iraquíes de destrucción masiva no se basaba en hechos, aunque yo pensaba que sí”.
En otras palabras, de acuerdo con Powell, el hecho es que él mintió a la opinión pública estadounidense, así como a la Comunidad Internacional en víspera de una guerra desastrosa, que dice no fue su culpa, sino la culpa de sus subordinados anónimos, de esos funcionarios del Departamento de Estado que con su timidez les faltó coraje para decir la verdad a su valiente jefe. Al igual que gran parte de las anécdotas de Powell, es una historia bien preparada que es tan veraz como su discurso ante la ONU.
La realidad es que Powell, al igual que otros poderosos hombres de Washington, es un mentiroso bien documentado. De hecho, esa inculpación que él hace a los funcionarios del Departamento de Estado es otra de las mentiras sobre la inconsistencia de las fuentes de información de que disponía antes de que se dirigiese a la Comunidad Internacional. Powell hizo caso omiso, ya que lo que tenía que decir no sería conveniente para sus propósitos: alentar una guerra injusta contra una potencia militar de tercer orden.
Como señala el escritor Jonathan Schwarz, el personal del Departamento de Estado examinó todas las reclamaciones que Powell debía hacer en su discurso ante la ONU, encontrando que la mayor parte de ellas respondían a los deseos de Powell. Pero Powell se jactaba de que “cada declaración que hago está respaldada por las fuentes, unas fuentes de información muy sólidas. No son afirmaciones. Estamos dando hechos y conclusiones basadas en una sólida investigación”.
Echemos un vistazo a lo que el dijo que no eran sólo afirmaciones. En un esfuerzo por rechazar las informaciones de los inspectores de la ONU que estaban inspeccionando en territorio iraquí, sin encontrar nada, Powell declaró que los iraquíes habían sustituido a los científicos de una de las instalaciones por “agentes de la inteligencia iraquí para así engañar a los inspectores sobre el verdadero trabajo que se desarrollaba allí”. Sin embargo, en un memorando preparado por la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado (INR), se decía que la afirmación era débil y no creíble.
Pero eso no impidió al honesto Powell que hiciese una afirmación muy cuestionable acerca de que el Gobierno iraquí colocó a sus expertos en armas de destrucción masiva “bajo arresto domiciliario… en una de las casas de Saddam Hussein”. También, el periodista Bob Woodward, dijo en su libro Plan Of Attack, que Powell tuvo a su disposición una transcripción de una conversación entre los soldados iraquíes en la que se hablaba del cumplimiento de los requerimientos de los inspectores de armas de la ONU, pero que retrató de “la forma más negativa posible”, diciendo que fue un esfuerzo para engañar a los inspectores, incluso incorporando un diálogo que no estaba en la conversación original.
Pero en términos de credibilidad de Powell, la parte más contundente de su alocución en la ONU fue cuando citó los documentos pasados de contrabando por el yerno de Saddan Hussein, que probaban de manera indiscutible la perfidia del régimen de Irak. Powell insistió en que Irak sólo quedó limpio del agente nervioso mortal, VX, después de que los “inspectores encontrasen los documentos a raíz de la defección de Hussein Kamal”. Lo que oculta es que Kamal fue muy categórico sobre las armas de destrucción masiva, que fueron destruidas mucho antes de la invasión de 2003. Kamal dijo a los inspectores: “Todas las armas biológicas, químicas, misiles, armas nucleares, todas fueron destruidas”. Al preguntarle acerca de esto en 2006 el periodista Sam Husseini, Powell afirmó ignorarlo y cerró con violencia la puerta del vehículo en el que viajaba. Nunca ha asumido la responsabilidad por su papel en una guerra que ha matado a más de 115.000 iraquíes [ Este número quizás subestima el número de víctimas, ya que no existe datos sobre el número real de muertos por la violencia de Estados Unidos en Irak. Un estudio epidemiológico, sin embargo, ha encontrado unas 655.000 muertes como consecuencia de la guerra en Irak hasta julio de 2006 (1)] y más de 4.400 soldados estadounidenses.
Cuando se trata de admitir su papel en los crímenes de guerra cometidos, Powell no siempre ha sido tan hermético. En un libro anterior, My American Journey, Powell es sincero sobre el castigo colectivo que infligió al pueblo de Vietnam, cuando lideró un contingente de soldados de Vietnam del Sur para atacar un pueblo en el que no había combatientes. “La gente había huido al acercarnos, a excepción de una anciana que estaba muy débil como para moverse. Quemamos las viviendas de paja, utilizando los mecheros Ronson y los encendedores Zippo”. Lo hicimos así porque “Ho Chi Minh había dicho que la gente era como el mar en el cual sus guerrilleros nadaban”, explicó Powell. “Quisimos resolver el problema convirtiendo en inhabitable el mar entero”.
Pero si Powell ha violado los Convenios de Ginebra y ha matado a gente inocente, es algo que nunca se ha dicho. Pero ha tratado de dar explicaciones de su comportamiento. “Había sido entrenado para creer en el buen hacer de mis superiores y en la obediencia”, escribió Powell. “No tenía ningún reparo sobre lo que estábamos haciendo”.
La obediencia ciega a la autoridad, siempre en beneficio personal, ha sido un sello distintivo de la carrera de Powell. Como superior al Secretario de Defensa Caspar Weinberger, durante la administración Reagan, Powell fue partidario de la entrega de miles de misiles a Irán como parte de un envío ilegal de armas para su intercambio por rehenes, pero que fueron vendidas de espaldas al Congreso y la Corte Penal Internacional y con las ganancias se da apoyo a la insurrección de la Contra en Nicaragua, que más tarde se conocería por el escándalo de Irán-Contra o Irangate. Y como Presidente de la Junta de Jefes del Estado mayor, Powell llevó a cabo una brutal invasión de Panamá, en la cual murieron centenares de civiles, un acto ilegal que fue ampliamente condenado por los gobiernos latinoamericanos.
La carrera de Powell culminó con la ilegal y desastrosa invasión de Irak. En lugar de pedir disculpas a las víctimas de esa guerra, ha decidido hacer caja con las ventas de su libro, pregonándolo en los grandes almacenes. Desde que el Presidente Barack Obama decidió no investigar los crímenes de guerra de la Administración Bush – hay que mirar hacia adelante, no hacia atrás- como un privilegio concedido a los poderosos hombres de Washington, pero se lo negó a 2,3 millones de estadounidenses, en su mayoría presos no violentos . Así debemos recordar a Powell, por su servilismo al poder estatal para el que trabajaba, y que ha dejado cientos de víctimas tras su estela. Y que no todos estamos dispuestos a olvidar.
(1) Véase Gilbert Burnham, Riyadh Lafta, Shannon Doocy, and Les Roberts, “Mortality after the 2003 invasion of Iraq: a cross-sectional cluster sample survey,” Lancet, 368: 21 October 2006: 1421-1428. [↩]
Medea Benjamin ( medea@globalexchange.org ) es cofundadora de Codepink: Mujeres por la Paz y Global Exchange . Charles Davis ha cubierto el Congreso para las estaciones de NPR y Pacifica y es peridosita freelance para la agencia internacional de noticias IPS.
Fuente:
http://dissidentvoice.org/2012/06/colin-powell-another-war-criminal-cashes-in/