Lengua y cultura alienada

por Linh Dinh, 7 de junio de 2012

Dissident Voice

Como no me gusta exponerme públicamente en ninguna actitud deshonesta o a la radiación que induce al cáncer, llevaba cuatro años sin coger un avión, pero esta noche tendré que volar a Londres. Si hubiese un tubo que atravesase el océano, o una galera con esclavos para ir hasta Piccadilly, o cualquier otro sistema, lo emplearía con tal de esquivar a los agentes de la TSA ( Transportation Security Administration), que te someten a una inspección arbitraria de las intimidades.

Escuche, si no hay penetración no pasa nada, no tiene importancia, tanto si es un sacerdote, entrenador de fútbol, un poli o el empleado del aeropuerto los que le acarician, ya que usted todavía podrá afiliarse a la Fundación Virgen o al Club de fans de Tim Tebow. Tenga en esto la seguridad.

Al menos será importunado por alguien del mismo sexo, o sea que Norteamérica no es tan opuesta como se creía al abrazo homosexual, después de todo, lo cual le parecerá bien o mal según las preferencias de cada uno, la educación, sin tener en cuenta la preferencia sexual o la aversión del agente. Quiero decir que una monja que entra en la jaula no desea ser manoseada por una persona, o al menos no del mismo modo que una lesbiana que colecciona crucifijos.

Con suerte, mi pareja me atará en la trastienda, me apuñalará con un picahielos, y enviará las partes de mi cuerpo a los funcionarios públicos. Obama recibirá mi testículo izquierdo, Romney el derecho, aunque uno y otro apenas se puedan distinguir, mientras que Janet Napolitano, sin sonreír, recibirá una generosa ración de mí, eso sí, según establece la Segunda Enmienda.

Entonces, ¿ por qué soportar de forma voluntaria este estremecimiento sólo por saborear un puré de guisantes, una pinta o una lata de berberechos ensartados en un palillo? ¿Qué he perdido en Inglaterra?  En primer lugar, estoy diciendo palabras en inglés, ¿no es verdad? Estoy completamente colonizado, parloteando en una jerga que no es la mía, como hacen los niños de la India, con nombres extranjeros, que deletrean honorificabilitudinitatibus sin parpadear. La genética no tiene mucho que ver con todo esto. Después de toda una generación de aculturación, con un billón de horas de televisión, de videojuegos, de pornografía, de música pop, el descendiente de estos mismos niños hindúes confundirán “it’s” con “its,” “there” con “their,” “than” con “then,” y hasta “to” y “too.”

Para que usted y yo compartiésemos la misma lengua, mucha sangre fue derramada. Las innumerables toneladas de bombas que se dejaron caer permitieron que pronunciásemos correctamente. Sin aquella repugnante lucha emprendida por Nixon y Kissinger, sería incapaz de hacer un encabalgamiento del tipo A-OK, sin ningún problema en las dosis del agente naranja. Gracias al Pentágono, francamente, voy a Inglaterra a leer mis poemas en el Festival de Poesía de Sussex.

Estoy conmovido de haber sido invitado, pero no nos engañemos sobre lo guay que debe ser escuchar a un poeta norteamericano contemporáneo, ya que toda su cultura está alienada contra el uso cuerdo de la lengua, y mucho menos de una exactitud en la inspiración. El totalitarismo postmoderno desprecia los poemas y los hábitos mentales que se exigen y deben ser inculcados, como una concentración sostenida, la reflexión y una reverencia por los significados oscuros, como en penumbra, o en silencio. En resumen, el cerebro es maltratado y se queda frito, por el diseño, circulando como un vídeo en Youtube.

El amor y el respeto hacia una lengua común definen a cualquier nación, y no me refiero a que debiéramos desalentar el uso del español, del mandarín o cualquier otro idioma. El inglés es menos una víctima local que una amenaza universal, no estando amenazado desde fuera, pero sí desde dentro, por la misma fuerza que está derramando un léxico degradado al resto del mundo. Sólo hay que fijarse en palabras como “libertad”, “democracia” y “paz”, por no hablar de “amor” o incluso de “amigo”. Un Gobierno que usa la música a gran volumen como una forma de tortura seguramente que sabe cómo convertir las células cerebrales en puré de patatas.

Golpeado sin cesar por los eslóganes, los lemas, las melodías que suben en espiral y los murmullos del juego, hemos perdido la capacidad de nuestras mentes, más o menos. Así que mis amigos zombies dejen el mando a distancia o tiren los auriculares para así recuperar el monólogo interior.

Rodeado de otros idiomas, el inglés no se marchita, prospera, y la exposición a otras lenguas permite que se aprecie la rareza y belleza de cada una de ellas. En cualquier caso, cuando los bárbaros cuidan nuestro discurso y lo escriben en las paredes, esto obviamente supone la última llamada para este Imperio.

La insaciabilidad no es sostenible, así que ha llegado el último plato de este convite. Deben terminar todos los festivales que ensalzan la glotonería y la voracidad de un Imperio hasta que no haya ya nada que devorar. Pronto ya no quedará nada, ni un guiso afgano, ni carne de vaca iraquí, ya no habrá nada de crédito. Traducción: No podemos seguir enviando a China los productos fruto de nuestro trabajo, que pronto van a tener que venir de regreso, poniendo en peligro a todo el mundo, incluso a la misma China. Ésta no es una solución a largo plazo.

Mientras tanto, el Imperio sigue insistiendo que cuanto más grande mejor, el hombre gordo, mientras que se atasca mi carpeta del correo con el spam que me ofrece toda clase de ofertas, con los extranjeros tratando de meterse y agarrar un poco de toda esta orgía. Ya que los tentáculos del Imperio dan la vuelta a toda la Tierra, es mejor andar arrastrando los pies dentro de este suelo que fuera, mejor oyendo el zumbido de los aviones que ser zumbado por ellos.

Los inmigrantes quieren estar junto al ganador, aunque el potro de carreras esté ya en las últimas, gracias a una economía que implosiona y se pierde en fantasías militares de todo tipo. Antes de que todos los cadáveres se enfríen son ya olvidados. ¿Qué quedará de todo este experimento norteamericano?

Egipto nos ha dejado las pirámides y el Imperio camboyano, Angkor, pero insisto en que el monumento norteamericano más perdurable en la civilización mundial será un libro de poemas, Hojas de Hierba. Norteamérica es un ente más ideal que real, y nadie como Walt Whitman ha articulado mejor este espejismo y esta aspiración. Siglos después, cuando los rascacielos no sean más que gigantescos dientes con caries, la extasiada alucinación de Whitman será recordada como la encarnación de la Norteamérica que pudo haber sido.

Inspirado por la fotografía, Whitman se esforzó en ser tan promiscuo como la cámara, pero fue la seducción implacable de la imagen reproducida lo que determinaría la percepción de Whitman, y sus medio de soporte, algo cada vez más irrelevante. Como cualquier imperio, la cámara es la máquina de la codicia total, ya que insiste en devorarlo todo. Emulando la cámara, los ojos de Whitman eran ricos, pero sus manos pobres, como son las de hoy, mientras que nuestras retinas son asaltadas por una pornografía interminable.

Cuando Norteamérica deje de fabricar casi todo menos armas, será la más prodigiosa generación de las ilusiones, sin otra cosa que un intento desesperado por volver a 2007, al 2000 o a 1950. En vez de mirar hacia adelante, echamos la vista atrás para caminar hacia el futuro.

Linh Dinh es autor de dos libros de historias y cinco de poemas, y una novela que acaba de aparecer, Love Like Hate (Amor como el odio). Rastrea nuestro deterioro social en su blog de fotografía, que actualiza con frecuencia: http://linhdinhphotos.blogspot.com/

Fuente del artículo:

http://dissidentvoice.org/2012/06/as-language-goes/