JOSEP FONTANA
En  el actual desguace del Estado del bienestar le ha tocado el turno a la   educación pública, y en primer lugar a la superior. En Italia la  reforma Gelmini  se propone eliminar un gran número de profesores y  reducir considerablemente los  fondos destinados a la universidad y a la  investigación. Ante las protestas de  estudiantes y profesores,  Berlusconi ha manifestado: “Los verdaderos estudiantes  se sientan en su  casa y estudian, los que salen a las calles son alborotadores”.  El  otro foco de protestas ha sido Gran Bretaña, donde una propuesta  semejante va  acompañada del anuncio de una subida brutal de las tasas  universitarias, que  dejaría la educación superior reducida a un  privilegio para los hijos de las  clases elevadas.
El asalto no se refiere solamente a las universidades. En  Estados  Unidos –y es bueno fijarse en lo que ocurre allí, porque es el anuncio   de lo que nos puede llegar pronto– la escuela publica está siendo  atacada por  dos caminos distintos. En primer lugar, por la necesidad de  reducir el gasto.  Michael Bloomberg, el multimillonario alcalde de  Nueva York, ha puesto al frente  de sus escuelas a Cathleen Black,  presidenta del grupo Hearst (que edita  publicaciones como Cosmopolitan o  Marie Claire), una ejecutiva sin ninguna  preparación en el terreno de  la educación, que ya ha anunciado que su tarea se  va a centrar en  reducir el gasto del sistema escolar público, que es el que usan  los  pobres. Bob Herbert, que sitúa estos hechos en el contexto de una   Norteamérica en que coinciden el mayor paro y los mayores beneficios de  las  empresas financieras, advierte: “La guerra de clases de la que  nadie quiere  hablar sigue sin pausa”.
Hay una segunda línea de ataque, en que participa  activamente la Bill  and Melinda Gates Foundation, que combate la escuela pública  como  ineficaz, sin tomar en cuenta la pobreza de recursos con que funciona, y   acusa de ello a los sindicatos del profesorado, que se niegan a  aceptar el  despido de los maestros menos capacitados. Su alternativa  son las charter  schools, que están “exentas de reglas locales o  estatales que inhiben una  administración y gestión flexibles”.
Lo que estos planteamientos suelen  ocultar es que, detrás de los  argumentos de coste y eficacia, hay el propósito  de combatir una  enseñanza independiente y crítica, que se pretende reemplazar  por otra  que inculque valores patrióticos y conformismo social. James Loewen   explica, en su libro Lies My Teacher Told Me, que los profesores  norteamericanos  tienen que ir con cuidado cuando hablan en clase de  temas como, por poner un  ejemplo, la guerra de Vietnam. “He  entrevistado a profesores de Enseñanza  Secundaria que han sido  despedidos, o han recibido amenazas de despido, por  actos menores de  independencia como los de proporcionar a los alumnos materiales  que  algunos padres consideran discutibles”. Lo cual, sabiendo que nadie va a   acudir a defenderles, les empuja a “la seguridad de la autocensura”.
Las  bibliotecas son otro escenario de esta lucha. No sólo las de las  escuelas –donde  la Asociación de bibliotecarios de Estados Unidos ha  denunciado que basta con la  queja de un solo padre para eliminar un  libro–, sino las públicas en general.  Kurt Vonnegut ha elogiado a  aquellos bibliotecarios que “han sabido resistir  enérgicamente a los  energúmenos que han tratado de eliminar ciertos libros de  sus estantes y  que han destruido los registros de los lectores antes que revelar  a la  policía del pensamiento los nombres de las personas que los han   consultado”.
En un sentido semejante va la decisión del actual Gobierno   pospinochetista chileno de disminuir las horas de Geografía, Historia y  Ciencias  Sociales en las enseñanzas Primaria y Secundaria, que ha  provocado  manifestaciones de protesta de profesores y estudiantes. O el  menosprecio por la  presencia de las Humanidades en la universidad, que  ha llevado a un crítico de  Not for profit –el libro en que Martha C.  Nussbaum sostiene que la enseñanza que  desarrolla un pensamiento  crítico es necesaria para la supervivencia de la  democracia– a realizar  afirmaciones como la de que “los académicos emplean su  tiempo y  energía escribiendo monografías ilegibles sobre temas sin interés   alguno”.
La tendencia, tanto en la escuela como en la universidad, apunta en  la  dirección de limitarse a ofrecer una formación que se dedique a preparar  para  el ingreso inmediato en la empresa. Se trata de consolidar el  tipo de  “currículum oculto” de que habla Henry A. Giroux por el que “la  clase dominante  se asegura la hegemonía”, transmitiendo “formas de  conocimiento, cultura,  valores y aspiraciones que son enseñadas, sin  que nunca se hable de ellas o se  expliciten públicamente”.
Todo lo cual debería llevarnos a reflexionar sobre  las motivaciones que  hay detrás de estas políticas. La idea de que sólo se puede  combatir  el déficit por el procedimiento del recorte del gasto social, ha   escrito hace pocos días el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, “es  un  intento de debilitar las protecciones sociales, reducir la  progresividad del  sistema de impuestos y disminuir el papel y el tamaño  del Gobierno mientras se  dejan determinados intereses establecidos,  como los del complejo  militar-industrial, tan poco afectados como sea  posible”.
La educación  pública es una parte esencial de nuestros derechos sociales y una garantía del  futuro de nuestras libertades.
Josep Fontana es historiador
http://blogs.publico.es/dominiopublico/2809/el-asalto-a-la-educacion-publica/
