Como reportero español, Pablo González se introdujo en los círculos de la oposición rusa y cubrió las guerras de Putin. Después, en 2022, fue detenido bajo sospecha de espionaje. Muchos de sus antiguos colaboradores creen ahora que les traicionó.
Por Shaun Walker, 15 de octubre de 2024
Una tarde de marzo de 2014, mientras informaba sobre la operación encubierta de Rusia para anexionarse Crimea, vi una figura familiar. Pablo González, de complexión musculosa y brillante cabeza rapada, era fácil de reconocer desde lejos. Conocí a González, periodista independiente del País Vasco, en un curso de formación para reporteros que trabajan en zonas de conflicto. Ahora nos habíamos encontrado en un lugar que amenazaba con convertirse en un escenario de ese tipo.
González estaba con un periodista ucraniano, que tenía contactos en la base militar sitiada que yo iba a inspeccionar. Consiguió que los tres nos coláramos dentro, donde encontramos un destacamento de marines ucranianos en estado de alerta. En el exterior, una multitud de lugareños gritaba consignas prorrusas, pero según los marines, esa gente no era más que la tapadera del ejército ruso. Esperaban la visita inminente de un general ruso, y acordaron que podíamos dejar un dictáfono en la base, para que grabaran la conversación a escondidas.
Algún tiempo después, recibí el audio del emotivo encuentro que se produjo a continuación, en el que un hombre que se identificó como un general de alto rango del ejército ruso dio a los marines un ultimátum para que se rindieran, lo que provocó furiosas protestas. La grabación era una prueba fehaciente de que los desmentidos de Vladimir Putin sobre el papel coordinador de Moscú en Crimea no tenían sentido. Fue como escuchar una parte de la historia en tiempo real: la primera anexión de territorio por la fuerza en la Europa del siglo XXI. Agradecí a González que me ayudara a conseguir la información, pero después de aquel día no volví a verle.
Ocho años después, en la madrugada del 28 de febrero de 2022, González fue detenido en la ciudad polaca de Przemyśl. Fue pocos días después del comienzo del último y más brutal episodio de la invasión de Ucrania por Putin , cuyos primeros momentos presenciamos en la base de Crimea. Un escueto comunicado de las autoridades polacas decía que González era sospechoso de «participación en actividades de un servicio de inteligencia extranjero». Afirmaban que era un agente del GRU, la agencia de inteligencia militar rusa. Se enfrentaba a una pena de hasta 10 años de prisión.
En aquel momento, la noticia apenas tuvo repercusión, dado que las tropas rusas se concentraban en Kiev. Pero unos meses más tarde, una afirmación sobre González llamó mi atención. Richard Moore, jefe del servicio británico de inteligencia exterior MI6, aprovechó una rara aparición pública para anunciar que González sólo había estado «haciéndose pasar por un periodista español». En realidad, según Moore, se trataba de un «ilegal», un espía ruso encubierto que suele apropiarse de una identidad extranjera para misiones de larga duración en el extranjero. Los ilegales suelen pasar años entrenándose para hacerse pasar por extranjeros de forma convincente. Las autoridades polacas creían que Pablo era en realidad Pavel y había nacido en Moscú.
Llevo años fascinado por los ilegales rusos, e incluso he escrito un libro sobre la historia del programa. Ahora resulta que puede que me haya cruzado con uno sobre el terreno, sin sospechar nada. Tal vez, aquel día en la base de Crimea, González estuviera realizando otras tareas además de la periodística. Pero a amigos y colegas españoles no les convenció la afirmación del jefe del MI6. Lejos de disimular su origen ruso, decían, González nunca había negado que fuera de origen ruso. Entre sus amigos del País Vasco, era conocido como Pavel, o «el Ruso».
Pasaron dos años desde la detención. Polonia no hizo pública ninguna prueba ni fijó fecha para el juicio. ¿Se habían ensañado los polacos con un periodista inocente, malinterpretando sus raíces rusas como algo más siniestro? La esposa española de González, Oihana Goiriena, afirmó que su prolongada detención tenía como objetivo doblegarle. «Nuestra hipótesis es que, a falta de pruebas, quieren destruirle moral y emocionalmente para que firme lo que le pongan por delante», declaró a un periodista español tras una rara visita a la cárcel para ver al padre de sus tres hijos.
Más tarde, en agosto de 2024, se puso en marcha en el aeropuerto turco de Ankara el mayor intercambio de prisioneros entre Rusia y Occidente desde el final de la guerra fría. Rusia liberó a un grupo de presos políticos, así como a varios detenidos extranjeros de alto nivel recluidos en cárceles rusas, entre ellos el periodista del Wall Street Journal Evan Gershkovich. A cambio, varios rusos detenidos en Occidente regresaron a su país. Un avión del gobierno los recogió en Ankara, y los equipos de televisión estaban preparados cuando el avión aterrizó en Moscú. En la pista les esperaba Putin. Una guardia de honor se colocó a ambos lados de una alfombra roja, para los primeros pasos de los repatriados en suelo ruso.
Salió Vadim Krasikov, condenado por asesinar a un disidente checheno en un parque de Berlín. Después salieron un matrimonio de ilegales detenidos en Eslovenia, que habían pasado más de una década en el extranjero haciéndose pasar por argentinos. Bajaron la escalinata hacia Putin con sus dos hijos pequeños, que acababan de descubrir que en realidad eran rusos. A continuación llegó un hombre alto, calvo y barbudo, con una camiseta de Star Wars en la que se leía «Tu imperio te necesita». Era Pablo González.
Putin reunió a los repatriados en el interior de la terminal del aeropuerto. Dirigiéndose a los que habían sido enviados al extranjero en comisión de servicio, dijo: «Todos recibiréis condecoraciones estatales, y volveremos a vernos para hablar de vuestro futuro. Por ahora, sólo quiero felicitaros por vuestro regreso a casa».
Para algunos de los más fervientes partidarios de González, éste fue el momento en que se derrumbaron sus convicciones sobre su inocencia. «Durante los dos últimos años siempre estuve defendiendo a Pablo, diciendo que necesita un juicio libre y abierto como es debido», me dijo un amigo, compañero de profesión. «Pero hay que ser muy ingenuo para pensar que Rusia va por el mundo rescatando periodistas. Creo que con este apretón de manos [con Putin], ha quedado demostrada su culpabilidad».
Otros amigos siguen convencidos de su inocencia y, desde Moscú, González niega haber tenido nunca vínculos con la inteligencia rusa, según su abogado español, Gonzalo Boye, que sigue hablando con él por teléfono regularmente. Boye me dijo que el hecho de que Polonia mantuviera a González en prisión preventiva durante más de dos años sin ponerlo nunca ante un juez es una prueba de que el caso está viciado. «Si tienes un caso clarísimo de espionaje, presenta los cargos y vamos a juicio», dijo. «¿Desde cuándo en Europa se puede manejar algo de esta manera?».
En las semanas transcurridas desde el intercambio de prisioneros, he entrevistado a docenas de personas que conocían a González en Europa y en Rusia. También me he reunido con actuales y antiguos responsables de seguridad e inteligencia en Polonia y Ucrania, he hablado con personas familiarizadas con las pruebas polacas contra él y he investigado su historia familiar. Esperaba responder a algunas de las preguntas a las que quienes conocían a González daban vueltas en sus cabezas. ¿Existía alguna posibilidad de que fuera un periodista inocente, acusado injustamente? O si realmente era un espía ruso, ¿cuándo fue reclutado? ¿Cuáles eran sus motivaciones? ¿Y cuánto daño hizo?
Conocí a González en 2011, durante un curso de formación para periodistas de una semana en la campiña galesa. Mientras reconstruía la historia de su vida, me di cuenta de que había sido un año clave para él. Empezó a escribir sus primeros artículos periodísticos para Gara, un pequeño periódico de izquierdas publicado en el País Vasco. Se casó con su novia española en una ceremonia en la ciudad de Guernica. Y en noviembre se marchó a Gales.
El curso, dirigido por antiguos oficiales del ejército británico, tiene como objetivo dotar a los periodistas de las habilidades necesarias para sobrevivir en zonas de guerra. Hay un componente de primeros auxilios de valor incalculable, así como un componente de juego de rol de valor más dudoso. En 2011, nos dijeron que imagináramos que las carreteras secundarias de la Gales rural eran en realidad el Perú más profundo. Pocos minutos después de emprender una «misión de información», nuestra flota de jeeps fue detenida por dos hombres con pañuelos, gritando furiosamente y agitando rifles automáticos. Eran revolucionarios de Sendero Luminoso, dijo uno de ellos, y probablemente nos fusilarían a todos.
Mientras nos llevaban a punta de pistola por el bosque, en lugar de acceder a las exigencias de los captores, González les reprendió con furia. Finalmente, consiguió convencer a los secuestradores de que nos liberaran a todos. «Vaya, este tipo es un héroe», recuerda que pensó entonces James Brown, que más tarde se dedicó a la ayuda internacional. «Pero, ¿es así como debemos responder?». Se dio cuenta de que la línea entre ser un héroe y un lastre era muy fina, y no podía decidir en qué lado se situaban las acciones de González.
González se presentó ante nosotros como un freelance español; cuando me puse en contacto con otros del curso, nadie recordaba si había mencionado alguna procedencia rusa. Pero sí recuerdo que era un narrador apasionado y divertido durante las largas y ebrias veladas que pasábamos en el bar del hotel. Recuerdo muy bien cómo una noche se subió a una estructura de madera suspendida sobre el mostrador y movió las caderas enérgicamente en el aire para ilustrar alguna anécdota. Más tarde, esa misma noche, tuvo una furiosa discusión con un corresponsal de Fox News, cuyo tema hace tiempo que olvidamos.
Estas anécdotas -las heroicidades del secuestro y el jolgorio de la borrachera- coincidían con muchas de las historias sobre González que me contaron las personas que lo conocieron en la década siguiente. En algunas, parecía un bufón bebedor; en otras, era una presencia encantadora, hábil para forjar amistades y hacer contactos profesionales de alto nivel, a pesar de trabajar para pequeños medios españoles. A menudo informaba desde zonas de guerra, y a veces demostraba verdadera valentía. En una ocasión, durante un bombardeo en Nagorno Karabaj, ayudó a poner a salvo a dos periodistas franceses gravemente heridos.
No sé si González ya se estaba preparando para la vida de espía allá en Gales en 2011, o cuando nos conocimos en Crimea en 2014. Pero en 2016, según los archivos del caso polaco, estaba muy activo, utilizando su trabajo como periodista como tapadera para acceder a algunos de los mayores enemigos del Kremlin.
Zhanna Nemtsova tenía 30 años cuando su padre fue asesinado en 2015. Boris Nemtsov, uno de los críticos más persistentes de Putin, recibió cuatro disparos por la espalda desde un coche que pasaba mientras caminaba hacia su casa por el centro de Moscú, a última hora de una tarde de febrero de 2015. Unos meses después, tras recibir ella misma amenazas, Nemtsova decidió abandonar Rusia. Desde el exilio, creó una fundación a nombre de su padre, con el objetivo de apoyar a los medios de comunicación independientes y al activismo político en Rusia. En enero de 2016, asistió en Estrasburgo a una reunión en la que se pidió a la asamblea parlamentaria del Consejo de Europa que nombrara un relator especial para investigar el asesinato de su padre. Fue una medida en gran medida simbólica, pero a falta de una investigación adecuada por parte de las autoridades rusas, al menos fue algo.
Durante una pausa en el procedimiento, se acercó a Nemtsova un hombre alto y seguro de sí mismo que hablaba un ruso ligeramente acentuado. Le dijo que se llamaba Pablo González y que trabajaba para Gara, un periódico del País Vasco. ¿Le concedería una entrevista? Nemtsova se negó cortésmente; nunca había oído hablar de Gara y tenía la agenda muy apretada. Pero González no se rindió fácilmente. Convenció a un amigo de Nemtsova para que hablara bien de él y, al final, ella accedió a la entrevista. «No recuerdo ninguna de las preguntas, lo que demuestra que no fue nada raro», me dijo Nemtsova hace poco.
Tras su primer encuentro, Nemtsova inscribió a González en la lista de correo de los actos públicos de la fundación. Él siempre acudía, y poco a poco fue conociéndola mejor. Lo encontraba divertido y simpático. En algún momento, su relación dio un giro romántico. A través de Nemtsova y sus socios, González conoció a muchos otros disidentes rusos. El Foro anual Boris Nemtsov era una de las pocas plataformas en las que se reunía la fragmentada oposición en el exilio, así como el cada vez menor número de opositores al Kremlin que seguían radicados en Rusia. González también acudía; a Madrid, Berlín y Varsovia, según el año.
Cuando llamé a diferentes contactos de la oposición rusa, me sorprendió cuántos de ellos habían conocido a González. Lo describían como un personaje simpático, charlatán y cálido, siempre dispuesto a tomarse una cerveza o seis. Era meticuloso a la hora de mantenerse en contacto, y a menudo hacía de guía turístico para sus nuevos amigos rusos en sus visitas a España. A un grupo de exiliados rusos les ofreció una excursión por el País Vasco, llevándoles a un acogedor restaurante de un pueblo cercano a su casa, donde parecía conocer a todo el mundo. Ilya Yashin, que había sido uno de los colaboradores más cercanos de Boris Nemtsov, recordaba haberse encontrado con González en un viaje a Madrid y haber asistido juntos a un partido del Atlético. Yashin le dijo que necesitaba un abrigo nuevo y González le llevó de compras.
González decía a sus nuevos amigos rusos que estaba casado y tenía hijos, pero afirmaba que la relación con su esposa se había roto hacía tiempo y que ahora eran más bien amigos. Aunque mencionó tener cierta ascendencia rusa, supuestamente dijo que no había estado en Rusia desde su infancia e incluso pidió consejo a sus contactos de la oposición rusa sobre cómo conseguir un visado. Si alguno de ellos hubiera buscado su trabajo periodístico en Google, habría encontrado artículos escritos para Gara desde Moscú. También podrían haber encontrado apariciones en el canal Russia Today, respaldado por el Kremlin, una de las cuales utilizó para acusar al gobierno prooccidental de Ucrania de pagar a un periódico español por una cobertura que le favorecía.
Pero nadie comprobaba sus antecedentes. «Estaba en este círculo de periodistas y activistas de la oposición», declaró Pavel Elizarov, activista político y antiguo colaborador de Nemtsova. «No necesitamos discutir la política de Putin porque todos sabemos que estamos en la misma página».
Si la gente encontraba algo extraño en González, solía atribuirlo a su origen vasco. Nemtsova pronto se dio cuenta de que él tenía una visión del mundo diferente a la suya, pero lo achacó a las particularidades del izquierdismo del sur de Europa, y decidió simplemente dejar de hablar de política cuando se encontraban. Con otros, González expresó a menudo su apoyo a las llamadas «repúblicas populares» del este de Ucrania, que Moscú estaba apuntalando financiera y militarmente. Pero les parecía natural que alguien de origen vasco simpatizara con los movimientos separatistas.
Volodymyr Ariev, diputado ucraniano, se sorprendió cuando González se presentó a su primera entrevista, en su oficina de Kiev en 2015, blandiendo una botella de vino como regalo. «Dijo que era de su región natal», recuerda Ariyev. «Nunca había conocido a un periodista que llevara un regalo a una reunión, pero pensé que probablemente era algún tipo de tradición vasca». La entrevista en sí no tuvo nada de especial, y después González habló de la familia, los viajes y las aficiones del político. Era el comportamiento habitual de un periodista que intenta entablar amistad con una nueva fuente, aunque años después, tras la detención, Ariyev se preguntó si no habría sido un intento de hacer un perfil psicológico de él.
A finales de 2017, González se apuntó a un curso de formación de cinco días de duración impartido por Bellingcat, un influyente grupo de investigadores de fuentes abiertas que había realizado un impresionante trabajo para demostrar la complicidad rusa en el derribo de un avión de Malaysian Airlines sobre el este de Ucrania en 2014. El curso permitió a González conocer a muchas de las personas que trabajan en las investigaciones de Bellingcat, incluido el fundador del grupo, Eliot Higgins. Algunos de los demás participantes también habrían sido de interés para la inteligencia rusa: entre ellos había periodistas de destacadas publicaciones, así como un alto ejecutivo de una empresa tecnológica que más tarde firmaría un contrato con un departamento del gobierno estadounidense por valor de cientos de millones de dólares. En las cenas y copas nocturnas, González obsequiaba a los demás con historias de guerra del este de Ucrania, adonde seguía viajando con regularidad.
González también siguió manteniéndose próximo a la oposición rusa, y en 2018 volvió a Estrasburgo, donde Alexei Navalny -el crítico más destacado de Putin- se encontraba en una rara visita fuera de Rusia, para hablar ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Tras la audiencia, Navalny y algunos otros fueron a tomar unas copas a casa de uno de los abogados. Era una reunión sólo para amigos, pero de algún modo González se coló.
En el grupo de aquella noche había un intrépido abogado llamado Vadim Prokhorov. Aún residía en Rusia, pero volaba a Europa con regularidad para asistir a grandes acontecimientos. Cuando se encontró por primera vez con el voluminoso González, con la cabeza rapada y hablando un ruso casi perfecto, su primera asociación fue con las callejuelas de un barrio de Moscú. «¿Qué clase de vasco es éste? Un vasco de Mar’ino», bromeó, refiriéndose al barrio de Moscú donde vivía Navalny. A partir de entonces, Prokhorov siempre llamó a González «el vasco de Mar’ino», pero González utilizó su encanto característico para asegurarse de que las suaves bromas nunca se convirtieran en auténticas sospechas. «La forma de beber y de relacionarse es muy importante para los rusos», me dijo Prokhorov al recordar aquellas reuniones. «No creo que un tipo sobrio hubiera entrado en el grupo. Pero Pablo siempre era el tipo que bebía, el que salía corriendo a por más bebida, el que contaba chistes. Encajaba perfectamente. Hay que reconocer que se le daba bastante bien».
En algún momento de 2019, los amigos rusos de González empezaron a detectar un cambio en su personalidad. Nemtsova me dijo que sentía que había dos Pablos diferentes. «Uno era este tipo encantador y despreocupado. ‘Vamos de fiesta’. El otro era muy grosero y siempre quería decir que era mejor que yo. Era malhumorado y agresivo. No se molestaba en controlarse», explica.
A medida que sus relaciones intermitentes se deterioraban, Nemtsova empezó a hacerse algunas preguntas. Era un freelance que escribía columnas para medios españoles bastante pequeños, pero parecía tener dinero para viajar constantemente y disponer de los últimos artilugios. Le recordaba a un fenómeno que conocía bien de su anterior vida en Rusia: la persona que vive por encima de sus posibilidades, el burócrata humilde con mansión y coche de lujo. En Rusia, era un indicador bastante claro de corrupción. Pero, ¿qué podría significar en Europa? Se le ocurrió una posible respuesta.
Cada verano, Nemtsova organizaba una escuela de verano de periodismo en Praga. González dio una conferencia allí en 2018, sobre informar desde zonas de conflicto, y volvió a venir en 2019. Ese año, recordó Nemtsova, compartió sus crecientes sospechas sobre González con otro ponente, el periodista ruso Andrei Soldatov, que es uno de los principales expertos mundiales en los servicios de inteligencia rusos. ¿Podría González ser un agente ruso enviado para espiarles? Soldatov descartó esta sugerencia por improbable. (Soldatov rebatió esta versión, alegando que el encuentro se produjo en 2018, y que eludió la pregunta de Nemtsova porque ese día había conocido a González por primera vez, solo había hablado con él brevemente, y creía que la pregunta estaba motivada por las tensiones personales de Nemtsova y González).
Las dudas seguían atormentando a Nemtsova. ¿Por qué este profesional independiente vasco tenía tanto dinero? ¿Por qué hablaba tan bien ruso? ¿Y por qué estaba tan interesado en la oposición rusa?
Tradicionalmente, los ilegales rusos pasan años estudiando el idioma y la etiqueta, antes de salir al extranjero disfrazados de extranjeros. Pero «Pablo González» no era una identidad encubierta elaborada con esmero bajo la vigilancia del GRU. Era real, aunque su propietario también tenía otro nombre, ruso. Las dos identidades diferentes eran producto de una herencia mixta, con sus orígenes en la convulsa guerra civil española.
El abuelo de González, Andrés González Yagüe, fue uno de los más de 30.000 niños evacuados de España para salvarlos de los estragos del conflicto. La mayoría acabaron en hogares de acogida temporales en Francia, Bélgica y otros lugares de Europa, pero el barco que zarpó en 1937 con Andrés, de ocho años, a bordo tenía como destino la Unión Soviética. Las autoridades de aquel país planeaban que los niños españoles que llegaran serían introducidos en el marxismo en instituciones especiales y, cuando terminara la guerra civil, regresarían a la nueva España comunista, bien preparados para formar la columna vertebral de una nueva élite política. Andrés acabó en una pensión en Obninsk, a las afueras de Moscú. En 1939, los nacionales de Francisco Franco ganaron la guerra civil, y Moscú decidió que no devolvería a los niños. La mayoría se convirtieron en ciudadanos soviéticos.
Andrés recibió educación técnica y encontró trabajo en ZiL, una enorme fábrica de automóviles en los suburbios de Moscú. Se casó con una rusa, Galina, y tuvieron dos hijos, Elena y Andrés Jr. En 1980, Elena se casó con un joven científico, Alexei Rubtsov, y su hijo Pavel nació dos años después. A finales de la década, la Unión Soviética se encaminaba hacia el colapso, al igual que el matrimonio de Alexei y Elena. En 1991, Elena se marchó con Pavel a España, aprovechando su ascendencia española para obtener la nacionalidad. Elena decidió que su hijo llevara el apellido materno en sus nuevos documentos, y utilizó la forma española de su nombre de pila. Así, Pavel Rubtsov se convirtió en Pablo González Yagüe.
Tras terminar el bachillerato en Barcelona, González estudió filología eslava en la universidad española. Más tarde, empezó a idealizar su infancia en la Unión Soviética. «Allí fui un niño tremendamente feliz, y nadie va a convencerme de lo contrario», escribió muchos años después en una columna de prensa, pintando la extinta Unión Soviética como un lugar de prosperidad y abundancia. En 2004, obtuvo un pasaporte ruso con su antiguo nombre, Pavel Rubtsov. Por entonces, su padre trabajaba como directivo en RBC, un holding de medios de comunicación de Moscú. González, o Rubtsov, lo visitaba con regularidad, e incluso realizaba trabajos ocasionales para RBC bajo la supervisión de su padre. «Recuerdo que Pavel era pro-ruso, pro-Putin, pero no con fanatismo. Simplemente parecía fascinado por Rusia», recuerda una fuente que conocía bien a padre e hijo.
Algunos medios de comunicación españoles han especulado con que la clave de los supuestos vínculos de González con el GRU podría estar en su padre. De hecho, las afiliaciones a los servicios de inteligencia en Rusia suelen ser un asunto familiar, pero la fuente que conocía a la familia se mostró escéptica: «Alexei es un tipo patriota. Fue científico en la época soviética y cree que el país perdió mucho durante el colapso. Pero nunca vi nada que sugiriera que tuviera otro trabajo o alguna conexión con los servicios». Describió a Alexei como una persona tranquila, sin pretensiones, que parecía ser la pareja pasiva en la relación con su segunda esposa, Tatyana Dobrenko, madrastra de González, que trabajaba en la industria petrolera. «Ella se encargaba de todo», dijo la fuente.
Para volver a comprobar los antecedentes de Alexei, llamé a Christo Grozev, que antes era el principal investigador sobre Rusia en Bellingcat y ahora trabaja para un medio llamado The Insider. Grozev es un prolífico cazador de espías, que ha descubierto la tapadera de numerosos operativos rusos a lo largo de los años, y recientemente las autoridades austriacas le dijeron que debía abandonar su casa en Viena, ya que está amenazado por sicarios rusos.
Grozev me dijo que ya estaba investigando a la familia rusa de González, y más tarde compartió conmigo sus conclusiones preliminares. Buscó en el padre de González todos los signos reveladores de la afiliación al GRU: números de pasaporte sospechosos, indicios de identidades falsas y registros oficiales en direcciones que se sabe que están vinculadas al GRU. El resultado de la búsqueda fue negativo. Pero por si acaso, también decidió investigar a Dobrenko, la esposa de Alexei. Y aquí empezó a encontrar cosas que parecían extrañas.
Para empezar, había registros de dos Tatyana Dobrenko diferentes, una nacida en 1954 y otra en 1959, pero ambas vinculadas al mismo número de la seguridad social. Más curiosas aún eran sus direcciones oficiales a lo largo del tiempo. Antes de vivir en el apartamento del padre de González, estaba registrada en el número 76 de Khoroshevskoye Shosse, explica Grozev. Esa dirección, en el noreste de Moscú, alberga un bloque de apartamentos de la era soviética que no tiene nada de especial salvo por una cosa: el enorme edificio que hay justo al lado, el 76B. El edificio se conoce comúnmente como el Acuario, y alberga la sede del GRU. «Esto por sí solo no prueba que sea colaboradora del GRU», me dijo Grozev. «Pero sí vemos que es también el domicilio de otros responsables conocidos del GRU». Era sin duda una coincidencia sorprendente para alguien cuyo hijastro estaba ahora acusado de ser un oficial del GRU. Le envié a Dobrenko un mensaje en Telegram pidiéndole un comentario sobre estos registros. Lo leyó y me bloqueó sin responder.
Había otra prueba sospechosa. El año pasado, el medio de investigación ruso en el exilio Agentstvo publicó un artículo basado en una base de datos filtrada de reservas de vuelos rusos. Una de las reservas parecía mostrar que, en junio de 2017, se compraron dos billetes de ida y vuelta de Moscú a San Petersburgo en una sola transacción: uno para González, utilizando su pasaporte ruso, y otro para un hombre llamado Sergei Turbin. Hay pruebas sólidas, según Agentstvo, de que Turbin es un oficial del GRU. Grozev coincidió, señalando que su investigación muestra que estaba empleado por el Quinto Departamento del GRU, que se ocupa de los ilegales. No fue posible contactar con Turbin para que hiciera comentarios.
En resumen, durante el mismo periodo en el que González contaba a los socios de Nemtsova que estaba luchando por conseguir un visado para Rusia, aparentemente volaba de Moscú a San Petersburgo con un supuesto oficial del GRU. Le pedí a su abogado, Boye, que comentara el viaje. «No tengo ni idea», dijo, irritado. «¿Conoce a las personas que estaban sentadas a su lado en su último vuelo? ¿Puede garantizar que ninguno de ellos tiene antecedentes penales?». Señalé que ambos billetes parecían haber sido comprados en la misma transacción. ¿Conocía González a Turbin? ¿Iba en el avión? Boye prometió preguntar a González. Unos días después, me dijo que su cliente había decidido no responder a mis preguntas.
En 2019, González empezó a salir con una periodista freelance polaca y a finales de ese año se mudó a Varsovia, donde la pareja alquiló un piso juntos. Desde Varsovia, hizo frecuentes viajes a casa, al País Vasco, para ver a sus hijos, y viajes regulares de reportaje a Ucrania y otros lugares. Consiguió varias entrevistas de alto nivel con figuras que habrían sido de interés para el GRU, incluido el presidente prooccidental de Armenia, Nikol Pashinyan, y Pavel Latushka, uno de los líderes de la oposición bielorrusa en el exilio, y enemigo jurado del dictador bielorruso pro-Moscú Alexander Lukashenko.
No fue hasta principios de febrero de 2022 cuando la red comenzó a cerrarse. Con las advertencias estadounidenses y británicas en el aire de que Rusia estaba a punto de lanzar un gran asalto contra Ucrania, González viajó con otros dos freelancers españoles a Avdiivka, justo en la línea del frente. Allí fue detenido por la policía ucraniana, que le ordenó presentarse en Kiev para ser interrogado durante varias horas. Los agentes exigieron acceso a su teléfono móvil y le acusaron de ser un espía ruso, pero no parecía que tuvieran nada concreto sobre él. Le aconsejaron que abandonara el país inmediatamente, pero no lo detuvieron.
En los días siguientes, agentes de los servicios de inteligencia españoles visitaron a algunos amigos y familiares de González en su país y les interrogaron sobre sus antecedentes. González montó en cólera cuando se enteró. «Han ido a todos con la misma cantinela, presentándome como un cerdo que utiliza a todo el mundo como tapadera. No tiene ningún sentido», dijo en una nota de voz que envió entonces a un amigo. Los ucranianos le preguntaron por sus parientes rusos como si fuera un secreto, dijo, cuando él nunca había intentado ocultar su origen ruso. Eso era cierto, hasta cierto punto: sus amigos españoles sabían que viajaba a Rusia con regularidad, pero sus amigos de la oposición rusa no. Los fundamentos de la historia del origen ruso de González eran auténticos, pero los detalles parecían cambiar según la situación.
González regresó a España, pero cuando en la mañana del 24 de febrero se supo que había comenzado la invasión a gran escala de Ucrania, inmediatamente reservó un vuelo a Varsovia. No tardó en llegar a Przemyśl, la ciudad fronteriza por la que cientos de miles de refugiados ucranianos entraban en Polonia. Este reportaje se emite regularmente en directo para las televisiones españolas y las páginas web de noticias. A última hora de la noche del 27 de febrero, regresó a la residencia donde se alojaba, y pocos minutos después de medianoche llamaron a la puerta. Agentes de la ABW, el servicio de seguridad interior polaco, entraron vestidos de verde y le informaron de que estaba detenido.
El primer chivatazo sobre Pablo González procedía de un servicio de inteligencia aliado, pero era incompleto. «No es que tuviéramos todas las pruebas y sólo tuviéramos que detener al tipo», me dijo Stanisław Żaryn, asesor de seguridad nacional del presidente de Polonia. «Estaba claro desde el principio que esta investigación era realmente importante y que tendríamos que escarbar mucho para ver la totalidad de la agenda».
En el centro del caso de los fiscales polacos hay una serie de informes que González supuestamente escribió durante varios años, al parecer a sus supervisores en el GRU. «Se trataba de los típicos informes de inteligencia sobre instalaciones, infraestructuras y personas con las que había que ponerse en contacto», me dijo Żaryn. Otra fuente afirmó que estos informes hacían referencia con frecuencia al «Centro», código de espionaje ruso para referirse a los cuarteles generales de los servicios de inteligencia. Se entiende que algunos de los reportajes incluían preguntas de seguimiento, aparentemente de un controlador. En uno de 2018, González supuestamente escribió a sus supervisores que había «destruido los dispositivos electrónicos según lo ordenado», rompiéndolos en pedazos y arrojándolos al océano.
Varias fuentes familiarizadas con las pruebas polacas contra González me dijeron que incluyen numerosos reportajes sobre sus contactos en la oposición rusa. Algunos eran mundanos, como el relato del día en que González llevó a Ilya Yashin al fútbol. Otros incluían supuestamente información sensible, como las direcciones de los domicilios de los empleados de la fundación de Zhanna Nemtsova. Este informe incluso contenía supuestamente copias de correos electrónicos personales escritos por el padre de Nemtsova, asesinado. Nemtsova no está autorizada a hablar del caso, ya que está cooperando con la investigación y ha firmado un acuerdo de confidencialidad, pero confirmó que poseía el antiguo portátil personal de Boris Nemtsov, traído desde Moscú por su abogado. También recordó que se lo había prestado a González en una ocasión, cuando éste alegó que su propio ordenador se había estropeado.
Según las fuentes, muchos de los informes detallan las frecuentes visitas de González a Ucrania. Desde su detención, los servicios de seguridad del SBU en Kiev han interrogado a varios de sus socios locales e incluso han registrado algunos de sus domicilios. «A lo largo de los años, su principal tarea ha sido ir a distintos lugares cercanos a la línea del frente para recopilar información sobre las personas que trabajan allí», afirmó una fuente de seguridad ucraniana con la que me reuní recientemente en una cafetería de Kiev. La fuente me dijo que González había gestionado una red local de políticos y militares, pero el SBU aún no sabía si todas estas personas pensaban que simplemente estaban interactuando con un periodista, o si algunos entendían que estaban ayudando a un oficial de inteligencia ruso. De lo único que está seguro el SBU es de que un espía del GRU con acreditación periodística podría hacer verdadero daño en el frente, actuando como observador para localizar concentraciones de tropas y material. «Gracias a Dios fue detenido antes de la invasión a gran escala», dijo la fuente.
Aunque la existencia de estos informes parece incriminatoria, no está claro si los investigadores polacos poseen pruebas sólidas de que los informes fueran dirigidos al GRU, o de que llegaran a enviarse realmente. González, durante el interrogatorio, afirmó al parecer que se trataba de sus propias notas. No se le dio la oportunidad de defenderse ante un tribunal: los fiscales no hicieron oficial la acusación, el paso clave necesario para que un caso llegue a juicio, hasta después de que él hubiera abandonado el país. Parte del problema puede deberse a que, según la ley polaca de espionaje en el momento de su detención, los fiscales tenían que demostrar que González causó daños al Estado de Polonia, mientras que la mayor parte de su presunto espionaje tuvo lugar en otros lugares. «Creo que todo el mundo se alegró cuando se le incluyó en el intercambio y el problema desapareció», me dijo un antiguo responsable polaco.
El intercambio de prisioneros tuvo lugar en el aeropuerto de Ankara el 1 de agosto. Tras bajar del avión que los había traído desde Moscú, Yashin y Vladimir Kara-Murza, dos de los presos políticos rusos liberados por Putin, subieron a un autobús del aeropuerto que los llevaría a un avión alemán, y a la libertad. Desde la ventanilla del autobús, los dos viejos amigos observaron cómo el grupo que se dirigía en dirección contraria era conducido a través de la pista para embarcar en el avión con destino a Moscú. De repente, Kara-Murza dio un codazo a Yashin y le señaló. «¡Es Pablo! Nuestro vasco de Mar’ino», exclamó. Ambos conocían bien a González de sus días en la oposición rusa. Yashin se rió asombrado.
Unos días después del intercambio, me encontré con Yashin en un café de Berlín. Todavía estaba algo desorientado por el repentino cambio de entorno, pero me dijo que no le había perturbado especialmente la revelación de que su viejo conocido había sido aparentemente un espía. Yashin vivía esperando que le espiaran, por lo que nunca contaba nada en privado que no dijera públicamente, afirmaba. «Así que Pablo charló conmigo y luego escribió un reportaje sobre mí. No creo que me causara ningún daño. ¿Por qué le importa al GRU el tipo de abrigo que llevo o lo que pienso sobre la política española?». Los que realmente daban miedo eran aquellos como el asesino berlinés Krasikov, dijo Yashin. Los enviaban a liquidar enemigos del Kremlin, no a llevarlos al fútbol.
Sin mirar en los archivos del GRU, es imposible saber hasta qué punto el supuesto espionaje de González sobre la oposición rusa puede haber sido útil para Moscú. Pero descartarlo de plano es probablemente ingenuo. Redactar perfiles de objetivos es una parte clave del trabajo de inteligencia. «Los perfiles te dicen cómo actúa la gente, cuáles son sus puntos de vista, cuáles son sus rutinas y cuáles son sus puntos débiles», me dijo Piotr Krawczyk, ex jefe del servicio de inteligencia exterior de Polonia. Los espías de Moscú podían utilizar el perfil de personalidad resultante para elaborar una estrategia de captación, mediante incentivos o chantaje. También era crucial conocer las rutinas diarias del objetivo, para asegurarse de que el agente enviado para hacer la propuesta estuviera en el lugar adecuado en el momento oportuno. O, en lugar de un agente de reclutamiento, el GRU podía enviar a alguien del perfil de Krasikov, con una pistola o un frasco de veneno.
Algunos de los que se acercaron a González han tenido que enfrentarse a otro tipo de consecuencias. La periodista independiente polaca con la que salía fue detenida junto con él, pero pronto quedó en libertad después de que un juez dictaminara que no había pruebas suficientes para retenerla. Sin embargo, en agosto, un reportaje de la prensa polaca reveló que seguía abierta una causa contra ella por complicidad en espionaje. No ha salido a la luz nada que sugiera que ella tuviera idea de lo que supuestamente tramaba su compañero, pero aun así, la noticia del caso abierto dio lugar a una campaña online contra la mujer. Círculos de derechas afirmaron que su trabajo periodístico previo sobre temas como el derecho al aborto en Polonia era una prueba de que era una espía rusa que seguía una narrativa «antipolaca».
Nemtsova, por su parte, aún no ha superado las secuelas de su relación con González. Por un breve momento, el programa de máster que su fundación dirige en una universidad de Praga se vio amenazado, cuando un estudiante alegó que había sido comprometido por la inteligencia rusa y que, por tanto, debía interrumpirse. Ese escollo ya ha pasado; lo que queda es el trauma psicológico de haber sido espiada por alguien cercano a ella. «Ahora no me comunico con nadie nuevo, y tengo un círculo muy limitado», me dijo Nemtsova. «Porque soy un objetivo. No se puede llevar una vida normal en estas circunstancias».
Desde Moscú, Pablo González -o Pavel Rubtsov- ha vuelto a entrar en sus cuentas de redes sociales en las últimas semanas, y está en contacto con su abogado y amigos en España. Algunos de estos amigos accedieron inicialmente a hablar conmigo, pero más tarde cancelaron las entrevistas, utilizando variaciones de la frase «Pablo quiere contar su propia historia». Su esposa española también declinó una solicitud de entrevista, diciendo: «Pablo ya está libre y es él quien hablará con los periodistas».
Pero hasta ahora, la única entrevista que González ha concedido ha sido a la televisión estatal rusa, pocos días después de su regreso a Moscú. En este reportaje, de diez minutos de duración, recorre las calles de su barrio de infancia, señalando su escuela primaria y otros lugares de interés de su juventud. Se burla de la supuesta falta de pruebas de Polonia contra él y sugiere que el caso está lleno de agujeros, aunque nunca se le pregunta directamente si tenía vínculos con el GRU, y nunca lo niega directamente.
González no respondió a las múltiples peticiones de hablar conmigo. En una llamada telefónica, su abogado español, Boye, dijo que González «siempre ha negado» todas las acusaciones de que trabajara de alguna manera para la inteligencia rusa. Boye accedió a remitir a González mis solicitudes de entrevista, y más tarde mis peticiones concretas de comentarios, pero González decidió no comprometerse.
Para quienes no estén convencidos de este desmentido, las principales preguntas que quedan son sobre qué tipo de agente era González. ¿Era realmente un ilegal de carrera, un antiguo oficial del GRU? Responsables polacos han afirmado públicamente que González tiene rango de oficial en el GRU, y un antiguo responsable de seguridad me dijo que estaban seguros de que González «fue reclutado a una edad temprana y toda su carrera periodística fue una tapadera para su espionaje». Sin embargo, nadie quiso decir qué pruebas existen de tales afirmaciones.
Por ahora, una teoría alternativa parece más plausible: que González era un auténtico periodista español con raíces rusas, que fue reclutado en algún momento, posiblemente durante sus viajes a Moscú para visitar a su padre y a su madrastra. Una oferta así le habría brindado la oportunidad de reencontrarse con la patria que sentía que le habían arrebatado de niño. También habría apelado al lado arriesgado de González que tanta gente observó en él.
Otro de los responsables polacos con los que hablé parecía dar crédito a esta teoría, discrepando de lo que las autoridades han declarado públicamente. En opinión de esta fuente, González parecía un aficionado: «No era muy profesional, cometía muchos errores y se veía que era bastante perezoso con sus tareas», dijo. «No me dio la impresión de ser un operativo increíblemente bien entrenado». Si González fue reclutado en una etapa posterior, también ayudaría a explicar las opiniones prorrusas que defendía ante mucha gente, sobre todo al principio de su carrera. Si «Pablo el periodista» fue una tapadera creada por el GRU durante toda su vida, seguramente habría sido más seguro hacerlo menos visiblemente pro-ruso desde el principio.
La única persona que puede contar toda la historia es el propio González, y por ahora, una entrevista reveladora parece poco probable. Al final de su aparición en la televisión estatal, González habló de sus sentimientos la noche en que aterrizó en Moscú. No dijo que se sintiera alarmado por cómo podría adaptarse a la vida en Rusia, ni expresó preocupación por la óptica de salir de un avión lleno de espías y asesinos y recibir una bienvenida de héroe. Algo más le preocupaba: «Salgo y veo que nos saluda Vladimir Vladimirovich Putin, ¡el Presidente! No sé si era visible, pero estaba entrenando la mano mientras bajaba los escalones», dijo González, sonriendo. «Quería asegurarme de que podía darle un apretón de manos decente, fuerte y varonil».
Ashifa Kassam y Pjotr Sauer contribuyeron con sus reportajes.
- Este artículo se actualizó el 15 de octubre con los comentarios de Andrei Soldatov.
Shaun Walker es corresponsal de The Guardian en Europa Central y Oriental. Anteriormente, pasó más de una década en Moscú y es autor de La gran resaca: La nueva Rusia de Putin y los fantasmas del pasado.
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