La locura de Karl Marx (I)

Cómo y por qué se produjo la escisión de la Primera Internacional

Por Dave Fryett, 20 de enero de 2017

Dissident Voice

Bakunin y Marx desde Rusia con amor. Imagen: fabiotmb.devianart
Bakunin y Marx desde Rusia con amor. Imagen: fabiotmb.devianart

Hace poco leí el libro El Primer Cisma Socialista de Wolfgang Eckhardt, y lo que descubrí me inquietó. Un amigo me había dicho que Karl Marx acusó a Mikhail Bakunin de querer convertirse en el dictador de la Primera Internacional. Esta incongruencia despertó mi interés y me pregunté si tal vez fue Groucho y no Karl quien dijera tal cosa. Sin embargo, lo que fui aprendiendo fue todo menos divertido.

Yo sabía que se había producido un enfrentamiento entre ellos, convirtiéndose en algo personal, y que tal enfrentamiento llevó a la escisión de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Sabía que Marx había hecho acusaciones que pocos se creyeron entonces y mucho menos ahora. También sabía de la vergüenza que habían sentido algunos por la intolerancia étnica: los judíos contra los eslavos y los eslavos contra los judíos. Y sabía que uno y otro se habían acusado mutuamente de agentes de la burguesía. Lo que todavía no había descubierto era el odio visceral y primitivo que Marx tenía por Bakunin, y las maquinaciones maquiavélicas a las que él y Friedrich Engels cayeron en su intento de proscribir a su despreciado rival, incluso a expensas de la propia AIT.

La correspondencia privada de Marx está llena de insultos. Se refiere a Bakunin como un salvaje, un idiota, un ignorante, un charlatán, una bestia, y otros calificativos todavía peores. Afirma con bastante insistencia en que las posiciones de Bakunin son fantasías hueras y palabras vanas desprovistas de valor teórico o analítico. También se lamenta de la falta de educación formal de Bakunin, una afirmación un tanto extraña, porque su colaborador y mecenas, Friedrich Engels, aún tenía menos. Repasando los desencuentros con Bakunin, Marx surge como un hombre con una malsana obsesión, que lo llevó a actuar sin escrúpulos.

Todavía algo incrédulo, a pesar de la minuciosa documentación de Eckhardt, quería más confirmaciones. Así que leí el libro de Robert Grahams No tenemos anarquía, la invocamos, y allí encontré la corroboración. Los autores, como yo mismo, son anarquistas, y son comprensivos con las posturas de Bakunin. Sin embargo, lo que dicen en ambos libros parece convincente. He leído mucho más sobre este tema, bien directa o indirectamente, (las biografías de Marx de McClellan, Mehring y Ruehle, sobre Bakunin, la historia de la AIT de Stekloff), pero sólo los libros de Eckhardt y Graham contienen información que los demás omiten.

Sería conveniente pensar en las fuerzas que estaban alineadas detrás de Bakunin y de Marx, las anarquistas y las marxistas, pero no todas las tendencias de esta antigua organización pueden clasificarse indiscutiblemente de una y otra manera, ya que también estaban los jacobinos y los blanquistas. Del mismo modo, los términos libertario y autoritarismo socialista presentan algunas dudas, ya que la línea divisoria es difícil de establecer (por ejemplo, ¿a que grupo pertenecería Rosa Luxemburgo?). Por razones de conveniencia, me referiré a ellos como socialistas estatistas y antiestatistas.

El problema central: el Estado

Los antiestatistas creen que la organización socialista debe permitir que los trabajadores tengan libertad para dirigir sus lugares de trabajo y que estos trabajadores formen voluntariamente redes con otros trabajadores de otras industrias en formas y términos de mutuo acuerdo (federación), sin una autoridad por encima de ellos (un Estado) para interferir en sus decisiones: un socialismo construido desde abajo.

Por otro lado, los estatistas creen que tal organización descentralizada no puede conducir a una revolución social y se pueda hacer frente a la contrarrevolución. Más bien, creen que el Estado debe ser conquistado, alterado, pero no destruido, y continuar de este modo durante un período indefinido de tiempo. Su poder coercitivo será entonces utilizado para salvaguardar la revolución de los enemigos de dentro y fuera, y para que se cumplan sus directrices: un socialismo construido desde arriba. Por lo tanto, dada la importancia del Estado, la actividad política, incluyendo las consultas electorales, deben formar parte de la estrategia estatal. Muchos estatistas denominan a esto una dictadura del proletariado, termino acuñado por Marx, una dictadura que terminaría cuando se haya eliminado el Capitalismo en todo el mundo, momento en el que sería innecesaria y desaparecería.

Ambas posiciones han evolucionado, por supuesto, pero un debate en aquellos momentos podía haber llevado estos derroteros:

Antiestatista: El Estado debe ser eliminado y reemplazado por una federación de trabajadores en cada lugar de trabajo, con absoluto control sobre sí misma y ninguno sobre las demás. Cada una es independiente pero al mismo tiempo interdependiente, todo ello entretejido con una organización voluntaria y en común acuerdo. El control de los trabajadores en el centro de producción es la condición sine qua non del socialismo y el mejor freno de la contrarrevolución. Este método de organización promueve la eficiencia, así como la solidaridad. El Estado, por su propia naturaleza, provoca divisiones, rupturas, discontinuidades, que impiden una mayor eficiencia, que de otro modo se produciría de modo natural y espontáneo en ausencia de este control externo.

Estatista: Tal producción desordenada no es la solución. Sería más bien parte del problema. Las economías, para que funcionen adecuadamente, deben equilibrar producción y consumo, lo que requiere de una planificación centralizada, y sólo mediante esa organización se logra la máxima eficiencia. Y esa planificación sólo puede ser llevada a cabo por un Estado, lo mismo que usted rechaza. Por otra parte, el Estado es esencial para la lucha contra la contrarrevolución, por lo cual se necesitan servicios armados, policía, espionaje y agencias de inteligencia, todos dirigidos desde un centro coordinado. No hay otra alternativa.

Antiestatista: Ese centro coordinado formaría el núcleo de una nueva clase dominante, y estaríamos en el mismo lugar de donde comenzamos. La revolución habría fracasado.

Estatista: Ese nuevo Estado sería un Estado obrero y desaparecerá cuando cumpla su misión histórica, una vez que el Capitalismo haga sido purgado de la faz de la tierra y los trabajadores puedan gestionar los sistemas previamente administrados por el Estado.

Antiestatista: Los Estados no emancipan, sólo regulan. Privan del derecho al voto. Y dado que no tiene precedentes, la idea de que cualquier Estado va a disolverse voluntariamente es una presunción, y además peligrosa. Es el núcleo reaccionario de toda teoría socialista estatista.

Y un Estado no puede capacitar a los trabajadores para administrar cuando dispone de un monopolio. Los Estados no empoderan, sino que debilitan. Hacen dóciles a los trabajadores, le conduce a la subordinación, una especie de zombies. Como ocurría con anterioridad, los trabajadores quedarían relegados a la condición de meros observadores, alejados de las tomas de decisiones y ajenos a toda participación.

Estatista: No, los árboles le impiden ver el bosque. ¡Sería un Estado obrero! Sería diferente del resto de Estados, sin comparación con ellos, de modo que funcionaría en interés de la mayoría. El Estado obrero no tiene historia, y por tanto no puede ser juzgado por ninguno de los parámetros actualmente existentes. Los trabajadores controlarían este Estado desde abajo por medio de delegados, con el derecho de cese inmediato. El Estado obrero no sólo eliminará la explotación, sino la propia posibilidad de explotación. Se erradicarán todas las perspectivas de contrarrevolución, incluso de sí mismo.

Antiestatista: Eso es imposible. Incluso si esta autoliquidación mágica y utópica, la Inmaculada Suspensión, se llevase a cabo, en virtud de las jerarquías de poder y subordinación, tendría su propia orientación. Y en un terreno marcado por relaciones sociales injustas, se incuba el germen de una nueva tiranía, las condiciones ideales para la contrarrevolución. Hay que eliminar esas desigualdades para evitar la amenaza, peso es algo que ningún Estado puede hacer, ya que el Estado es el que las provoca y no puede funcionar sin ellas.

Estatista: Al contrario, estas desigualdades, como usted las llama, son las que permitirían la victoria de la revolución. Para derrotar al enemigo de clase y evitar que sus restos proliferen y se unan en una fuerza de suficiente magnitud que pueda poner en peligro la revolución, hay que ejercer dominio sobre ella. Eso requiere de poder político, de poder estatal. Y si el programa antiestatista prevaleciese y alcanzase su objetivo de una distribución por igual del poder político entre cada miembro de la sociedad, se convertiría en el vivero ideal para la reacción, ya que no habría una fuerza autóctona capaz de vencerla.

Y así sucesivamente.

locura_marx2Así pues, para los antiestatistas, que reclaman un poder no reglamentado por parte de los trabajadores para llevar a cabo sus propias actividades industriales, el programa estatista sería una pesadilla distópica plagada de contradicciones dialécticas. Del mismo modo, para los estadistas, el programa antiestatista sería una quimera: nunca logrará sus objetivos ya sus estructuras descentralizadas no pueden soportar los desafíos de la fuerzas reaccionarias a las que cualquier movimiento revolucionario debe hacer frente. Así que para unos el Estado es indispensable, para otros un obstáculo insuperable. Cada uno de ellos cree que el programa del otro es ilusorio. Tal vez en lo único en lo que están de acuerdo en que son irreconciliables.

Antecedentes

La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) se funda en Londres en el año 1864. Los fundadores invitan a Karl Marx, el prestigioso autor y estudioso que reside en Londres, para que pronuncie el discurso inaugural, cosa que hizo. Es elegido para el Consejo General y participa en la redacción de las normas de la AIT.

Un grupo de revolucionarios de la Liga de la Paz y la Libertad, entre los que se encontraba Mihail Bakunin, descontento con su carácter burgués, forma la Alianza para la Democracia Socialista y abandona la Liga. Luego se presentaron a la Internacional para ser admitidos, en 1868, pero son rechazados en primera instancia. Ya superándoles en número, Marx se muestra preocupado por esta Alianza, ya que su oposición es muy fuerte.

Marx resultaría eventualmente vencedor frente a sus opositores, pero casi supuso la destrucción misma de la AIT en este proceso. Su táctica fue la de acusar a la Alianza de tener un ala clandestina ( que en cierta medida era verdad) y que este grupo, mientras se disfrazada como célula revolucionaria, estaba de hecho socavando el movimiento obrero. Marx insistió en que este grupo quería tomar la dirección de la Internacional y convertir a Bakunin en su dictador. La aceptación o rechazo de esta sorprendente declaración, más que sus propias diferencias ideológicas, determinó la composición y el orden de batalla de las respectivas posiciones.

Las sociedades secretan nunca habían sido un motivo de preocupación para Marx. Como organización revolucionaria, la represión policial hizo necesario que muchas de las secciones de la AIT se mantuvieran encubiertas. Surgieron grupos clandestinos en la periferia de la AIT, y tal vez también cerca de su núcleo. Los blanquistas, aliados de Marx, se hicieron famosos por su énfasis en el secreto disciplinado.

Parte II

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