Después de que Tyrone Hayes dijese que un producto químico era nocivo, su fabricante arremetió contra él
Por Rachel Aviv, febrero de 2014
En junio de 2002, dos meses después de la publicación del artículo de Hayes sobre la atrazina, Syngenta anunció en un comunicado de prensa que habían aparecido tres trabajos que refutaban las investigaciones de Hayes. En una carta al editor de Actas de la Academia Nacional de Ciencias, ocho científicos del panel EcoRisk escribieron que el estudio de Hayes tenía “poca credibilidad como para considerar una relación de causalidad”, de carecía de datos estadísticos, que había mal empleado el término dosis, que sus referencias eran vagas y bastante ingenuas, en definitiva, que tenía poca validez. Dijeron que las afirmaciones de Hayes de que su estudio tenía “implicaciones significativas para la salud pública y ambiental” no habían sido “demostradas científicamente”. Steven Milloy, un periodista independiente sobre temas científicos que dirige una organización sin ánimo de lucro, a la que Sygenta había donado varios miles de dólares, escribió un artículo en Fox News bajo el título “Freaky Frog-Fraude” , donde hacía referencia al artículo de Hayes publicado en Nature, diciendo que no había una clara relación entre la concentración de atrazina y los efectos sobre las ranas. Milloy caracteriza a Hayes como un científico de Ciencia Basura, y rechazó sus patéticas conclusiones como “uno de los trucos de Hayes”.
Estas críticas contra ciertos experimentos científicos se ha convertido en una parte fundamental de una campaña que se ha dado en llamar Ciencia Sólida, un esfuerzo de los grupos de interés y la Industria para frenar el ritmo de las regulaciones. David Michaels, Secretario Auxiliar de Seguridad en el Trabajo y Salud Ocupacional, escribió en su libro “La duda es su producto” (2008), que las Empresas han desarrollado sofisticadas estrategias para “fabricar y extender la incertidumbre”. En los años 80 y 90, la Industria del Tabaco se defendió de las regulaciones al dirigir la atención científica hacia los fumadores pasivos. Muchas empresas han adoptado esta táctica. “La Industria ha aprendido que el debate científico es mucho más sencillo y eficaz que el debate político. Un campo tras otro, las conclusiones que podrían ayudar en la aprobación de normas de regulación siempre están en constante disputa. Los datos que se obtienen de los estudios en animales no se consideran relevantes, los datos en personas no son representativos, y no se puede confiar en los datos de exposición ”, escribió Michaels.
En el verano de 2002, dos científicos de la EPA visitaron el laboratorio de Hayes y revisaron sus datos sobre la atrazina. Thomas Steeger, uno de los científicos, dijo sobre el estudio de Hayes: “Su investigación puede afectar potencialmente al balance de riesgos y beneficios de uno de los más controvertidos plaguicidas utilizados en Estados Unidos”. Pero una organización denominada Centro para la Eficacia de las Regulaciones, solicitó a la EPA (Agencia de Protección Ambiental) que ignorase los hallazgos de Hayes: “Hayes ha matado y sigue matando a miles de ranas para la validación de sus estudios que no tienen un valor probado”. El Centro argumentaba que los estudios de Hayes violaban la Ley de Calidad de Datos, aprobada en el año 2000, que exige que las decisiones regulatorias se basen en estudios con cumplan altos estándares de “calidad, objetividad, utilidad e integridad”. El Centro está dirigido por un grupo de presión de la Industria y fue el consultor de Syngenta Jim Tozzi el que propuso los términos de la Ley de Calidad de Datos a un Congresista que lo patrocinó.
La EPA cumplió con la Ley de Calidad de Datos y revisó su evaluación de riesgo ambiental, por lo que estaba claro que una alteración hormonal no sería motivo suficiente para restringir el uso de este producto químico hasta que “los protocolos adecuados de ensayo se hubiesen establecido”. Steeger dijo que Hayes estaba preocupado por la circularidad de la crítica del Centro. En un correo electrónico escribía: “Todo esto me recuerda al argumento expuesto por el filósofo George Berkeley, que se manifestó en contra del empirismo al señalar que depender de la observación científica es algo erróneo, ya que el vínculo entre las observaciones y las conclusiones es algo intangible y por lo tanto, inconmensurable”.
No obstante, Steeger parecía resignado a las frustraciones con las normas de regulación y traspasó suavemente el idealismo de Hayes. Cuando Hayes se quejó de que Syngenta no había considerado sus conclusiones sobre el hermafroditismo de las ranas con la suficiente rapidez, respondió que era “lamentable, pero no es raro que los solicitantes de un registro no tengan en cuenta datos que pueden considerar adversos y por tanto acarrear la no aceptación del público de sus productos”. Escribió que “La Ciencia puede ser manipulada para servir a ciertos intereses. Lo único que podemos hacer es rechazar toda incredulidad” (La EPA dice que no hay “ninguna indicación de que la información no se considerara debidamente).
Después de consultar con sus colegas de Berkeley, Hayes decidió que ya que Syngenta estaba desacreditando su trabajo, haría un movimiento preventivo. Apareció en dos revistas, Discovery y The San Francisco Chronicle, sugiriendo que las investigaciones realizadas por Syngenta no eran objetivas. Ambos artículos destacaban su biografía personal, sobre su color de piel y su estilo muy personal: en ese momento llevaba trenzas en el pelo. Hayes hizo poco para parecer desinteresado. La objetividad científica exige lo que el filósofo Thomas Nagel ha dado en llamar “una visión desde ninguna parte”, pero Hayes mantuvo la atención sobre sí mismo, haciendo comentarios tan tempestuosos como que “Tyrone sólo puede ser Tyrone”. Presentó a Syngenta como el villano, pero él no protagonizó el papel de héroe. Hiperactivo y un tanto frenético, siempre parecía estar con prisas, a punto de que algo se le olvidase, y mantuvo a idea de que se podía derribar a los grandes con una especie de celo juvenil.
Los ecologistas elogiaron el trabajo de Hayes y le ayudaron a llamar la atención de los medios. Pero estaban preocupados por la brusquedad de sus formas. Un cofundador de Environmental Working Group, una organización de investigación sin fines lucrativos, dijo a Hayes que “parase lo que estaba haciendo y se tomase un tiempo para desarrollar un plan” o “de lo contrario acabará usted con su culo en una bandeja”. Steeger le advirtió que aquel vigilantismo le podía distraer de sus investigaciones: “¿Puede usted permitirse emplear tanto tiempo y dinero en batallas donde es claramente superado, y para ser sinceros, no lleva ventaja?. La mayor parte de la gente preferiría pasar un tiempo en el purgatorio. No conozco a nadie que quiera ir a sabiendas al infierno”.
Hayes trabajó durante toda su vida para construirse una sólida reputación científica, y ahora parecía estar al borde del colapso. “No puedo explicar en términos razonables lo que todo esto significa para mí”, le dijo a Steeger. Se esforzó en demostrar que los estudios de Syngenta no habían replicado los suyos: se utilizó una población diferente de animales, fueron criados en diferentes tipos de estanques, con temperaturas más frías, y con un horario diferente de alimentación. Al menos en tres ocasiones, propuso a los científicos de Syngenta compartir los datos: “Si realmente queremos realizar una replicación de los estudios, compartamos animales y soluciones”.
A principios de 2003, Hayes fue propuesto para un puesto de trabajo en la Escuela Nicholas de Medio Ambiente, en Duke. Visitó por tres veces el Campus, y la Universidad contrató a un agente inmobiliario para que le mostrase la posible residencia para él y su esposa. Cuando Syngenta supo que Hayes podía trasladarse a Carolina del Norte, donde tiene sus oficinas centrales de protección de las cosechas, Gary Dickson, Vicepresidente de la Empresa de Evaluación de Riesgos Globales, quien un año antes había concedido una dotación de 50.000 dólares, financiados por Syngenta, se puso en contacto con el decano de Duke. De acuerdo con los documentos dados a conocer en las demandas colectivas, Dickson informó al decano del “estado de las relaciones entre el Dr. Hayes y Syngenta”. La Empresa “quería proteger nuestra reputación dentro de la comunidad y entre nuestros empleados”.
Había otros candidatos para el puesto de trabajo además de Hayes, y cuando no lo consiguió, llegó a la conclusión de que fue debido a la influencia de Syngenta. Richard de Giulio, profesor de Duke, que estuvo presente en la primera visita de Hayes, dijo que se sintió molesto por la sugerencia de Hayes: “Un pequeño regalo de 50.000 dólares no influirá en la titularidad de un contrato. Eso no sucederá… No me sorprende que a Syngenta no le hubiese gustado que Hayes estuviese en Duke, ya que estamos sólo a una hora de camino de ellos. El conflicto de Hayes con Syngenta era un ejemplo extremo de la clase de controversias que no son poco comunes en las ciencias ambientales. La diferencia estriba en que el debate científico afectó a la vida emocional de Hayes”.
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Procedencia del artículo:
http://www.newyorker.com/magazine/2014/02/10/a-valuable-reputation