Repensar la economía mundial

Por Rajesh Makwana y Adam Parsons, 26 de noviembre de 2010

A medida que el siglo XXI avanza, la humanidad se enfrenta a una cruda realidad. Tras el desplome de los mercados de valore en el año 2008, gentes de todas partes se cuestionan la codicia y el desenfrenado egoísmo que ha impulsado el modelo económico que ya domina durante muchas décadas. La vieja obsesión por proteger los intereses nacionales, el deseo de obtener las mayores ganancias posibles, y la búsqueda constante de crecimiento económico, no ha supuesto beneficio para las clases más pobres, y las consecuencias para el planeta han sido catastróficas.

El hambre incide más que nunca en toda la historia de la humanidad, superando los mil millones de personas en 2009, a pesar de las grandes cosechas de alimentos que se han recogido estos últimos años. Al menos 1,4 mil millones de personas viven en la extrema pobreza, o sea, el equivalente a cuatro veces la población de los Estados Unidos. Una de cada cinco personas no tiene acceso al agua potable. Más de mil millones de personas no tienen acceso a los servicios básicos de salud, mientras que otras tantas, sobre todo mujeres, no reciben una educación básica. Cada semana más de 115.000 personas se trasladan a algún barrio pobre de África, Asia o América Latina. Cada día, alrededor de 50.000 personas mueren por carecer de elementos básicos de la vida.

Frente a estos enormes desafíos, la ayuda internacional se ha mostrado ineficaz, insuficiente para satisfacer por parte de los Gobiernos las necesidades básicas de todos sus ciudadanos. Los países desarrollados han ido recortando los compromisos de ayuda exterior, incluso antes de la crisis económica, mientras que el objetivo de destinar un 0,7% del PIB nunca se han conseguido desde que se señaló como objetivo hace 40 años. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que se proponían reducir a la mitad la incidencia del hambre y la extrema pobreza, incluso si se alcanzase en el año 2015, todavía dejaría a cientos de millones de personas en estado de privación y desnutrición. Sin embargo, varios billones de dólares han sido utilizados para rescatar a los bancos en quiebra desde finales de 2008, y mientras los Gobiernos no pagaban ni una fracción de esta cantidad en rescatar a los pobres del mundo.

La brecha abierta entre ricos y pobres, tanto dentro de un país como entre unos y otros, es una crisis que se encuentra en el centro de nuestros problemas políticos y económicos. Durante décadas, el 20% de la población mundial ha controlado el 80% de los recursos y de la economía. En el año 2008, más de las mitad de los activos del mundo estaban en manos del 2% de la población, mientras que la mitad de la población sólo poseía el 1% del conjunto de la riqueza. Las fuertes discrepancias entre el Norte y el Sur, que no proporcionan ninguna base estable y segura, sólo se pueden resolver mediante una distribución equitativa de los recursos a nivel mundial. Esto requiere nuevas estructuras de gobernanza mundial y un nuevo marco económico que va mucho más allá de los esfuerzos de desarrollo para reducir la pobreza, disminuir la deuda de los países pobres y prestar ayuda exterior.

 

Mientras que en todas las naciones, sean pobres o ricas, la mercantilización se ha infiltrado en todos los aspectos de la vida, comprometiendo valores espirituales, éticos y morales. La cultura del consumo globalizado no tiene otra aspiración que la acumulación de riqueza, a pesar de que los estudios demuestran que el aumento de los ingresos no supone un aumento significativo en el bienestar de las personas, una vez que el nivel básico de bienestar está garantizado. La organización de la sociedad como una lucha competitiva por una posición social a través de la riqueza y la adquisición, está dando lugar a un individualismo feroz, mayor tasas de delincuencia, descontento, desintegración de los lazos familiares y comunitarios. Sin embargo, todavía se sigue midiendo el éxito en términos de crecimiento económico, buscando aumentos del PIB, sin que importen las consecuencias sociales de una economía basada en el consumo.

A pesar de que la crisis a la que nos enfrentamos es multidimensional y tiene fuertes interrelaciones, el G20 y otros países ricos, no ofrecen un cambio en su visión hacia un sistema más sostenible. Siguen haciendo apaños de la vieja fórmula: desregulación, privatización y liberalización del comercio y la finanzas, pero todo esto ha sido desenmascarado por la actual crisis, y demuestra que es incapaz de promover un desarrollo humano duradero. Instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, han fracasado en su política hacia los pobres, y el mito de que el crecimiento económico será positivo para todos hace tiempo que se ha roto. También sabemos que el crecimiento infinito no es sostenible porque los recursos del planetas son finitos. Este empecinamiento complica aún más la degradación ecológica y el cambio climático, efectos secundarios de la economía del progreso, que afecta de modo desproporcionado a los más pobres, que son los menos responsables de las múltiples crisis.

La capacidad de la Humanidad para abordar con eficacia las crisis, exige de los Gobiernos que acepten ciertos compromisos fundamentales para asegurar nuestro futuro común. En primer lugar, han de aceptar que la Humanidad es parte de una gran familia que comparte las mismas necesidades básicas y derechos básicos, y esto debe estar convenientemente reflejado en las estructuras e instituciones de la gobernanza mundial. Y en segundo lugar, que muchas de las suposiciones que se hacen sobre la naturaleza humana, que conllevan el núcleo central de las decisiones económicas, en particular por las naciones industrializadas, son obsoletas y defectuosas. La creación de un marco económico que refleje la interdependencia global requiere de políticas que vayan más allá de la creencia de que los seres humanos son competitivos e individualistas, aceptando en su lugar la tendencia natural de los humanos hacia la cooperación y a compartir. Esta comprensión más integral de nuestras relaciones con los demás y con el planeta, trasciende naciones y culturas, y se basa en la ética y los valores comunes de los grupos religiosos de todo el mundo. También refleja el fuerte sentido de la solidaridad que se encuentra en el movimiento de justicia global.

Unidad Internacional

La primera vez que se plasmó la verdadera expresión de la unidad se plasmó en la creación de la ONU en 1945. Desde entonces, las leyes internacionales se han ideado para ayudar en las relaciones entre las naciones y defender los derechos humanos. Las cuestiones transfronterizas, como el cambio climático, la pobreza y los conflictos, reúnen a la opinión pública mundial y a los Gobiernos para cooperar y planificar el futuro colectivo. La globalización del conocimiento y de las culturas, la facilidad para las comunicaciones y el transporte, también han servido para unir a las personas de diferentes países.

Pero esta unidad mundial no está suficientemente expresada en nuestras estructuras políticas y económicas. La comunidad internacional tiene que asegurar las necesidades humanas básicas, tales como el acceso a los alimentos básicos, el agua potable y la atención básica de salud, todo ello universalmente garantizado. Esto no puede lograrse hasta que los países cooperen de forma eficaz, compartan sus recursos naturales y económicos, garanticen los mecanismos de la gobernanza mundial y apoyen directamente las necesidades y derechos comunes. En la actualidad, las principales instituciones que rigen la economía mundial no actúan en nombre de la Humanidad en su conjunto. En particular, los principales órganos que sustentan el mandato de Bretton Woods ( el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio), son muy criticadas por antidemocráticas y promover los intereses de las grandes corporaciones y de los países ricos.

Es urgente establecer un marco internacional más integrador, que se establezca a través de las Naciones Unidas y sus organismos. Aunque la necesidad es apremiante y necesitaría de algo más sólido, la ONU es el único organismo multilateral de los Gobiernos con cierta experiencia y con los recursos necesarios para coordinar el proceso de reestructuración de la Economía mundial. La Carta de la Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, han sido adoptados por todos los Estados miembros y representan algunos de los más altos ideales expresados por la Humanidad. Si la ONU se hace más democrática y con mayor autoridad, estaría en condiciones de impulsar el creciente sentimiento entre las naciones de armonizar las relaciones económicas mundiales.

El hombre

Para establecer estructuras más estables de gobernanza mundial no se puede únicamente atender a un solo aspecto de un sistema muy complejo. Se debe producir una transformación fundamental en nuestra comprensión y práctica de la economía, de modo que las políticas del Gobierno atiendas a las necesidades humanitarias urgentes y de modo ecológico.

Los principios económicos que se ha ido formando en el marco del actual gobierno global, en particular en relación con el comercio internacional y las finanzas, pueden encontrarse en el pensamiento dominante durante la aparición de la sociedad industrial en Gran Bretaña. El pensamiento dominante de los economistas era el de que los seres humanos son intrínsecamente egoístas, competitivos, codiciosos e individualistas, Tales convicciones sobre la naturaleza humana están firmemente anclados en el sistema económica moderno, y sirve de justificación en la proliferación del libre mercado como la mejor manera de organizar las sociedades.

Desde 1980, esta idea económica ha dominado las políticas públicas y no han tenido en cuenta otra consideración que la búsqueda de eficacia, crecimiento a corto plazo y maximización de las ganancias. Pero la ideología ‘neoliberal’ que institucionalizó la avaricia y el propio interés ha sido desacreditada por el colapso de bancos y una caída de los valores de la bolsa en 2008. Como una consecuencia, la crisis financiera global estimuló un nuevo debate sobre la importancia de la moralidad y la ética en relación con la economía de mercado.

Al mismo tiempo, los experimentos recientes por biólogos evolutivos y científicos neuro-cognoscitivos han demostrado que los seres humanos están biológicamente predispuestos para cooperar y compartir. Sin esta ventaja evolutiva, no podríamos haber sobrevivido como especie. Las conclusiones antropológicas han apoyado desde hace mucho tiempo esta visión de la naturaleza humana con estudios que revelan que el compartimiento cooperativo a menudo formaba la base de la vida útil en las sociedades tradicionales, donde los individuos priorizaban sus relaciones sociales sobre otro tipo de preocupaciones. En conjunto, estas conclusiones desafían muchas de las asunciones principales de la teoría económica clásica – en particular la creencia firmemente sostenida que la gente en cualquier sociedad siempre actuará con espíritu competidor para maximizar sus intereses económicos.

Si la humanidad debe sobrevivir a los formidables desafíos que definen nuestra generación – cambio climático, disminuyendo de uso de los combustibles fósiles y conflictos globales – es necesario forjar un nuevo acuerdo ético que abrace nuestros valores colectivos e interdependencia global. Urgentemente necesitamos un nuevo paradigma para el progreso humano, que comience con un nueva consideración de las prioridades mundiales: un final inmediato del hambre, asegurar necesidades elementales universales, y salvaguardar el ambiente y la atmósfera. Ya no puede primar sólo el interés nacional, la competencia internacional y la mercantilización excesiva, formando parte de nuestro marco económico global.

El primer paso crucial hacia la creación de un sistema mundial global requiere la revisión nuestras asunciones anticuadas sobre la naturaleza humana, uniendo de nuevo nuestra vida pública con los valores fundamentales, y repensando el papel de los mercados en la consecución del bien común. De acuerdo con lo que ahora sabemos sobre el comportamiento humano y la psicología, integrando el principio de compartimiento en nuestro sistema económico, se reflejaría nuestra unidad global y tendría implicaciones de gran alcance sobre como distribuimos y consumimos las riquezas del planeta y los recursos. El reparto de los recursos del mundo de un modo más equitativo nos puede permitir que construyamos una economía mundial más sostenible, cooperativa y global – que refleja y apoye lo que realmente significa ser humano.

http://dissidentvoice.org/2010/11/rethinking-the-global-economy-the-case-for-sharing/