Por Carl Lindskoog
Poco después de devastador terremoto de Haití, la CNN, The New York Times y otros medios, daban la noticia: “un terremoto de escala 7 había golpeado terriblemente una zona urbana, muy poblada y pobre. Las casas estaban construidas unas encima de otras, por gente pobre y con una estructura muy frágil. Han sido muchos años de subdesarrollo e inestabilidad política lo que ha hecho que el gobierno de Haití estuviese mal preparado para responder al desastre.”
Si bien es cierto, no se trata de toda la historia. Falta la explicación de por qué hay tantos haitianos que viven en los alrededores de Puerto Príncipe y de por qué se ven obligados a unas condiciones de miseria. Incluso cuando se aventura una explicación para todo esto, no se suele decir todo. Un ex-diplomático de EE.UU dijo en la CNN que la superpoblación de Puerto Príncipe se debía al hecho de que los haitianos, gente del Tercer Mundo, no sabían nada de control de la natalidad.
No se suele decir que estas condiciones de gran miseria, que han aumentado los efectos del tremendo desastre, en gran medida se debe a las políticas estadounidenses, que ha llevado la voz cantante en las políticas de desarrollo.
Desde 1957 a 1971, los haitianos vivieron bajo la oscura sombra de “Papa Doc” Duvalier, un brutal dictador, que fue respaldado por EE.UU, al ver en él a un anticomunista fiable. Después de su muerte, tomó el relevo en el poder su hijo de 19 años Jean- Claude “Baby Doc”, que se convirtió en presidente de por vida, hasta que fue derrocado en 1986. En la década de 1970 a 1980 tanto Baby Doc, el gobierno de los Estados Unidos y la comunidad empresarial trabajaron juntos para poner a Haití y su capital en camino de ser lo que era el 12 de enero de 2010.
Después de la coronación de Baby Doc, los planificadores estadounidenses quisieron convertir a Haití en la Taiwán del Caribe: debía de abandonar su pasado agrícola y desarrollar una economía basada en la exportación de productos del sector manufacturero. Esto fue lo que se les dijo a Duvalier y sus aliados: es el camino de la modernización y el desarrollo económico.
Desde el punto de vista del Banco Mundial y de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), Haití era el candidato perfecto para esta cirugía estética neoliberal. La pobreza arraigada en la población de Haití podría ser usada para forzar bajos salarios en los trabajos de costura o montaje de otros productos.
La USAID también tenía planes para el campo. No solamente querían convertir en puntos de exportación las ciudades, sino también el campo, creándose instalaciones agroindustriales, mientras que aumentaban las prácticas de dumping, introducir productos agrícolas estadounidenses en suelo haitiano.
Esta ayuda estadounidense, junto con los cambios estructurales en el campo, obligaron a los campesinos de Haití a emigrar a las ciudades, sobre todo a Puerto Príncipe, donde se suponía que habría muchos puestos de trabajo. Sin embargo, esto no fue así, de modo que se fueron acumulando grandes cantidades de personas en tugurios, construyendo viviendas en malas condiciones, a veces construyendo unas encima de otras.
Pronto se dieron cuento de que quizás el modelo de desarrollo propuesto no funcionaba tal y como habían pensado y fue abandonado. Las consecuencias están bien a la vista. Cuando en la tarde noche del día 12 de enero de 2010 el terremoto con sus réplicas posteriores castigó de modo terrible Haití, las condiciones de hacinamiento y de extrema pobreza han agravado las consecuencias, tanto en Puerto Príncipe como en los alrededores.
Ahora los países desarrollados sacuden la cabeza y hacen donaciones, cuando son los responsables de las condiciones de Puerto Príncipe, que multiplicaron los efectos del terremoto, y deben implicarse decididamente en un desarrollo significativo.
Hay que aceptar la historia de Haití, incompletamente contada por la CNN y el New York Times, y decir quiénes fueron los responsables de ser víctimas de un régimen que no era el deseado. Como dijo John Milton: “ Aquellos que han sacado los ojos a las personas les reprochan su ceguera”.
Carl Lindskoog es de la ciudad de Nueva York, es activista e historiador, que completa su doctorado en la Universidad de New York. Pueden ponerse en contacto con él en: