por Chris Williams, 28 de diciembre de 2011
http://dissidentvoice.org/2011/12/christmas-in-the-radiation-zone/
Es lo primero que se nota: un color naranja eléctrico, los deliciosos y maduros hoshigaki (es un tipo de caqui) cuelgas de las ramas. Cuando vamos en coche desde Fukushima a Soma, en la costa nordeste del país, pasamos por lugares donde los árboles de caqui puntean el paisaje, todos cargados de fruta, lista para su cosecha. Pero este año, los caquis de la prefectura de Fukushima permanecerán en el árbol. Se los deja generosamente a los descomponedores microbianos, siendo un recuerdo silencioso de la amenaza lenta pero de gran alcance del accidente nuclear.
Desde el 11 de marzo, las personas que viven en la zona, expertas en la agricultura de esta región verde y fértil, han añadido a sus conocimientos lo que supone la radiación, y los caquis son considerados inseguros, ya que han sido irradiados por los vertidos de la planta accidentada de Fukushima Daiichi, a 25 kilómetros al sur de aquí. Me han dicho que los frutos secos, una especialidad local, tienen niveles muy altos de contaminación radiactiva.
A medida que viajábamos a través de las brillantes montañas miraba los valores del dosímetro que llevábamos colgando del espejo retrovisor y empezó a pitar de forma alarmante. Llegamos al lugar donde se encontraba un campamento de verano para niños, en silencio nos entregaron una mascarilla facial, mientras continuaba el sonido siniestro del aparato que marcaba lecturas por encima de 1 micro-sievert por hora, corroborado por un segundo dosímetro para verificar la calibración. Luego pasamos por un incinerador local donde se quemaba la basura, y de nuevo altos niveles de radiación.
Antes limitado a las instalaciones nucleares y a los laboratorios de las universidades, las gentes de la prefectura de Fukushima se han convertido en radiólogos aficionados, siguiendo la radiación de un lugar a otro, ya que el viento y la lluvia de forma aleatoria la traslada por el paisaje local.
Están preocupados y enfadados porque no han recibido adecuada información por parte del Gobierno japonés sobre la amenaza de la radiación y porque quieren que el Gobierno evacúe las zonas más afectadas, de modo que el pueblo de Fukushima ha tenido que tenido que tomar sus propias medidas. El reciente informe provisional publicado por el Gobierno sobre las causas y las lecciones de la catástrofe de Fukushima pone de manifiesto lo mal que se informó: “Se retrasó la información pública sobre asunto tan urgente, los comunicados de prensa fueron censurados, y las explicaciones muy ambiguas. Independientemente de las razones que hubiera para actuar de tal manera, era precisa una rápida comunicación en este caso de emergencia”.
De acuerdo con la gente de Fukushima, esta tendencia continúa, sobre todo ahora que el primer ministro Noda anunció que la crisis nuclear ya se había resuelto.
En la ciudad de Fukushima, la gente se organiza y protege a sí misma. Es una experiencia un tanto surrealista, ya que me dirijo a una de las mecas del consumismo, que es una característica de cada ciudad. Pero en lugar de ir de compras a un centro comercial me llevan a una reciente estación de medición de radiactividad. En el interior están las zapatillas perfectamente ordenadas, y veo juguetes para los niños y una pizarra. Detrás del mostrador hay un equipo para comprobar los niveles de radiación de la comida, así como un contador de cuerpo entero, donde los niños y los adultos verifican todos los días los niveles de radiación de su cuerpo. Está dirigido casi en su totalidad por voluntarios que han recibido una formación sobre salud radiológica de una ONG francesa y lo puede usar cualquier persona por debajo de los 20 años de edad.
Al entrar en un edificio de apartamentos de la ciudad de Fukushima, en contraste con lo que se encontraba otras veces, veo escrito a mano en las columnas los niveles de radiación que se publican. Los datos recogidos cada siete días en la zona circundante muestran los niveles fluctuantes de la radiación, y las lecturas especialmente altas se rodean en rojo.
Han sido evacuadas las vacas, pero al parecer más allá de la zona de evacuación obligatoria de 20 kilómetros donde se considera que es seguro para los seres humanos, incluso para los niños y muchachos. Hiroyuki, que se ha convertido en un activista de la salud pública, evacuó a su esposa e hija de cuatro años de edad a Tokio, y después a Kyoto. Ahora sólo les ve una vez al mes, y se ha quedado para asegurarse de que los Gobiernos nacional y regional asumen los riesgos para la salud de las personas que viven aquí. Forma parte de una campaña cada vez más amplia que se ha organizado en Fukushima para salvar a los niños de la radiación, para que el Gobierno cambie sus directrices sobre radiación, para que se evacúen a las personas con altos niveles de radiación, y para proporcionar apoyo a las personas que voluntariamente quieran ser evacuadas.
La radiación emitida por los tres reactores gravemente dañados, que han sufrido explosiones y colapsos en el complejo de Fukushima Daiichi, se ha extendido por todas partes. Además de la evacuación de las personas que vivían en un radio de 20 kilómetros en torno a la central, el Gobierno ha elevado la radiación admisible en veinte veces, desde 1mSv/año, cifra reconocida internacionalmente, a 20. Esto significa que cualquier lugar que esté por encima de 0,6 micro-sieverts/hora, cantidad limitada a personas que trabajan en “áreas controladas radiológicamente”, ya no es motivo de evacuación, con lo cual desciende en número de personas que debieran de ser evacuadas.
A pesar de que se dice que los centros de evacuación de emergencia son temporales, es probable que miles de personas de las 110.000 evacuadas, en particular de los alrededores de Fukushima Daiichi y por donde el viento extendió la nube radiactiva, nunca podrán volver a sus hogares debido a la larga vida media de los radioisótopos que contaminaron el suelo, el agua y los alimentos. De hecho, el informe provisional concluye diciendo que “teniendo en cuenta que muchas personas estarán obligadas a pasar su vida en centros de evacuación por un período largo de tiempo, que sufren de contaminación por radiación o el miedo a la exposición, al aire contaminado, los suelos, el agua y los alimentos”.
Incluso antes de que se publicase el Informe, algunas personas que he conocido se refieren a sí misma como la “diáspora de Fukushima”, en lugar de llamarse evacuados, porque creen que jamás podrán volver a su tierra.
Llegamos a la pequeña comunidad de Isobe, que se encuentra en la costa. O por lo menos, lo que queda de Isobe. Nos hemos reunido con Toshiko Kooriki en su nueva vivienda temporal, junto a otras hileras de viviendas prefabricadas. Nos lleva a que veamos lo que queda de su antigua casa, que sobresale un par de metros sobre un paisaje lunar árido, que una vez fue una pequeña comunidad formada por 400 familias, pero que el maremoto arrasó. Nos señala las diferentes salas y nos dice que viene aquí de vez en cuando y llora.
Japón es tierra de contrastes, y así lo comprobamos cuando nos encontramos con Hatsumi Terashima, un pescador de 54 años, aunque ya no lo sea. Nos relata la experiencia del tsunami, y nos muestra todo lo que queda de su casa: una planicie de barro en cuyo fondo se encuentra el pueblo que fue. Perdió a sus nietos, a su hijo, a la esposa de su hijo y a su suegra.
Inmediatamente después de producirse el terremoto, se encontraba ordenado las cosas cuando el tsunami llegó. Se decía en Isobe que nunca un tsunami podría llegar hasta aquí. En su incredulidad vio como una oscura pared de agua se precipitaba hacia él y lo arrastró durante tres kilómetros tierra dentro. Se fracturó la rodilla, pero una cuerda lo enredó y lo sujeto, a diferencia de los otros cinco miembros de su familia que se encuentran entre los 264 desaparecidos. Pero no se puede pescar porque el mar tiene altos niveles de radiactividad. Pesa su tiempo cerca del mar, viendo los escombros y otros desechos dejando por la aplastante fuerza del tsunami.
Iatate, una ciudad directamente afectada durante la trayectoria de la columna de material radiactivo, pero fuera de la zona de exclusión de 20 kilómetros, ha sido evacuada como zona de alta radiación. Sin embargo, esto se hizo después de que se produjesen la mayor parte de los vertidos radiactivos, ya que la red de alerta temprana, sistema de seguridad instalado por el Gobierno, y creada específicamente para este propósito, dejó de funcionar debido a “rotura de los enlaces de comunicación debido al terremoto y el sistema de detección no pudo recibir la información de los datos de elevada radiactividad”.
Mientras que este sistema (SPEEDI) pudo haber proporcionado algunos datos cruciales y hubiese ayudado a una rápida evacuación para que las personas no hubiesen estado expuestas a nivel tan alto de radiación, tampoco les llegó información por parte de las autoridades locales porque
El servicio de Respuesta de Emergencia Nuclear (NERHQ) no funcionó, ante lo cual la Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial (NISA) debería haber proporcionado los datos de SPEEDI a la población. Pero a ninguno de ellos se le ocurrió dar esta información. El Ministerio de Educación, Cultura, Deportes, Ciencia y Tecnología, el Ministerio que tiene competencias en el sistema SPEEDI, tampoco proporcionó la información, bien directamente o través de otro servicio del Gobierno.
A medida que pasamos a través de Iatate en nuestro camino de regreso a Soma, vemos que el pueblo está en silencio y en la oscuridad. Las únicas luces son las de las farolas y las de la residencia de ancianos que sigue ocupada, ya que son demasiado viejos y vulnerables para desplazarse a otro lugar seguro. El cuidado de los ancianos se lleva a cabo por rotaciones estrictas entre los trabajadores.
Nos detenemos en la escuela secundaria de la ciudad. En el interior del coche las mediciones indican de 0,14 a 1,8 microsieverts por hora. Salimos fuera y dejamos los contadores Geiger en el suelo, subiendo los valores a 6 microsievert/hora.
A pesar de la devastación y de la pérdida de vidas humanas causada por el terremoto y el tsunami, la gente que conozco de la prefectura de Fukushima, en lugar de hablar de aquellos acontecimientos, habla de los niveles de radiación y cómo su tierra está contaminada por un peligro invisible y permanente, la gente está temerosa aunque el Gobierno trate de convencerlos de que es seguro.
Japón se describe a menudo en el extranjero como el país más capaz para hacer frente a un accidente nuclear. Sin embargo, de la lectura del Informe provisional del Gobierno se deduce que los organismos responsables de la planificación de emergencia se basaban en supuestos falsos, que llevó a cometer muchos errores en el momento en el que aumentó la gravedad de la crisis y las personas estuvieron expuestas a la radiación. Los errores se cometieron en la propia planta nuclear, así como fallos en la comunicación y falta general de planificación. Se es muy crítico con el plan de emergencias, la actuación de TEPCO y el uso indebido de la red de alerta temprana SPEEDI.
Junto a otras muchas deficiencias en la respuesta operativa y de emergencia, de acuerdo con el informe de calificación de NISA, ni siquiera se envió a la sede de TEPCO una petición de información para dar cuenta de forma eficaz al Primer Ministro del país, a pesar de que TEPCO se encuentra muy cerca de las oficinas de NISA. Después del accidente en el Golfo de México en la planta petrolífera de BP, las medidas que se exigieron a TEPCO para proteger sus plantas nucleares de los tsunamis fueron voluntarias, que por supuesto, al ser una entidad con ánimo de lucro y no de seguridad, no las tomó: “TEPCO no aplicó las medidas contra tsunamis como parte de la Hoja de Ruta de Gestión de Accidentes (AM). Su preparación en caso de accidente, tales como daños graves en el núcleo de un reactor como consecuencias de desastres naturales fueron muy deficientes”.
En una sociedad dominada por los hombres -sólo el 10% del Parlamento Japonés está formado por mujeres- hay un fuerte liderazgo femenino en el movimiento contra el Gobierno y la utilización de la energía nuclear, fácilmente perceptible. En una de las muchas reuniones que se organizan sobre la radiación y la evacuación de los niños, hablé con un grupo de mujeres que han decidido quedarse para preservar la estabilidad familiar, y he visto que reina ira contra el Gobierno y también miedo por las consecuencias de quedarse.
Una mujer, que sólo se quiso identificar cono Mihonmatsu, por miedo a que se la recriminase por seguir planteando la cuestión de la radiación en la ciudad de Fukushima, mantiene reuniones con personas de confianza para hablar de sus experiencias y planear estrategias. Me muestra los documentos emitidos por el Gobierno y el monitor de radiación. Todos los días tiene que completar de forma detallada los movimientos y los alimentos consumidos por sus hijos, Cuando los haya completado, debe enviarlos al Gobierno para su análisis, junto con el dosímetro que su hija está obligada a llevar en todo momento. Nihonmatsu pregunta: “Si todo es tan seguro como dicen, ¿por qué el Gobierno nos obliga a hacer estas cosas?”.
Otra mujer, Jinko Mera, que tendrá unos 50 años, asiente con la cabeza: “Siempre tenemos que pensar en la cantidad de radiación que presentan nuestros alimentos. Queremos vivir sin eso. Teníamos los alimentos más saludables en nuestra región, pero no podemos secar caquis, no podemos comer nuestros melocotones, no podemos comer nuestra propia comida”.
En otra reunión de la organización el día de Navidad, las mujeres debaten sobre si realizar una sentada frente al Ministerio de Economía, Comercio e Industria, el METI, del que la Agencia de Regulación Nuclear Japonesa, NISA, forma parte.
En medio de testimonios y recuerdos, vieron el documental de 1983 en el que se ve a mujeres que ocupan la base de misiles nucleares que Estados Unidos construyó en Greenhan Common, Inglaterra. Una nueva generación de mujeres se inspiran en las canciones y en la lucha colectiva en un tipo diferente de lucha contra la energía nuclear. Quieren que el Gobierno proteja a sus familias de inmediato, pero tampoco quieren que nadie más pase por lo que ellos están pasando. Forman parte de una campaña para que se cierren definitivamente los 54 reactores nucleares y que se erradique definitivamente la energía nuclear de las costas de Japón.
De acuerdo con un reciente informe de Greenpeace de Japón y el Instituto de Políticas de Energía Sostenibles, con sede en Tokio, Japón podría generar el 43% de su energía mediante fuentes renovables para el año 2020, superando el 30% que produce actualmente la energía nuclear ( aunque sólo 6 de los 54 reactores están actualmente en funcionamiento). Con un descenso muy rápido de la población de Japón, se quiere reducir de 125 millones de personas a 100 millones en 2050, el único impedimento para llevar a cabo una política sensata y segura es, por tanto, político.
La reunión de los activistas termina con una intensa emoción y el espíritu de los asistentes se une al entrelazar sus manos y cantar, evocando otro círculo anterior, cuando 30.000 mujeres formaron un anillo alrededor del perímetro de nueve millas en torno a la base de Greenham Common y dijeron: ¡No pasarán!. Cantaron Furosato, una canción japonesa llena de nostalgia y recuerdos:
Algún día, cuando haya hecho lo que me propuse,
voy a volver al lugar donde tenía mi casa.
Exuberantes y verdes son las montañas de mi patria,
puro y claro el agua de mi antigua casa.
La próxima manifestación de las mujeres de Fukushima ya tiene fecha, el 28 de diciembre, y la gente de Fukushima marchará una vez más.
Chris Williams es un activista que defiende el Medio Ambiente desde hace muchos tiempo. Es autor de Ecología y Socialismo: soluciones a la crisis ecológica del capitalismo. Sus artículos han aparecido en International Socialist Review, The Indypendent Truthout, y Znet. Es profesor de Física en la Universidad de Pace y Presidente del Departamento de Ciencias del Packer Collegiate Institute. Su sitio web es http://www.ecologyandsocialism.org y puede contactar con él : ecologyandsocialism@gmail.com
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