Los mediáticamente denominados «héroes de Fukushima» -los hombres y mujeres que siguieron trabajando, voluntaria o no tan voluntariamente, en la emergencia nuclear provocada por el tsunami, la ubicación de los reactores, las continuas falsedades de TEPCO sumadas a la desorganización y las mentiras del gobierno nipón- han sido galardonados el miércoles 7 de junio con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2011. El jurado afirma que los trabajadores de la central representan “los valores más elevados de la condición humana, al tratar de evitar con su sacrificio que el desastre nuclear multiplicara sus efectos” [1].
La candidatura fue una propuesta de Josep Piqué, ex ministro del PP, ex dirigente del PP catalán, presidente de “Vueling”, presidente de la Fundación Consejo España Japón, con el apoyo, entre otros, del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón. Ambos, sabido es, dos antinucleares conocidos y reconocidos; ambos, sabido también, sensibles y preocupados por las condiciones sociales y laborales de los trabajadores de España, de Japón y de todo el mundo. El jurado se reunió bajo la presidencia del jefe del Ejecutivo asturiano. Nada menos que Francisco Álvarez-Cascos (¿recuerdan el Prestige?), otro tenaz antinuclear y otro admirable defensor de las clases trabajadoras de Asturias, Europa y de parte de la galaxia más próxima.
La liturgia es inaudita, provoca vómito: este grupo de personas, afirman, de las que deben desconocer casi todo, representan «los valores más elevados de la condición humana»; con su sacrificio, poniendo en riesgo su propia vida, señalan, han tratado de evitar que el desastre nuclear multiplicara sus efectos. Evitaron, ha señalado el presidente asturiano, un desastre natural y humano dando ejemplo cívico. Ninguna crítica a TEPCO, ningún comentario sobre las falsedades gubernamentales, ni una línea sobre los riesgos de la industria nuclear. Un discurso vacío, “principesco”, que convierte en “héroes” (¿qué concepto manejan de heroísmo?) a trabajadores que han tenido que apechugar con las consecuencias de la infamia y de las apuestas empresariales por el beneficio desmedido. Como sea, a costa de lo que sea.
Otros nombres del jurado: D. Fernando de Almansa Moreno-Barreda, vizconde del Castillo de Almansa, D. Juan Manuel Desvalls Maristany, marqués del Poal, D.ª Alicia Koplowitz Romero de Juséu, marquesa de Bellavista, D. Rodrigo de Rato Figaredo, D. Juan-Miguel Villar Mir, marqués de Villar Mir. Todos ellos, nuevamente, luchadores obreros y antinucleares, gentes de bien, gentes que aspiran a un mundo armonioso y justo.
¿En qué condiciones viven y trabajan los obreros de la industria nuclear nipona? Suvendrini Kakuchi [SK] [2] informaba recientemente de su situación tras la hecatombe de Fukushima.
Según Minoru Nasu, portavoz del Sindicato de Jornaleros de Japón, la industria nuclear nipona funciona en gran medida gracias a trabajadores no cualificados. Japón permite su reclutamiento como obreros atómicos a subcontratistas, algunos de ellos con antecedentes delictivos según Nasu. Los obreros se reúnen de madrugada en parques públicos “y allí son seleccionados por matones que los llevan a las plantas nucleares”. El escenario no nos es desconocido.
Las cifras son escandalosas, capitalismo salvaje en estado puro. Según la mismísima Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial, una institución pública de ámbito nacional, de los más de 80.000 trabajadores de los 18 centros nucleares de Japón, el 80% trabajan en contratas. Más en concreto: en 2010, un año antes del accidente del 11 de marzo, casi el 90% de los 10.000 trabajadores de la planta de Fukushima (unos 8.900) trabajaban en subcontratas, esa infamia abisal del capitalismo postmoderno. Sin ser personal cualificado, estos trabajadores realizan durante meses trabajos peligrosos en las plantas y no tienen ninguna garantía en caso de accidente. Tampoco, desde luego, un seguro de salud a largo plazo contra enfermedades como leucemia u otras formas de cáncer, que, como es sabido, pueden surgir años después de estar expuesto a las radiaciones. En palabras, en duras y certeras palabras del sindicalista japonés: «Cuando terminan su trabajo se espera que simplemente desaparezcan. No le importan a nadie».
Un ejemplo. Seizi Saito, un ex trabajador nuclear, tiene 71 años. Trabajó como plomero durante 15 años reparando filtraciones en las cañerías de refrigeración de la planta nuclear de Tsuruga. Así describió su trabajo en la central: «Las condiciones laborales en la planta eran aterradoras, demandantes y peligrosas. Pero lo peor era la falta de protección para los trabajadores». Saito sobrevivió a un cáncer de tiroides.
¿Por qué no hay más denuncias, por qué los trabajadores no se alzan en pie de justicia y seguridad? Mikiko Watanabe, del Centro Ciudadano de Información Nuclear, sugiere una respuesta: “Los trabajadores tienen demasiado miedo para denunciar la situación… Temen perder sus empleos y ser discriminados en una sociedad que menosprecia a las víctimas de la radiación». Principal consecuencia de la situación: a los subcontratistas les resulte más fácil explotar a los trabajadores e ignorar totalmente sus derechos. El ser humano no es su capital más preciado.
¿Qué ha premiado, pues, el jurado del Premio? ¿Desde qué cosmovisión hablan ellos o sus delegados para estas tareas promocionales? No hay dudas, no puede haber dudas. Desde el desarrollismo desenfrenado, desde la apuesta, que sigue en pie, por la industria nuclear, desde el ocultamiento de una tragedia presentada siempre como “natural”, abonando desenfoques que impidan pensar en los máximos responsables de la hecatombe: TEPCO, el gobierno japonés y la apuesta por una industria que es altamente peligrosa y que deja tras de sí, durante miles de años, un inmenso legado de residuos radiactivos de muy difícil control.
Otro aspecto del lado oscuro de lo sucedido que vale la pena no olvidar y que, desde luego, no figura en las consideraciones del Jurado. David Brunat hablaba de ello a principios de agosto [3].
El Gobierno japonés permitió que miles de personas se expusieran a dosis de radiación extremas durante los días posteriores al tsunami que destrozó la central nuclear de Fukushima-Daiichi. Lo peor, señala Brunat, es que no hizo nada para evitarlo. “Mientras los evacuados de la ciudad de Namie, a escasos 8 kilómetros de la central, se refugiaban en la región de Tsushima, considerada por todos un lugar seguro, lo que en realidad hacían era colocarse justo en la dirección en la que el viento transportaba millones de partículas radiactivas”. ¿Por qué? Porque todo el mundo estaba convencido de que el viento soplaba hacia el sur; Tsushima, en cambio, está al noroeste del país. ¿Todos? No todos. “Todos salvo Tokio, que supo gracias a sus sistemas de medición que el viento giraba hacia Tsushima y no dijo nada”. ¿Por qué? Para “ahorrarse los enormes gastos de tener que ampliar mucho más el radio de evacuación y para impedir que surgiera una nueva oleada de críticas”. Durante las semanas posteriores a la catástrofe de marzo de 2011, miles de personas hicieron vida normal, “sin que Tokio llegara nunca a abrir la boca. Como si se tratara de cobayas humanas o un simple daño colateral, un peaje que hay que pagar para conservar la imagen del Gobierno”.
¿Cuál fue el problema básico? Según Brunat, “la falta de confianza del Gobierno en el sistema de predicción de radiación en el aire, conocido como Speedi por sus siglas en inglés”. El ministro encargado de la crisis nuclear aseguró que los datos ofrecidos eran «incompletos» e «inexactos» y que era demasiado arriesgado confiar en el sistema en una situación de vida o muerte como aquella. El propio ex primer ministro de Japón, Naoto Kan, aseguró que jamás tuvieron ni pidieron acceso a los datos del Speedi, “a pesar de que el sistema ya en 1986 costó cien millones de euros y cuenta con puestos de supervisión en todo el país”. Nadie entiende el motivo de semejantes dudas o del total desprecio por el sistema, “sobre todo después de ver que el Speedi predijo al milímetro los movimientos de las corrientes de aire y los lugares más expuestos a la radiación”. Según una investigación de la agencia Associated Press, prosigue el periodista de Público, basada en transcripciones parlamentarias, las indicaciones del Speedi sí llegaron a las oficinas gubernamentales. Pero los encargados de tomar decisiones ni siquiera sabían cómo interpretar esos datos. Cuando se dieron cuenta de su importancia ya era demasiado tarde para admitirlo.
Hablan de condición humana. ¿De qué condición humana hablan cuando hablan de la grandeza de la condición humana de los “héroes” de Fukushima?
Nada de lo anterior, desde luego, merma un ápice la importancia de la entrega y el heroísmo cívico y obrero de los trabajadores japoneses que, ellos sí, pensaron, cuando lo hicieron voluntariamente, no por mejorar un poco su muy difícil existencia, sin engaños, en la sociedad, en la comunidad, en su país y no en el balance de beneficios, en las poltronas del poder o en los intereses de una industria que no respeta nada ni a nadie, industria en la que no es improbable que algunos de los miembros del jurado del Premio tenga invertidos algunos de sus sustanciosos ahorrillos.
Notas:
[2] Suvendrini Kakuchi, “La explotación laboral estalla en Fukushima”. http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=99024
[3] David Brunat, “Tokio ocultó que miles de personas recibían radiación de Fukushima” http://www.publico.es/internacional/390832/tokio-oculto-que-miles-de-personas-recibian-radiacion-de-fukushima
Fuente de la noticia:
http://rebelion.org/noticia.php?id=135237